Se trata de la obra
poética completa del autor reordenada por él mismo. Lo más recomendable
son los personales ensayos en prosa de la última
parte.
Pese a que Gonzalo Rojas (nacido en 1917) es
hoy uno de los poetas más representativos de Hispanoamérica y fue
galardonado, entre nosotros, con el Premio Reina Sofía de Poesía
Iberoamericana en 1992, su obra no había sido suficientemente divulgada.
Metamorfosis de lo mismo viene a cubrir en parte esta injusta
ignorancia, como tantas otras que se producen en el ámbito de la
creación. Se trata de la obra poética completa del autor reordenada por
él mismo según determinados apartados temáticos: “Concierto”, “El
alumbrado”, “¿Qué se ama cuando se ama?”, “Historia, Musa de la muerte”,
“Materia de Testamento”, “La risa” y “Vertiente en pobre prosa”.
Aconsejaría al lector que iniciara la lectura del volumen por esta
última parte, donde se reúnen una serie de personales ensayos en prosa,
que permiten iluminar el conjunto y prescindir de “Palabra previa”,
breve prólogo excusable.
Discípulo directo de Vicente Huidobro,
Rojas se integró al tardío movimiento surrealista chileno a través del
grupo que reunía la revista surrealista “Mandrágora” (1938–1941). Pero
abandonará pronto la poesía “de escuela”, sin llegar a practicar el
surrealismo en el sentido más extremo o puro. Sin embargo, su obra tuvo
que dialogar y situarse entre la de gigantes: Gabriela Mistral, a la que
poco, mas algo debe; pero la atracción de la obra de Pablo Neruda le
resultaría irresistible e inevitable, asimismo, pese a restar en otro
escalón, la de Nicanor Parra y su “antipoesía”, casi coetáneas. El
lector podrá comprobarlo en “Gracias y desgracias del antipoeta”
(páginas 540 y siguientes). Hacerse con una voz propia, admitiendo
deudas de Vallejo, de Paz, de Borges, de Pablo de Rokha; aunque también
de Ezra Pound, de Cesare Pavese, de los clásicos latinos y también de
los griegos, de algún poeta español y de cuanto pudo ir descubriendo en
una vida viajera y cosmopolita no podía resultarle sencillo. No lo fue
ni siquiera para Enrique Lihn.
La poesía de Gonzalo Rojas admite
en un texto sobre Borges: “Otra cosa que habré dicho otras veces en
cuanto al registro de influencias por demás necesario en mis
interminables mocedades es ésta: Vallejo me dio el despojo y cierto
balbuceo en diálogo con mi asma y mi tartamudez y desde ahí el
descubrimiento del tono; Huidobro acaso el desenfado; Neruda cierto
ritmo respiratorio que él aprendió en Whitman (tan caro a Borges) y en
Baudelaire; pero yo gané el mío desde la asfixia. ¿Y Borges? El rigor,
‘l´ostinato rigore’ que dijo Leonardo. Y el desvelo. Un desvelo al que
se llega sin prisa, por incesante crecimiento”. Como Machado se
planteaba desde la duda, es, a la vez, clásico y romántico; es decir,
moderno y tradicional.
Hay abundantes muestras de metapoesía en
su obra que, así reunida, pretende mostrarnos su unidad interior, su
coherencia: una voluntad de afirmación. Los poemas más recientes, ya de
vejez, tras la muerte de su esposa, resultan conmovedores y pueden
entenderse como un canto interminable a la vida y a la juventud de un
hombre que ha superado ya los ochenta con el corazón de veinte. Las
divisiones resultan naturalmente forzadas. “La risa”, por ejemplo,
pretende reunir aquellos textos que mantienen un tono irónico, que
buscan la sorpresa del lector mediante el humor, siempre inteligente y
lúcido. Por ejemplo, “Del fulgor”: “Como 7 fueron los libros que escribí
sobre tus ojos, no/ publiqué ninguno, dejé/ que pasara el tiempo, que
pasara/ la imantación de tus ojos por/ los ventisqueros y el que se
encargara/ fuera Dios.// Tampoco Él hizo gran cosa, te dejó llorar...”
que muy bien podría formar parte de “¿Qué se ama cuando se ama?”, porque
el tema fundamental es amoroso.
Del mismo modo, otros poemas de
este apartado son formalmente bien diferentes. Porque, como ya
apuntábamos, pese a la deuda vallejiana, presente sin duda, Rojas
alterna fórmulas irracionales, derivadas del Neruda más conocido y del
menos, con otras de un Huidobro cuya materia básica es la palabra
lúdica. Sin embargo, no acostumbra a desdeñar el tema, incluso la
anécdota, en el poema. Pero podemos advertir, asimismo, la desnudez
expresiva. No en vano mostrará su lógica admiración por la obra de San
Juan de la Cruz.
Al margen de una poesía inspirada en sus
experiencias, utilizará tal vez con mayor frecuencia materiales de
carácter cultural: lecturas poéticas, experiencias musicales o
cinematográficas. No deja de ser curioso para el lector español el poema
“Tristana”, dedicado al filme de Buñuel (inspirado en la novela de
Galdós, que ya no se menciona), donde el lenguaje busca transmitirnos el
mundo y algún título del constante surrealista aragonés, heterodoxo del
movimiento, como Rojas. Su final sorprende: “...Dios quiere dioses, qué
película/ tramara Luis Buñuel con nosotros: a ti/ por Vía Láctea te
diera el papel de loba/ espléndida, a mi el de/ clown ciego por
partidario/ de la botánica oculta:– Cámara,/ y transfiguración; a/
volar”. También utilizará el lenguaje conversacional, el de la nueva
tecnología, preocupado como Huidobro por la ciencia, y no desdeña, ni
siquiera, aunque en contados poemas, el uso estético de chilenismos.
Metamorfosis de lo mismo nos ofrece un poeta de considerable entidad,
aunque lejos de la cumbre de un Neruda o un Huidobro. La reordenación de
los materiales nos permite tener a mano, además, una perspectiva propia
del autor. Ha incluido, asimismo, algunos poemas no editados
anteriormente en libro. Y sus páginas en prosa finales resultan del todo
recomendables.