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Juan Rulfo


La tierra pródiga

JUAN RULFO


La tierra pródiga es uno de los dos textos que Juan Rulfo escribió sobre Agustín Yáñez. Fue publicado hace treinta años en la Revista Mexicana de Cultura, suplemento de El Nacional, N° 919, 8 de noviembre de 1964. El otro escrito en que Rulfo se ocupa de su paisano es una pequeña nota, en versión al inglés, a propósito de la publicación de Tres cuentos de Yáñez, la cual apareció en el Bulletin of Centro Mexicano de Escritores, Vol, XI, N°. 4, mayo de 1964. Cabe señalar el hecho de que en la muy deficiente edición de Toda la obra de Juan Rulfo, publicada recientemente por la colección Archivos de la UNESCO, no se consigna la existencia de estos y otros textos.
JUAN JOSÉ DOÑÁN



Jalisco es un estado rodeado de México por todas partes, menos por el mar...

Mar encabritado por los rubiones o desecho en laberintos sobre la inmovilidad de las arenas

... cuyos limites hacia afuera se extendían, en otros tiempos, hasta Maripinas mientras que tierra adentro abarcaban desde Sinaoia hasta Zacatula. Un litoral demasiado grande para tan pocos forajidos.

Cuando Yáñez recorre la región con intención no sólo de buscar una salida al mar sino de recuperar para el estado nuevas reservas, se produce el impacto contra las fieras a las que más tarde habrá de liquidar, no con la denuncia oficial, que nunca perdura, pero sí valiéndose de medios más eficaces, como los contenidos en La tierra pródiga.

Agustín Yáñez sitúa a sus personajes en un ambiente claramente definido; y quien quiera (a pesar de la distorsión a veces geográfica, a veces física, que utiliza el actor), podrá identificar al político influyente, el cacique, el amigo -del hijo- de un ex Presidente enriquecido. Podrá, en fin, señalarlos para siempre como quienes hicieron del vandalismo, la extorsión y el asesinato, el juego de sus vidas.

Aunque Yáñez circunscribe el problema de esta región, “pasto de toros bravos”, a su última etapa, la cosa viene desde antiguo. Y para no ir tan lejos: conquista, sometimiento, nueva conquista y exterminio de todos los pueblos aborígenes de las provincias de Melahuacán y Expuchimilco (solamente la primera tenía más de doscientos mil habitantes, y hoy no llega a quinientos). En el Valle de Sátira, también superpoblado, sólo queda el pueblo de Tomatlán. En el amborín está la Villa de Purificación, con 2 000 habitantes y la ranchería de Jocotlán, la cual debió ser importante, pues en 1914 los de este lugar saquearon y arrasaron la Purificación, lo que motivó que pocos días después Jocotlán desapareciera del mapa.

En Charnela habrá quizás unos tres habitantes; otros más en Tenacatita (aunque los cerros de sus alrededores están plagados de muertos); la Huerta, ya en el Valle de Expuchimilco (la tierra pródiga de Yáñez), fue arrasada por las tropas de los generales Agustín Olachea y Ochoa Urtiz en 1919. En Casimiro Castillo (La Resolana) hubo hace apenas catorce años un enfrentamiento entre tropas federales contra los caciques Lozano, herederos a su vez del enorme cacicazgo de los extranjeros Elórtiguie. Otro extranjero fue propietario del Alcíhuatl desde 1775, se apellidaba Romero y baste decir que registró como realenga toda la tierra, desde Llano Grande hasta Mixmaloya, misma que legó a su hijo Liberato.

Cacaluta era otro cacicazgo sin límites, propiedad de un tal Torralba. San Miguel, la vieja capital de la provincia de Melahuacán, fue arrasada en 1858, en unión de Cuitzmalal y otros pueblos. Y todavía en 1928 el general Charis hizo estropicio en toda la región, desde la Purificación hasta Tomatlán. Hubo pues en la tierra pródiga muy pocos habitantes -desde hace cuatro siglos-, pero sí muchos caciques y hasta filibusteros, como Bernard Johnson.

No es extraño pues que fuera tierra de contienda, de forajidos y asesinos labiosos e ignorantes. En el Tuito, durante la guerra contra los Estados Unidos de 1847, se levantó el pueblo en armas al grito de ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, cuando el cura de ese lugar, ciego y muerto de hambre, se dedicaba a remendar huaraches porque nadie lo socorría, ni siquiera con un taco de limosna. Tampoco es de extrañar que de ahí hubiera salido el bandolero Antonio Rojas, quien llegó hasta Guadalajara y se dio el lujo de ahorcar en los balcones del arzobispado (hoy Palacio Municipal) a unos cuantos catrines. No por algo el general Miguel Brizuela, héroe de la batalla de “La Coronilla” contra los franceses, independizó a Colima de Jalisco, y de haber podido, hubiera seguido enriqueciendo a la federación con nuevos estados soberanos, tal como lo quiso hacer con la Provincia de Avalos, cuya capital sería Ciudad Guzmán; y con el estado de Autlán, que abarcaría desde Ameca hasta el Marabasco.

Tal vez en 1866 se hubieran resuelto los problemas de la Costa, de haber sido aceptado el “Pacto de Zacate Grullo”, único decreto que expidió el gobernador Anacleto Herrera y Cairo. Ese pacto -que como su nombre lo indica, o más bien su apellido, se formuló en lo que actualmente es El Grullo-, ordenaba arrasar los pueblos desde allí hasta el suroeste, talar los árboles, prenderle fuego a las selvas y liberar, de una vez por todas, aquella región infestada de bandoleros, caciques y criminales. Ley que se consideró entonces inadecuada y acabó en el olvido.

Tocó pues a Yáñez abrir la brecha y, pacíficamente, hacer que se encarara a los señores feudales de la Costa, y de paso, las trampas de que se valían para obtener el poder: leyes propias; papel moneda de circulación recurrente; agio y soborno; policía privada; enganche y asesinato; humillación ante el poderoso; hipocresía, mentira y escamoteo, y frente a esto, la amenaza solapada. Ricardo Guerra, personaje central de La tierra pródiga, dueño de la “Vena de los Locos”, de la “Playa de los Arcángeles”, que regala un pedazo del Océano Pacífico a Rosana Podestá (Claudia Capuleto); que sueña con una plaza de toros sobre el mar y que, como en otro tiempo lo fue Liberato Romero, se siente dueño de la arena, de las olas, de los pájaros, del aire, de las estrellas y de todas las mujeres soñadas.*

Yáñez, con La tierra pródiga, no sólo crea una de las más grandes obras de ficción de la literatura mexicana, sino logra sepultar, mediante el peso de su verdad, las barreras de resistencia que habían levantado, desde épocas remotas, el rondín de las fieras que poblaba la única tierra pródiga de Jalisco.

NOTA * Sueño que por su escasa realidad, termina por disolverse en las sombras de sus propias ilusiones.

 

 


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