RICARDO
MUSSE O LA "CONTUNDENTE RESISTENCIA
CONTRA LA NIEBLA"
Por
Cosme Saavedra Apón
Sullana, junio de 2002.
Inexplicablemente la poesía es el único saurio milenario que ha
resistido a una posible extinción (es delirantemente conjeturable que aún
existan animales prehistóricos involucionados en los corrales domésticos)
y como única en su especie está destinada a ocupar un lugar especial,
no exactamente en un museo interior sino, en la propia cotidianidad.
Como
enfatiza Javier Arango, escritor colombiano, "hay cien modos de escribir
bien, pero la sola manera de escribir mal es la de escribir como todos" y
la preocupación,
justamente, del poeta Ricardo Musse es la de escribir con un estilo muy propio.
Hacer de la cotidianidad un manantial de reminiscencias en el cual las imágenes
vayan fluyendo y en algunos recodos, se arremolinen y venzan la inexorabilidad
del tiempo, en una batalla meramente subjetiva.
"Cinematografía
de una adolescencia" poetiza no sólo la movilidad de los tiempos vividos
junto a "la mar brava" de la ciudad dejada atrás por el poeta,
sino, también esas estelas que inventa la embarcación ya desanclada
y los fantasmales tripulantes de los cuales quedan sólo los nombres comunes,
algunos propios o los extravagantes apelativos: "Abuela", "Lorena",
"Rosita", "Carmen", "Martín", "Doña
Tolola", "Chuli", "Mamá Alicia", "La Huguito",
"La Pamela"," Papá pelón","Celeste"
o el de "Figurita".
"La contundente resistencia contra
la niebla" de la que nos hace confidentes el poeta Ricardo Musse Carrasco
no es acaso mirarnos a través de "empolvados espejos" y descubrir
que "las furiosas pedradas son tan inútiles para reventar" esa
imagen del sujeto que desembarca el navío de la pubertad y sólo
le quedan unas obsoletas cartografías y sus adminículos ce marinero.
Es frecuente encontrar entramadas, en los versos musseanos, estas vestiduras de
sus salobres peripecias por el Callao que, finalmente, patentan la resistencia
emotiva a dejar por completo la adolescencia. Creo firmemente que bitácoras
como: "Manoseándonos", "gramputeándonos", "trompearse"
o "sacarse a patadas la mierda", son los implementos que han sobrevivido
indemnemente al pavoroso naufragio del tiempo. Después el poeta tuvo que
moverse en otro medio, en otro orden de cosas y sujetos que probablemente han
llenado otros vacíos, pero no la garganta insospechada de donde brotan
estos desenfadados poemas que dan la apariencia de un filme en el que algunas
imágenes pasan rápidamente y otras se quedan arañando o desbordando
la pantalla interna como los poemas dedicados a la abuela, a su encierro y "sus
pesadas soledades".
El poeta evoca, además, los interrogantes
que no pudo ni podría resolverle la adolescencia, "¿acaso nuestro
temor a la oscuridad será para siempre?". Otra interrogante muy propia
al descubrimiento psicofisiológico es metaforizada y resuelta en "el
espumoso esperma que se vierte sobre aquellas islas/ que se encuentran muy distantes
de las azules costas/ de la felicidad", ya no por el adolescente sino por
el poeta reposado que recurre a los espejos a evocar y tomar posesión de
sus renuentes y, en cierto modo, entrañables fantasmas.
En el poema
XXVIII se percibe una limpieza y un desenfado para entretejer el despunte de un
tema tan acariciado y poblado de un misterioso hálito matemático,
"pero las corrientes de aire desplazan una coordenada oscura/ y recta/ porque
la muerte sopla con una letal insipidez/ hundiéndonos", da la impresión
que la muerte, para el poeta, no es precisamente el paso a la inercia absoluta
sino a unos "… angostos y absorbentes dominios…", donde tal vez, en
el futuro, esos viejos cadáveres sepultados en el pecho tengan algo que
decir por nosotros y lo hagan en el momento preciso.
El último poema,
de estos treinta, denota una melancolía existencial, que sólo atañe
a las criaturas que tienen la sensibilidad de mirar a los cuatro ejes, desde el
punto de origen a donde llegan infinitamente las reminiscencias y deben continuar
fluyendo. El poeta lejos de ser un doloroso confidente de la notable incompatibilidad
acerca de lo que buscan los miembros de la familia, audazmente poetizados, con
lo que busca él, "ese otro y distinto horizonte", prefiere entonces
iluminarlos, llevarlos consigo a cubierta porque los que quedan, finalmente, son
los que sobrevivieron al naufragio y llevan un mástil viejo y un puerto
atravesados en la memoria y unos cuantos caracoles que deben llegar a la ciudad
de exilio alojados en los bolsillos secretos de los que nadie abandonaría
al partir.
Las intensas caminatas o los fabulosos periplos en el navío
"Ángeles del abismo" me han permitido conocer fidedignamente
al Ricardo Musse poeta y compartir junto a José Díaz, César
Gutiérrez, Luis Ordinola, Elber Agurto, Antonio Peralta y Lelis Rebolledo
sus desvaríos cotidianos, sus excentricidades y, sobre todo, su compromiso
leal para con la literatura. Por cuota de este iconoclasta, mordaz y, muy interiormente,
sensible forjador de este poemario es que a partir del alumbramiento del mismo
la poesía angelabísmika se despoja de genéricos y platónicos
trajes para introducirse en un par de zapatos abarquillados y una camisa apolillada
y visitar, como es de hacerlo, con el ritual menos ritual, al empolvado "corazón
del mundo".