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LA TUMBA DE JOSE DONOSO

Por Reinaldo Edmundo Marchant

 

El Viernes Santo, junto a un catedrático francés-chileno, residente en París, Jorge Luis Sour, visitamos la tumba de José Donoso, en el bello cementerio de Zapallar, frente a un enorme roquerío y el mar que resuena de forma incesante.

Le había contado a él que, el año 2001, en aquel mismo lugar, había fallecido tragado por el piélago el joven escritor, pintor y periodista, Francisco Rivas Donoso, hijo de mi amigo también novelista y médico, Francisco Rivas Larraín. Aquel episodio fue del todo mágico, no obstante el drama: el joven escritor había pintado y diseñado, meses antes de su muerte, la portada de un libro de su padre, dibujando exactamente el detalle de su propio deceso: el mar, el cementerio de Zapallar y una enorme ola que, a modo de remolino, se llevaba aguas adentro los espectros, que serían tres víctimas que apenas pasaban los veinte años. Vaticino de artista.

Tiempo después me tocó escribir el prólogo de un libro póstumo, “La noche Interior” (Al Margen Editores, 2001),que reunía creaciones de una generación muy interesante, donde estaba Francisco Rivas Donoso, quien ya había compartido otros textos con figuras que después se consagrarían, como el poeta Gustavo Barrera, y los narradores Roberto Fuentes y Ricardo Morales.

Este promisorio escritor, casualmente, quedó compartiendo lecho sepulcral en el cementerio de Zapallar, al lado de José Donoso. De modo que nuestra visita fue doble, y también lo fueron las evocaciones y sentimientos. Y la tristeza.

La tumba de uno de los mayores novelistas de la historia de Chile, José Donoso, luce casi abandonada. El pasto, reseco. De flores, ni hablar. Se deben correr unas malezas para leer su nombre. Nadie lo visita. Se halla, al igual que Neruda con Matilde, enterrado con Pilar Donoso, frente al mar, en aquel maravilloso cementerio situado en medio de un idílico bosque marino, situación que otorga menos drama a ese abandono terrible de la sociedad cultural, de las autoridades y de los propios escritores, que le debemos tanto. ¡Pobrecitos, si supieran en verdad quién fue José Donoso en el mundo y en el desarrollo de las letras y la imaginación!

Había estado con Donoso meses antes de que falleciera, allá por el año 1996, en Montevideo, Uruguay. Tuve el honor de presentarle su último libro en vida, “Donde van a morir los elefantes”, que dimos a conocer en la famosa y mítica Sala Vaz Ferreira, junto al editor de Alfaguara de Buenos Aires, Dino Monteogli, y el propio José Donoso, según lo reseña la fotografía. Nunca participé en los talleres literarios que él impulsó, pero siempre fue muy deferente y cariñoso conmigo. Cuando se enteró de que estaba de agregado cultural en Uruguay, le pidió a la editorial que yo fuera uno de sus presentadores.

Me bastó esa visita de Pepe para darme cuenta de algo que jamás vi en otro escritor chileno en el extranjero: la extraordinaria fama y popularidad que tenía, su prestigio que ya lo quisieran esos articulistas escritores de farándula, y el enorme interés periodístico que generaba con su sola presencia. Cada acto donde estuvo, fue un hecho impresionante de gente atiborrada, que quería ver y tocar al gran escritor chileno.

Sin embargo, de vuelta a su tierra natal, José Donoso está solo, quizás sin visita permanente, en el cementerio de Zapallar… ¿Dónde se hallan los muchachitos que se apegaban a él para salir en las fotos y pregonar que pertenecían a su taller literario? Muchos de ellos ponen este dato hasta en las solapas de los libros. La verdad es que Pepe sólo cuenta con la bella compañía del joven escritor Francisco Rivas Donoso. Su vecino de tumba. Más allá el mar canta y los árboles del bosque embellecen el panorama. No es suficiente. Falta la humanidad. La espiritualidad. Aquel respeto de una comunidad por un legado demasiado caro y valioso, como pocos que existen y se ha heredado en el país.

Jorge Luis Sour me comenta que en Francia las universidades no cesan de sacar tesis sobre su vastísima obra literaria. En su tierra natal, frente a su tumba y el mar sonoro, unas amarillentas malezas rodean su tumba.

Es la desgracia de haber nacido en Chile.

 

 

 

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