Diálogo con Ovidio, de
Gonzalo Rojas
Nuevo arte de amar
por Eduardo Lizalde
Gonzalo
Rojas, Diálogo con Ovidio, Aldus, México,
2000, 117 pp.
Material
explosivo, pero luminoso y numinoso como él
dice es el material que brilla en todas las
páginas de este libro de Gonzalo Rojas. Un diálogo
con el autor de Las tristes y Las Pónticas,
trazado con vigor y libertad pulquérrimas, como de
un solo golpe, y entonado sin pausa, en un solo
aliento, como el de los cantores dotados para emitir
la voz por encima de los ciento veinte decibeles en
salas mayúsculas de concierto.
Leyendo "en romano
viejo, cada amanecer" a su "Ovidio
intacto", como dice el poeta, nos entrega aquí
este nuevo, inimitable, irrepetible Ars Amandi
moderno, en que se confunden con alegría y con furia
las visiones, las voces, las imágenes del universo
entero, de Platón o Wittgenstein, de Safo, de
Anacreonte, de Catulo y Propercio, a Hölderlin y
Novalis, y de ellos a Breton, a Mallarmé y a Pound,
y a Borges y a Neruda, y a Vallejo, que le dio
"el tono" desde la juventud, como también
confiesa el poeta.
Este último pasmoso
libro de Gonzalo Rojas es un sólido tejido de
lenguas y de poéticas de todos los confines y
territorios en que ha puesto los ojos y los pies. Un
complejo muro deslumbrante en que pueden registrarse
los diversos estratos de sus vastas lecturas, sus
pasiones estéticas y eróticas a flor de piel. Un
himno a la belleza del mundo expresado con la
libérrima furia verbal de este mortal orgulloso y
jubiloso que es el gran poeta chileno.
Hölderlin fue el
último que habló
con los dioses
yo
no puedo...
Pero leyéndolo, en
este libro y en otros, uno siente la impresión de
que sí puede, de que ha logrado con fortuna hablar,
y de tú a tú, por lo pronto con los dioses vivos de
la literatura, que han sido sus ilustres, conocidos y
reconocidos amigos y contemporáneos, los Neruda, los
Borges, los Cortázar, los Octavio Paz, los Parra y
tantos otros.
Y también parece, sin
ser deísta, que ha logrado hablar con las
imaginariasdivinidades de las religiones y las
mitologías, él, metafísico y dionisiaco, pero
inteligentemente liberado de esa pesada retórica,
propia de los telúricosliridas americanos (algunos
grandes, hay que reconocerlo) que cantaron hasta la
saciedad las glorias del Momotombo, el Aconcagua, el
Popocatépetl y la Revolución.
No se puede acerca de
su Diálogo con Ovidio decir más de lo que el
libro dice, volcado él mismo sobre su lectura, como
un pensante espejo frente a otro. Tal parece al
leerlo que todo lo viejo, y todo lo moderno y parte
de lo por venir está expresado de insuperable modo
en estos poemas. Como que bien lo sabe el autor
desde el principio la única forma de no ser
libresco que un poeta tiene a su alcance, consiste en
atenerse, sin reparos ni tapujos académicos o
morales, a lasanfructuosidades, tiempos, timbres y
armonías de su habla personal, contada en ella tanto
el "romano viejo" como lasrasposas jergas
arrabaleras de cualquiera lengua y de cualquier
país.
La primera tentación
que yo sufroante este libro no es la de escribir
algún sesudo ensayo sobre la materia, sino la de
ponerme a leer en voz alta sus versos.Pero, como bien
lo dice Gonzalo en su presentación de 1997 en
Valparaíso, "[...] la poesía [...] debe leerse
en su aire y su respiro, o simplemente no leerse. Lo
penoso es que la oreja no alcanza a ver, y además
nadie sino el poeta dispone eneste caso de la
partitura".
Así, dejemos siempre
al miglior fabbro y mejor cantor leer él
mismo sus poemas como sabe hacerlo, él que posee la
partitura y conoce los códigos para descifrar esa
compleja maraña de hiatos y desinalefas, de acentos
tónicos y de juegos métricos que conforman el ritmo
de sus exactas arquitecturas sonoras. -
Texto leído en la presentación del libro en la Casa
Refugio Citlaltépetl, de la Ciudad de México.