Armando Roa Vial

 
 

 

 

LA POESÍA DE ARMANDO ROA
Lúcida desesperación


Tanto en sus traducciones como en su propia obra, el autor canta lacondición humana
con sus miserias y vergüenzas


por Bruno Cuneo
en Revista de Libros, sábado 31 de agosto de 2002



Pocas cosas en la vida, al menos para quien esto escribe, provocan mayor emoción que el hallazgo de un buen poema; conciencia y forma significante literalmente colisionan, y una sucesión de hallazgos en el curso de un mismo libro, pulcramente editado, bien podría equivaler a un derrumbamiento. Un libro, decía Kafka, sólo es tal si se nos clava como un hacha en el cerebro, si nos intimida. Así sucede con Lecturas anglosajonas (Ediciones U. Católica, 2002), excelente selección de algunos de los poemas más representativos de la literatura inglesa medieval, vertidos por Armando Roa desde su lengua vernácula -verdadera proeza- y no simplemente de las habituales versiones al inglés moderno.

La poesía anglosajona -escrita entre el siglo VI y XI de nuestra era- se cuenta entre las más ricas y determinantes de la cultura occidental y, se podría agregar, es también una de las más actuales. El hecho de que poetas de la talla de Pound, Auden, Borges o, más recientemente, Updike o Heaney evoquen una y otra vez estos textos arcaicos en lo que tienen de imperecedero, ya sea en sus propias composiciones, ya sea a través de traducciones, nos advierte que el interés que comportan no es simplemente arqueológico sino fundamental para comprender algunas innovaciones formales y temáticas esenciales de la poesía moderna. Pero esto, como diría Roland Barthes de una fotografía, es lo que se podría decir desde la perspectiva del studium. ¿Cuál es el punctum, lo que nos intimida o se nos clava como un hacha en el cerebro, de estos poemas? Es, nos parece, una cierta complicidad poética en la conciencia de la zozobra de nuestra época, pero también en el temple o el talante que de ella se desgaja: un ánimo de perseverar "humanamente", no a pesar, sino en la precariedad e inestabilidad de un universo en disolución, en la cornisa de la existencia, con todo lo que en ella hay de inadecuado, y cierra el paso, incluso si no se dan por descontadas las garantías que otorga la fe. En una palabra, el punctum de esta poesía, para emplear las palabras del propio Roa, es su "lúcida desesperación", que no se extravía meramente en vagas nostalgias, que canta la condición humana sin ocultarle su miseria y su vergüenza.

Esta "lúcida desesperación", lucidez totalmente eclipsada en los ojos del "último hombre", es también, hasta cierto punto, el temple de la obra de Armando Roa como poeta. Bastaría con abrir su último libro -Estancias en homenaje a Gregorio Samsa (Universitaria 2001), que incluye poemas, contrapuntos, imitaciones y aforismos y cuyo eje central son las metamorfosis metafóricas del célebre protagonista kafkiano- para descubrir cómo, en un mundo cuyo presente es incapaz de presencia, tampoco él cede a la mera "nostalgia del absoluto", y hace de la inquietud, la duda, el miedo, la zozobra y el equívoco el santo y seña de su propio alegato: "Sólo lo irremediable -escribe- nos mantiene lúcidos. Se debe prescindir de todo resguardo, la culminación está en la precariedad". No hay lugar aquí para el "optimismo cósmico", sino sólo para el desconsuelo como única forma de certeza. La intensidad telúrica de nuestras inquietudes es quizá tanto mayor que la de la poesía anglosajona cuanto que ni siquiera pueden verse ya en la realidad los fragmentos de un mosaico sagrado. Entonces, sólo Samsa deviene un poderoso retrato de lo humano susceptible de homenaje. Curiosa forma ésta de homenajear lo abyecto, difícil no ver en ello el tour de force de un gran escéptico, pero hay una forma de la misantropía que puede ser mucho más humana que la de un filántropo empeñado en "colmar un buey de adornos". Como Kafka o Beckett, Armando Roa sabe desde hace tiempo que lo único que podría sobrevivir de lo humano es la vergüenza y esa sabiduría corroe hasta la medula las certezas sobre las que aún se solaza el "último hombre" desvergonzado que, por lo demás, no se sabe el último sino el primero.






 

 
 

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