Entrevista 
a Rodolfo Ybarra 
Dante 
Ildefonso
Diciembre de 2006
Rodolfo 
Ybarra (Lima, 1969). Perteneciente a la promoción poética del 
90, ha estudiado matemática pura, física, electrónica y comunicaciones. 
Subrepticiamente ejerce la docencia y el periodismo. En el año 1998 dirigió 
el programa contracultural de televisión “De-Generación” en canal 
27 UHF. Tiene varias novelas y ensayos en calidad de inéditos. Asimismo 
ha publicado "La Túnica de Ankou” 1989, “Sinfonía 
del Kaos” 1993, “Vómitos” 1999, “Por la boca, MUERTOS” 
(Ybarra/Portals) 2002, y el ensayo “Las Armas del Escritor”. De otro lado 
ha completado un poema-reportaje en video titulado “La Decadencia de Lima” 
(1998) donde muestra el desgarro y la podredumbre humana de la ciudad capital. 
Textos suyos han sido publicados en importantes revistas y periódicos del 
medio y del extranjero, así como en antologías como la efectuada 
por la Biblioteca Nacional del Perú y la “Antología X Bienal de 
Poesía Premio Copé 2001”. El año 2005 ganó el premio 
literario 500 VL organizado por la municipalidad de Lima. La presente entrevista 
se realizó hace unos meses a raíz de la publicación de su 
poemario Ruptura de heje (2006). Pronto Ybarra estará publicando 
una nueva obra con la editorial Zignos.
- Rodolfo, 
háblanos de tus inicios literarios o artísticos en general, ¿por 
donde te movías, qué leías, etc.?
- Recuerdo 
una biografía de Giussepi Casanova que leí a los siete años 
en una colección turquesa que entregaban gratuitamente a los médicos 
de los años setenta porque llevaba publicidad de medicamentos -en ese entonces 
modernos- creo que la colección se llamaba “enfermos famosos” y alguna 
visita con problemas bronquiales -recuerdo claramente la tos, el eco cavernoso- 
 lo había 
olvidado en la sala de la casa, ahí se describía al niño 
Casanova con una suerte de retardo mental moderado (RMM) que lo alcanzó 
hasta la adolescencia convirtiéndolo en un inútil, en un guiñapo 
humano, y luego el joven Casanova como por un acto de iluminación “despertó” 
con su habilidad por todos conocida y sus intentonas médicas -las sangrías 
y toda esa limpieza de la sangre- y sus métodos supuestamente infalibles 
para evitar el embarazo como el limón cortado con miel de abeja -primitivo 
espermicida- que introducía a sus compañeras sexuales, casi todas 
casadas y que querían disfrutar de los placeres cireneicos sin mayores 
consecuencias que el acto mismo. (A propósito, la película “Casanova” 
de Fellini que vi años después despertó en mí la infancia 
un poco acelerada y con vacíos que cubrir; más adelante, si me lo 
permites, hablaré de esto y, claro, de las mujeres y la vagina dentada 
o, la vagina con bozal y todos esos miedos freudianos).
lo había 
olvidado en la sala de la casa, ahí se describía al niño 
Casanova con una suerte de retardo mental moderado (RMM) que lo alcanzó 
hasta la adolescencia convirtiéndolo en un inútil, en un guiñapo 
humano, y luego el joven Casanova como por un acto de iluminación “despertó” 
con su habilidad por todos conocida y sus intentonas médicas -las sangrías 
y toda esa limpieza de la sangre- y sus métodos supuestamente infalibles 
para evitar el embarazo como el limón cortado con miel de abeja -primitivo 
espermicida- que introducía a sus compañeras sexuales, casi todas 
casadas y que querían disfrutar de los placeres cireneicos sin mayores 
consecuencias que el acto mismo. (A propósito, la película “Casanova” 
de Fellini que vi años después despertó en mí la infancia 
un poco acelerada y con vacíos que cubrir; más adelante, si me lo 
permites, hablaré de esto y, claro, de las mujeres y la vagina dentada 
o, la vagina con bozal y todos esos miedos freudianos).
Volviendo, yo era 
un niño introspectivo, casi índigo, casi autista, y digo “casi” 
porque eso me salva de una definición autoconceptual que no estoy seguro, 
por la lejanía, poder realizar. Bueno, igual era un niño que leía 
todo lo que encontraba; aprendí a leer a los tres años sin esfuerzos, 
casi como una cuestión natural, un proceso natural, y tuve una fijación 
por los mapas cartográficos que me duró buenos años, pasaba 
el tiempo comparando los mapas del Perú con los de otros países, 
medía poblaciones, producciones mineras, agropecuarias, cantidad de ejército, 
etc. Mi madre -mujer de negocios- jamás incentivó mis ánimos 
por la lectura, yo tenía un familiar (¿un primo?, no lo sé, 
jamás lo pregunté) que había llegado creo de Piura para estudiar 
en la universidad, y él me enseñó muchas cosas aparte por 
supuesto de prestarme sus textos preuniversitarios. Con él aprendí 
a jugar ajedrez a la perfección (especialmente las salidas peón 
4 rey o gambito de rey o de reina o el inmejorable caballo en posición 
de ataque o el peón hacia delante para dar salida a los alfiles) y a resolver 
problemas matemáticos y estadísticos que en su mayoría siempre 
es una aplicación de la lógica. Creo que en cierta forma yo me sentía 
como el niño Casanova con una suerte de retardo, no interno, sino externo, 
es decir inducido por el poco interés que irradiaba mi entorno familiar; 
pero yo era terco -terriblemente terco, no sé por qué a veces me 
miraba a mí mismo como el Aureliano Buendía de “Cien años 
de Soledad”, libro que leí antes de los trece años, gracias a ese 
familiar incógnito y en parte al destino.
Recuerdo que salía 
a la calle como todos los niños a jugar canicas, “el trompo y la huaraca” 
como dice ese poema de Nicomedes o “El trompo” solamente de Diez Canseco (precursor 
del realismo urbano en la década de los cincuentas, recomiendo leer su 
novela “El Gaviota” y también “Duque” y sus cuentos “Estampas Mulatas”); 
y ahí en la calle recogía periódicos que los doblaba y los 
metía en el bolsillo del pantalón para luego en la otra “soledad” 
del baño leerlos. A veces no entendía pero me esforzaba, claro era 
sólo noticias en pleno gobierno militar, las movidas de lo que después 
supe era la Sinamos (Sistema Nacional de Movilización Social), las Sociedades 
Agrarias de Producción, las cooperativas y todo el movimiento agrario y 
campesino, y ese rollo del patrón no comerá más de tu pobreza, 
Velasco y toda su corte y la ilusión del cambio que nunca llegó. 
(A propósito, ¿sabes por qué Velasco en su loca carrera por 
estatizarlo todo, no tocó las tierras de Huaytará?, simplemente 
porque estaba casado con la hermana del aprista Luis Posadas y ellos pues, eran 
dueños de toda esa comarca). 
Recuerdo claramente que leí 
la noticia de un fusilamiento por traición a la patria -era una mañana 
de abril y hacía frío- y este hecho se comunicaba con lenguaje marcial 
y con una frialdad que me hacía dudar de que eso fuera cierto. ¿Cómo 
una muerte podía acabar relatándose como un boletín del servicio 
metereológico? Terrible. Así, y no con mi armadura, sino con mi 
inocencia entraba en toda esa onda tanática que como un espiral fue creciendo 
hasta hace unos años atrás.
De ese modo, con toda esa atmósfera 
“revolucionaria” y llena de oportunistas y “grandes” descubridores de la pólvora, 
leí los pocos libros que había en casa, incluido una Biblia pequeña 
de color azul que regalaban casa por casa los evangélicos, ahí al 
final de este pequeño libro había una conminación puesta 
en sello azul pastel para poner tu nombre y creo también otros datos; ahí 
puse por primera vez en un libro mi nombre y mi apellido; y luego y casi inmediatamente 
vendría el colegio que en primera instancia fue el colegio parroquial Nuestra 
Señora de Cocharcas, de una misión claretiana, ahí me enseñaron, 
aparte de reafirmar mi lecto-escritura, a rezar y algunas palabras en latín. 
Los padres españoles eran muy severos, solían castigar a los niños 
golpeándolos en las piernas con reglas de madera, todavía eran los 
tiempos pretéritos en que “la letra con sangre entra”, y claro también 
premiaban con rosarios y crucifijos de diversos santos a los niños aplicados. 
El método error-castigo parece que funciona o funcionó en algunos, 
tal es el caso de un viejo amigo que ahora es sacerdote franciscano y lo veo cada 
cierto tiempo en una iglesia del centro. Ahí también aprendí 
los nombres de muchos santos como santo Tomás de Aquino, cuyo libro “Suma 
Teológica” (obra maestra compuesta en 14 tomos) recién pude leer 
a los veinte años. San Agustín quien es uno de los cuatro padres 
de la Iglesia de Rito Latino, cuyas teorías siempre me impactaron, y muchos 
otros santos que aparecen en el santoral: San Juan Bosco, San Vicente de Paul, 
San Peregrino Laziosi, Santa Clara de Asís, Santa Catalina Labouré, 
Santa Margarita de Alacoque; y de ahí el salto a la poesía sacra 
estaba cerca: Santa Teresa de Ávila (“Nada te turbe, nada te espante todo 
se pasa,/ Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada 
le falta sólo Dios basta”) a San Juan de la Cruz (“Por toda la hermosura 
nunca perderé sino por un no sé qué, que se alcanza por ventura. 
El que de amor adolece del divino ser tocado, tiene el gusto tan trocado que a 
los gustos desfallece como el que con calentura fastidia el manjar que ve y apetece 
un no sé qué, que se alcanza por ventura. Sabor de bien que es finito 
lo más que pueda llegar es cansar el apetito y estragar el paladar; y así, 
por toda la dulzura nunca yo me perderé sino por un no sé qué, 
que se halla por ventura”), a Fray Luis de León (“Despiértenme las 
aves con su cantar sabroso no aprendido; no los cuidados graves, de que es siempre 
seguido el que al ajeno arbitrio esté atendido. Del monte de la ladera, 
por mi mano plantado, tengo un huerto, que con la primavera, de bella flor cubierto, 
ya muestra en esperanza el fruto cierto. Y mientras miserablemente se están 
los otros abrasando con sed insaciable del peligroso mando, tendido yo a la sombra 
esté cantando”) a Sor Juana Inés de la Cruz (“Finjamos que soy feliz, 
triste pensamiento, un rato; quizá podreís persuadirme, aunque yo 
sé lo contrario, qué pués sólo en la aprehensión 
dice que estriba los daños, si os imaginaís dichoso no sereís 
tan desdichado”). Ah por cierto, jamás fui religioso, eso de “si me porto 
mal me voy a ir al infierno” me duró hasta los diez años y no más, 
y por mi carácter no podría haber llegado al Jansenismo que, como 
sabemos es la doctrina que exagera las ideas de San Agustín para obrar 
el bien religiosamente a costa de la libertad humana. El bien como bien está 
perfecto, pero el bien sin libertad de qué sirve, cómo disfrutas 
del bien. Y dios bien gracias. (“Yo le pregunté una vez: -y tú, 
vagabundo, ¿crees en Dios? -te lo diré más tarde. Espera 
unos treinta años. Cuando haya cumplido los sesenta, tal vez sepa si creo 
en Dios o no; de momento lo ignoro, y conste que no tengo ganas de mentir”. Mis 
Confesiones. Máximo Gorki. Pg. 99 . El nombre de la editorial no me acuerdo).
Bueno, 
del Cocharcas pasé al colegio República Argentina, un colegio un 
poco grande que queda en el jirón Miroquesada, ahí aprendí 
las “malas costumbres” argentinas, gracias a que la embajada de ese país 
auspiciaba el colegio. Recuerdo cada nueve de julio -día de la Independencia 
gaucha- llegaba el embajador orondo con su traje celeste acompañado de 
sus edecanes y nos regalaban entre juguetes y dulces unos libros que editaban 
en este hermano país, ahí entre muchos autores pude leer antes de 
los nueve años una adaptación para niños de un cuento de 
Borges. A veces me pregunto si en Argentina habrá un colegio que se llame 
Perú y pienso si ahí se leerá por lo menos a Vallejo.
Yo 
era un niño con muchos deseos de aprender y a pesar de mi timidez, totalmente 
travieso, recuerdo que perseguía a las cucarachas y no me atrevía 
a matarlas, alguna extraña razón tendrían para vivir, a veces 
las metía en cajas de fósforo y las hacía pelear con arañas, 
ya sabemos quién ganaba, pero no siempre era así, me las ingeniaba 
para poner a la araña en desventaja sacándole algunas patas y a 
veces también se me pasaba la mano. Recuerdo una vez que perseguí 
a una rata con unos amigos, fue toda una tarde de verano, sol canicular, heladeros 
en la esquina, niños en el parque, y luego de que la rata ingresara en 
su madriguera abrimos una tapa de desagüe, esas de fierro forjado que todavía 
se ve en las quintas pobres de Barrios Altos y el Rímac. Bueno, la cosa 
fue que a mí se me ocurrió echarle kerosén y prenderle fuego 
al desagüe y el espectáculo estalló con decenas de ratas a 
medio prender corriendo hacia la calle como pequeñas bolas de fuego, pequeños 
aerolitos volando sobre el cemento y los vecinos corriendo con las escobas tratando 
de evitar algún incendio y por supuesto tratando de matar a las indeseables 
ratas. Para mí fue todo un espectáculo mismo las movidas mediáticas 
en las que se integran danza, teatro, música e incluso mejor porque todo 
era real y ahí pude reafirmar el dicho de Mariátegui que una chispa 
puede incendiar la pradera (disculpa Miguel, esto es una broma). La cosa fue que 
me castigaron, no dejándome salir a la calle que era el lugar donde todo 
niño -con pocos juguetes- se realizaba y donde niños como yo tenía 
algo que leer.
Luego vendrían varios colegios, e incluso llegaría 
a estudiar en el “Luis Benjamín Cisneros” que era un colegio que se levantaba 
en la propia casa del poeta en el jirón Junín ¿1275? (Cisneros 
murió ciego y también había escrito novelas como Julia (1861), 
Edgardo (1864), y Amor de niño ¿?, pero su obra más conocida 
es “Aurora Amor” en que canta -tipo Whitman- al nuevo espíritu del mundo 
y a la evolución de las artes y claro por supuesto la ciencia). Aquí 
en este colegio es donde -por cercanía, por absorción, por mimetismo 
o por alguna ley mágica, espiritual- siento la necesidad de ser poeta, 
de escribir, de leer, de vivir -como decía Sir Harrys, el del “Retrato 
de Dorian Gray”- como poeta, acababa de cumplir los trece años y ya tenía 
un conocimiento más o menos claro de lo que quería ser, lamentablemente 
cuando yo preguntaba a unos tíos “cultos” por esta “carrera”, me decían 
que no existía y que nadie vivía de los poemas, pero yo no me decepcionaría 
tan fácil, como dije atrás era terco. Así que un día 
un vecino que tocaba guitarra y era a la vez profesor de matemática en 
el Lavarte me dijo que podía ser lo que quisiera, siempre y cuando no esperase 
vivir “como rey”, él había querido ser músico y se recurseaba 
como profesor, ya mi destino estaba trazado. El profesor tuvo una denuncia policial 
por robarse el reloj del colegio; luego de perder su trabajo anduvo vagando por 
ahí hasta que años después se fue al Japón a trabajar 
descuartizando y cremando cadáveres gracias a unos familiares. Nunca más 
lo volví a ver, le debe estar yendo bien. Supongo. (Un abrazo donde estés, 
Hugo).
Quiero detenerme un momento en este punto. Yo tendría trece 
o catorce años y muchos se estarán preguntando si lo que estoy contando 
son realmente mis inicios literarios, pero claro, aquí voy a mencionar 
lo que en ese tiempo me tenía fijado como un clavo en la pared, y era aparte 
de la “Teoría de la Relatividad” y sus cumbres o sus fondos en la bomba 
atómica, Einstein, Openheimer y demás colaboradores, los iniciáticos 
Hahn y Strassmann, y la “Teoría del Orgón”, cuyo diseño de 
la máquina había sido destruido por Estados Unidos y había 
mandado como colación a la cárcel hasta el día de su muerte 
a Wilhelm Reich. Y lo alucinante es que si ahora tú entras a Google y presionas 
“la máquina del Orión” aparecen muchos estafadores que te lo ofrecen 
a precios onerosos, y nadie les dice nada. Yo hice un diseño de mi propia 
máquina, espero algún día hacerlo realidad. 
Eran y 
son pues, muchos libros de poesía -por decir lo menos- los que conforman 
mi zócalo continental literario en esta base del edificio que es la poesía 
y en la que se tiene que subir grada por grada, porque no hay ni habrá 
ningún tipo de ascensor. 
Empezaré por mencionar conforme 
vayan pasando por el panel de mi memoria: Eguren y su alma de niño, Vallejo 
y el dolor omnipresente, Oquendo de Amat y su ternura hipostática: madre-realidad-alucinación, 
Vicente Azar y su excelente poema “Porgy y Bess llegando al Central Park”. Claro 
también en esas épocas leí a Neruda y sus “Versos del Capitán”, 
nunca me gustaron sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, 
el título me parecía ridículo. El amor más que desesperación 
es pasión, erotismo, romanticismo o como dice Dante Alighieri en la parte 
final de la “Divina Comedia” lo que hace girar al mundo; pero de ninguna manera 
desesperación, eso es una patología, una perversión económica 
del amor en el sentido editorial, claro es más vendedor decir “Veinte poemas 
de amor y una canción desesperada” que decir sólo y a secas “Veinte 
poemas de amor”. De todas formas cómo olvidar “La canción desesperada”: 
Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy // El río anuda al mar su lamento 
obstinado. // Abandonado como los muelles en el alba. // Es hora de partir, oh 
abandonado! // Sobre mi corazón llueven frías corolas. // oh sentina 
de escombros, feroz cueva de náufragos! // En ti se acumularon las guerras 
y los vuelos. // De ti alzaron las alas los pájaros del canto. //Todo te 
lo tragaste, como la lejanía. // Como el mar, como el tiempo. Todo en ti 
fue naufragio! Y todo esto escrito antes de los veinte años?!
Otros 
autores que leí compulsivamente fueron Octavio Paz, aunque de verdad lo 
prefiero como ensayista. Antonin Artaud cuyos libros “El Teatro y su doble” engendra 
al teatro del dolor y a Judith Malina y al gran Grotowski, “El Ombligo de los 
Limbos” o “Los Tarahumaras” y sus aventuras con el peyote en México al 
que fue totalmente misio y casi sin zapatos. O esa “Carta a los Poderes” que fue 
un gran descubrimiento en mi adolescencia. Alejandra Pizarnik y su lucha por dejar 
de vivir (leer su “Extracción de la piedra de la locura” y también 
su “Árbol de Diana”, “El Infierno musical”, “Los trabajos y las noches”). 
Vicente Huidobro y su creacionismo (leer Altazor, pero también: “Ecos del 
alma”, “Canciones en la noche”, “Pasando y pasando”, “Finis Britanniae”, “El Viaje 
en Paracaídas”, etc.) El antipoeta Nicanor Parra que recientemente ha expuesto 
unas esculturas flotantes donde muestra a los presidentes chilenos -como debieran 
de estar- ahorcados y colgando de un muro (leer desde su “Canciones sin nombre” 
1937, “Poemas y antipoemas” 1954, “La Cueca Larga” y el “Versos de Salón” 
y “Discursos” escrito con Pablo Neruda, y también su “Ecopoema y Poemas 
y antipoemas a Eduardo Frei”. En 1998 editó “El rap de la sagrada familia”. 
El poeta azul Rubén Darío y su onda modernista, leer su “Epistolas 
y poemas” “Tierras Solares”, “Todo el Vuelo” etc. 
Voy a mencionar una serie 
de nombres sin un orden aparente de los que me acuerdo, en ese tiempo eran mis 
lámparas con las que iba tanteando con mi adolescencia a cuestas el camino 
como Diógenes: Jack Kerouac “En el Camino” cuyo libro me lo prestó 
Chío Hervias, “Visiones de Cody”. Ferllinghetti a quien leí parcialmente, 
recuerdo que Virginia Benavides tiene un libro original de este autor que fungió 
de editor de Ginsberg , hay que recordar que él tenía una librería 
y ahí creó el sello con el que salió “Aullido”. Kenneth Patchen, 
Gregory Corso y su “Feliz Cumpleaños de la Muerte” -de la colección 
Visor que lo dejé en venta en el jirón Quilca y creo que lo compró 
Willy Gómez-, Norman O’Brown, los escritores parias y vagabundos de la 
Angry Young Men de Inglaterra con el gran Colin Wilson a la cabeza y su 
extraordinario “A la deriva en el Soho” , aunque ahora se ha dedicado más 
a cuestiones ocultistas y temas relacionados a fenómenos parapsicológicos.
Otros, 
Hölderlin, Walt Whitman (“Hojas de Hierba” cuyo libro lo presté a 
un amigo y se negó rotundamente a devolverlo, a cambio me ofreció 
un libro cada vez que nos encontráramos, así que a la larga salí 
favorecido, además Whitman lo merecía). El gravitante Eliot, Cavafis, 
Victor Hugo, Robert Desnos, Carpentier, Max Jacob.
Continúo, aunque 
debí mencionarlos primero por cuestiones de orden, pero soy desordenado 
por naturaleza; definitivamente los clásicos desde “La Iliada” y “La Odisea” 
de Homero, pasando por Píndaro, el poeta lírico autor de “Odas Triunfales”, 
“Elogio de Atletas Vencedores”, Sófocles, que es el antecesor más 
remoto de Freud por el análisis de las pasiones y la psicología 
de los personajes: “Antígona”, “Electra”, “Edipo Rey”, “Ayax Furioso” etc. 
En general y salvo muchísimas omisiones creo que éstos eran mis 
guías espirituales a fines de los ochentas y principios de los “maravillosos 
años noventa”. Ahora que ha pasado el tiempo veo con nostalgia a estos 
autores y solo me queda seguir mi silencioso camino de lector buscando y rebuscando 
la piedra filosofal con la que derribaré al Goliat de la soberbia intelectual 
o lo que es lo mismo, la ignorancia sin modales o la pose del “escritor pensante” 
que tiene que vender a toda costa una editoral.
El sountrack o la 
banda sonora de toda esta época, si se puede decir así, está 
compuesto por los temas que salían en “Disco Club” que dirigía el 
primer Gerardo Manual, voy a tratar de mencionar nombres y algunos títulos 
que recuerdo porque es necesario entender que la poesía y en general todas 
las artes están entrelazadas y se funden unas a otras y los lazos casi 
siempre son invisibles y hay que recordar que tanto la poesía como la música 
son artes de tiempo, mientras que las otras artes como la escultura, pintura, 
dramaturgia, etc. lo son del espacio. Así son Snack y su “My Sharona”, 
Kiss y su “Nací sólo para amarte”, Deep Purple y su vinilo “Machina 
Head” en la que están los temas fabulosos “Highway Star”, “Smoke on the 
Water”, “Lazy”, “Space Trucking”, etc. También recomiendo sus otras producciones 
por ejemplo el “Burn” (Arde), o el concierto en vivo realizado en el Japón: 
“Made in Japan” un album color verde limón, aunque también el “Made 
in Europe”. AC/DC con el gran Angus Young y Simón Wrigh, aunque muchos 
prefieren como cantante a Bon Scoth, recomiendo el vinilo, aunque ahora pueden 
pedirlo en CD: “Black in Black”, “Fly on the Wall” y el genial “Carretera al Infierno” 
que siempre aparece en cortinas de muchas películas de terror.
Journey, 
Motorhead, The Allman Brothers Band, el genial Jimmy Hendrix y su “Niebla Púrpura”, 
“Hey Joe”, “Vudu Child” y por esta línea inopinadamente a Stevie Ray Vaughan, 
quien murió en la flor de su juventud, ese concierto en el “Mocambo”, aunque 
este es ya más cercano a estos tiempos, igual es un pase-de-vueltas, qué 
excentricidad, da ganas de dejar de escribir y vivir en constante estado de catarsis 
o como ciertos gurús de la India enterrados hasta el cuello.
Black 
Sabbath y su excelente guitarrista Tommy Iomi, dicen que tuvo que aprender a tocar 
con la izquierda porque perdió movilidad en un dedo. Ozzi Osbourne sí 
me cae mal, su voz es muy buena, pero sus actitudes dejan mucho que desear y sobre 
todo porque ahora último se ha dedicado a hacer dinero a toda costa, el 
caso de su hija es patético.
Bueno sigo, Thim Lizzy, The Cream, dicen 
que Chacalón escuchaba a esta banda por eso le puso a su conjunto “La Nueva 
Crema” (escuchar de rigor a “Chacalón y la Nueva Crema”). David Bowie cuando 
se disfrazaba de marciano y con hombreras es todo un caballero sobre todo cuando 
ayudó a salir del pozo a Iggy Pop; el genial Lou Reed cuando “llamó” 
a la bella modelo Nico a cantar (aunque todos sabemos que el verdadero “culpable” 
fue Andy Warhol) me pareció genial verlo en una película de Win 
Wender, en esa donde sale un ángel parado en una torre de Berlín, 
de todas maneras hay que ver las otras películas de Wenders como por ejemplo 
la literaria “Hammeth, investigación en el barrio chino” o “Paris- Texas”, 
etc.
Grand Funk y sus geniales temas, aunque me gusta más cuando 
eran trío (power trío), después con el cuarto integrante, 
el que tocaba el órgano, todo se enfrío, demasiado tecnicismo a 
veces acartona y enfría el mensaje y el canal y el receptor se recienten.
Mötley 
Crue, Iron Maiden, hace poco vino al Perú a ofrecer un concierto Paul Dianno, 
su primer vocalista aunque ahora está gordo y calvo parece un cantante 
de reggaeton. Cinderella y sus miembros andróginos, Tean Years Alter y 
su guitarrista Alvin Lee sobre todo cuando toca ese tema “Helicóptero” 
y está referido a los helicópteros que traían a los jóvenes 
muertos de Vietnam. Bachman Turner Overdrive, el famoso BTO y sus “Buenos Negocios”. 
King Crinsom, The Holies y su “Mujer Alta y Fria Vestida de Negro”, etc, etc.
- 
Habiendo transcurrido algunos años, ¿qué opinas de la llamada 
promoción o generación del 90?
- Es en la década 
del ochenta cuando realmente me empiezo a mover en este submundo del arte y la 
contracultura; recuerdo -es un decir, casi todo lo he reconstruido en mi memoria 
con breves visiones, fragmentos y situaciones que viví o me contaron de 
primera fuente y datos corroborados con los que de una u otra forma participaron 
en mis recuerdos- por ejemplo en la desaparecida ANEA, algunos años atrás 
en el 77 ó 78, Róger Santibáñez hizo una huelga de 
hambre junto a otros poetas alucinados y de convicciones políticas a prueba 
de fuego, en esos años yo vivía en el mismo jirón Puno, pero 
unas cuadras más arriba, a una cuadra de mi casa vivía Manuel Rilo, 
el cual iba a unas fiestas para pequeños adolescentes que organizaba “pepito” 
(José Rodríguez, homónimo del cantante), otro viejo amigo 
que radica ahora en Puerto Rico. Recuerdo que años después y ya 
en las rejas nos vimos con Manolo (Rilo) y nos reconocimos, fue en un concierto, 
había un pogo increíble y yo había salido a leer unos poemas 
en el micrófono, los borrachos celebraban; la literatura nos había 
reclutado y en ese tiempo estábamos en plena orilla del aprendizaje aunque 
la predisposición y las aptitudes estaban y no se perderían, sólo 
el humo azulado de los cigarros se disiparían hasta mostrarnos inmarcesiblemente 
otras realidades. Róger y ya a inicios de los noventas me contó 
lo de la huelga, fueron tiempos difíciles. De mi misma cuadra es Giussepi 
Mendiola, quizás muchos no lo conozcan, pero dentro de poco se le tendrá 
que reconocer por el talento innato que tiene. Recuerdo una vez me contó 
que cuando estaba en Bellas Artes del jirón Ancash y no tenía plata 
ni para las pinturas, se fue al basural del mercado “Buenos Aires” y recogió 
agallas de pescado para licuarlo y formar el color rojo, e igualmente hizo con 
el zapallo (amarillo) y las verduras podridas (verdes) y beterragas (morados), 
y nabos (blancos) y zanahorias (anaranjados), y cuanto desecho había en 
el contenedor y logró “pintar” un cuadro fabuloso que fue presentado en 
su aula de estudiante y el profesor tuvo que aprobarlo con la más alta 
nota, aunque no soportó el olor y lo mandó a su casa. La pestilencia 
era la sirena que se había encendido en el arte de Giussepi y no se apagará 
hasta que le hagan caso. Ahora último ha logrado vender unos cuadros en 
el extranjero y se ha comprado un terreno en Chorrillos.
Ese talento ante 
la adversidad es algo que siempre he tenido presente y es parte de mi filosofía 
de vida y determina tangencialmente mi escritura.
Bueno, continúo, 
en 1980 estalla la guerra interna pero también la onda subterránea 
y anárquica estaba por dar el gran salto. Creo que fue Helen Ramos la primera 
en hacer un reportaje a “los vándalos” como se les llamaba en esa época, 
y ese artículo si más no recuerdo salió en la revista “Laberinto” 
número 7. Esto de los vándalos creo fue un invento de Belaúnde 
quien como ese dibujo de Alfredo vivía en las nubes, sino recordemos que 
en un principio a los levantados en armas les decía abigeos (“Sobre el 
Volcán” Diálogo frente a la subversión. María del 
Pilar Tello. Editorial CELA. Leer en especial la introducción y las entrevistas 
a Mercado Jarrín, Diez Canseco, Metzinger y Valle Riestra)
Recuerdo 
claramente el concurso de rock no profesional en el año 1986 en la primera 
No Helden en el jirón Chincha con Wilson. Los rockeros hacían su 
aparición y se apoderaban de las esquinas. En esos tiempos yo escribía 
canciones y algunos textos largos y complicados los guardaba secretamente; de 
ahí saldrían los primeros poemas de “La Túnika” que tuvo 
varias versiones que armaba artesanalmente y los regalaba a los amigos más 
cercanos. Pancorvo siempre me hace presente que tiene un ejemplar.
De esta 
forma con la música y ya cercano a los poetas bohemios y ex-kloakas me 
fui precipitando a los abismos y a la cima de la poesía, al Taigeto donde 
arrojaban los griegos a los niños defectuosos.
Recuerdo un poema 
que escribí en mi inaugurada libreta electoral que era anaranjada y de 
tres cuerpos, ahí escribí un texto en el que me comprometía 
con la literatura y con la verdad hasta el día de mi muerte. Mi documento 
de identidad me lo robaron en un micro de la José Leal, no el azul con 
rojo (que ahora llega hasta Comas, kilómetro ocho y medio), sino el plomo 
que tenía el motor atrás y botaba una estela terrible de humo negro 
como un pasado que perseguía al carro hasta el último paradero. 
Quiero agregar que a pesar del tiempo mi promesa sigue intacta.
En el año 
1990 ó 1991 fui a un recital que se organizaba en la biblioteca nacional, 
ahí conocí a varios poetas de la que sería realmente mi generación. 
Vi y escuché leer a Willy Gómez y a Carlos Oliva, recuerdo que el 
público eran sólo cuatro personas, dos poetas conocidos, uno de 
ellos era Gustavo Armijos y el otro Ramírez Ruiz, y las otras dos personas 
eran una amiga que le tenía cierto temor a los poetas y yo en la oscuridad 
de las butacas tipo cine de barrio y el olor a rancio y creso que salía 
del baño.
Era la primera vez que yo me encontraba realmente con mi 
promoción poética, hasta antes sólo había tenido acercamientos 
individuales, como con Josemári Recalde a quien conocí con uniforme 
de colegio, a Juan Vega con quien nos encontrábamos en la puerta del BCR 
para guardarnos cola y ganarles un sitio a los jubilados y porque “teníamos” 
que ver muchas películas, era para nosotros un deber y después nos 
íbamos por ahí a comentar lo visto: “Betty Blue”, las películas 
de Truffau, Godard, las películas neorrealistas de Scola (la excelente 
“Feos, Sucios y Malos”), o de Sica, o el cine negro norteamericano, etc.
A 
Rubén y a Paolo los conocí en un recital organizado por la municipalidad 
de San Martín de Porres. Había muchas pilas en esos tiempos. A Sarmiento 
y a Willy los conocí en otro recital en la facultad de letras de la Garcilaso 
en la avenida Brasil. A los Cultivo, con su líder que no era poeta sino 
plástico: Víctor Zambrano en San Marcos, o perdón en la playa, 
fue un verano, había un concierto y estaban todos los muchachos de nuestra 
generación ahí tostándose bajo el sol, yo andaba con un grupo 
y teníamos ganas de tomarnos un trago y sólo teníamos un 
poco de “orégano” para hacer el trueque, no sé cómo nos aliamos 
todos, creo que vía Chio Hervias, ahí estaba Juan Ramón, 
el Rudy Pacheco -que acaba de editar “Alucinada Cordelia” en el “Hipocampo” de 
Teófilo-, el Eduardito Braga, el Renato Salas, el gran Víctor que 
ahora tiene una hijita y es mi vecino en Pueblo Libre, a veces nos reunimos para 
recordar los viejos tiempos. La cosa fue que jugamos un partido de futbol, el 
cual salió desastroso, Juan Ramón se ahogaba en la orilla y había 
que auxiliarlo, Rudy paraba en el suelo, Renato no sabía a donde patear, 
y el único que metió el gol de honor fui yo que también estaba 
embrutecido por el sol y no había tomado nada de agua, estaba deshidratado, 
pero la juventud todo lo puede, y como dicen algunas tribus de Norteamérica 
“los jóvenes son bellos y fuertes y los viejos feos y débiles aunque 
sabios”. 
A los “Noble Catervas”, quienes eran mayores, los conocí 
en otro recital en la Villarreal, ahí estaba Johnny Barbieri con su Afrika 
Looks, la siempre delgadísima Roxana Crisólogo que pegaba sus poemas 
en el mural del patio y andaba con jeanes y sandalias, Leoncio Luque quien siempre 
me pareció y no me equivoqué, todo un señor, al loco Cadenas 
con su morral incaico y con el dedo índice arriba. Ah me estaba olvidando 
de Iván Segura a quien, en esos tiempos, lo invité a mi casa y compartimos 
el gusto por muchos autores, ahora creo que radica en Francia y se dedica a las 
traducciones, leí un libro muy bueno de él que se llama “Bosque 
de Formas”.
Con Carlos Oliva nunca intimamos, siempre nos mirábamos 
desde lejos, alguna vez nos tomamos un trago y le comenté ese poema suyo 
en el que sale “a regar las esquinas con sus orines” o algo así, él 
se río y levantamos el vaso, tenía una sonrisa franca.
Tengo 
una visión: Escena UNO: veo a Carlos Oliva poniéndole un cuchillo 
en el cuello a Róger Santibáñez en el puente Santa Rosa. 
Son dos extraños pero la poesía los salvará a ambos. Escena 
DOS: Carlos Oliva con su polo del Centro Victoria me vende unos caramelos, compro 
diez y me los meto todos en la boca, tengo un sabor amargo de los que duermen 
en la calle, el resabio verdoso de la droga y el emoliente con alfalfa que tomé 
en la madrugada en Quilca, Las Rejas Agosto-Septiembre del 90’. Escena TRES: Carlos 
Oliva corre con un reloj que logró arranchar a un transeúnte, nada 
lo podrá detener “sin límites de velocidad”, ni siquiera la combi 
que viene a 60 kilómetros por hora. Muchos querrán ocultar la verdad, 
pero para qué, si lo que importa es su poesía, y él está 
vivo ahí en cada verso, en cada palabra dejada para la posteridad. Escena 
CUATRO: estoy en la avenida Tacna cruzando el puente, estoy tratando de sacar 
un cartel de tránsito, estoy a quince metros de altura trepado como mono, 
me detengo ante los gritos de mis amigos, la vieja horda, cabellos largos, prendas 
de ropavejero, cadenas y púas. Un policía suena el pito, bajo apresurado 
y no logro evadir un alambre oxidado que me corta el brazo haciendo una horrible 
“ese”, ahora tendré tétanos hasta el día que me muera, aunque 
el tétano lo llaman enfermedad de los quince días, conmigo todo 
funciona diferente. Sigo adelante con mi vieja libreta de apuntes, aún 
tengo la sangre seca en hojas hongueadas. Alguien dirá que digo la verdad 
y sólo la verdad?! Ahora todo acaba. Todo se pierde en la nada, en la radio 
suena “Maldito sea tu nombre” aquella vieja canción de “Ángeles 
del Infierno”, aquella banda Heavy que tanto me gustaba a mediados de los ochentas, 
ahora tengo que apagar el interruptor o cambiar de canal para siempre. Fin de 
la visión.
Recuerdo que en ese tiempo vivía enamorado del 
ritmo, en Quilca había muchos bohemios que les gustaba declamar versos. 
Ahí también conocí a Hudson Valdivia quien era un perfecto 
declamador de los versos de Vallejo, tenía una personalidad increíble 
(casi siempre andaba en sandalias como los antiguos griegos) y desarrollamos una 
amistad bastante provechosa, años después en su velorio me encontré 
con Lubby Valdivia con quien yo había estudiado periodismo y que era su 
hija y yo no lo sabía, nunca lo supe hasta ese día. Le di el pésame 
y me puse a pensar en todo lo que uno no sabe por no preguntar, por no ser acucioso, 
pero si Lubby era, es idéntica a Hudson. Nunca más la volví 
a ver, creo que ahora está casada con un empresario transportista que tiene 
una flota de combis.
Volviendo, recuerdo también a Guadalupe, un 
activista de izquierda con quien competimos alguna vez, declamando versos de Manuel 
Scorza, y es que Scorza era su alter ego, Guadalupe declamaba los versos como 
si fuese una rockola a la que hubiesen echado muchas monedas. No se equivocaba 
por nada y tenía aprendido -podría asegurarlo- libros enteros, el 
poemario “Los Adioses”, las primeras partes de “Redoble por Rancas”, “Garobombo 
el Invisible”, etc. Creo que Guadalupe había sido sacado de la novela “Fahrenheit” 
de Ray Bradbury en la que para no perder la información por la quema de 
libros se le asigna a cada uno aprenderse un libro entero. Ahora por ahí 
me cuentan que está en un alto cargo en la “Derrama Magisterial”. Ah por 
cierto, me olvidaba que Guadalupe me contaba que su espíritu se había 
fortalecido las veces que estuvo encerrado en seguridad del estado, y ahí 
sólo le quedaba declamar en voz alta los poemas de Scorza a pesar de las 
condiciones precarias y las torturas a que lo sometían.
Luego del 
colegio pasé a una etapa de contemplación que duró dos años, 
durante los cuales, lo único que hice fue leer en la biblioteca nacional. 
Me iba desde temprano a la avenida Abancay, entregaba mi carnet de lector, que 
por cierto todavía conservo, y devoraba todo lo que estuviera a mi alcance, 
sin orden, sin líneas a seguir, sin temáticas establecidas, era 
una bestia enfurecida que quería aprender lo que fuese. Recuerdo que salía 
en las noches un poco mareado, casi sin haber comido nada. En casa pensaban que 
yo estaba en una academia de esas que te preparan para la universidad de forma 
“estricta e intensiva”, claro el dinero de la academia me servía para comprar 
libros y comer algo por ahí. En ese tiempo los libreros todavía 
estaban en la avenida Grau, para mí era una delicia tenerlos cerca a sólo 
tres cuadras de donde vivía. Ahí, muchos me conocían, hasta 
me apodaban “el loco” (no el de Gibran, prefería ser el loco de Nietzsche, 
“el que se acerca a la divinidad” o el de Foucault “el que tiene de decisivo en 
la humanidad”), a mí me daba igual porque así tenía cierta 
autoridad, como si tuviese una tarjeta de descuentos para pagar menos por los 
libros. Así que mi cargamento de libros y revistas fue creciendo hasta 
que hizo peligrar el cuarto que compartía con mis otros hermanos. Mi madre 
botaba mis periódicos, los que recogía en las calles, hasta que 
un día tiró a la basura unos libros que consideraba viejos , y me 
di cuenta, aunque suene a una aberración, que la limpieza doméstica 
o la “higiene-de-la-casa” o como quieran llamarlo, a veces se opone a la cultura, 
y es que un libro de viejo a veces guarda una cantidad increíble de ácaros, 
bacterias, estreptococos, bacilos de Koch, Salmonellas y cuanta suciedad halla 
podido impregnarse y uno a veces duerme con los libros, he ahí el gran 
problema. Y como si mi metabolismo le hiciera caso a mi madre desarrollé 
una alergia terrible a los ácaros que se combinó en una dupla casi 
imposible de ganar con mis enfermedades respiratorias; sino eran los bronquios, 
eran las amígdalas o la sinusitis o la faringe o la garganta, y encima 
tenía que usar el spray Ventolín para la crisis asmática 
y un montón de antihistamínicos y me moría de sueño, 
tipo la tripanomiasis y la mosca tze tzé , y me di cuenta que la avenida 
Grau con sus cientos de libreros, con sus carros viejos y destartalados y su humo 
negro carbónico combinado con el de las carretas de fritangas y comida 
al paso me estaba matando lentamente, estaba siendo arrastrado por toda esa parafernalia 
monstruosa al precipicio, a la boca del Etna. Tenía que salir y no había 
forma, así casi por recomendaciones médicas y como mi familia no 
podía mudarse por razones crematísticas ingresé a la Universidad 
Enrique Guzmán y Valle, “La Cantuta”, con sus verdes follajes y sus cerros, 
apus protectores y su clima de paraíso, pero como sufría de un “transtorno 
de ansiedad generalizada” y de un hambre intelectual -que hasta el día 
de hoy no he podido saciar- entré a la vez a estudiar periodismo en la 
Escuela “Jaime Bausate y Mesa” de la Residencial San Felipe, aparte de que acudía 
como alumno libre al Jardín Botánico, a las clases de necropsia, 
taxonomía, etc. y de otros destripamientos que me parecían maravillosos 
por la cantidad de arterias, vasos, ligamentos, órganos, músculos 
y huesos que uno tiene adentro. Aparte era alumno de “Electrónica” en un 
conocido instituto industrial. A veces ya ni siquiera iba a dormir a Lima , me 
quedaba en casa de unos amigos de esas épocas, estudiando y leyendo, debatiendo 
lo que sea, a veces en la calle tomando un emoliente o un trago o cualquier bebida. 
A veces en la Residencial, arriba de uno de esos edificios observando la ciudad, 
como un gran monstruo que acechaba dispuesto a dar el zarpazo final. A veces “dormía” 
en “La Cantuta”, dormir era un decir porque las noches eran inevitables, el sonido 
de los pájaros, los grillos y los millones de estrellas sobre la cabeza, 
quién iba a dormir así. Ahí crecieron mis raíces poéticas 
hasta toparse con la Gaia, aquella ciencia extraña inventada por Lovelock 
(el nombre por cierto lo puso Baldwin el del “Señor de las Moscas”).
- 
Tú publicaste un libro de ensayo Las armas del escritor (2003), podrías 
hablarnos de este libro.
- Siguiendo el consejo de Mariátegui 
de que el mejor libro no es el que se escribe como tal, sino el que se va formando 
o conformando de una acumulación de ideas y de juicios a lo largo del tiempo, 
tal y como es “El Alma Matinal”, escribí las “Armas del Escritor”, abarcando 
como lo apunto en la “Nota Obús”, desde la Lingüística, lógica, 
química, matemáticas, botánica, electrónica, computación, 
medicina, quiromancia, música, etc. Hasta más allá de los 
límites de la patafísica que como sabemos es la ilógica jarriesca 
o los escarceos a lo Rabelais, sin olvidar a Eva Mentora y su mono Bosse-de-Nagge 
y el Propiciador orgánico Rafael Cipollini. Son en realidad muchos ensayos, 
y muchas ideas divertidas y controvertidas las que desarrollo en estas “Armas”, 
creo sinceramente que he escrito muchas cosas de manera alucinada, encerrado en 
mí mismo a lo Montaigne. Quizás muchos acápites se difuminen 
o pierdan o ganen contundencia con el tiempo, pero de algo no me pueden acusar, 
y es que todo lo escribí con pasión y con una imaginería 
cercana a la locura del doctor Laing o mejor del doctor Joseph Berke (recomiendo 
leer su “Viaje a través de la locura” escrita al alimón con su paciente 
y clínicamente desahuciada mental Mary Barnes). Y como dice Eugenio Trías 
irremediablemente “el loco tiene la palabra” (leer su Filosofía y Carnaval, 
editorial Cuadernos de Anagrama, Barcelona 1970).
En general son más 
de dos mil páginas que iré sacando siguiendo mi línea dialéctica, 
en forma de atentados. Justo ahora estoy tratando de sacar el segundo número 
que en realidad y como se anuncia en uno de los subtítulos es un panfleto 
de agitación y propaganda (agit-prop), pero con humor literario. Se entiende 
“humor” no como lo jocoso, risible, sino como una excrecencia cultista o renacentista 
si se quiere o humor vítreo, no el que sale del ojo, sino del espíritu. 
Creo -como los antiguos- que el conocimiento con reglajes es un invento de la 
Gran Máquina Capitalista para dominar el mundo y hacerlo servicial a su 
otra Gran Causa -anodina y vil- que es el dinero. Justo ahora he acabado de leer 
“Rito de Paso” de nuestro compañero de ruta Victor Coral y he visto que 
el “Gran Hermano” o “los bomberos incendiarios” o “El Complejo” coralino en su 
significado semántico de compuesto diferenciado por los diversos elementos 
que lo conforman, sigue siendo la misma cosa y confluimos todos -y me incluyo- 
de que el futuro que estamos viviendo desde la primera revolución industrial 
es la lucha por la libertad y cuya urgencia no enmendada podría llevarnos 
a una vuelta de tuerca -y esos pernos no acerados no podrán resistir- y 
se podría plantear en un plazo no muy lejano lo que estableció Asimov 
en “Yo, Robot”, es decir de repente la libertad y todas esas entre comillas ambiciones 
del ser humano sea cerebralizadas por la máquina, o el robots, el robots 
libre, el robots que se da cuenta de que es diferente y ha visto como el “Mito 
de las Cavernas” de Platón la luz espacial y aunque cegadora también 
libertaria. En ese sentido tengo miedo al futuro, es hora de que el conocimiento 
verdadero enrumbe a la carreta de la humanidad, los caballos gnoseológicos 
del conocimiento no se pueden detener. La lucha contra el mal es la lucha contra 
la ignorancia y quienes la buscan para permitirse los excesos que estamos comprobando 
en países como China o el sudeste asiático. Tengo un ensayo que 
escribí sobre todo esto el año 93 que fue el año que entendí 
realmente por qué se derrumbaban las viejas ideologías que habían 
sostenido al mundo y yo me hacía otra pregunta: ¿Por qué 
Shumpeter no se iba a la mierda junto a Keynes o Adam Smith?
Mejor, vuelvo 
a las “Armas”, como te venía diciendo para mí el conocimiento nunca 
tuvo divisiones, yo podía pasar de las matemáticas pitagóricas 
a un texto de Góngora y Argote sin pasar por un cortocircuito o un vacío 
védico, y es que el conocimiento siempre halla sus vasos comunicantes, 
primero porque no puede existir conocimiento sin curiosidad, y segundo porque 
la curiosidad no tiene género, es lo que te impulsa a aprender y a desarrollar 
ideas y conceptos persiguiendo ese algo que a pesar de buscarlo afuera sabemos 
que está muy dentro de nosotros y que se llama verdad (“entonces conocerán 
la Verdad y la Verdad los hará libres”. Juan Cap. 8 Vers. 32). Con esto 
quiero decir que antes del conocimiento y la curiosidad está la verdad, 
irónicamente es lo que personas como yo buscamos todos los días 
afuera, escarbando en el samsara, tropezando en los laberintos del conocimiento 
y su árbol raquídico, sus oscuros recovecos.
En las “Armas” 
hay también una intención belicista sobre la literatura, considero 
que cuando uno escribe camina como en un campo minado y puede perder cualquier 
miembro o la razón en cualquier momento. La guerra en sí está 
contra la mala escritura y contra quienes ostentan un poder usurpado y se dicen 
críticos literarios o baluartes o capitostes o capataces o serenazgos de 
la literatura. Hay un compadrazgo, una colusión reaccionaria y/o revisionista 
que en algunos casos tenemos que derrotar y “no importa de qué color sea 
el gato con tal de que se coma al ratón” como dice Teng Siao Ping, o sea 
no importa si se escribe poesía o prosa o subgéneros, o se escribe 
sobre cuestiones urbanas o rurales. No entiendo la bronca de los escritores proto-indígenas 
contra los proto-costeños, creo que la lucha sigue siendo del que trabaja 
contra el que no trabaja, o sea del que labora y produce plusvalía -y no 
sólo estoy hablando literariamente- contra el que se apropia sin derecho 
alguno de ello. El resto son masturbaciones de gente que no tiene nada que hacer 
y todavía tienen el descaro de publicar “sus deslindes”, por favor, no 
estorbemos el tráfico de los que sí quieren hacer algo por la literatura.
Se 
puede escribir panfletos si se quiere, con tal de hacerlo con talento y sin importarnos 
si vamos a ser bien o mal recibidos por los argolleros o los mermeleros, eso es 
ridículo, además esa vieja y carcomida idea de que el panfleto no 
tiene nada que ver con la literatura fue introducida por Engels; es curioso e 
irónico que quienes, en su mayoría niegan al panfleto sean de origen 
burgués , o es que ellos en el fondo tienen un corazón marxista.
Conozco 
a muchos escritores con buenas propuestas que no los reseña nadie, ni le 
dan espacio para nada. Esto me da vergüenza ajena. Este país como 
casi cualquier país latinoamericano como decía Guayasamín 
-a quien pude entrevistar en el Museo de la Nación cuando vino al Perú- 
es tan difícil salir adelante que lo compara con subir por un palo encebado 
y encima tener que liar con los que te rodean y te jalan del pantalón.
Aquí 
hay una guerra declarada, por un lado tenemos al talento de nuestros escritores, 
en su mayoría proletarios o recurseros o artesanos o profesores y por ahí 
un comerciante, etc. Y por otro lado tenemos la brutalidad amparada en los medios 
masivos, prensa, radio, tv., auspiciando a los hijos de sus mentores, levantando 
a escritores que siguen las recetas en estricto del Fondo Monetario Internacional 
que es la ley que siguen las grandes editoriales y algunas pequeñas que 
le siguen el juego: temas de autoayuda, literatura ligh , temas de moda o temas 
para reforzar o debilitar las resistencias psicológicas con respecto al 
mercado. Hay casos en que incluso se toma en cuenta problemas reales, por ejemplo 
la guerra interna o la violencia subversiva como es el caso de Roncagliolo y su 
“Abril Rojo” a quien entrevistamos en el programa “Degeneración” en el 
canal 27 UHF el año 1997 y donde nuestro autor se mostraba tímido 
pero con ganas de entrar en el gran mercado, en todo caso no le queda mal el mote 
que le ha puesto Dante Castro: “el Jackie Chang de la literatura peruana”. Creo 
en todo caso que ese personaje, el tal Chacaltana no podría existir en 
el 2000 en Ayacucho, tal y como Roncagliolo nos lo quiere hacer creer.
Creo 
sinceramente que es hora de ir poniendo las cosas en su lugar, pero parte de estas 
cosas que están bien explicadas en el “Décimo Atentado” de las “Armas 
del Escritor” hay aquí también unos artículos dedicados a 
ciertos escritores para compensar -si se puede y en parte- el vacío y el 
mutismo que hay sobre ellos.
Creo en la solidaridad y en el buen gusto. 
Creo en los perfiles bajos, en los matrimoniados con las letras a oscuras, palpando 
el magma de la creación todos los días de la vida, a veces sin esperar 
nada, otros esperando ser leídos y nada más.
Todo escritor 
debe tener sus armas con la que enfrentarse a la página en blanco, que 
es -después de los reaccionarios- el principal enemigo del escritor. Uno 
tiene que construir sus aperos, sus chaquitacllas, sus azadones, sus lampas, picos, 
martillos, barrenas y cuanto instrumento sirva para atacar el vacío. Uno 
empieza precariamente por ejemplo con su tropología: metáfora, metonimia 
y sinécdoque, que vendría a ser una pequeña aguja hipodérmica, 
la más pequeña llamada creo tuberculina, y va hilvanando lentamente 
como tejiendo una chompa de hilo, así de fácil y de difícil 
a la vez; creo indispensable la lectura, porque sin ella no hay nada, es más, 
considero que la escritura es la reacción física en sentido contrario 
de la lectura y no se podría inventar nada sin ella o cómo creen 
que sale Yoknapatawpha de Faulkner, o el “Santa María” de Onetti respondo 
con una pregunta: ¿debajo de la manga? Nadie es pues mago y a los prestidigitadores 
casi siempre se les descubre el truco, aunque a veces los medios y cierta corte 
parcializada hacen todo lo posible porque el acto de magia se vea limpio y saludable 
para las masas, me estoy refiriendo a los “escritores” auspiciados por los medios 
de comunicación, claro esto no es una generalidad. A Vargas Llosa, quién 
podría decirle que es un vulgar prestidigitador y saltimbanqui de esquina, 
respeto toda su literatura -desde “La Ciudad y los Perros”, pasando por “Conversaciones 
en la Catedral” hasta llegar a “La fiesta del Chivo” y el “Cuadernos de don Rigoberto”, 
aun cuando no comprendo por qué tuvo que traicionar a su generación 
y me estoy acordando del pacto que tuvo con Cortázar, Fuentes y García 
Márquez, del dinero que donarían a la revolución cubana si 
alguno de ellos ganaba creo que el “Rómulo Gallegos”, y Vargas Llosa prefirió 
comprarse una casa. 
Esto me parece un acto egoísta propio de una 
reputación dudosa que no le importa ni mierda nada más que él, 
bueno por eso podemos entenderlo cuando sale a defender a los banqueros, sus amigos, 
y encarna toda esa cojudez que fue el Fredemo y el onomatopéyico tutú 
tutú que nos tenía hartos, y saturó tanto que el populorum 
le dio el voto al chino y vimos lo que pasó en esta política asquerosa. 
Y si me meto en todo esto es porque considero que todo escritor o en camino de 
serlo tiene que vincularse con su realidad o negarla definitivamente, no creo 
en la definición de Freud sobre los poetas a los que definía como 
seres neuróticos alejados de la realidad. Nada que ver y si revisamos los 
textos de Freud viejo nos damos cuenta que él ya no insistió en 
esta burda teoría, pero eso sí, jamás se retractó 
y yo me pregunto si habrá dudado. Y si se está como Dimas y Gestas 
y al medio la salvación o le crees o no le crees, no hay lugar para la 
duda. Y Freud arde en el infierno y los poetas proletarios del mundo le seguirán 
echando leña al fuego para que arda por la eternidad.
Creo en el 
gran cambio que ha de venir desde el lenguaje y ha de remecer toda la estructura 
social y aquí me permito una autocita que aparece justamente en las “Armas” 
y que me va a permitir graficar mi yo, lo que considero como acto revolucionario 
y la nada o el vacío: “Si un sujeto radical gira alrededor de la revolución 
lingüística, entonces gira también alrededor de una vanguardia 
contra el poder, y si gira alrededor de una vanguardia contra el poder también 
gira alrededor de una lecto-escritura acelerada, y si gira alrededor de una lecto-escritura 
acelerada entonces gira alrededor de un ensimismamiento sobre el vacío”. 
Y si quieren lo pueden demostrar lógicamente reemplazando el texto por 
variables. El resultado: una tautología.
Y digo esto porque cuando 
uno habla cree que le entienden pero de repente no ocurre esto o de lo contrario 
se entiende otra cosa y por lo tanto no hay comunicación y siempre hay 
que preguntar y preguntarse o excederse en la explicación o la pregunta 
para así evitar el error o caer en él sin mayores quejas. Pero esto 
me hace recordar a su vez al comandante Marcos cuando le hablaba a los indígenas 
y le decía que los obreros del mundo tenían que unirse, “pero estos 
se limitaban a mirarle fijamente. Le dijeron que ellos no eran obreros, sino personas, 
y que la tierra no era una propiedad, sino el corazón de sus comunidades” 
¿!(pg. 536 “No Logo” Naomi Klein. Edit. Paidos Plural, aconsejo comprar 
la edición pirata que la venden en Amazonas a 10 soles) y entonces qué 
decir, sólo nos queda subir las cejas o hacer lo que Marcos, es decir aprender 
desde cero y hacer el cambio o perdón “pedir” el cambio y pasar de comandante 
a subcomandante o a soldado raso.
Y para un poeta esto ya es demasiado, 
hay que escribir pero también hay que vivir, sino de qué se escribe 
y hay que vivir éticamente sin olvidar la estética en la forma en 
que la entiende Theodor Adorno.
Quizás muchos vean aquí una 
mezcla de todo es decir política, literatura, religión, etc. al 
fin y al cabo todo es conocimiento y como en la vida pues, nada hay que pueda 
ser puro o explicarse al margen unidimensionalmente, esto lo puedo explicar con 
ejemplos. Primero, el de la bronca de Diego de Rivera (pintor) con Trotski (político), 
y en la que se ve inmiscuida Frida Kahlo (pintora-poeta-amante) quien por cierto 
vivió un tiempo en la casa de Bretón (poeta). Hay que recordar que 
Trotski cometió la ingenuidad de escribirle a la Kahlo pensando que lo 
iba a ayudar en aquella pelea y no fue así. Cabe anotar que Bretón 
siempre fue fiel a la memoria de Trotski. Ejemplo segundo: el papá de Luis 
Alberto Sánchez, el señor Sánchez estudió en el colegio 
con Clemente Palma y con José Santos Chocano, ellos junto a Luis Aurelio 
Loayza fueron grandes amigos, la historia la cuenta mejor el propio Luis Alberto 
Sánchez: “Aquellos cuatro amigos -Palma, Loayza, Chocano y Sánchez- 
cultivaban las letras. Chocano, el menor, pero el más impetuoso, ganó 
fama en plena juventud. Palma, a la sombra de su padre don Ricardo, se consagró 
a la literatura y más tarde siguió estudios en la facultad de letras. 
Loayza prefirió la bohemia y la musa criolla. Papá ensayó 
el teatro. En 1891, ya de novio, escribió una comedia en tres actos y en 
verso titulado El 15,700, cuyo tema, a la manera de algunas piezas de teatro criollo, 
es el sorteo o lotería y las vicisitudes que en su torno se produjeron” 
“Testimonio Personal. 1 El Aquelarre, 1900-1931” Luis Alberto Sánchez. 
Editorial Mosca Azul. Pg. 50. Segunda Edición. 1987.
- 
Veo a través de tus libros de poesía, La túnica de Ankou 
(1989), Sinfonía del kaos (1993), Vómitos (1999) y el que publicaste 
junto a Gonzalo Portals Por la boca muertos (2002), un cambio en el lenguaje, 
del vitalismo urbano hacia lo metalingüístico neobarroco. ¿Cómo 
se ha producido este proceso?
- La escritura no es más que 
el producto ordenado (escritura), sintetizado (desescritura, borrar lo que no 
sirve), pasteurizado (corrección), homogenizado (revisión), y envasado 
(formato libro) de mis lecturas (acción pasiva) y vivencias (acción 
activa), la parte tangible y material si se quiere de mi ejercicio sobre la realidad.
Si 
bien es cierto que a mi espíritu urbano-marginal no en el sentido sociológico 
sino en el literario le corresponde un lenguaje citadino con pernos, botes de 
basura, antenas de tv., cemento, hormigón, perros chuscos, carros destartalados. 
Mi espíritu, entidad etérea y condenado a vagar, en sí pues 
no es estable y no sólo tiene esta realidad como espacio de realización, 
no en el sentido ideal sino en el sentido formal. 
Correspondo como buen 
acuario, al elemento aire, pero a un aire difícil que como el signo lo 
indica se cree agua. Ahí hallo mi volatilidad y mi concordancia con lo 
que siempre he estado haciendo. Considero que la quintaesencia, o sea el éter 
para los gnósticos, es o contiene un poco de aire, éste lo cataliza, 
a la vez que le sirve como medio de transporte, como canal exotérico.
En 
mis primeros textos me descubro como un animal de estas cavernas modernas que 
son las ciudades, avanzo por su aparente orden respetando las señales de 
tránsito, palpando un mundo que para mí era tocable, matemáticamente 
completo. Más allá de ese mundo no habría otro mundo. Eso 
creía, pero estaba equivocado e iba camino a mi descubrimiento después 
de tantos errores y horrores, uno de los cuales fue dejar de escribir y convertirme 
en un asceta, de esta forma viví un tiempo en el templo Khrisna de Chosica, 
cantando mantras y comiendo comida vegetariana (prashadam), ahí conocí 
a Omkara, al pequeño -en ese tiempo- Virachandra, popular “Vira”, al siempre 
atento Madhuhari, con quien una vez nos encontramos en la cola para entrar a ver 
una película en la ex-Filmoteca de Lima, ahí me confesó que 
el cine era una de sus grandes “debilidades carnales” y uno de sus más 
grandes “apegos”. A otro que conocí en el templo fue a Joao, un brasileño 
sociópata pelucón con el que estuve vagando por la urbe, enfrentándonos 
junto a Omar (del cual ya he hablado en “Las Armas del Escritor”) a los peligros 
de la calle, la delincuencia nocturna, el diariovivir y sobrevivir, y todas las 
formas lúmpenes de la cual no me he podido zafar.
Así y de 
a pocos fui chocando con otra realidad no tridimensional, no medible o medible 
pero con otros aparatos y otras medidas. En este trance, acompañado de 
mis lecturas que eran mis ropajes y mis escudos, fui tejiendo otra versión 
de lo que sucedía en la “realidad concreta” como lo llaman los materialistas 
dialécticos.
Ocurrió en mí una saturación, un 
atosigamiento, una atomización, un repletamiento, de hechos, experiencias 
y lecturas y yo estaba como los suicidas de la Yijah a punto de estallar, inflado 
hasta la coronilla como esa figura del medicamento “Pancreoflat”, meteorizado 
por la realidad. Y este punto máximo de inflexión era pues dejar 
de escribir o continuar, pero de otra manera, en una búsqueda unitaria, 
personal y totalmente egoísta. Yo andaba buscando formas diferentes de 
expresar esto que ya me había sobrepasado y amenazaba no sólo con 
desbordarme, sino de aplastarme. He escrito otros libros buscando nuevas formas 
de expresión. Siempre he dudado cuando decían que ya todo estaba 
hecho y que no habría más que conformarse. Yo no me conformaría. 
No estaba hecho para eso y repito soy terco.
Un día a fines -creo- 
del 98 y luego de muchas conversas en las que mi rigor poético se puso 
en duda, y en las que mi criterio se erizaba para defenderse de un ataque inmisericorde: 
realismo urbano, coloquialismo, tendencias horazorianas, vestigios del simbolismo, 
estragos del surrealismo, apostillamientos del creacionismo, etc. Sobretodo porque 
“Sinfonía del Kaos”, escrito a mis 19 años, no era en sí 
un libro “correcta” y “académicamente” bien escrito al decir de muchos 
alguaciles literarios y también de poetas a quien yo respetaba y respeto 
como Gonzalo Portals. Este último, en esas instancias, y con una atmósfera 
que yo entendí más de identificación poética. Portals 
siempre había sabido que yo existía, pero ignoraba que el mito no 
sólo me desbordaba y el quería “probar” si yo estaba en “capacidad” 
de escribir sobre otra latitud, otra longitud, otras coordenadas, otros espacios 
pantanosos, farragosos, limosos, lejos de la urbe y del sonido de las combis, 
era para él un desafío que quería probar o aprobar para continuar 
una productiva amistad de feed back y retroalimentación que hasta ahora 
animamos, no ya en libros -aunque espero pronto-pero sí verbalmente en 
conversas banales y también científicas o netamente literarias. 
Así se planteó el dilema, escribir “Por la boca, Muertos” a lo cual 
respondí con un estro nitzscheano, deleuzeano, focoultiano, batailleano, 
etc. Pero, lo que Gonzalo no sabía era que yo había enterrado a 
“Sinfonía” hace mucho tiempo y me había costado trabajo y lágrimas. 
Lloré más que cuando perdí a mi primera enamorada, la Beatriz 
Portinari de Dante o la Lolita pajerística de Nabokov o la Elizabeth Barret 
de Robert Browning, el poeta romántico por excelencia.
Mejor sigo 
contando, Lichtenberg decía que la crítica literaria era una enfermedad 
infantil que todo libro recién publicado debía superar. Pasado el 
tiempo -casi 20 años- desde la escritura inicial y 13 de la publicación 
de “Sinfonía del Kaos”, tengo que responder a muchas interrogantes y cuestionamientos 
que ha sufrido mi libro, sin que yo hiciera nada más que mantenerme al 
margen y dejar que “Sinfonía” se defendiera como pudiera, patas arriba 
o enrostrando su bendita poiesis como el gotear de un oscuro grial o como el gotear 
silente -si se quiere- de un líquido de freno, motivo por el cual, pronto 
iremos al choque.
A mí se me ha encasillado como “poet maudit” cuando 
nunca ha sido mi pretensión serlo, creo que es suficiente con soportar 
todos los días una realidad absurda como esta para ser considerado como 
tal. Subir a la combi, pagar pasaje, mirar en una suerte de traveling cómo 
se va a la mierda todo el mundo todos los días, prender el televisor o 
la radio y recibir los vómitos putrefactos de una realidad también 
putrefacta: ¿soy o no soy maldito? That is the question? Cómo decirles 
que soy un “bendito” ser humano que no tuvo intensión ni siquiera de escribir 
un verso, simplemente fueron partes, lados, caras de mi personalidad.
El 
otro día un estudiante de “La Católica” me llamó por teléfono 
para increparme por ser “maldito” y que a la vez que me cuestionaba quería 
escribir un trabajo sobre mi poesía, no me quedó más que 
colgarle el teléfono. Otro señor me llamó del INC para invitarme 
a un recital con “la generación del noventa”, le pregunto quienes van a 
leer y luego de escuchar los nombres de novísimos me abstengo por una cuestión 
de solidaridad con mi generación. En estos novísimos hay buenos 
poetas incluso hasta mejores que muchos de nosotros (el caso de Mónica 
Beleván es realmente ilustrativo), pero hay que respetar los órdenes 
de llegada.
Claro, también me han invitado a participar de la publicación 
de una antología con “lo más graneado de la poesía peruana”, 
pero al informarme de cuánto cuesta mi inscripción me abstengo, 
prefiero usar mi dinero para cosas más provechosas como comer un pollo 
stragonoff, aunque ahora sólo me alcance para unos pegoteados tallarines 
con mantequilla en mi mugrienta cocina (los tallarines Alianza con huevo son los 
más baratos, aunque casi siempre salen terribles. Precio 1 sol treinta).
Aunque 
no todo es abstenerse salvo cuando la realidad sexual de Lima nos obligue a ello. 
Así y ya con la “Sinfonía” a un lado, se dio la oportunidad de expresar 
mi nuevo rollo y salió “Por la boca…” el año capicúa del 
2002, en una pequeña edición no-venal, que no estaba hecho para 
cubrir todo el pequeño universo lector -se entiende de Lima- sino para 
ser distribuido directamente a poetas, como es lo que pasa cuando un poeta edita 
para otros poetas en un sistema de silogismos donde el único beneficiado 
será el eterno Logos, este submundo que he aceptado y del cual no saldré 
jamás o con fórceps que es como nací en la clínica 
“Sánchez Moreno”, al frente de la ex-Biblioteca Nacional.
Volviendo, 
yo no había perdido mi identidad sino que había descendido a los 
océanos de la palabra, ahí estaba con una escafandra sostenido arriba 
sólo por un cable, sólo y no “ante la noche espacial” como diría 
Cardenal, sino ante mis miedos y mis riesgos, y ese cable era otra vez mis lecturas 
extremadamente desordenadas: la robótica unida al misticismo, la matemática 
cada vez más cercana al lenguaje y a la economía. La literatura 
en oposición a la arquitectura y de ahí a todas las “turas” en el 
campo Agramante de las artes adivinatorias, y claro la filosofía en una 
línea divisoria con la estadística; ideas propias de un desquiciado.
Quiero 
anotar que nunca he tenido miedo a los cambios, ni a lo nuevo. Nada más 
que hay situaciones a las que uno llega por metamorfosis o por crecimiento evolutivo. 
Yo como dice el poema del chato Sarmiento “me metamorfoseé”, estaba genéticamente 
dotado para ello, pasé de batracio a rana o sapo y perdí mi cola, 
pero me doté de pulmones conservando mis branquias y di el gran salto, 
salté hacia el río heraclitiano, hacia los aceános de Joyce 
o los cielos de Pound o al mismo infierno de Dante con la pantera, el león 
y la loba aullando y yo de la mano de Virgilio y de muchos otros escritores en 
los que de seguro se reconocerán los dedos de Papini (leer su maravillosa 
“Historia de Jesucristo” sus cuentos de “Gogh” y su famosísima obra “EL 
Diábolo”).
He leído a otros autores congeneracionales con 
los que me emparento verbalmente y veo en ellos a mi diferencia, que evolucionaron 
por crecimiento intelectual siguiendo un derrotero de búsquedas. Ejemplos 
claros son Ana María García y sus “Hormas y Averías” donde 
al decir de muchos está la mano de Toño Cisneros, más que 
Mónica Delgado en la que Rubén Quiroz fungió de ginecólogo 
literario y logró mostrar al mundo ese buen -aunque pequeño- libro 
“Electios”.
En el caso de Alberto Valdivia hay también una línea 
evolutiva o para emplear un término valdiviesco: “transevolutiva” entre 
“Patología” (escrita al alimón con “Histología” de Portals 
Zubiate) y “La Región Humana” (su caso es tremendamente entrópico 
en el sentido de ruido y de falta de fidelidad en el mensaje y no creo que falle 
el canal, sino es problema intrínseco del emisor y ya Coral lo ha develado 
en sepia de modo que sus colores o su palabrerío se disipa y muestra a 
un incipiente escritor “que intenta confundir”, hay que ser prudentes y esperar 
un tiempo más), alrededor de ellos también giran: Gladys Flores 
con su libro “Erlebnis” dedicado a Behemoto, el dios de los excesos y también 
del vino; también Rosario Rivas con ese lenguaje cada vez mejor trabajado. 
Paula Bach de la cual muchos dudan, pero quiero creerle hasta que demuestre lo 
contrario aunque se noten las costuras y se le corra la panty o como diría 
Vico “se le corra el rimel”, le doy de todas formas the Benedit of the doubt.
Tangencialmente 
a ellos, Carlos Carnero con su “La Razón de los Efectos”, libro muy cerebral 
y lógico. Conozco a Carlos y sé que secretamente está enhebrando 
un gran libro. Hay que esperarlo, él tiene su propio tiempo.
Hacia 
atrás obviamente Morales Saravia dado por desaparecido, aunque un amigo 
suele encontrarse con él en un prestigioso club; sus “Cactáceas” 
y sus “Zancudas” fueron para mí todo un remezón; y siguiendo la 
línea retro, claro Chirinos Cúneo y su “Idiota del Apocalipsis”: 
“Frente a la ciudad, frente al mundo, la madre bella ha parido un payaso irrisorio 
pero azul. ¡Maldito coito amarillo! Pero he aquí que hay una gran 
cosa que rueda, una cosa inmensa como el mundo; he aquí que hay una gran 
cosa que rueda y no cae, y que grita, casi con demencia, pasada la niñez 
olfateante, una vez llegada la juventud pálida: ¡Payaso azul!, ¡payaso 
azul! Locura atacada y resplandor ignorado, grandeza de rey. Joven orgulloso de 
tu mísera plenitud, ¡poeta!”. Libro este silenciado por la prensa 
burguesa y los sargentos literarios, alguien debería mandarlos a fusilar 
o inyectarles potasio de cloro (inyección letal) o mejor bañarlos 
con hipoclorito de sodio que sirve -como ordena la Organización Mundial 
de la Salud- para limpiar el water. 
Y claro podríamos seguir yendo 
hacia atrás y pasaríamos de seguro por el verso proyectivo de Charles 
Olson en 1950 (“Projective Verse”, que en su original fue un panfleto que aspiraba 
transferir la energía del mundo directamente al lector sin ningún 
tipo de mediación o artificio, así el sonido tenía que plasmar 
la sintaxis y el significado tenía que plasmarse mediante las percepciones 
y no la razón), o la escritura automática impulsada por Bretón 
y sus socios surrealistas (“El acto surrealista más simple consiste en 
bajar a la calle, revólver en mano, y disparar al azar tanto como se pueda 
contra la multitud…” Bretón dixit), tendríamos que incluir también 
al uruguayo Lautrémont y sus “Cantos de Maldoror” y llegar a los simbolistas 
malditos: Baudeliere (“Las Flores del Mal” aunque existe con este mismo título 
una película muy buena de Chabrol donde varias generaciones se ven arrastradas 
y enlazadas con el crimen), Verlaine, Mallarmé, entre otros, y al inefable 
Arthur Rimbaud, (en Lima se podrían escribir muchas “Temporadas en el Infierno”, 
lástima que Arthur no haya nacido en Perú, de seguro hubiera reencarnado 
en el “gordo Momón”)
Quiero apuntar otra cita para explicar ese camino 
hacia lo metalingüístico barroco a que te refieres, la cita corresponde 
a Luis Alberto Sánchez (de quien aconsejo leer todos sus libros incluido 
sus novelas que son un poco pesadas): “Góngora murió en 1627, y 
ya existía, en las colonias españolas de América, amaneramiento, 
gusto por la excrescencia, superstición de lo paramental. América 
-lo he dicho en un ensayo especial- nació barroca, retorcida, cuajada de 
expresiones dilatorias, de rodeos, de alambicamiento. Ya Vasconcelos observa en 
su Indología que la arquitectura azteca prehispánica era complicada. 
La historia del arte peruano precolombino ostenta grecas abigarradas, motivos 
ornamentales crispados, decoraciones rupestres llenas de curvas angustiantes, 
peces monstruosos, leones de mil patas, más difíciles que los rampantes 
cuya fiereza ostentan los escudos nobiliarios (pg. 42. “Panorama de la Literatura 
del Perú”. Edit. Milla Batres).
- En este 
nuevo libro Ruptura de heje (2006), veo como una fusión de ambos registros, 
del medio urbano social y del interior del sujeto descentrado o escindido, ¿cómo 
surgió este libro?
- Dentro de mis diversos ejercicios literarios 
apareció como en una realidad paralela nuestro no tan bien presentado en 
el sentido formal: “Heje”, y es que este libro corresponde a mi nostalgia por 
la fractura del lenguaje -nótese que hablo de una etapa volitiva hacia 
algo que ocurrió luego en mi cerebro-, hay un desfase, una línea 
no aristotélica, de unión de puntos geodésicos que trasunta 
todo en mi cabeza, y por lo cual “Ruptura de Heje” no debería ser el epítome 
exacto de mi estilo personal. No es que quiera complicar las cosas, más 
bien trato de explicar y/u ordenar que muchas “cosas” de las cuales escribo o 
desarrollo, en un principio las he soñado o imaginado y luego han venido 
a convertirse en realidad, alguna de ellas muchos años o décadas 
después como es el caso de esta ruptura. La concepción de este libro 
-así como la de todo lo que escribo- se resuelve en un plazo largo. Voy 
-como se dice- pensándolo, dándole vueltas, cubriendo sus vacíos 
y dándole todas las vueltas de tuerca posibles -y aquí si hay tuercas 
aceradas-, luego de esta etapa paso a escribir las líneas de fuerza o el 
armazón o columna vertebral la cual se crea con todo el sistema nervioso 
y cerebral del libro emparentándolo o emparentándose con mi pulsión 
cardiaca o creadora o simplemente la pulsión de mi mano sobre el papel 
que es el último punto de la cadena nerviosa. In extenso el lugar más 
alejado al que llegan las dendritas por el conducto axonómico es al papel.
El 
caso específico de “Ruptura de Heje” me viene desde lejos y creo que nació 
una tarde cuando de adolescente vi “Citizen Kane” de Orson Wells, ahí en 
la primera parte se busca la connotación de la palabra “Rosebud” dicha 
por el millonario y excéntrico Kane antes de morir, y toda la película 
gira y se repliega en esta palabra hasta que al final se resume que “Rosebud” 
significa una ficha perdida de un juego o la marca de una patineta perdida y que 
como colofón (Rosebud) es arrojada al fuego por unos estibadores y trabajadores 
de limpieza y como empezó acabó con un letrero de “prohibido el 
paso”. Aquí creo que se inició “Ruptura de Heje”, la palabra buscada 
sin un sentido de aparente lógica se desplaza en el papel-panel-ecram-pista 
de aterrizaje-etc. siguiendo un derrotero del cerebro neo córtex y del 
cerebro reptiliano. He querido suprimir el lado emocional tratando de negar un 
poco a Kant, quien como sabemos pensaba todo lo contrario o sea el lado oscuro 
del pensamiento dominaba hasta nuestras mínimas acciones, porque como se 
aprecia en la lectura de este libro no hay centros, e incluso en la cantidad de 
poemas que son trece, al romperse el (h)eje la filmación-escritura-trazo-acción 
toma una visión que requiere la habilidad, destreza y conocimiento del 
lector. Él es al fin y al cabo quien tiene que ordenar al texto para entenderlo 
y sus expectativas serán cubiertas de acuerdo a su experiencia.
La 
filmación-escritura tiene por lo tanto un “prohibido el paso” al igual 
que la película de Wells. Y esta prohibición tiene un salvoconducto 
que es la sintonía del lector con el filmador-ejecutor del paisaje, sin 
este salvoconducto se corre el riesgo de caer en un caos y ser derrotado por el 
texto. Culpa de la cual me eludo y me lavo las manos como Poncio Pilatos.
En 
lo que respecta al lenguaje en estricto, debo decir que es una progresión 
tanto hacia delante como hacia atrás, al igual que la novela “Flores para 
Algernon” (por si acaso la película denominada equívocamente “Charlie” 
no iguala a la novela, tan solo la interpreta a duras penas y con muchos errores) 
de Daniel Keyes. Aquí el personaje, un retrasado mental, es sometido a 
un proceso científico con cirugía de por medio en el que se acelera 
su conocimiento para llegar a un estadío en que él superó 
todo lo establecido convirtiéndose en un genio -estarán diciendo 
qué tal presunción la mía , pido perdón por esta analogía 
y me golpeo el pecho, pero esperen- para después de atravesar el punto 
máximo de la curva de Gauss volver a su nivel primitivo de retraso moderado, 
entiéndase que en todo este proceso él llevaba un cuaderno de notas, 
un moleskine en el que iba anotando sus avances en el lenguaje, pero, otra vez 
cuidado, Algernon no era más que la rata de laboratorio (no sé por 
qué le dicen conejillo de indias, creo que fueron los españoles 
quienes despectivamente compararon al cuy con el conejo, qué tal estupidez, 
es como si compararámos al oso con el perro) o sea su alter ego, en el 
que se probó primero el tratamiento. “La Ruptura de Heje” sería 
algo así como la mezcla de las diferentes personalidades literarias que 
me habitan, ahora mi sáudade-escritor se emparenta con el personaje de 
“Flores para Algernon” tanto hacia atrás con el retrazo moderado, como 
hacia delante en la búsqueda de una genialidad, aunque sólo sea 
una pretensión mundana y estéril; pero también se emparenta 
definitivamente en la parte final cuando él decide alejarse, apartarse 
del resto para desde ahí observar al mundo sin ser observado ni espetado, 
darse cuenta que alguna vez se vio la luz y que ahora se está condenado 
a la oscuridad.
Mi lenguaje -por cierto- avisa en su zona de frontera, vestigios 
del primer Ybarra, llamémosle así, con una carga urbana, con toques 
por ratos prosaico, coloquial, expresionista, cultista, con muchas necesidades 
y también carencias y excesos (“El camino de los excesos conduce al palacio 
de la sabiduría” William Blake dixit). Hay también un segundo Ybarra, 
bastante cuidadoso caminando equilibristamente en los linderos del barroquismo 
y el rococó, inmovilizado ante un cuadro de Archimboldo, ante un poema 
de Lezama Lima o de Trakl, impactado por el bossa nova, el dance house, el etno 
chill out o el free jazz de Ornette Coleman o el jazz electrónico que me 
tiene de vuelta y media, y estos grupos peruanos: Ertiub (buitre al revés), 
Rayobat, “Insumisión” de Leo Bacteria cuyos gritos te hacen estallar el 
cerebro o lo que queda de él. A este Ybarra le he denominado el Ybarroso 
o si quieren el Ybarroco.
Hay también un tercer Ybarra bastante exigente, 
buscando la perfección en las paredes del centro de Lima, escudriñador 
de planos de máquinas que nunca se pondrán en práctica, resolviendo 
ecuaciones que no sirven para nada y que no conducen a ningún lado como 
ese dibujo animado de Marcos que nunca encuentra a su madre y anda con su mono 
amenif vagando por ahí.
Hay un cuarto Ybarra, bucólico, meditabundo 
que mira la luna llena y cuenta los días haciendo rayas en la pared, y 
es a este Ybarra al que le tengo miedo, porque casi nunca se sabe lo que va a 
hacer, el miedo a lo desconocido me incluye (yo el Ybarra que responde la entrevista) 
y no me deja en paz.
Hay un quinto Ybarra sicalíptico buscando “el 
placer de los ojos”, en busca de la vagina dentada freudiana, fichando a Flower 
Tucci, Lucius López, Kajya Kassin, Eva Morales (el femenino de Evo que 
no tiene nada que ver con esta belleza, a propósito recomiendo su película 
“La Universitaria Caliente”) y muchas otras que han destruido por completo las 
formas clásicas del Kamasutra y “El Libro de Oro del Sexo” del cual tengo 
una versión en Inglés: “the Golden Book of sex”. Quiero anotar que 
los actores porno tipo Nacho Vidal me tienen sin cuidado, tanto alarde no lleva 
a nada y encima hay revistas que le hacen tanta propaganda. Cosas del mercado 
que todo lo desvirtúa hasta el erotismo y el sexo.
Hay un sexto y 
un séptimo y un octavo y un noveno y un décimo Ybarra que los reservo 
por razones estrictamente psicológicas y otras que ofenden la moral y las 
buenas costumbres.
En este punto suelto la pregunta de San Agustín 
expuesta en su “De la Vida Feliz”: “Quien acertaría adónde debe 
encaminarse, o por dónde debe sortear, si de improviso una tempestad impensada 
-que los necios juzgarían adversa- no empujara a ignorantes y aberrados, 
incluso obligándolos y a contravela, hasta la playa apetecida” Y como se 
sabe, la playa apetecida o el baúl de oro al final del arco iris deja de 
importar en el mismo instante en que se le consigue. Así la playa apetecida 
se convertirá en un aburrido paraje con arena negra donde la lluvia y la 
neblina no tardarán en llegar; el baúl de oro como en los cuentos 
de hadas y de hechiceros se convertirá en una caja de hojuelas de maíz, 
y el duende recibirá su patada en el trasero o su caramelo de menta o las 
dos cosas. 
Quiero apuntar también una cita que siempre tengo presente 
y pertenece a Sartre en el segundo tomo de sus “Caminos de la libertad”: “Nos 
han abandonado. Y luego el tiempo se había puesto a correr de nuevo, a 
la ventura, los días no se vivían ya por sí mismos, ya no 
había más que días siguientes”. O sea la monotonía 
y lo prosaico de la realidad nos lleva a veces por una ley física a lo 
contrario , a la lucha por diferenciarse no sólo en el sentido estético 
sino en la amplitud del término donde no sólo la voluntad y el querer 
ser son todo el motivo, creo que definitivamente hay que atravesar un proceso 
o dar el gran salto, de todas formas lo cuantitativo (la cantidad de información 
y libros leídos o por leer) nos van a llevar a un salto cualitativo, una 
verdadera revolución por la dictadura del conocimiento.
Pero como 
decía atrás, estos Ybarras, se mueven en la zona de frontera porque 
en la zona abisal, en ese lugar donde reina la ausencia de luz, altísimas 
presiones y bajas temperaturas, ahí justamente ahí están 
los otros Ybarras -los infraybarras de bajas frecuencias- los que no quieren mostrar 
al mundo sus “herejes” descubrimientos. Los Ybarras que se respiran en la nuca 
unos a otros (como en la película de Pink Floyd “The Wall” y esos martillos 
marchando a la guerra), increpándose entre ellos, luchando porque no suenen 
las campanas, no las de Jhon Donne que le sonaron bien fuerte en las orejas a 
Hemingway, sino las del recreo o las de la salida, porque eso implicará 
decir algo o dar una entrevista y ser leído y condenado al flagelamiento, 
al garrote o a ser quemado vivo como tantos literalmente en la Edad Media o metafóricamente 
en la edad actual y no sé por qué me estoy acordando de Grass quien 
sigue “pelando la cebolla”, aunque ahora ha salido a decir que su madre fue violada 
repetidas veces por el ejército rojo y seguro después va a decir 
que de todo ello nació Freddy Kruger y nos mostrará su guante afilado 
en vivo y en directo. Igual uno tiene que pagar por lo que dice o deja de decir. 
Yo arrastraré mi bola de acero y correré los cien metros planos 
y la carrera de vallas o la maratón si se quiere, estoy preparado para 
ello. Construí en constante contradicción a este Ybarra y ahora 
lo entrego en sacrificio. La voz de Dios evitará el holocausto. Es hora 
de regresar a las páginas o salir de ellas para siempre. Gracias, Miguel, 
por los adminículos escritos, la tolerancia y la oportunidad, por esos 
viejos tiempos que quedaron detenidos en alguna fotografía o en el eco 
guardado de tantos recitales en los que se estuvo y no se está más.
Finalmente, 
quiero anotar aquella vez que subí a un micro en la plaza Grau y como siempre 
me fui al fondo porque no me gusta sentarme delante de nadie, era de noche como 
la una de la mañana y creo que era viernes, el carro avanzaba lentamente 
y tú estabas ahí al fondo siguiendo tu línea apolínea, 
filmando el paisaje de las meretrices y la carpa Grau y los chicheros y los choros 
y todo cuanto hay que ver desde un vehículo en movimiento; y conversamos 
algo breve que no recuerdo y el micro al llegar a la avenida Abancay se detuvo 
un buen rato, y por el espejo del chofer que devolvía su mirada a todos 
los pasajeros pude ver la cara de Caronte y no sé por qué se me 
ocurrió -lo recuerdo todavía- ponerme la moneda del pasaje en la 
boca, debajo de la lengua y olvidarme de todo. A veces hago esto de forma automática 
y cierro los ojos para alucinar que estoy en el Leteo, pero es la vida, Miguel, 
la vida y la poesía los que nos tiene vivos de este lado; y porque también 
hay mucho que escribir y que leer como decía el viejo Borges. Cuando ya 
no haya más esto y sólo el aislamiento y la cuarentena fortalezca 
lo que queda del espíritu, en ese momento pagaré mi pasaje.