MARIA MEDUSA LAMUSSA, de profesión poetisa y edad misteriosa; de origen y antecedentes dudosos, de índole disoluta y disipada. Exornada por maneras majestuosas, refinadas; de conducta licenciosa. Es una buena pieza; bien dotada —de dote cuantiosa—; ligera de cascos. En pesadísimos cofres atesora cantidades de parafernales; violáceas sus ojeras, deliciosas sus narices respingadas y sonrisas descaradas, caprichosas y sarcásticas; sugerentes sus escotes abundantes — sin decoro— y sus salidas de sobremesa, y mórbido su lujurioso pescueso. Contessa di Lampedusa por un matrimonio antiguo, ahora soltera —si bien goza de (el viejo conde le pasa) una pensión generosa—, ¿De quién —si de alguien— volverá a ser esposa?
PRETENSIOSA DE SU HERMOSURA, pretendida por todos —una perdida—. Matrimonios destroza, de tan buena moza: el de un marqués dos banqueros un pescador de mariscos —salió en el reportaje que le hiciera una envidiosa— y regimientos enteros. La agasajan con lisonjas majaderas jovencitos linajudos, la cortejan jadeantes jugadores de polo, pinbol —"flipers"—, bowling —palitroque— y tenistas de bien torneadas y bronceadas piernas... Pero ella, eso sí, prefería la compañía serena y la sedosa y a-tercio-pelada —o bien trompeteante, o saxofónica voz— y las lágrimas saladas de los bardos gordos a los cuales no escatimaba su risa cálida, ni sus besos, ni su cama calurosa...
TAL VEZ A CAUSA DE SU PRIMER AMOR, al cual siempre recordaba con anhelo desmayado, a ese poeta romántico de cabello alborotado, sumamente distraído, con barbita de pelusa ¡qué amoroso y cuán triste su sonrisa desolada!... de levita abierta —desabotonada— cuyos faldones cobijaban dos nalgas flaquísimas enfundadas en pantalones gastados, con su sombrero de pelo siempre sin cepillar —además le faltaban varios botones a sus escasas camisas de una blancura dudosa, y tapaduras —u obturaciones— a su dentadura desastrosa... Cuando la Marimedusa aún no se pintaba los ojos ni las pestañas —en tiempos de Maricastaña— lo divisaba entre los árboles cuando salía de misa... Ese que en una noche de luna saltó su cancela, trepó su ventana, y al descender por la enredadera el desgraciado tronchó una rama y se destrozó la tapa de los sesos en la madrugada...
LA BAUTIZARON DE GUAGUA con el nombre de una abuela precedido de "maría", su infancia fue un paraíso y su juventud primera una primavera —entera—; núbil en cuanto fue púber, cuando salió de las monjas dejó de ser liceana, y fue entonces estudiante en universidades varias; al fin, Medusa Lamussa titulóse de señorita Doctora en Caracteres —esto es, en Letras a fuer de Números (magüer de estos últimos sólo los misterios de la suma supo desentrañar con certeza... desde siempre, desde niña ¡cosa extraña...!). Y se recibió de Meica —además— con mención en Astronáutica, egresó de la Caja de Pandora, y obtuvo posteriormente un Master en Biónica. Actualmente es investigadora: de madrugada perfora su tarjeta de visita en la portería de un laboratorio. Atiende consultas en un gabinete en la tarde mejora, orienta, sicoterapeutiza; masajea, ve la suerte y da recetas; —acepta cheques y tarjetas VISA—; lee las cartas, los hexagramas, el pronóstico bursátil en la prensa y las líneas de la palma de la mano... A este paso —taconeando la vereda de la vida con los tacos elevados de sus botas— llegará —ligerito— a ser Ministra, o Decana.. ¿... y... además es poetisa...? —se preguntan con justeza las señoritas lectoras—. Pues, sí: poetisa, y de las buenas, y por vocación sincera es que es escritora, y, como tal, con frecuencia participa en Homenajes con hache y pataches culturales, en ferias de vanidades, en revistas, en eventos y en shows de variedades y en agrupaciones y talleres varios, y coleccionaba menciones honrosas que Medusa Lamussa obtenía en ciertos concursos de dactilografía...
A VECES PASABA LA NOCHE ENTERA, y se amanecía redactando sin esfuerzos aparentes Belleza por toneladas: Poesía verdadera, sin tapujos ni temores, sin pudores ni artificio, perfumada con algalias y genciana... Rubiales y Robledo anota en el Prefacio a su Tratado: "hilando la lana —el lenguaje— para hacer vestidos dobles —esto es, textos hermosos— como la fuerte dueña de casa del Libro de los Proverbios..."
ENTONCES EN LA TRASTIENDA DE UN VIEJO librero —archivero jubilado y conservador de un museo— un cajista que cojeaba componía sus escritos en una antiquísima caja de finos elzevirianos, y un prensista iba tirando las galeradas de prueba las que eran corregidas por un aprendiz aplicado; las formas se rehacían si ello era necesario, los pliegos eran impresos usando tinta morada, los libros se encuadernaban en rústica, numerados, e iban saliendo a la venta como panes de los hornos e inundaban el mercado... —las tarifas razonables, los precios, pues... moderados.
ALGUNOS ATARDECERES MEDUSA LAMUSSA FUMABA —sobre todo en los otoños— macoña peposa. Con paciencias infinitas, minuciosas, —sin premura— desgranaba los cogollos coruscantes con sus dedos nacarados, separaba con esmero los capullos pegajosos que envolvían las negruzcas semillitas, chiquititas y copiosas, de prosapia Jamaiquina, nigeriana o colombiana —no se sabe con certeza— y, recostada en un diván de arpillera bordada con lana cruda por sus manos artesanas, los fumaba en una pipa pequeña que parecía botella y... recordaba. La yerba era buena, por ende no se arranaba. Se volaba hasta la cresta, se inspiraba y facía en esos trances
sus poemas más alados; sonetos resinosos, odas crujientes, versos olorosos y alquitranados... a su cabeza gloriosa de globosa calavera bien torneada se le subían los humos de la marihuana y entonces...
... en su cabellera frondosa acontecía un extraño fenómeno, pues sus ondeados bucles de guedejas apretadas se destrenzaban y animaban y conformaban serpientes; cantidades de ofidios —de tamaño reducido— se desperezaban en su pelo de colores divergentes. Campeaban desde su occipucio los elápidos de coral, las cobras y los áspides siniestros, y desde sus huesos parietales se levantaba un manojo compuesto por varios tipos de vipéridos; desde sus temporales se erguían lentamente crotalinos americanos de tonalidades de várices —por decenas— y sobre su frente caía una chasquilla —o cerquillo— gracioso de perezosos colúbridos. Sonó entonces en el vestíbulo el ding dong de una campana: ¿quién será el importuno...?
Y ESTO ERA QUE LA VISITABA una delegación de estudiosos de una academia foránea; venía un botánico acompañado por un simpático matrimonio de zoólogos... ¿creerían que soñaban cuando entraran a la sala...?
—How do you do...? —Medusa Lamussa, de profesión poetisa, plantea este enigma cual esfinge y sus pupilas dilatadas absorben la imagen de sus visitantes, paralizados por la sorpresa que los asaltara cuando vieron su cabeza, y aparece un fuego fatuo por las comisuras golosas de su boca de cereza, y, mientras sus dedos desgranan en el teclado del piano la Sonata "Para Elisa", en esta escena postrera, el mozo introduce tres nuevas estatuas que parecían de cera al museo que existía en la cámara del sótano...
(se necesita un Perseo, a esta altura...)