La
imaginación y el coraje lo hicieron llegar a ser el que es: un poeta que
traspasados los ochenta es un "viejoven" que escribe cada día al
amanecer cuando el duchazo frío le enciende las arteriolas del seso.
Mientras el mexicano Christopher Domínguez nos muestra en las páginas de
su diario a un Rojas entonado recorriendo el sur profundo, el profesor
Hozven subraya cómo su poesía pertenece a la familia de los dinamiteros
verbales.
"¡Qué divertido es esto/ de nacer y de morir!" - escribe el
poeta Gonzalo Rojas, hoy poeta laureado con insistencia (Premio
Cervantes 2003, Octavio Paz 1998, José Hernández 1997, Reina Sofía y
Premio Nacional de Literatura 1992) y ayer poeta del exilio y del
transtierro, lo que es igual a poeta sin partidos, burocracias
salvacionistas o consignas políticas. ¿Cuál ha sido el secreto de su
permanencia poética? ¿Por qué nos sigue alumbrando como pocos, en este
ejercicio difícil del diario vivir?
La palabra de Gonzalo Rojas es poética, creadora, por su porfía en el
diálogo entusiasta. Hay un Gonzalo Rojas que entusiasma conversando. Así
fue como inauguró en Chile y en América hispánica los diálogos
americanos (hoy día cotidianos, ayer inexistentes) que él comenzó en la
Universidad de Concepción entre 1958 y 1962. En esos "Encuentros
Internacionales de Escritores" las voces encendidas de Neruda,
Fuentes, Rulfo, Carpentier, Roa Bastos, entre tantos más, establecieron
puentes y vasos comunicantes en nuestro tradicional insularismo y
desconocimiento recíprocos. Con ellos, el conversador y político Gonzalo
Rojas (político, sí, en el sentido de fraternidad orientadora hacia los
otros, y no en el servil de la manipulación programadora para el
provecho propio) abrió una brecha de imaginación y reflexividad en
nuestra cordillera, no en la mistraliana que nos aupa las entrañas, sino
en la perniciosa que nos aísla, en la muralla impalpable de la inercia
de los de adentro y de la indiferencia de los de fuera. Gonzalo Rojas
hizo conciencia y país dialogando con la tradición presente, soterrada,
de nuestro continente, que nos conversa a través de sus escritores
(porque se habla con la lengua pero se conversa con el cuerpo) en el
lenguaje cifrado de los mitos, de las formas de convivencia y de la
oralidad. Esos "Encuentros..." dieron un mentís al peso de la noche,
fueron la cara pública de la conducta cívica con que Gonzalo Rojas -
poeta de la pluma pero también de la vida- modernizó poéticamente el
estado de conciencia de nuestra cultura moral.
Su poesía y recitales tan vivos ponen en escena comportamientos
rituales nuestros que tiñen de singularidad temas dolorosamente
frecuentes en el mundo hispanoamericano: el exilio, el intraexilio, la
doble censura (tanto la que prohíbe llanamente como la más retorcida que
censura obligando a hacer). Estos gestos verbales, tan frecuentes en la
poesía de Rojas, son otros tantos guiños cómplices, pragmáticos más que
verbales, a lectores involucrados con el poeta en costumbres, usos y
presuposiciones comunitarias. Sus poemas cambian según la velocidad en
que los leamos. El ritmo de su lectura no siempre coincide con el de su
comprensión: sus poemas nos invitan al salto mental, sus versos asemejan
relámpagos que iluminan oscuridades que hay que descifrar. Sus poemas
construyen columnas de sentidos y de aire rítmico tan rotundos y
crípticos como un aforismo. Aquí está el origen de esa sensación
fantasma que a menudo sentimos sus lectores: de leer algo que sus poemas
no dicen, pero que sin embargo significan, ya que ese algo está bien
ahí. Experiencia de una familiaridad que nos descubre solidarios por
encima de viejas diferencias políticas o históricas. Esta es la
generosidad de su poesía: el autoexamen personal o social siempre aspira
al espacio de una libertad en movimiento, nunca al replegado laberinto
del resentimiento ("aire,/ más aire,/ no para respirarlo sino para
vivirlo").
Su poesía, indudablemente, pertenece a la familia de los dinamiteros
verbales: Marcial, Quevedo, Breton, entre los sobresalientes del lado de
allá; Vallejo, Kerouac, De Rokha, entre los de acá. Pero, a diferencia
de ellos, su énfasis está en el tono, en los múltiples mecanismos
expresivos de orden prosódico, con que nos despierta figuras
contrapuestas, entonaciones de otros tantos paisanos de lo nuestro (lo
muestra Jaime Giordano). Está el tono estoico: "Dices que te vas. Bueno,
te vas/ hoy mismo en ese avión al sur te vas/ tan ligera como
viniste.../... Usted/ fue feliz. Yo fui feliz. El adiós sangriento/ fue
feliz". El tono autodenigrativo: "He comido con los burgueses,/ he
bailado con los burgueses,/ .../ He visto el asco en su raíz,/ la
obscuridad en su raíz". El tono sarcástico, de doble vaivén, que tanto
profana lo sagrado (en "Contra la muerte") como también sacraliza lo
profano (en "Réquiem de una mariposa", por ejemplo). El tono desengañado
del autoengaño, después del descalabro de las utopías del Este en el
Oeste y en el Este (en "Domicilio en el Báltico"). Su tono fastidiado
frente a los fascinados por la palabra totalitaria: profesores narcisos,
artistas super-ego o poetas del politizar y no poetizar. Funcionarios
todos del salvacionismo solidario y de la adhesión total, variantes
siempre de la palabra servil o del callar sucio.
El entusiasmo torrencial, que vitaliza todo lo que toca, es otro
rasgo permanente en la poesía, en la enseñanza y en el trato de Gonzalo
Rojas. Aparece a través del Ritmo, con mayúscula. El Ritmo es el gran
religador y defensor de la libertad humana cuando rescata "el largo
parentesco entre las cosas", los hombres y sus pasiones. Palpita desde
el subsuelo genésico de Lebu - Leufü: "torrente hondo", cuna del poeta-
al peregrinar del profesor y viajero Gonzalo Rojas, quien
- como
Homero- va y viene desde Ilión a Dios: "el oleaje de las barcas/ exige
ritmo/ Homero/ vio a Dios". El Ritmo libera porque abre en "los objetos
la puerta de mí mismo" así como arroja al sujeto al "parto de lo sonoro"
y a su comunión en abismo con la mujer: gran religadora porque "Eva y
Cipris concentran el misterio/ del corazón del mundo" (Rubén Darío). La
mujer, en especial la baudeleriana - replica hoy día Rojas- es "materia
de encarnación radiante", "Eternidad/ que no se ve" porque hace sensible
al mundo: "partícula fugaz de libertad visible". La mujer traduce al
ritmo y encarna el diálogo del hombre con las materias vivas del mundo.
La mujer, como el poeta, es un latido en el río de las tradiciones; por
eso, su trato hace del presente un manantial de presencias. Ritmo, mujer
y visión se entrelazan para este poeta alumbrado por Diotima, en la
huella del otro mayeuta, también fundador y practicante de la ética
libérrima como conducta.
París, noviembre 2003