......................... ROSAMEL DEL VALLE

 

de "Orfeo" (1944)


Orfeo en el funeral de su amada Eurídice, Proyecto escenográfico del pintor chileno Gonzalo Cienfuegos.


He aquí una fuente para dormir, una claridad sin abrirse,
Sola en el tallo del sueño.
Bienvenido, viajero devorado que te asomas
Ciego desde el agua a la tierra.
Todo se vería pasar por un puente de vidrio
Sin la oveja de la sangre, abatida de calor.
Pero no el cántico, el gozo, el cuerpo asomado
Por detrás de los árboles del infierno;
La luz en el abismo, el paso hacia atrás.
Día de los días oh, imagen viviente sobre el fuego,
Vestida de ángel detrás de los cielos
Y de las cosas petrificadas que celebran la muerte.
Alrededor, nada más que alrededor:
En las bodas del agua y del fuego.
O en la ascención del pez infernal
¿Vienen los coros? ¿Viene la espada del trueno?
¿Los cánticos blancos? ¿Gimen los dioses reunidos?
Alrededor, nada más que alrededor.
Nadie sale al encuentro. Nadie cubre las huellas.
Al fin en el espacio que cruzan ángeles y demonios,
Y donde el hombre se quema los pies.
Pero el agua, el agua muerta revive y lava la noche.
Y todo se queda alrededor, nada más que alrededor.

I (1-23)

Fábula, fábula. La hermosa fábula del luto.
En alguna parte la estrella y en alguna altura las llaves.
Alrededor, nada más que alrededor.
Oh, la sal perdida de la boca
En la orilla movible de la tierra.
El hombre sin coros, el hombre tras de sí,
Perdida la edad, cálido, radiante, reunido.
Tomado de la mano por la noche
Entre serpientes y lluvias

I (32-40)

El descenso, nada más que el descenso por vertientes de fuego,
Por arte de tinieblas, al borde del vaso donde las bocas
Viven la diabólica ebriedad de la abeja.
La eternidad en un puente melodioso, en un acto sin ruido,
Debajo de las sirenas anidadas,
El descenso, nada más que el descenso. Y todavía
Humedad terrestre, soles, colinas, aguas armoniosas, tempestades
Asidas al cuerpo sin luz, al ruido, al horror.
¡Eurídice! ¡Eurídice! Este es el lecho que huía
En las barcas silenciosas de tu cuerpo
Lo soñado en los cantos de las colinas,
El pecho cruzado por el amor, los ojos anudados.
Aparta el miedo y sus artes, corta las llamas de raíz.
¿Qué es la respiración del hombre entre los hombres?
Oh, nuestra noche, una varilla ardiendo; febriles voces
Con el rayo del corazón fuera de los anillos.
Unidos en la copa volcada deseábamos contenernos,
Ir hacia el cántico arrojado a las hogueras
Por bocas selladas por la bella araña de la muerte.
Pero yo había soñado y el sueño es una tijera
Abierta por los ángeles de la noche.

I (80-100)

Al sonido errante de Eurídice y a lo que su sueño
Cruza de pronto entre los animales que la visten.
Oh, dedos míos, y lengua sin fortuna.
Colinas donde me senté más de una vez entre los fuegos.
Sonido terrestre y mío, nortes desatados
Y tempestad invasora del ritmo y de la tranquilidad.
Pero mis artes llamaban al lecho del trueno
Y a su huevo a la lluvia, a los pozos al viento.
¡Artes mías! El cielo abría las cascadas,
La tierra ascendía entre las tablas del alba.
Se me debió oír poblar soledades. ¿No tuve siempre pies
Para pisar raíces y piedras en el aire?
Mi garganta decía: "Venid, seres del miedo, venid.
Venid, imágenes desgarradas, fuegos tenebrosos;
Mundo brillante de imanes, visiones de los bosques.
Los túneles crearon la encantada salida".

II (116-131)

Y decías: "¿Qué fuego es ese? ¿Se quiebra alrededor?"
Me reconocéis en la propia eternidad aguda,
En el mundo cerrado del fuego.
¿Por qué una doble llama? La de aquí es la del abismo,
Única en el aceite, en el himno ronco, en los cabellos.
"Conocemos la fábula: Habéis cortado el rayo.
Y la visión corre detrás de ti en la noche.
¿Devora al ser, cuerpo y ramas? ¿Petrifica las cosas?
¿Le ama el hombre o le teme? ¿Es suyo el enigma?
Venid, cuidad las manos.
Aquí el calor es la respiración, el padre terrible:
Del ser al fuego, del fuego al ser, en las tinieblas.
A cada paso el agua, pero qué lejos de la boca.
Igual que coger la raíz de la estrella. Brasa de la lengua,
Temido tesoro. Y se puede dormir en él como en un seno.
Pero los ojos cesan de cantar. El vino se evade".
Y es verdad, he cortado el rayo que cantaba
Y su visión corre detrás de mí en la noche.
Las gavillas del terror golpean, lucen, penetran,
En desgarrados himnos de olvido.

III (164-183)

Prometeo, no. Orfeo, no. ¡El hombre! ¡El hombre! Oídlo, exilados.
El hombre eterno, el hombre a la vez dichoso e infeliz.
Y he aquí mi varilla, la claridad quemante.
¿Somete? ¿Petrifica? Quitad los ojos de encima.
Romped la noche sin vino, vaciad la cabeza.
Vuestra muerte es la obscuridad reducida.
Aquí tenéis las lámparas que escriben, los coros de piedra,
El libro que hace ruido, el cántico en un vaso.
Y vais a gritar: "¿Orfeo Orfeo! ¡Aquí tenéis a Eurídice!"
Y yo os digo: Salid, salid estatuas del miedo,
Costumbre de la angosta noche en el cuello.
Toda salida se hará estrecha debajo de mi lengua.
Vuestras voces destinadas están a las piedras.
¿Qué podréis tocar aquí, confundidos, opresos?
Una losa partida os cuida del tiempo, un sol de luto os mira.
La espada de fuego sigue en flor a vuestras puertas.
"Bella es tu lengua, hijo de la noche, pero ataja su brillo.
Nuestras artes sobrepasan la piedra y el abismo.
Mas estamos cerrados para el cántico, solos para la gracia;
Como la madera, viejos para el sueño;
agrios para la luz de frente y mejillas abiertas.
¿Cuál es el fuego desconocido? ¿Cuál es el fuego donde tu boca
Luce el desgarrado imán de la noche?"
Mirad las naves que naufragan en mis manos, el sol destapado.
La memoria del hombre detrás de su sombra sin luces;
Cemento de día, vivo collar deshabitado si duerme.
Los jardines del mundo le huyen. Los océanos rompen el oído.
Desde la profundidad abandonada... ¿Y qué espacios cerrar
En las mismas puertas suspendidas de la muerte?
Vuestra cabeza rechaza el aire y lo que adora
Pasa sin ser tocado, vibra sin dar brillo, tiembla
En el duro cristal de las llamas rechazadas.
¿Los labios cesan de cantar, el vino se evade!
Todo aquí luce muerte, tal es el olor a piedra.
Todo se mueve en un círculo de tenazas ciegas; todo retrocede
Deshaciéndose en una medianoche sin música y recostada
En el fastidioso vapor del infierno, en la muerte sin madre.
Ved aquí mi lámpara de lúcidos granos, de adobes traspasados.
El fuego, mi fuego la copa sutil y la tempestad.
La boca y el castigo. El movimiento, las visiones.
Mágico resplandor, padre de los muertos.

III (211-251)

Y ellos decían con los ojos: ¡Eurídice!
Y he aquí las llamas solas, lejos de los pastores y de los guardias,
En la penetrante soledad de un mundo vaciado.
Una nueva sed me pasa la mano desde afuera, deseosa
De remover lo que dejé sellado en el tiempo.
Lo que no es sino la vida sola, la imagen invisible
Que somos a ojos cerrados... He tenido el ruido de los espacios,
La ilusión del centro de la noche, el llanto del hombre.
Todo a mi alrededor, en mi confusión y en mis destellos,
Herido de claridad o asomado al árbol del abismo.

IV (252-261)

Toda la magia viva del mundo, toda la terrible ilusión
En una casa rodeada de leones, en una edad de marea
Precipitada en un vaso / en una muerte natural, sin cortinas.
¿Qué ver? ¿Qué oír? Y no digáis soñar. Muerte desvestida.
Sola en las calles, en el Luna Park los Domingos o en el Zoo.
Sola y a la vez amiga de todos, animadora
De las fiestas, de las transfiguraciones, de las catástrofes.
La muerte... ¡ Y yo fuera de ella! Fuera de Eurídice, en el descenso
Hacia el cántico del fuego sepultado un día desde el ángel.
Y helos allí. Presencia y espanto del brillo, reunidos
Fuera del círculo, seducidos por la fábula
-Tal el hombre por sus sombras a cada paso- por una fábula
Tan mía como estas manos que escogen el aire para pasar.
Quieren el fuego siempre... el aburridor fuego de la luz
Y no el del abismo el que eligieron un día,
El que fue hecho de ilusión y de espanto.
El que le dio transparencia de ceniza no sofocada.
El imán, nocturno nadador hacia el hombre.
El aullido desde los huesos a los espacios replegados.
La copa sin beber en la alta noche.
Y la mía, la varilla -tú, viejo Orfeo petrificado-
Desbordante de los cabellos de Eurídice está.
Pero estas tinieblas se espantan de la luz
Y gimen tejiendo coronas de labios enredados
¿Se romperán los bordes de esta copa de calor,
Ahora que alguien camina cerca de mí apartando las puertas
... Y ellos decían con los ojos ¡Eurídice!

IV (276-302)

¡Ella! ¡Ella! Movible y obsequiosa en el calor reposado
Que se anticipa a las luces, a las puertas cerradas detrás de sí.
No disfrazada en ciudades o colinas, en plazas, en bosques
Ni a las espaldas del hombre, ni en las morgues, ni en las ruedas.
Nunca más semejante al golpe en la puerta, o al perro invisible
Que lame a los moribundos antes de partir.
La he conocido sola o acompañada, en los bailes o la hora del té.
Moviendo el pañuelo delante de Hamlet o de Ulises;
Espléndida en el Ballet, preocupada por las danzas del pueblo;
Del brazo del soldado y del desertor, con el General y el Corneta;
Himno de los desfiles de la Paz, en los odios deshechos por un día;
Cordero en los altares donde la luz se dobla; hija coronada
Por las profecías, las tablas, el rayo de filo celeste, el imán.

V (303-315)

¿Conocían al hombre? ¿Qué presa era la de sus fuegos?
Eurídice... Sí, Eurídice terrestre para un terrestre Orfeo.
Y ellos me vieron llegar con sienes de fuego, con un calor
Desconocido y tenaz para quien caen las puertas.
"¿Qué fuego es ese, se quiebra alrededor?"
El mismo afán celeste en los infiernos, la misma copa
A prueba de los tormentos de una tierra sin luz para la fábula.
Y querían oír cómo el hombre teje la respiración, cómo rehuye
La insistencia de la magia, la brotada boca del sol.
"Hemos cambiado el jardín por las llamas".
Ellos dando con correas en las corolas, con armas en la entrada;
Negándose a signos del anciano, del que amontona a los muertos;
Mas el hombre se ha perdido a sí mismo, ¡oh esposa mía!
Y tú lo ves por mi boca hollada por el cántico, aplastada y sola
Frente a ti en las cavernas donde no te soñé.

V (336-350)

Yo te sabía allí ¡oh adorada! yo te veía de pie junto al lecho,
Ciega, o presa entre redes; yo te veía volcar una lámpara y salir.
"Todo, todo para tu boca voraz, para tu enigma".
Y era verdad. Y nunca necesité tanto de una estrella
Para no echarme encima de ti.
¡Ella! Tú, siempre detrás de todo, sola, sin cólera,
Desposeída de las hachas, inconocible en el vacío.
¿Hacen lo mismo los dioses con las sombras
Horrorizadas ya de tanta luz?
Tú, esposa mía, bajo la bóveda de la tierra, como el ser, sin salida.

V (363-372)

¿Qué edad atraviesa la espalda? Por mi resurrección el tiempo abandonado,
El poderoso trono, gime entre arpas de luto y copas donde nadie
Bebe por las alianzas, ni por el adiós de la furia.
El éxodo de los ángeles siniestros sigue al sol y la noche.
Y Eurídice ha vuelto a su casa, al parque donde mi imagen debe estar sola,
Tendida en el césped; sin otro cántico que el del paso del agua por las hojas.
¿Recuerdas? Un día, los mercados se desbordan de muertos, de soldados,
De mujeres arrastradas de los cabellos, de ebrios con arpas en la cabeza.
Las hoces de media luna, campanas todas, cambian de sol y se duermen.
El animal del mundo quiere otra piel, Eurídice. La fieras de mi canto
Caen también en los bosques de cañones, junto al lecho
¿Y aquella ciudad donde las estatuas cantaban? Sólo verás su cielo en pie.
El Teatro muestra su máscara; el Estadio es una fosa olímpica;
Las fábricas hablan boca abajo: "¡José, Antonio, María, hijos míos!"
Ellos han caído heridos por el lirio... ¡Eurídice! ¡Eurídice!
Sí, ella ha vuelto a su aldea. Ella me recuerda entre los amigos del bosque.
El tigre, el león, el jabalí, el lobo, los coros todavía;
Pedro, el pastor; Simón, el carpintero, cantor de la parroquia; Narciso,
Al borde de su fuente; Juan, el sepulturero; Jerónimo, el visionario;
Diógenes, regando su linterna; Angelina, sola, entre las tumbas;
Hölderlin: "Sí, Excelencia. Sí, Excelencia"; Daniel, el de los sueños.
Muerta la mano que vaciaba el vino de las campanas,
Junto a las peonías, sola. Ella, cansada de morir.

VI (373-396)

"[...] ORFEO ¿recuerdas? Sí, en un tiempo ORFEO. En un tiempo, en la fábula.
¿Y qué hacemos con la fábula, nosotros, perros sin familia?
Las ciudades turban, las aldeas queman, la piedra es dura almohada.
El hombre no quiere inmundicias. La doble noche nos habla.
Sólo la doble noche con su lengua familiar, con las visitas
Que conversan de paso sentadas o de pie, preocupadas
De hacernos saber que nos van a cavar en lo obscuro.
Y a veces, visiones. La cabeza no ha muerto del todo. Casi siempre muertos.
Ellos vagan aún como nosotros, vuelven como ORFEO.
Los hombres y los muertos. ¿Por qué nos arrojan de sus casas?
¿Por qué no nos dejan un lugar en el centro de la noche?"
Oh, verlos otra vez. Mágica rueda del mundo movida por sonámbulos.
Frías manos me esperan a la entrada y lenguaje de obscuros profetas
A quienes se obedece sin descifrar los signos, en una lúcida
Caza de fieras perdidas en la tempestad.
Sin duda, Eurídice ha sido tomada en las redes y ha partido
Con la soberbia del gendarme o con el fusil del soldado.
La oigo cantar de lejos, detrás de mi cántico, cuidando las celdas
O en marcha hacia el frente con una estrella en el casco.
¿Han hecho entrar la greda en la boca y el olor del infierno
En las manos que entibiaban los cueros de mi lecho?
Decid, colinas mías, bosques, aldeas, Tracia mía, Tiempo,
Océano Pacífico, país tendido en orillas melodiosas ¿es posible?
Oh. Eurídice, vencida por la serpiente, deshecha en mis brazos una vez.
Tú no estabas allí donde los hornos cavan fuego
Ni eras la Aparecida sin lengua, recostada en el brillo.
Ni estás debajo del mundo en una casa de podridas maderas,
Guiándote tú misma las obscuras naves del alma entre los hombres;
Ni eres arrojada de las puertas donde has buscado refugio,
Ni pereces de noche con el hijo de las piedras;
Ni vuelves la espalda a los que se reúnen en las plazas
A mostrar los signos del látigo, la Ciega hija de prostituta;
Ni estás con el ladrón abonado a la Ópera,
Ni con la dama de caridad, ni con el santo vestido de negro.
Y sobre todo ni guardas las prisiones, ni vas junto a soldados,
Ni lloras jamás, ni te desgarras el seno de oro, profundo donde dormí,
¡Oh no, Eurídice! Lo sé desde estas soledades que se apartan,
Desde donde te veo entrar en el mundo, en las cosas, en los hombres;
Con la varilla del hada terrestre, segura del hondo sonido;
Segura de la magia a punto de crecer; y segura del tiempo del hombre.
Y ellos no me verán. Mi estatua va de abismo en abismo.
¿Para qué mi cántico? Dadles algo del calor de mis tiendas,
De las pieles y los vasos alegres con que conté mis días.

VII (444-488)

En un calor de telas y de mantas, de palos y cartones, en agua tornasol
Y Ella también, regocijada entre los mancos y los cojos.
En la Catedral, el paralítico de cara ahumada.
"Pasad, entrad. ¡Qué bello es el mundo! Hoy están todos aquí.
Aquí y allá, todos. La mejor flor y el estiércol. Todo.
El santo y el asesino, el gendarme y el ladrón, el señor y la señora.
¿Cómo no es posible recrearse, hermanos míos?"
Pero tú no quieres tocar las cadenas del hombre.
Tu traje de creyente raído evita la máscara.
Tiembla de terror en la alta noche del hueso.
Qué pasos dar, la columna tirita. Ni siquiera el vacío del ángel.
Cambiar de ciencia ya, cambiar de ropa y de amigo.
¿Recuerdas que tampoco a Ellos les bastaba el fuego en el abismo?
Y nadie dirá que los dioses no se fatigan de hallar una lámpara en cada foso.
Oh, permanente vinagre en la mesa del hombre,
Junto al plato encendido, a la leña para la hoguera.
¿Podré levantarme del bello derrumbe desde donde tiran
Los hierros de la tempestad que no veo?
LLevadme los días contados, devolvedlos a la página eterna:
Duerman allí las garzas del delirio tan pegadas a la noche,
Lo que puse en mi hombro quemante, maderas o gavillas.
Duerman allí junto a la mano acusadora que espantó a Baltasar.
¡Daniel! ¡Daniel! ¡Diga tu boca el contenido de tanta hora
Desde la nada a Eurídice, desde Eurídice al tiempo!
Todo será verdad, menos yo. Y otras bocas digan y otras manos tracen
Signos en las murallas que han sido mi casa y mi duelo.
Todos será verdad, menos mi voz. Todos será verdad, menos Eurídice.
Ella es mi ruido, la sombra que hago al perecer.

VIII (510-537)

Y Ellas vienen, Eurídice. Las furias salen de sus redomas hacia mí.
"He ahí el huesped de nuestros padres, el que tiende el oído hacia adentro.
Su esposa gime en las tinieblas y él por ella, ciego.
¿Por qué dejarlo ir? ¿Por qué no amarlo? ¡Orfeo, dejad la túnica!
Miradnos desnudas en tu pobre luz, miradnos la cabellera y los senos.
Ningún arte mejor, ningún fuego mejor que nuestra boca en tu boca.
Ningún hervor como el de nuestro cuerpo en el tuyo.
¡Orfeo! ¡Orfeo! Vacia tu copa de hielo sobre las llamas.
No son como las que has visto: no queman, no devoran, no hunden.
Dan lustre a los cuerpos abrazados. Son el amor que hierve y lame.
El amor de la espalda en tempestad, del vientre socavado.
Algo como la lámpara que te trajo por playas y tinieblas.
La luz misma, en fin, Orfeo. ¡La que apenas tuvo para sus pasos Eurídice!"

IX (551-563)

Tienen la tiniebla de la espalda, la luz de medianoche.
¿Viene de ti, son tu imagen para probarme los sentidos?
Mis ojos se rompen, mi cuerpo arrastra en sangre sus harapos.
Una losa alumbra hacia abajo lo que fui un día.
Solo a través de ti y tú sola como el dedo de los dioses sobre mí.
Pero Ellas tuercen mi voz: "Orfeo, hijo de la estrella.
Dulces brazos y pesados muslos dichosos para el amor.
Muro en vez de oídos, cal en vez de lengua, mirada hacia adentro.
Hijo de la estrella siempre y Orfeo. ¿Somos la noche amarga?
¿La cicuta feroz? ¿La olla despreciable al mediodía?
¿Nuestros senos son la hoja seca, la mistela sin sabor?"
¡Eurídice! ¡Eurídice! Que tu muerte me escuche debajo de las piedras.

IX (584-595)

Has soñado ya terribles sueños, has vivido ya bellas muertes.
Qué ánimo podría alumbrarte a estas horas, a las puertas de la ciudad;
Tocado por tu desnudez eterna, por el olor de los cuerpos, por las bocas
Que tratan de sacarte de la noche, de la placidez, de la Esfinge.
De nada serviría entrar otra vez al abrazo cálido, a las piernas gimientes;
Al balbuceo a tientas, al gozo no creado ya por tu sien.
Semejante al mendigo, al mendigo y a la prostituta, solos:
Una mano estirada en la sombra, un cuerpo roído la intemperie.

X (596-603)

¿Cómo no reconocer en su dulce furia las cosas que han pasado
O que pasan de largo como manjares cerca del mendigo?
Ellas no son el amor, ORFEO. Ellas son lo vivido que vuelve a obscuras,
La fábula donde hemos bailado debajo de las orquestas;
La Mesa donde nos hemos hartado con la cabeza del asno;
El Lecho que nos hizo borrar la fatiga con los demonios en la pared;
El Canto con que celebramos la noche y el aullido de los perros; y
La Máscara sabia y graciosa con que imitamos al Hombre y al Ángel.
¡Oh Vejez, plato transparente! Servido está delante de ti.
La existencia es el hambre saciada. Y si eres lo que perece
Todo debe recomenzar, todo debe brillar aún en la hora reducida,
En las últimas cenas, en la cicuta bienhechora.
Es sólo un instante, un instante profundo. Un espejo que deja de vivir.
¿Qué harás con tus coronas y guirnaldas, con las cuerdas desgarradas de la noche?
¿Qué moneda recibirá tu mano sola en las puertas de las tabernas?
¿Qué vino temblará en tu copa arrugada?
El amor es distinto de un cuerpo a otro, de una copa a otra copa.
El hechizo está naciendo siempre, la boca arroja nuevas llamas.
Donde hemos separado la cabeza es sólo una puerta abierta.
Y si todo recomienza, todo debe seguir.
Yo soy el Tiempo y crezco de noche como las enredaderas.
Puedo hacer que el templo de mi sangre cambie el calor de sus columnas;
Puedo acallar los órganos a cuyo sonido despiertan el Hombre y el Ángel.
Yo soy el Amor y sobre todo la Vida, pues soy el que abraza y el que sepulta.
Y para que todo siga, Eurídice es mi muerte.

X (664-688)

 

 




 

 

 

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