A
orillas del Piura, del Rímac y del Cooper
Roger
Santiváñez. Dolores Morales de Santiváñez (Selección
de poesía 1975-2005).
Lima: Hipocampo Editores & asaltoalcielo,
2006.
Dany
Erick Cruz Guerrero
Treinta años
de poesía reúne el nuevo libro que Roger Santiváñez
(Piura, 1956) entrega a sus lectores. Dividido en tres secciones, Dolores Morales
de Santiváñez es el recorrido apasionado de la vida convertida
en poesía -y viceversa-, con sus arrebatos de luz y de oscuridad en escenarios
idílicos, al mismo tiempo que funestos, sopesados por una sensibilidad
educada en la percepción de la belleza radicada, precisamente, no solo
donde ya es común encontrarla (el hogar, la intimidad, la naturaleza) sino
también allí donde solo puede parecer sórdida (las ciudades,
el dolor, el tedio). Esta múltiple
fusión Santiváñez la percibe con claridad y por eso no desdeña
la ocasión para encomiar con autoironía, pero con toda sinceridad,
el matrimonio que contrajo con las palabras a orillas del Piura, matrimonio reafirmado
más tarde en Lima y New Jersey.
El criterio para el orden de los
textos, como se aprecia desde la carátula, es el cronológico. La
primera parte del volumen, pues, recoge una selección de los dos libros
iniciales, y cinco libros íntegros de los siete que hasta la fecha el poeta
ha dado a la imprenta. La segunda acopia poemas no publicados en libro, detallando
el medio (plaquette, periódico, revista, etc.) en que aparecieron por vez
primera. La tercera hurga en archivos personales y desempolva poemas destinados
a revistas nunca concretadas. Los poemas más antiguos, empero, se encuentra
en las partes segunda y tercera.
Los libros que Santiváñez
ha publicado comprenden, por lo menos, dos ciclos en cuanto a intensidad y madurez
artística. En el primero se agrupan Antes de la muerte (1979), Homenaje
para iniciados (1984) y El chico que se declaraba con la mirada (1988).
Dichos poemarios expresan, de un lado, rupturas y traslados que conducen a un
profundo sentimiento de desarraigo. De otro lado, también se trata de la
constatación inocente y desconsoladora del paso del tiempo, circunstancia
que no solo nos distancia de las personas y los entornos queridos, sino -sobre
todo- de nosotros mismos. Salido a la vida y convertido en huésped del
mundo hostil, sin embargo, el yo lírico posee una visión que es,
a veces, más eficaz que su palabra. En ese sentido, Homenaje para iniciados
-que poetiza la duda de la vocación por la escritura- es el tránsito
a la madurez que subyace a El chico que se declaraba con la mirada. Los
recursos poéticos de Santiváñez (erotismo verbal y visual,
ironía, el grito desenfadado e irreverente, giros coloquiales, alusiones
cultistas, referencias a lugares concretos, requiebros vanguardistas, etc.) se
desprenden de la timidez, común a casi todos sus poemas juveniles, para
depurarse a la medida de sus necesidades expresivas, sin concesiones para el lector
pero sin exasperarlo con efusivo vanguardismo. Así podrá Santiváñez
comunicarnos que la escritura es "una pasión lúcida. Lúdica."(64).
El segundo ciclo aborda el erotismo desde una perspectiva totalizadora. El poeta
sacará a relucir la pasión allí donde la encuentre y la pondrá
donde no la halle, o donde no sea tan evidente. La voluntad de erotismo cuaja
en misticismo desacralizante y los sentimientos se exasperan
porque depende de su contrario para enunciarse y concretarse. A este ciclo pertenecen
los libros Symbol (1991), Cor Cordium (1995), Santa María
(2001) y Eucaristía (2004). Excepto Santa Maria, los demás
son libros que tienen el mérito de ser laboriosos y apasionados tratados
de la relación hombre-mujer, metáfora de la relación poeta-poesía
(Symbol: "Nunca pensé llegar a esta palabra", 102); de
la pureza lumpenesca que subyace a la escritura más allá de cualquier
tiempo y cualquier espacio (Cor Cordium: "Volviste a ser la Virgen
Impoluta", 116; "Serás Virgen/Así te viole el violador",
118); y, por último, de la epifanía de la palabra (Eucaristía:
"Vía sacra es esta hendidura", 158) y la confianza en la vida
("Un mar celeste & un cielo marino / brisa).
Santa María,
por su parte, resalta por su mesura y la voz equilibrada que entona la imagen
contemplada. Es el más elegiaco de los libros de Santiváñez
y, por eso mismo, el mejor estilísticamente logrado. El tono reposado que
-majestuoso como el del abuelo que nos relata su experiencia de largos años-
imponen los primeros versos ("Un poeta solo en su patio anterior/ observa
el techo verde de las hojas/ removidas suavemente por el viento", 131) permanece
a lo largo del libro y nada es ajeno a su magia: los objetos, las atmósferas,
las personas, hasta las mascotas son re-descubiertas ("El perro duerme ahora
entre las losas", 135).
Los poemas no publicados en libro comulgan
en la actitud belicosa que parte de la comprensión del lenguaje como arma
de agresión contra la institucionalidad y escudo de defensa de la creatividad
y originalidad personales, con algo de mácula política, como lo
entendieron las generaciones del setenta en adelante. Así como en los poemas
exhumados, los temas son recurrentes: la nostalgia, el amor, la pasión,
el erotismo (más precisamente, la arrechura), la denuncia social y política,
la ciudad y sus meandros, etc.
Difícil tarea la de reseñar
un libro de poesía, sus dimensiones -pienso- son siempre inabarcables.
Lo cierto es que Santiváñez ha consagrado su vida a la poesía,
su oficio está por demás probado. Así, pues, quienes hayan
tenido noticia de sus libros y no los hayan leído aún, ahora tienen
la oportunidad de acercase a los versos del vate piurano y comprobar que hizo
más que "arrancarle unos bellos versos/ A un destino que se negaba
a pesar de su belleza" (83).