Gonzalo Rojas: «Los físicos son los grandes poetas de
hoy»
El premio Reina Sofía de Poesía conmemora diez años este
miércoles. Gonzalo Rojas lo ganó en su primera edición y ahora viene a
España con nuevos poemas y convertido en
académico
por
Rosa María Echeverría
.............. Su indomable voz poética
llega desde el viento de Chile, abriéndose camino entre las minas de
carbón de su infancia, allá en Lebú, en un paisaje donde la libertad
se vuelve tierra y mar al mismo tiempo. A sus 84
años está viviendo según afirma «una reniñez» prodigiosa, de
aterradora frescura que parece ir creciendo en las alas del humor.
Ahora llega a Madrid para asistir el próximo miércoles día 30 en la
Universidad de Salamanca al acto presidido por su Majestad la Reina
con ocasión del aniversario de los diez años del Premio Reina Sofía de
poesía, premio que el poeta chileno obtuvo en la primera convocatoria.
También en estos días acaba de publicar en Debolsillo el libro «Del
Ocio Sagrado», con varios poemas inéditos.
-En ese paraíso de su
infancia, ¿cuando empezó a escuchar esos primeros balbuceos de su voz
poética?
-Nací en el golfo de
Arauco, muy próximo al lugar donde empezó a escribir Ercilla «La
Araucana». Con 23 años fue paje de Felipe ll y viene a Perú que es el
centro de la Conquista. Allí se encuentra con García Hurtado de
Mendoza y llegan a ese dificilísimo país que es Chile con aborígenes
feroces. Muy cerquita mataron a Pedro de Valdivia en un paraje llamado
Cañete.
De leyenda
-¿Creció a la sombra
histórica de estos personajes de leyenda?
- Sí,
crecí con la historia de mi país dentro, junto al Mar Pacífico, con
Ercilla, Pedro de Valdivia y el maravilloso indio Lautaro, un
personaje mítico delgado como una flecha. Nací en Lebú, un vocablo
mapuche que significa «hombre de la tierra». Delante de mí se extendía
un paisaje fluvial y marítimo con incensantes ventoleras,
maravilloso... La infancia es la patria de los poetas. Mi padre era
minero del carbón, una persona letrada que le habían enseñado hasta
francés. Yo vine al mundo el 20 de diciembre del año 17. Soy del plazo
del Rulfo y luego fui muy amigo de Juan. Éramos ocho niños y yo el
penúltimo, pero era un trabajo tan duro que mi padre murió con 40
años. Trabajaban debajo del mar y a veces nos llevaba con él a la
mina. En el olfato de mis recuerdos, conservo todavía la vaharada del
carbón. Mi madre era preciosa, finísima, pero al quedarse sola nos
trasladamos a Concepción.
-Entre la luz del cielo
y la oscuridad de la tierra, ¿cómo llegó a acceder al misterio de los
libros?
-Conseguí una beca y estuve
interno en un liceo espartano. Allí me enseñaron a leer por dentro,
descubrí el portento que se encerraba en una vocal, en una sílaba,
surgió ante mí el lenguaje, con toda su vibración, con toda su
vivacidad. Me harté y con 17 años le planteé a mi madre. «¡Me voy al
norte!». En Chile somos tan sureños que siempre que nos escapamos
vamos al norte, al norte. Ella como era tan fina, solo me dijo:
«¡Váyase pero escríbame!». Fuí en barco y tiré al límite con Perú a
trabajar a unas minas de nitrato de sodio porque había grandes
empresas salineras. Se ve que me tiraba lo mineralógico. Tengo que
decir que era un lector implacable, llevaba toda la colección de
escritores griegos y romanos. Incluso sabía un poco de
sánscrito.
-¿Estudió en Santiago
Derecho y Filosofía?
-Sí, y allí comencé mi vida
literaria. Todo empezó con un encuentro con Vicente Huidobro. Un grupo
de muchachones íbamos a visitarle a su casa. Era una figura que empezó
a sembrar libertad en nuestras mentes. Hacía muchos viajes a París y
nos hablaba del dadaísmo y de los «vanguarderos» como yo les llamaba
con ironía. Por la oreja izquierda nos entraba la vivacidad de las
nuevas corrientes y por la derecha el clasicismo de los poetas
clásicos. Pero después me integré en un grupo mediocre que me aburrió
y decidí de nuevo huir al norte «a nortear». Eso sí, me llevé a una
bella muchachita al desierto de Atacama, por donde entró Diego de
Almagro y le fue pésimo. Tuvo que volverse todo chamuscado.
-¿Quedó prendado y
prendido de nuevo en brazos de la naturaleza?
-Sí,
porque volví a ese mundo que yo adoro, las caletas, los mineros...
Allí nació el mayor de mis dos hijos, Rodrigo Tomás Rojas McKenzie,
que ahora es un gran médico y vive en Alemania. Después ya me
introduje en la vida académica y participé en la fundación de la
universidad de Valparaíso. Estuve tres veces en China y en el 53 tuve
la opción de dialogar con Mao. Más adelante, en el 71, Allende me
nombró Consejero Cultural de China. También estuve como diplomático en
Cuba y allí me sorprendió el episodio del 73 en Chile, así que fui a
parar a un puerto del Báltico donde hacía un frío horrible, con la
policía militar siempre encima.
-Después de alimentarse
de la savia de su tierra chilena, ¿cómo vivió las convulsiones del
exilio?
-Yo nunca he sido comunista
ni socialista sino anarco, ajeno a la vida política, pero
profundamente del lado izquierdo. Viví en Venezuela y participé de la
vida académica en la Universidad Simón Bolívar. En cuanto a la poesía
he sido muy lentiforme, publiqué siempre muy diferidamente. Mi primer
libro en el 48, el segundo en el 64 y el tercero en el 76. En cambio
luego he escrito mucho. Pero fue con «Oscuro» con el que conseguí una
gran audiencia. Por cierto, Ricardo Gullón en Ínsula, publicó unas
críticas muy buenas. Curiosamente los norteamericanos me llevaron a
todas partes, a Nueva York, a todas las televisiones...
-Siempre ha seguido su
propio camino al margen de grupos y camarillas, enfrentándose solo a
sí mismo. ¿No ha tenido contactos con escritores?
-Sí,
por supuesto, tuve y tengo grandes amigos como Octavio Paz, el Rulfo,
Sábato o Mutis. «La Mistrala», como yo la llamo, me escribía muchas
cartas. Pero cuando publico mi primer libro, un «pontifice maximus»
escribió en «El Mercurio»: «Al paso que van las letras nacionales no
prometen nada bueno». Eso me maravilló porque me dejó a la intemperie
y me regaló la libertad. Mi natural es por completo ajeno al
éxito.
Pasión científica
-Ahora mismo con la vida
balanceándose en la memoria, ¿de qué se siente más
satisfecho?
-De lo único que me
enorgullezco fue de un curso que organicé en 1957 en la Universidad de
Concepción. Durante cinco años pasaron por allí los científicos y los
escritores más grandes del mundo. Sin duda la imaginación científica y
poética es la misma. Hoy día los físicos son los grandes poetas.
Nosotros,«los literatosos» somos horrendos. Wittgenstein decía: «Casi
todo es otra cosa». ¡Qué maravilla! Es el eje de nuestra pobre
condición.
-Es un enamorado de la
poesía mística, sobre todo de Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
¿Cómo ha llegado a ese territorio de «lo
luminoso»?
-Alguna gente me ve como un
poeta erótico pero es que no hay nada humano ajeno al eros. Sin
embargo detesto el «eros vil», el eros sucio y bajo. En mi poesía de
amor lo sacro es siempre lo luminoso, aunque existe una íntima
relación con ese eros que forma parte de lo humano. Lo mismo sucede
con el humor. A mí me atre lo lúdico, el humor hijo de la ironía
romántica con sus categorías estéticas, el humor de nuestro padre
máximo, Cervantes, el Arcipreste de Hita o Fernando Rojas.
-Le acaban de nombrar
académico de honor de la Academia Chilena de la Lengua. ¿Cómo será su
discurso?
-Rubén Darío decía: «De las
Academias, líbranos Señor» pero lo he aceptado porque a mi edad
no puedes convertirte en un viejo altanero y pesado. Les diré que la
poesía encarna en uno como por azar y que uno no merece la Palabra. Se
la dan porque se la dan.
en
ABC , 28 de octubre 2002
Fotografía Juan Ernesto Jaeger