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LAS ESTRELLAS FIJAN SU RESIDENCIA EN LOS ARROYOS

Por Reinaldo Edmundo Marchant

 

Cada cierto tiempo, Mauricio Barrientos (1960, Osorno) saca a luz un nuevo poemario. Fiel a su estilo cansino, depurado, hoy lo hace con un libro que contiene un bello y sugerente título: “Las estrellas fijan su residencia en los arroyos” (Pentagrama Editores, 2007).

Al igual que sus anteriores libros, de forma especial a su aplaudido “El hombre invertido”, Barrientos retoma la impronta lírica que lo identifica férreamente en los exquisitos mundos de su amigo vate Juan Luis Martínez, con quien vivió y se relacionó estrechamente durante años en la Quinta Región.

Mauricio Barrientos, es uno de aquellos escritores que vive la poesía de manera auténtica. Habita los más pequeños e impensados lugares, y se deja llevar, querer, por lo que simplemente  ofrece cada nuevo  día. Es la antípoda de la burocracia y de las responsabilidades idiotas de la vida moderna. Su plano vital es pariente sanguíneo  de un Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, y de toda aquella generación que nunca imitó a los poetas rebeldes sino que ellos lo fueron de verdad; él también lo es por naturaleza y opción, y  esto se nota en los detalles más nimios de su vida y proyecto lírico.

No basta con escribir poesía. Es necesario ser sinceramente un poeta.  Optar por este noble oficio que, cada vez, es ejercido por personas extrañas a su extraordinario origen. Caminar, pensar, hablar, dormir, siendo poeta, sin pose, ni maquillajes superfluos; adorar las geografías imaginarias de la poesía. Y las buenas tabernas, por supuesto.  Ser un espejismo y un paisaje dentro de la gran urbe. Cualidades que salpican en Mauricio Barrientos, y que han formado a fieles discípulos que peregrinan buscando la cambiante morada donde hace descansar a sus huesos.

Barrientos debe ser uno de los últimos paradigmas de los clásicos bardos, lo delatan el conjunto de sílabas poéticas de su cuerpo melancólico, la bruma de las vicisitudes diarias que lo acosan y la valentía de terminar por ahí al anochecer, cuando los demás están prendidos en las sábanas o en el lecho seguro.

No es una casualidad hallar su sombra majestuosa una medianoche en la barra de un boliche santiaguino. Sus manos, siempre ocupadas por el cristal de  una copa amiga, de inmediato se alargan para el saludo cordial. Y para compartir el intrincado camino a una muerte que no se deja vencer.

Formador de nuevos talentos, curiosamente con estudios universitarios en matemática, secretario en su momento de Nicanor Parra y Enrique Linh, Mauricio Barrientos merecería ocupar un lugar de honor en su generación poética, por el particular  aporte lírico que ha creado en más de dos décadas; claramente la abstracción de las cosas y su forma distraída de llevar los elementales quehaceres rutinarios, le resultaron de más vitalidad a la hora de elegir. Y lo fue enhorabuena.
 

En estos nuevos poemas trasunta la nostalgia de una vida cotidiana que transcurre casi en silencio, con imágenes de seres deshabitados que se mueven constantemente, sin destino aparente ni lugares específicos,  que indagan, preguntan: “¿dónde estará lo que quiero?/ estará en tus secretos/ estará en lo que me hace/ estará ahí en el eco que repite/ los consejos/ las sugerencias/en el ímpetu/ de salir a la calle/y sentirme libre”. Y más adelante continúa, a modo de remate: “¿dónde estará lo que quiero?”, cadencia absoluta, a mansalva, que queda palpitando en la retina de la memoria, sin posibilidad de respuesta, porque la poesía describe, no explica. 

Hay en estos poemas, y en parte de sus demás libros, una desolación humana que cruza los sentimientos y las causas perdidas.  En su valle no hay lágrimas; hay movimiento, reflexiones, un dejo de espiritualidad y coloquio con un ser supremo.

Sus versos están hechos y curtidos en las profundidades del alma humana. Detrás de la afirmación sencilla, asoma el pesimismo existencial, las utopías de encantos diluidos hacia el crepúsculo  que, sin embargo, exhalan dosis de  belleza, por la claridad de los cantos, el ritmo de las palabras y la sobria manera de consultar por hechos casi imposibles. 

 

 

  UNA LAGARTIJA

La lagartija

             ciega

             en la bahía
 orienta
       su único ojo
hacia la brisa marina
atrapando la sal
             y los días de otoño    

 

 

LAS ESTRELLAS FIJAN SU RESIDENCIA EN LOS ARROYOS 

Las estrellas
      fijan su residencia
             en los arroyos
que entre aguas
brotan lunas
piedras y espumas
alrededor
     de una floresta silvestre
donde luciérnagas
vuelan y vuelan
en este paisaje
taciturno 

 

 

LA SALIDA DEL HORIZONTE 

Nos haremos caminos

de las pesadas multitudes

pondremos los pies

         en nuestras pupilas

y sembraremos

           tardes de memorias

rostros de colinas

             en la ciudad

asistiendo

             como cada nube

la salida del horizonte

 

 

 

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Las estrellas fijan su residencia en los arroyos.
Poesía de Mauricio Barrientos.
Por Reinaldo Edmundo Marchant.