LA
NOVELA DE LOS INTOCADOS
Reinaldo
Edmundo Marchant
La novelística chilena
sigue en deuda con el tema de la dictadura y sus torturadores. Personajes siniestros,
responsables de los crímenes más terribles de Sudamérica,
casi no han sido tocados por la pluma de los escritores. Es verdad, existen libros
que tocan esta nauseabunda temática, pero de forma
tangencial, no de la manera constante, incluso hasta ahora mismo, que se hace
en España con la dictadura de Franco, o con los nazis, que sigue siendo
fuente de inspiración para grandes autores universales.
De forma
permanente, aflora la confirmación: todavía no se escriben los grandes
libros sobre la obscena dictadura chilena, los militares que gatillaron las armas,
y, lo que es peor, sobre "las autoridades civiles", que ocupan escaños
parlamentarios y viven tranquilamente, como si aquí, en este cada vez más
extraño país, nunca hubiera ocurrido nada.
La novela reciente,
"Me dicen el Querubín", del destacado escritor Walter
Garib (Editorial La Pluma del Ganso - Editorial Librería Nobel S.A,
2007), llega en un momento oportuno, no sólo a remecer con una narración
descarnada sobre la historia de un torturador, sino a sacar del letargo e indiferencia
a la prosa, despreocupada o neófita de nuestro lúgubre pasado.
Garib,
con un fluido lenguaje, lleno de oficio y de gran manejo de creatividad, se interna
en la oscura alma de Ismael Leonidas, "El Querubín", acusado
de torturar y asesinar a opositores políticos durante el gobierno militar.
Con
una pluma versátil, el autor inicia un crudo periplo del siniestro personaje,
develando sus demonios, el misterio de sus acciones, la impiedad contra sus adversarios.
Hay una limpieza absoluta en las palabras, coordinación precisa en la ilación
de los hechos y cierta maestría en fabular, que recuerda con insistencia
pasajes del "Otoño del Patriarca", de Gabriel García
Márquez.
Walter Garib, autor prolífero y premiado, no da tregua
al arrastrar bajo tinieblas al militar temible, pintando sus miserias, su degradación
humana, sin permitir que decaiga el hilo conductor de la narración, que
se hace fuerte a medida que surgen los acontecimientos.
El mejor logro de
esta novela es que nunca se convierte en un panfleto: el autor, se respira esa
intención, se ocupó de que prevalezca el arte, la fabula, la belleza
del lenguaje, por sobre la mera denuncia.
Y, quizás por sobre, Walter
Garib, al publicar este libro, ha despertado nuestra historia reciente. Ha sacado
de sus escondites y cuarteles a temibles personajes, seres intocables y aún
venerados por la clase política.
"Me dicen el Querubín",
es una buena novela, necesaria, valiente, que formará parte del selecto
grupo de aquellos indispensables libros que recrean la época del gobierno
militar.