por Mauricio Aguirre A.
en El Mostrador
Sometido a un
virtual anonimato en el ambiente de las letras pese al reconocimiento
que ha alcanzado su obra, este neurocirujano y autoridad pública analiza con
dureza los efectos que han tenido en su caso y el de otros autores el
régimen militar y la transformación de las editoriales en "una
verdadera red que cada vez contamina más a los escritores".
"Las editoriales se han dedicado a fabricar escritores". La
lapidaria frase pertenece al escritor Francisco Rivas, autor de obras
como El informe Mancini -novela que
recibió en 1982 el premio Proceso Nueva Imagen de México y al año
siguiente la distinción Jorge Isaacs en Colombia- Martes tristes y
Todos los días un circo.
Rivas también figura en varias
antologías de cuentos, incluyendo la última compilada por Camilo Marks
bajo el título Grandes cuentos chilenos del siglo XX.
Qué
tiene de particular este autor: que comparte "profesionalmente", como
se cuida de recalcar, su labor de escritor con las de neurocirujano y
jefe del Servicio de Salud Metropolitano Central. No se trata de un
médico que escriba por hobby, sino del difícil desafío de combinar dos
profesiones que se cuentan entre las más exigentes.
Rivas, de
59 años, ha desarrollado la literatura de manera paralela a la
neurocirugía y a la política. Militante del Partido Socialista, fue
embajador en Canadá durante el gobierno de Patricio Aylwin. En la
pasada elección presidencial dejó momentáneamente su militancia en el
Partido Socialista y apoyó la candidatura de la ecologista Sara
Larraín. Posteriormente volvió a su antigua tienda.
Para este
médico-escritor, el régimen militar discriminó entre los autores y
transformó "a muchas editoriales en una verdadera red que cada vez
contamina más a los escritores".
-¿Se arrepiente de no
poder dedicar su tiempo completo a la literatura?
-No. La
neurocirugía también es una pasión. Ser cirujano es indispensable. Una
persona ordenada, responsable, trabajadora puede hacer ambas cosas,
así como un arquitecto puede ser un gran pintor o un ingeniero puede
ser un gran músico. No hay incompatibilidades si ambas actividades se
hacen de manera responsable y con esfuerzo.
-¿Y no terminó
por coartar alguna de sus dos pasiones en el esfuerzo?
-De
ninguna manera. No soy escritor de fin de semana ni médico a medias:
le quito un poco de tiempo a las dos actividades. Para estudiar
neurocirugía y estar al día en la anatomía y mantener las destrezas no
necesito estar 14 horas diarias practicando, y uno, con disciplina,
puede escribir una novela dedicándole tres horas diarias.
-¿Pertenece a una corriente o generación
literaria?
-A ninguna generación. En esto influye el que,
aunque nadie me lo ha dicho directamente, en el fondo no se me
considera un profesional de la literatura, en parte porque me he
dedicado a la política y a la medicina. La realización de estas
actividades se presta para que mucha gente diga que no soy escritor.
"Un amigo que fue ministro en la década de los '90 dijo de yo era
una persona que tenía grandes destrezas en la medicina, que hacía muy
bien la política, pero que tenía que dedicarse a la literatura".
- Y en su currículum como escritor, por así decirlo:
¿cuántas novelas y cuentos a escrito a lo largo de su
carrera?
- He escrito hasta ahora nueve novelas, dos
colecciones de cuentos y un testimonio.
- ¿Cómo recibió que
Camilo Marks, al recopilar hace algunos meses los mejores cuentos
chilenos del siglo 20, incluyera en la selección su cuento El
Banquete?
- Que me haya considerado Camilo me llena de orgullo,
porque de alguna manera me saca del anonimato. También he recibido muy
buenas críticas de Javier Edwards y Patricia Espinosa.-
- ¿En qué está
trabajando ahora?
-En una novela que inicie hace cerca de dos
años, y por distintas razones interrumpí por un año y medio. Hace
algunos meses la retomé: trata sobre un hombre y su vida virtual.
Estará lista en una año y medio.
- Se ha dicho que entre
los pergaminos que tiene para contradecir a quienes oscurecen su
trayectoria se cuentan reconocimientos en el extranjero.
- La
novela El informe Mancini recibió en 1982 el premio Proceso
Nueva Imagen en México. Entre el jurado se encontraba Gabriel García
Márquez, entre otros. En ese mismo concurso se presentó Antonio
Skármeta con la novela Resurrección, y quedó bastante más
abajo. Con la misma novela al año siguiente gané el premio Jorge
Isaacs en Calí, Colombia.
También obtuve dos veces el Premio
Municipal de Literatura de Santiago, el año 1989 con la novela
Todos los días un circo. Este lo rechacé por que me lo dio la
dictadura. En 1993 nuevamente obtuve ese premio, esta vez con El
banquete.
-¿Comparte la apreciación de Marks sobre que
no existen en Chile narradores de cuentos a la altura de los
escritores argentinos, uruguayos o peruanos?
-Se lo pregunté a
Marks durante la presentación pública de la recopilación de cuentos,
que se hizo en una radio. Le pregunté al aire por qué rescataba a
algunos escritores chilenos y al mismo tiempo criticaba su calidad
como conjunto. La respuesta que él dio fue que efectivamente en dichos
países había grandes cuentistas, pero también los había en Chile.
Aseguró que no había querido decir que unos eran mejores que los
otros, sino simplemente destacar una realidad.
Sin duda en otros
países hay grandes cuentistas, aunque el tema de discriminar calidad
es discutible y solo lo da el tiempo.
Los "cómplices del sistema"
-Usted es muy
crítico de la realidad actual de las editoriales. ¿Qué daños le
provocó el mercado a la literatura?
-Privilegiar el punto de
vista editorial por encima de la calidad de los escritores. Esta
situación ha influido negativamente en la calidad de los narradores.
Es legítimo que un escritor busque tener una presencia mayor en el
mercado, porque se traduce en vender más. Sin embargo, esta situación
ha sido estimulada de manera perversa por las editoriales en desmedro
de los escritores. Muchas editoriales, desde el tiempo de la
dictadura, se convirtieron en una verdadera red que cada vez contamina
más a los escritores, y los autores que no se venden al sistema son
marginados.
-Usted habla de una red ¿Quién o quiénes generan
este círculo vicioso que menciona?
-Las editoriales. Estas se
han dedicado a fabricar a escritores para transformar sus obras en
bets sellers y obtener enormes beneficios, sin preocuparse de los
contenidos de las narraciones. Desgraciadamente hay muchos escritores
que se han vuelto cómplices de este sistema y han hecho literatura
bastante discutible. Con este tipo de trabajo alimentan el círculo
vicioso.
Esta red ha provocado que muchos escritores importantes,
de los cuales un número importante ha muerto, terminen olvidados. Hay
algunos narradores que comenzaron a escribir a mediados de los años
'50, como Armando Cassígoli o Mauricio Wacquez, todos de
gran calidad pero de los que se conoce muy poco. Sólo se les ha hecho
a algunos un homenaje por sentimiento de culpa, como en el caso del
segundo. A muchos autores se les reconocen sus méritos cuando ya están
muertos y no son ninguna amenaza para esta red perversa del mercado
que hoy día opera en la literatura chilena.
-¿Qué otros
escritores más próximos a la década de los '80 y '90 han sufrido esta
discriminación?
-Hay un grupo importante que escribió durante
la dictadura, como Fernando Jerez, y Poli Délano: ellos,
siendo escritores reconocidos en muchas partes del mundo, en Chile
tienen un conocimiento mucho más discreto. El motivo es que no son
escritores comerciales o porque no han aceptado ser parte de este
círculo vicioso que condiciona.
-¿Qué escritores, a su
juicio, han terminado por venderse al mercado?
-Uno de ellos es
Roberto Ampuero. El escribe novelas policiales y se convirtió en un
escritor emblemático de El Mercurio por su campaña contra Cuba
utilizando la literatura. Éticamente la situación de él es muy
cuestionable.
-¿En este círculo vicioso, qué rol tienen los
medios de comunicación?
-El Mercurio, desde que creó su
suplemento Revista de Libros, se convirtió en un agente de la
anticultura, privilegiando a los escritores que eran afines a la
dictadura y en contra de cualquier otra expresión literaria que
emergiera. Ello con un crítico literario probablemente muy preparado,
pero parcial y poco idóneo para esa labor como fue Ignacio Valente. El
fue una persona dañina para el desarrollo de la literatura nacional, y
tuvo entre sus hombros la decisión de quién era un buen o mal
escritor.
-En la actualidad han surgidos medios
especializados en literatura. ¿Qué opina de ellos?
-Hay
revistas que nacieron con un muy espíritu, pero se han transformado en
medios tradicionales que lee muy poca gente y que tienen poca
influencia, como Rocinante. Esa revista la compone muy buena
gente, pero han caído en reiteración y se han vuelto monotemáticos. En
el fondo, si uno lee los personajes destacados o protagonistas de la
cultura que aparecen en Rocinante son los mismos que figuran en
El Mercurio, quizás con un enfoque distinto, pero los mismos al
fin".
-¿Realiza alguna actividad para tratar de cambiar esta
realidad que crítica?
-Estamos trabajando con un grupo de gente
muy joven con la que llevamos adelante una editorial que se llama
Al Margen Editores. Hemos sacado ya cinco títulos: el último
fue el Tanatorio del joven Edmundo Condon, que fue presentado
por el Premio Nacional de Literatura Raúl Zurita.
Las otras obras
son La noche interior, que es una colección de cuentos donde se
rescata a autores como Benedetti y Galeano. También publicamos Los
sonetos de amor, de Shakespeare, en una edición bilingüe de Tomás
Gray, un gran profesor de literatura; Círculo infinito;
Martes triste, una obra mía, y estamos prontos a sacar dos
novelas, una de Reinaldo Marchant y otra de Wilson Tapia.
-¿Cómo obtiene recursos esta
editorial?
-Afortunadamente, solo financiamos el primer libro
Martes triste gracias a que vendimos un número considerable de
ejemplares. De esta manera, hemos obtenidos los recursos para
financiar otras publicaciones. La editorial no tiene fines de lucro y
hacemos ediciones pequeñas, pero creemos que tenemos un lugar dentro
de las editoriales alternativas.
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