proyecto patrimonio
Visionario
Heterodoxo
por Pedro Pablo Guerrero
Poemas,
novelas, crónicas, ensayos y textos híbridos, muchos de ellos inéditos o
repartidos en revistas marginales y libros rarísimos. Unas tres mil
páginas, según estimaciones, conforman la descomunal herencia de este
autor sobre el cual poco sabemos, alejado, por su propia voluntad, de
capillas e instituciones que pudieran mantener vivo su recuerdo. Un
poeta que se cambió el nombre, relegando el original (Moisés Filadelfio
Gutiérrez Gutiérrez) a una partida de nacimiento que, tal vez, ya ni
siquiera existe. Como tampoco existe recuerdo alguno, salvo el
seudónimo, de Rosa Amelia del Valle, su amor de juventud.
De Curacaví a Nueva York
Es muy
posible que Rosamel del Valle haya nacido en Curacaví el 13 de noviembre
de 1901. En todo caso, nadie lo puede confirmar: sus hermanos murieron
antes que él y tampoco tuvo hijos. Lo cierto es que en 1918, tras la
muerte de su padre, comienza a trabajar como operario linotipista en una
modesta imprenta del barrio Mapocho. Luego se convierte en reportero de
La Nación. Son años de bohemia. Junto a Alberto Rojas Jiménez, Homero
Arce, Juan Florit y Urbano Donoso, entre otros, se reúne en los bares de
Matucana y lee poemas en la Quinta Normal, al paso de los trenes. En
1920 publica su primer libro, Poemas lunados, que él mismo se encarga de
retirar de circulación por ofensas al pudor (el suyo). Colabora en
numerosas revistas culturales y funda dos: Ariel y Panorama. En 1926
publica Mirador, el primer libro que reconoce como legítimo. Orfeo, su
obra cumbre para algunos, aparece en 1944. Al año siguiente, gracias a
las gestiones de Homero Arce asume como funcionario de Correos y
Telégrafos, cargo del que lo rescata Díaz-Casanueva, quien le consigue
un puesto en el departamento de publicaciones de las Naciones
Unidas.
Llega a
Nueva York en 1946. Allí conoce a su esposa, la canadiense Thérse Dulac.
Comprensiva, ella le tolera su bohemia impenitente, a la que da rienda
suelta cada 18 de septiembre junto a los chilenos que llegan hasta su
departamento. El resto del año escribe como poseso desde las cinco de la
mañana, publica libros y artículos, vagabundea por la ciudad, filma en 8
milímetros sus encuentros con Allen Ginsberg y los beatniks, viaja por
América del Norte y Europa. Lo tiene todo, casi. Pero regresa a Chile en
1963. Salvo excepciones juveniles, el mundo literario lo recibe con
frialdad. Muchos de sus conocidos han muerto o se han marchado. No
alcanza a hacer nuevas amistades. Muere el 22 de septiembre de 1965.
Un Orfeo del Pacífico
Hernán
Castellano Girón (escritor, artista plástico y académico de la
California Polytechnic University) lo alcanzó a conocer en 1964, en casa
de Armando Menedín, quien acababa de editar El sol es un pájaro cautivo
en el reloj. Rosamel iba acompañado de su esposa. Los dos vestían
exactamente igual, con una elegancia de otro mundo, abrigos y gorros de
astracán. Teresa era rubia y muy menuda. Rosamel, más alto y corpulento,
recuerda Castellano. Lo vería nuevamente en las tertulias que el poeta
organizaba en su casa de José Domingo Cañas.
Años más
tarde, durante su exilio en Italia y Estados Unidos, Castellano le
dedicó dos tesis universitarias que sirvieron de base a un ensayo sobre
la obra de Rosamel del Valle, El poeta tornasol, de próxima aparición en
Chile.
Visionario es el adjetivo que Castellano utiliza para
caracterizar al autor de Orfeo, libro que alude al poeta-mago, famoso
por su viaje a los infiernos, y a quien se atribuye la introducción en
Grecia de los misterios de ultratumba:
- Gran
parte de la poesía de Rosamel del Valle está basada en visiones. Desde
este punto de vista, su poesía es mayormente fanopoiética, para usar la
caracterización de Ezra Pound. Es decir, evoca imágenes que no conducen
al logos. Sin embargo, tras su lectura te das cuenta que ellas trasuntan
la concepción de un universo. Es una idea totalizadora, muy pitagórica,
y forma parte de un árbol que viene desde el orfismo hasta los
surrealistas, pasando por Blake y los románticos alemanes: Hlderlin,
Novalis... Lo grande de Rosamel, su genialidad, es haber construido una
especie de crisol o destilado alquímico en el cual ese conocimiento
milenario y esas tradiciones se transforman y se expresan
poéticamente.
Defensor
de su singularidad, Castellano se manifiesta en desacuerdo con quienes
incluyen al poeta chileno entre los discípulos latinoamericanos del
surrealismo:
- Es
indudable que hay una afinidad con los surrealistas, pero yo no hablaría
de una dependencia ni de una influencia, como lo hace, por ejemplo, Anna
Balakian, la traductora al inglés de su novela Eva y la fuga. Para
empezar ningún latinoamericano necesita ser un discípulo de los
surrealistas, porque nosotros somos surrealistas sui generis, por
naturaleza, y nadie nos tiene que enseñar a serlo. Si Dalí dice yo soy
el surrealismo, nosotros lo podemos decir con más propiedad, porque es
una expresión absolutamente normal de nuestra alma mestiza, nacida del
encuentro entre dos mundos.
- Rosamel
- puntualiza el antologador de Un Orfeo del Pacífico- no es un apéndice
bretoniano. Hubiera existido igual, con o sin André Breton y los
surrealistas ortodoxos. Creo que Rosamel, incluso, podría haberles
enseñado a ellos si hubieran tenido más comunicación, pero Rosamel se
fue a Estados Unidos en vez de Europa.
Convencido de que Rosamel del Valle iguala y aun supera en
estatura a otros grandes ninguneados de la poesía chilena, Castellano
afirma:
- Es un
genio único en la literatura occidental. Y no estoy haciendo una
hipérbole. Huidobro, no cabe duda, es un padre fundador. De Rokha
contribuyó a formar el lenguaje tumultuoso, tan latinoamericano. Pero
Rosamel tiene un lugar propio. Es una especie de vaso comunicante, en el
sentido de bucear en las más profundas raíces poéticas de lo que
llamamos cultura occidental. De la Metamorfosis de Ovidio, el primer
gran exiliado, toma elementos fundamentales en su concepción poética;
luego recoge la idea cosmogónica de Dante. Lo mismo hace con el
romanticismo iluminista de Leopardi, las visiones de Blake, Rimbaud y
los simbolistas. Su poética es el resumidero de una cultura que ha
alumbrado, precisamente aquí, un Orfeo del Pacífico.
Y para
terminar de demostrarlo, Castellano anuncia, además de su ensayo, una
nueva edición de Eva y la fuga, publicada en 1970 por Monte Avila, en
Caracas. Definitivamente, lo único que explica, a juicio del
recopilador, el olvido en el que cayó por décadas Rosamel del Valle es
haberse adelantado a su época.
El poeta negado
Distinta
es la opinión del poeta Leonardo Sanhueza, quien no cree que este olvido
responda a una simple omisión histórica:
- Todas
las generaciones anteriores lo negaron, todos reconocían que era un gran
poeta, pero nadie lo reactualizó, por una cuestión de egoísmo con sus
propias poéticas. La generación de los 80 se lo ha pasado hablando de
Parra, Bukowski y los beatniks y de ahí no sale. El nombre de Rosamel
empieza a circular a propósito de un buen número de poetas jóvenes y, en
menor medida, de poetas viejos que lo están releyendo.
De hecho,
paralelamente a los trabajos de Castellano y Sanhueza, en los últimos
años han contribuido a la recuperación de la obra rosameliana autores
como Cristián Formoso, Ismael Gavilán y Cristián Gómez, además de la
profesora María Eugenia Urrutia, autora del estudio Rosamel del Valle,
poeta órfico (Red Internacional del Libro, 1996).
- Es un
proceso natural - opina Sanhueza- , que responde a la sensibilidad
propia de la posdictadura, cuando viene un periodo de reflexión durante
el cual empiezan a volver los aires más auténticos de la poesía y se
rescatan antiguos nombres nuevos.
Su
edición de la Obra poética rosameliana fue el resultado de un proyecto
que, admite, se concretó gracias a una casualidad:
-
Jodorowsky le propuso a Juan Carlos Sáez editar las obras completas de
Rosamel del Valle. Sáez se entusiasmó y Martín Bakero, el secretario de
Jodorowsky, me escribió solicitando asesoría y libros. Cuando le dije
que las obras completas ocuparían, al menos, tres mil páginas, me
contestó que lo habían pensado mejor y que estaban de acuerdo en editar
sólo la poesía, que era mi idea original desde hace años. Me dijeron:
ponte en contacto con Juan Carlos Sáez. Así, de un día para otro, me
convertí en hombre orquesta, haciéndolo todo. Yo feliz, porque no quería
descuidar ningún detalle.
Para
incluir parte de los poemas inéditos se comunicó con Ludwig Zeller,
quien vive actualmente en México y conserva una carpeta con textos de
Rosamel del Valle titulada Los bellos desastres, que Thérse Dulac le
entregó en Canadá poco antes de morir. Generosamente, Zeller le envió a
Sanhueza copia de los textos, agregando algunos de sus collages para
ilustrar la edición chilena.
A pesar
del tiempo transcurrido, Leonardo Sanhueza no muestra duda alguna acerca
de la vigencia de Rosamel del Valle:
- Me
parece que su poesía es más actual que cualquier otra, porque pone al
hombre por encima de todo. Huidobro dice: hay que crear un poco de
infinito para el hombre. En cambio, Rosamel escribe que el hombre se
quita un poco de infinito cada vez que se afeita. Esa es la diferencia:
lleva el infinito dentro de sí. Tiene una semilla de ese optimismo coral
propio de la tragedia griega, que se relaciona con hallar lo que el
existencialismo no encuentra. Podríamos acuñar el término
existencialista-optimista, pero sin caer nunca en un canto
hueco.
Cita un
verso rosameliano (¿Cómo puedo abrirle la puerta al éxtasis/ Si tengo la
casa llena de lagartos?) que, asegura, muestra al hombre con toda su
crudeza, jalonado por la angustia, pero, a la vez, mirando las
estrellas. Rosamel cree que el hombre es dionisiaco por naturaleza,
aunque la lámpara apolínea está siempre encendida.
Respecto
de quienes insisten en estudiar a Del Valle a la luz de las vanguardias
europeas, Sanhueza se muestra categórico:
- Rosamel
es alguien tan heterodoxo que no hay manera de encasillarlo en una
escuela. Evidente que pertenece a lo que se llama las vanguardias, ¿pero
ayuda en algo saberlo? Sólo a los estudiosos de la literatura. Para mí
es, simplemente, un poeta órfico, y cuando digo esto mi aproximación es
a partir de la historia de las religiones, de lo que significa
originalmente el mito de Orfeo. Decir órfico es como decir católico o
evangélico. Incluso, si se ocupa en términos metafóricos se debe tener
en cuenta su primer significado. Sólo a partir de él se pueden
establecer las similitudes de Rosamel con Díaz-Casanueva y el tremendo
poeta que fue Gustavo Ossorio. Pero también con autores que coquetearon
con el orfismo, como Carlos de Rokha, Gonzalo Rojas y cierta
Mandrágora.
Aprovechando el enorme caudal de información recolectada,
Leonardo Sanhueza prepara actualmente un nuevo libro sobre el autor de
Orfeo. Creo que se va a convertir en una novela, pronostica. Y añade
que, además, quiere editar una antología de las numerosas crónicas de
Rosamel del Valle dispersas en la prensa:
- Era un
cronista notable, entretenidísimo, sobre todo en los artículos de Nueva
York, donde, por ejemplo, relata su visita a la tumba de Poe, describe
un matrimonio de negros y alude a las mansiones de Harlem.
El Mercurio nov.
2000
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