de "País Blanco y Negro" (1929)
        ..... En primer lugar, qué sentido tienen mis ojos. Suponiendo que 
        irremediablemente esto tuviera que suceder al ahogarse la tarde, yo 
        tendría que hablar o contar todo desde la habitación del sentimiento. 
        Pero, aunque no se ha agotado la producción universal de suspiros, me 
        parece que puedo desertar fusil al hombro de tales vicios. Muerte al 
        suspiro.
        ..... Mi habitación tiene altos muros y aquí no proclamo ninguna 
        consistencia, ningún color especializado. Afuera el cielo corre 
        velozmente. Me gusta ver pasar los peces que caen de los árboles. Pero 
        la piel tibia de las palabras se estira con cuidado, pues la noción no 
        aparece siempre en cada discurso. Y no es que yo tenga que hablar de 
        hechos precisos, de sucesos de gran estatura. Vive en mí lo mágico. Ojo 
        que no se sobresalta, ojo perdido. Mi sobresalto no tiene huella de lo 
        pequeño o lo grandioso. Tiembla mi pupila. Tiembla mi pupila. Es cosa 
        diferente. Y en todos los ojos una luz se ahoga.
        ..... Me rodean cosas y sucesos pequeños. Mis ojos transforman estas 
        cosas y estos sucesos sin el sentido que representan.
        ..... Y es que mis ojos viven en su labor de sorpresa libre y sin 
        derrota. A veces existe lo mágico vivo como una lengua. Es la realidad 
        con escamas, la realidad bandolera con su piel distinta. Pero, retened 
        las cosas con todo lo mágico que contengan, guardad la magia que palpite 
        en sus venas. Sé que eso es inútil, porque este juego se alimenta de 
        inesperadas transformaciones. No puedo permitir que la realidad 
        permanezca frente a mí con su rostro de prisionera o de ahogada. Veo el 
        fuego de su cuello, el vapor de su boca perpleja y poco dueña de sí 
        misma. Veo la voz que le crece, lo maravilloso como un signo, el grito 
        de su fallecimiento. Y la tomo en el acto. Y para qué existen entonces 
        los elementos. Por qué a veces vive el arcoiris en los bosques del 
        cielo. Para qué estalla el color de la rosa y tira de su rama. Para qué 
        aparece la estrella suelta como una hoja. Para qué crece el corazón en 
        el sueño. Y el viento de qué manera impone su presencia. Y para qué voy 
        a gritar estas cosas que se transforman sin un ruido. Si la máquina 
        estalla es porque respira demasiado fuerte. Ley de su necesidad. Pero el 
        hombre que guarda su paciencia de transformador de elementos entre sus 
        propias selvas, entre sus caminos vegetales, en el vasto país de su 
        memoria, de qué modo justifica el ruido que ahogn sus palabras, sus 
        poemas, el sonido de sus mejores gestos. De qué modo y para 
        qué.
        {...}
        ..... Y luego que el árbol, la nube, la lluvia, el océano, etc., no 
        han sido nunca tristes. Nunca su presencia se asemejó a las cascadas que 
        caen de los ojos del hombre. Él quiso adherirle su aliento de tristeza y 
        desamparo para asemejarlo de alguna manera a la debilidad de su corazón 
        envejecido. Imaginad la tristeza de esta clase de hombre adherida a la 
        alegría del viento o de la ola, por ejemplo. O si existe el hombre que 
        toma lo natural para inventarse una magia de acuerdo con su condición de 
        artista, hablemos entonces de un nuevo mago que no se siente derrotado 
        por los elementos, sino tan fuerte como ellos y como ellos lleno de 
        maravilla.
        {...}
        ..... Me parece que en alguna parte el agua corre con su vidrio 
        líquido. La sigo sin gran esfuerzo porque el corazón se desinfla al 
        borde del agua. El corazón: he ahí un enemigo, pequeño dragón para quién 
        aún no ha aparecido el ángel. Dulce pez que se ahoga con el peso de sus 
        innumerables escamas. Hacia este mito quiero arrastraros con mi mejor 
        sentido. Lo toma en las manos y supongo que no hay otro relámpago más 
        rápido. Yo lo he tenido otras veces tan vivo y no cantaba. Lo he visto 
        florecer como la electricidad. Pero es del corazón que yo hablo y no de 
        su aspecto de piedra filosofal que lo empequeñece o lo agranda, de tal 
        modo que llega a ser un resorte fisiológico un poco olvidado. Entonces 
        me acuerdo del corazón de Poe, del pálido corazón de Poe y del corazón 
        demasiado inútil de Napoleón.
        {...}
        ..... Pero yo amo los mitos. Amo el corazón, vuestro enemigo de 
        Paraíso o de Infierno. Si su vida se agita, peor para él. Si danza en la 
        alegría con su única ala, mejor. Los dos no somos una misma cosa, sino 
        dos cosas paralelas. A ninguno de los dos pertenece el imán que nos 
        atrae a cierta distancia, sino al mito. Yo veo el corazón que te fatiga. 
        Lo veo con su corona de hombre demasiado grande o de ojo demasiado fijo. 
        Lo oigo gritar como esos pobres Generales de las batallas.
        {...}
        ..... Durante mucho tiempo nos veíamos día a día. A través de sus ojos 
        entré de nuevo a la ciudad, por cuyas calles me aburría antes 
        largamente. Me interesaban sus palabras, sus menores gestos, todo tan 
        confundido entre la realidad y el sueño. A veces yo procuraba hablar 
        mucho y seguido, por temor a que ella tomara la conversación por su 
        cuenta. Otras veces me sentía obligado a enmudecer, tal era su voluntad 
        a través de una mirada o un gesto. Puedo decir que esta mujer contaba 
        con una rica memoria. Es decir, con un país de extraños hechos y de 
        extrañas videncias, lo que le permitía evocar un suceso íntimo ante la 
        presencia de cada cosa y aun ante cosas que no siempre tenían presencia. 
        Siempre me pareció verla caminar con un pie en lo sucedido y otro en lo 
        que acaso podría suceder o en lo que, más bien, tendría que suceder. Y 
        todo dentro de un plano parecido a su memoria convulsa.
        {...}
        ..... Un día me comunicó que se preparaba para un viaje. Imposible que 
        yo pudiera notar en ella si eso le causaba un placer o un disgusto. "me 
        voy a Valparaíso" me dijo: "Durante dos o tres noches la necesidad de ir 
        a alguna parte no me deja. Quiero estar allá hoy mismo". Confieso que 
        eso me causó cierta angustia. No sé qué clase de angustia. ¿Es que yo la 
        amaba? El asunto es que su sombra se erguía de alguna manera junto a la 
        mía. Creí ver hasta un mismo ritmo, un mismo deseo. Allí mismo adiviné 
        los sueños subsiguientes, los que, desde esa misma noche, se cumplieron 
        con fidelidad. Los días eran un poco extraños, poco parecidos a los de 
        antes. Con frecuencia me invadía la angustia. Algo que ella había dejado 
        tras su recuerdo o algo que obraba inconscientemente decapitaba mis 
        mejores horas. Pasaron entre tanto tres o cuatro días. Al quinto tuve un 
        sueño en que aparecía el mar y el agua era amarilla. Hacía frío. Yo 
        tenía que partir hacia un puerto no muy lejano, creo que Colón, pero se 
        apoderó de mí un gran miedo y me quedé en tierra. Al sexto día recibí 
        carta de ella. Decía: "Son las once de la noche. No me siento bien. 
        Usted, mi gran amigo R., está siempre a mi lado, pero creo que su rostro 
        no es el mismo. Hace frío y me parece que el mar -que está echado ahí al 
        frente- tiene un color amarillo".
        {...}
        ..... Amo este rumor parecido al fuego o a la piedra. Amo la angustia 
        parecida a la flor que sangra o a la hoja que se precipita. La angustia 
        del hombre que se vade de sí mismo y que se desespera alrededor de una 
        ausencia sin remedio. Pero apenas huye la sombra que rompe todas las 
        amarras, es decir, mi propia sombra, en cada estrella, en cada árbol o 
        en cada torre, brilla esta palabra que he conocido hace poco tiempo: 
        
        FUGA
        ..... Y luego el tropel de perseguidores, el acero vivo de 
        las espadas y el viento un poco blando y un poco lleno de caminos 
        cerrados. La Vía Láctea atraviesa desde los Andes hasta el Océano 
        Pacífico y es como un puente de pequeñas llamas sobre un inmenso deseo, 
        sobre una alegría o sobre una angustia.