He aquí una fuente para dormir, una
claridad sin abrirse,
Sola en el tallo del sueño.
Bienvenido,
viajero devorado que te asomas
Ciego desde el agua a la
tierra.
Todo se vería pasar por un puente de vidrio
Sin la
oveja de la sangre, abatida de calor.
Pero no el cántico, el
gozo, el cuerpo asomado
Por detrás de los árboles del
infierno;
La luz en el abismo, el paso hacia atrás.
Día de los
días oh, imagen viviente sobre el fuego,
Vestida de ángel detrás
de los cielos
Y de las cosas petrificadas que celebran la
muerte.
Alrededor, nada más que alrededor:
En las bodas del
agua y del fuego.
O en la ascención del pez infernal
¿Vienen
los coros? ¿Viene la espada del trueno?
¿Los cánticos blancos?
¿Gimen los dioses reunidos?
Alrededor, nada más que
alrededor.
Nadie sale al encuentro. Nadie cubre las
huellas.
Al fin en el espacio que cruzan ángeles y demonios,
Y
donde el hombre se quema los pies.
Pero el agua, el agua muerta
revive y lava la noche.
Y todo se queda alrededor, nada más que
alrededor.
I (1-23)
Fábula, fábula. La hermosa fábula del
luto.
En alguna parte la estrella y en alguna altura las
llaves.
Alrededor, nada más que alrededor.
Oh, la sal perdida
de la boca
En la orilla movible de la tierra.
El hombre sin
coros, el hombre tras de sí,
Perdida la edad, cálido, radiante,
reunido.
Tomado de la mano por la noche
Entre serpientes y
lluvias
I (32-40)
El descenso, nada más que el descenso por
vertientes de fuego,
Por arte de tinieblas, al borde del vaso
donde las bocas
Viven la diabólica ebriedad de la abeja.
La
eternidad en un puente melodioso, en un acto sin ruido,
Debajo de
las sirenas anidadas,
El descenso, nada más que el descenso. Y
todavía
Humedad terrestre, soles, colinas, aguas armoniosas,
tempestades
Asidas al cuerpo sin luz, al ruido, al
horror.
¡Eurídice! ¡Eurídice! Este es el lecho que huía
En las
barcas silenciosas de tu cuerpo
Lo soñado en los cantos de las
colinas,
El pecho cruzado por el amor, los ojos
anudados.
Aparta el miedo y sus artes, corta las llamas de
raíz.
¿Qué es la respiración del hombre entre los hombres?
Oh,
nuestra noche, una varilla ardiendo; febriles voces
Con el rayo
del corazón fuera de los anillos.
Unidos en la copa volcada
deseábamos contenernos,
Ir hacia el cántico arrojado a las
hogueras
Por bocas selladas por la bella araña de la
muerte.
Pero yo había soñado y el sueño es una tijera
Abierta
por los ángeles de la noche.
I (80-100)
Al sonido errante de Eurídice y a lo que
su sueño
Cruza de pronto entre los animales que la visten.
Oh,
dedos míos, y lengua sin fortuna.
Colinas donde me senté más de
una vez entre los fuegos.
Sonido terrestre y mío, nortes
desatados
Y tempestad invasora del ritmo y de la
tranquilidad.
Pero mis artes llamaban al lecho del trueno
Y a
su huevo a la lluvia, a los pozos al viento.
¡Artes mías! El
cielo abría las cascadas,
La tierra ascendía entre las tablas del
alba.
Se me debió oír poblar soledades. ¿No tuve siempre
pies
Para pisar raíces y piedras en el aire?
Mi garganta
decía: "Venid, seres del miedo, venid.
Venid, imágenes
desgarradas, fuegos tenebrosos;
Mundo brillante de imanes,
visiones de los bosques.
Los túneles crearon la encantada
salida".
II (116-131)
Y decías: "¿Qué fuego es ese? ¿Se quiebra
alrededor?"
Me reconocéis en la propia eternidad aguda,
En el
mundo cerrado del fuego.
¿Por qué una doble llama? La de aquí es
la del abismo,
Única en el aceite, en el himno ronco, en los
cabellos.
"Conocemos la fábula: Habéis cortado el rayo.
Y la
visión corre detrás de ti en la noche.
¿Devora al ser, cuerpo y
ramas? ¿Petrifica las cosas?
¿Le ama el hombre o le teme? ¿Es
suyo el enigma?
Venid, cuidad las manos.
Aquí el calor es la
respiración, el padre terrible:
Del ser al fuego, del fuego al
ser, en las tinieblas.
A cada paso el agua, pero qué lejos de la
boca.
Igual que coger la raíz de la estrella. Brasa de la
lengua,
Temido tesoro. Y se puede dormir en él como en un
seno.
Pero los ojos cesan de cantar. El vino se evade".
Y es
verdad, he cortado el rayo que cantaba
Y su visión corre detrás
de mí en la noche.
Las gavillas del terror golpean, lucen,
penetran,
En desgarrados himnos de olvido.
III (164-183)
Prometeo, no.
Orfeo, no. ¡El hombre! ¡El hombre! Oídlo,
exilados.
El hombre eterno, el hombre a la vez dichoso e
infeliz.
Y he aquí mi varilla, la claridad quemante.
¿Somete?
¿Petrifica? Quitad los ojos de encima.
Romped la noche sin vino,
vaciad la cabeza.
Vuestra muerte es la obscuridad
reducida.
Aquí tenéis las lámparas que escriben, los coros de
piedra,
El libro que hace ruido, el cántico en un vaso.
Y vais
a gritar: "¿Orfeo Orfeo! ¡Aquí tenéis a Eurídice!"
Y yo os digo:
Salid, salid estatuas del miedo,
Costumbre de la angosta noche en
el cuello.
Toda salida se hará estrecha debajo de mi
lengua.
Vuestras voces destinadas están a las piedras.
¿Qué
podréis tocar aquí, confundidos, opresos?
Una losa partida os
cuida del tiempo, un sol de luto os mira.
La espada de fuego
sigue en flor a vuestras puertas.
"Bella es tu lengua, hijo de la
noche, pero ataja su brillo.
Nuestras artes sobrepasan la piedra
y el abismo.
Mas estamos cerrados para el cántico, solos para la
gracia;
Como la madera, viejos para el sueño;
agrios para la
luz de frente y mejillas abiertas.
¿Cuál es el fuego desconocido?
¿Cuál es el fuego donde tu boca
Luce el desgarrado imán de la
noche?"
Mirad las naves que naufragan en mis manos, el sol
destapado.
La memoria del hombre detrás de su sombra sin
luces;
Cemento de día, vivo collar deshabitado si duerme.
Los
jardines del mundo le huyen. Los océanos rompen el oído.
Desde la
profundidad abandonada... ¿Y qué espacios cerrar
En las mismas
puertas suspendidas de la muerte?
Vuestra cabeza rechaza el aire
y lo que adora
Pasa sin ser tocado, vibra sin dar brillo,
tiembla
En el duro cristal de las llamas rechazadas.
¿Los
labios cesan de cantar, el vino se evade!
Todo aquí luce muerte,
tal es el olor a piedra.
Todo se mueve en un círculo de tenazas
ciegas; todo retrocede
Deshaciéndose en una medianoche sin música
y recostada
En el fastidioso vapor del infierno, en la muerte sin
madre.
Ved aquí mi lámpara de lúcidos granos, de adobes
traspasados.
El fuego, mi fuego la copa sutil y
la tempestad.
La boca y el castigo. El movimiento, las
visiones.
Mágico resplandor, padre de los muertos.
III (211-251)
Y ellos decían con los ojos:
¡Eurídice!
Y he aquí las llamas solas, lejos de
los pastores y de los guardias,
En la penetrante soledad de un
mundo vaciado.
Una nueva sed me pasa la mano desde afuera,
deseosa
De remover lo que dejé sellado en el tiempo.
Lo que no
es sino la vida sola, la imagen invisible
Que somos a ojos
cerrados... He tenido el ruido de los espacios,
La ilusión del
centro de la noche, el llanto del hombre.
Todo a mi alrededor, en
mi confusión y en mis destellos,
Herido de claridad o asomado al
árbol del abismo.
IV (252-261)
Toda la magia viva del mundo, toda la
terrible ilusión
En una casa rodeada de leones, en una edad de
marea
Precipitada en un vaso / en una muerte natural, sin
cortinas.
¿Qué ver? ¿Qué oír? Y no digáis soñar.
Muerte desvestida.
Sola en las calles, en el Luna Park los
Domingos o en el Zoo.
Sola y a la vez amiga de todos,
animadora
De las fiestas, de las transfiguraciones, de las
catástrofes.
La muerte... ¡ Y yo fuera de ella! Fuera de
Eurídice, en el descenso
Hacia el cántico del fuego sepultado un
día desde el ángel.
Y helos allí. Presencia y espanto del brillo,
reunidos
Fuera del círculo, seducidos por la fábula
-Tal el
hombre por sus sombras a cada paso- por una fábula
Tan mía como
estas manos que escogen el aire para pasar.
Quieren el
fuego siempre... el aburridor fuego de la luz
Y no el
del abismo el que eligieron un día,
El que fue hecho de ilusión y
de espanto.
El que le dio transparencia de ceniza no
sofocada.
El imán, nocturno nadador hacia el hombre.
El
aullido desde los huesos a los espacios replegados.
La copa sin
beber en la alta noche.
Y la mía, la varilla -tú, viejo Orfeo
petrificado-
Desbordante de los cabellos de Eurídice
está.
Pero estas tinieblas se espantan de la luz
Y gimen
tejiendo coronas de labios enredados
¿Se romperán los bordes de
esta copa de calor,
Ahora que alguien camina cerca de mí
apartando las puertas
... Y ellos decían con los ojos
¡Eurídice!
IV (276-302)
¡Ella! ¡Ella! Movible y obsequiosa en el
calor reposado
Que se anticipa a las luces, a las puertas
cerradas detrás de sí.
No disfrazada en ciudades o colinas, en
plazas, en bosques
Ni a las espaldas del hombre, ni en las
morgues, ni en las ruedas.
Nunca más semejante al golpe en la
puerta, o al perro invisible
Que lame a los moribundos antes de
partir.
La he conocido sola o acompañada, en los bailes o la hora
del té.
Moviendo el pañuelo delante de Hamlet o de
Ulises;
Espléndida en el Ballet, preocupada por las danzas del
pueblo;
Del brazo del soldado y del desertor, con el General y el
Corneta;
Himno de los desfiles de la Paz, en los odios deshechos
por un día;
Cordero en los altares donde la luz se dobla; hija
coronada
Por las profecías, las tablas, el rayo de filo celeste,
el imán.
V (303-315)
¿Conocían al hombre? ¿Qué presa era la de
sus fuegos?
Eurídice... Sí, Eurídice terrestre para un terrestre
Orfeo.
Y ellos me vieron llegar con sienes de fuego, con un
calor
Desconocido y tenaz para quien caen las
puertas.
"¿Qué fuego es ese, se quiebra
alrededor?"
El mismo afán celeste en los infiernos, la misma
copa
A prueba de los tormentos de una tierra sin luz para la
fábula.
Y querían oír cómo el hombre teje la respiración, cómo
rehuye
La insistencia de la magia, la brotada boca del
sol.
"Hemos cambiado el jardín por las llamas".
Ellos dando
con correas en las corolas, con armas en la entrada;
Negándose a
signos del anciano, del que amontona a los muertos;
Mas el hombre
se ha perdido a sí mismo, ¡oh esposa mía!
Y tú lo ves por mi boca
hollada por el cántico, aplastada y sola
Frente a ti en las
cavernas donde no te soñé.
V (336-350)
Yo te sabía allí ¡oh adorada! yo te veía
de pie junto al lecho,
Ciega, o presa entre redes; yo te veía
volcar una lámpara y salir.
"Todo, todo para tu boca voraz, para
tu enigma".
Y era verdad. Y nunca necesité tanto de una
estrella
Para no echarme encima de ti.
¡Ella! Tú, siempre
detrás de todo, sola, sin cólera,
Desposeída de las hachas,
inconocible en el vacío.
¿Hacen lo mismo los dioses con las
sombras
Horrorizadas ya de tanta luz?
Tú, esposa mía, bajo la
bóveda de la tierra, como el ser, sin salida.
V (363-372)
¿Qué edad atraviesa la espalda? Por mi
resurrección el tiempo abandonado,
El poderoso trono, gime entre
arpas de luto y copas donde nadie
Bebe por las alianzas, ni por
el adiós de la furia.
El éxodo de los ángeles siniestros sigue al
sol y la noche.
Y Eurídice ha vuelto a su casa, al parque donde
mi imagen debe estar sola,
Tendida en el césped; sin otro cántico
que el del paso del agua por las hojas.
¿Recuerdas? Un día, los
mercados se desbordan de muertos, de soldados,
De mujeres
arrastradas de los cabellos, de ebrios con arpas en la
cabeza.
Las hoces de media luna, campanas todas, cambian de sol y
se duermen.
El animal del mundo quiere otra piel, Eurídice. La
fieras de mi canto
Caen también en los bosques de cañones, junto
al lecho
¿Y aquella ciudad donde las estatuas cantaban? Sólo
verás su cielo en pie.
El Teatro muestra su máscara; el Estadio
es una fosa olímpica;
Las fábricas hablan boca abajo: "¡José,
Antonio, María, hijos míos!"
Ellos han caído heridos por el
lirio... ¡Eurídice! ¡Eurídice!
Sí, ella ha
vuelto a su aldea. Ella me recuerda entre los amigos del
bosque.
El tigre, el león, el jabalí, el lobo, los coros
todavía;
Pedro, el pastor; Simón, el carpintero, cantor de la
parroquia; Narciso,
Al borde de su fuente; Juan, el sepulturero;
Jerónimo, el visionario;
Diógenes, regando su linterna; Angelina,
sola, entre las tumbas;
Hölderlin: "Sí, Excelencia. Sí,
Excelencia"; Daniel, el de los sueños.
Muerta la mano que vaciaba
el vino de las campanas,
Junto a las peonías, sola.
Ella, cansada de morir.
VI (373-396)
"[...] ORFEO ¿recuerdas? Sí, en un tiempo
ORFEO. En un tiempo, en la fábula.
¿Y qué hacemos con la fábula,
nosotros, perros sin familia?
Las ciudades turban, las aldeas
queman, la piedra es dura almohada.
El hombre no quiere
inmundicias. La doble noche nos habla.
Sólo la doble noche con su
lengua familiar, con las visitas
Que conversan de paso sentadas o
de pie, preocupadas
De hacernos saber que nos van a cavar en lo
obscuro.
Y a veces, visiones. La cabeza no ha muerto del todo.
Casi siempre muertos.
Ellos vagan aún como nosotros, vuelven como
ORFEO.
Los hombres y los muertos. ¿Por qué nos arrojan de sus
casas?
¿Por qué no nos dejan un lugar en el centro de la
noche?"
Oh, verlos otra vez. Mágica rueda del mundo movida por
sonámbulos.
Frías manos me esperan a la entrada y lenguaje de
obscuros profetas
A quienes se obedece sin descifrar los signos,
en una lúcida
Caza de fieras perdidas en la tempestad.
Sin
duda, Eurídice ha sido tomada en las redes y ha partido
Con la
soberbia del gendarme o con el fusil del soldado.
La oigo cantar
de lejos, detrás de mi cántico, cuidando las celdas
O en marcha
hacia el frente con una estrella en el casco.
¿Han hecho entrar
la greda en la boca y el olor del infierno
En las manos que
entibiaban los cueros de mi lecho?
Decid, colinas mías, bosques,
aldeas, Tracia mía, Tiempo,
Océano Pacífico, país tendido en
orillas melodiosas ¿es posible?
Oh. Eurídice, vencida por la
serpiente, deshecha en mis brazos una vez.
Tú no estabas allí
donde los hornos cavan fuego
Ni eras la Aparecida sin lengua,
recostada en el brillo.
Ni estás debajo del mundo en una casa de
podridas maderas,
Guiándote tú misma las obscuras naves del alma
entre los hombres;
Ni eres arrojada de las puertas donde has
buscado refugio,
Ni pereces de noche con el hijo de las
piedras;
Ni vuelves la espalda a los que se reúnen en las
plazas
A mostrar los signos del látigo, la Ciega hija de
prostituta;
Ni estás con el ladrón abonado a la Ópera,
Ni con
la dama de caridad, ni con el santo vestido de negro.
Y sobre
todo ni guardas las prisiones, ni vas junto a soldados,
Ni lloras
jamás, ni te desgarras el seno de oro, profundo donde dormí,
¡Oh
no, Eurídice! Lo sé desde estas soledades que se apartan,
Desde
donde te veo entrar en el mundo, en las cosas, en los
hombres;
Con la varilla del hada terrestre, segura del hondo
sonido;
Segura de la magia a punto de crecer; y segura del tiempo
del hombre.
Y ellos no me verán. Mi estatua va de abismo en
abismo.
¿Para qué mi cántico? Dadles algo del calor de mis
tiendas,
De las pieles y los vasos alegres con que conté mis
días.
VII (444-488)
En un calor de telas y de mantas, de
palos y cartones, en agua tornasol
Y Ella también, regocijada
entre los mancos y los cojos.
En la Catedral, el paralítico de
cara ahumada.
"Pasad, entrad. ¡Qué bello es el mundo! Hoy están
todos aquí.
Aquí y allá, todos. La mejor flor y el estiércol.
Todo.
El santo y el asesino, el gendarme y el ladrón, el señor y
la señora.
¿Cómo no es posible recrearse, hermanos míos?"
Pero
tú no quieres tocar las cadenas del hombre.
Tu traje de creyente
raído evita la máscara.
Tiembla de terror en la alta noche del
hueso.
Qué pasos dar, la columna tirita. Ni siquiera el vacío del
ángel.
Cambiar de ciencia ya, cambiar de ropa y de
amigo.
¿Recuerdas que tampoco a Ellos les bastaba el fuego en el
abismo?
Y nadie dirá que los dioses no se fatigan de hallar una
lámpara en cada foso.
Oh, permanente vinagre en la mesa del
hombre,
Junto al plato encendido, a la leña para la
hoguera.
¿Podré levantarme del bello derrumbe desde donde
tiran
Los hierros de la tempestad que no veo?
LLevadme los
días contados, devolvedlos a la página eterna:
Duerman allí las
garzas del delirio tan pegadas a la noche,
Lo que puse en mi
hombro quemante, maderas o gavillas.
Duerman allí junto a la mano
acusadora que espantó a Baltasar.
¡Daniel! ¡Daniel! ¡Diga tu boca
el contenido de tanta hora
Desde la nada a Eurídice, desde
Eurídice al tiempo!
Todo será verdad, menos yo. Y otras bocas
digan y otras manos tracen
Signos en las murallas que han sido mi
casa y mi duelo.
Todos será verdad, menos mi voz. Todos será
verdad, menos Eurídice.
Ella es mi ruido, la sombra que hago al
perecer.
VIII (510-537)
Y Ellas vienen, Eurídice. Las furias
salen de sus redomas hacia mí.
"He ahí el huesped de nuestros
padres, el que tiende el oído hacia adentro.
Su esposa gime en
las tinieblas y él por ella, ciego.
¿Por qué dejarlo ir? ¿Por qué
no amarlo? ¡Orfeo, dejad la túnica!
Miradnos desnudas en tu pobre
luz, miradnos la cabellera y los senos.
Ningún arte mejor, ningún
fuego mejor que nuestra boca en tu boca.
Ningún hervor como el de
nuestro cuerpo en el tuyo.
¡Orfeo! ¡Orfeo! Vacia tu copa de hielo
sobre las llamas.
No son como las que has visto: no queman, no
devoran, no hunden.
Dan lustre a los cuerpos abrazados. Son el
amor que hierve y lame.
El amor de la espalda en tempestad, del
vientre socavado.
Algo como la lámpara que te trajo por playas y
tinieblas.
La luz misma, en fin, Orfeo. ¡La que apenas tuvo para
sus pasos Eurídice!"
IX (551-563)
Tienen la tiniebla de la espalda, la luz
de medianoche.
¿Viene de ti, son tu imagen para probarme los
sentidos?
Mis ojos se rompen, mi cuerpo arrastra en sangre sus
harapos.
Una losa alumbra hacia abajo lo que fui un día.
Solo
a través de ti y tú sola como el dedo de los dioses sobre
mí.
Pero Ellas tuercen mi voz: "Orfeo, hijo de
la estrella.
Dulces brazos y pesados muslos dichosos para el
amor.
Muro en vez de oídos, cal en vez de lengua, mirada hacia
adentro.
Hijo de la estrella siempre y Orfeo. ¿Somos la noche
amarga?
¿La cicuta feroz? ¿La olla despreciable al
mediodía?
¿Nuestros senos son la hoja seca, la mistela sin
sabor?"
¡Eurídice! ¡Eurídice! Que tu muerte me escuche debajo de
las piedras.
IX (584-595)
Has soñado ya terribles sueños, has
vivido ya bellas muertes.
Qué ánimo podría alumbrarte a estas
horas, a las puertas de la ciudad;
Tocado por tu desnudez eterna,
por el olor de los cuerpos, por las bocas
Que tratan de sacarte
de la noche, de la placidez, de la Esfinge.
De nada serviría
entrar otra vez al abrazo cálido, a las piernas gimientes;
Al
balbuceo a tientas, al gozo no creado ya por tu sien.
Semejante
al mendigo, al mendigo y a la prostituta, solos:
Una mano
estirada en la sombra, un cuerpo roído la intemperie.
X (596-603)
¿Cómo no reconocer en su dulce furia las
cosas que han pasado
O que pasan de largo como manjares cerca del
mendigo?
Ellas no son el amor, ORFEO. Ellas son lo vivido que
vuelve a obscuras,
La fábula donde hemos bailado debajo de las
orquestas;
La Mesa donde nos hemos hartado con la cabeza del
asno;
El Lecho que nos hizo borrar la fatiga con los demonios en
la pared;
El Canto con que celebramos la noche y el aullido de
los perros; y
La Máscara sabia y graciosa con que imitamos al
Hombre y al Ángel.
¡Oh Vejez, plato transparente! Servido está
delante de ti.
La existencia es el hambre saciada. Y si eres lo
que perece
Todo debe recomenzar, todo debe brillar aún en la hora
reducida,
En las últimas cenas, en la cicuta bienhechora.
Es
sólo un instante, un instante profundo. Un espejo que deja de
vivir.
¿Qué harás con tus coronas y guirnaldas, con las cuerdas
desgarradas de la noche?
¿Qué moneda recibirá tu mano sola en las
puertas de las tabernas?
¿Qué vino temblará en tu copa
arrugada?
El amor es distinto de un cuerpo a otro, de una
copa a otra copa.
El hechizo está naciendo siempre, la boca
arroja nuevas llamas.
Donde hemos separado la cabeza es sólo una
puerta abierta.
Y si todo recomienza, todo debe seguir.
Yo soy
el Tiempo y crezco de noche como las enredaderas.
Puedo hacer que
el templo de mi sangre cambie el calor de sus columnas;
Puedo
acallar los órganos a cuyo sonido despiertan el Hombre y el
Ángel.
Yo soy el Amor y sobre todo la Vida, pues soy el que
abraza y el que sepulta.
Y para que todo siga, Eurídice es mi
muerte.
X (664-688)