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Entrevista a Rodolfo Ybarra

Dante Ildefonso
Diciembre de 2006



Rodolfo Ybarra (Lima, 1969). Perteneciente a la promoción poética del 90, ha estudiado matemática pura, física, electrónica y comunicaciones. Subrepticiamente ejerce la docencia y el periodismo. En el año 1998 dirigió el programa contracultural de televisión “De-Generación” en canal 27 UHF. Tiene varias novelas y ensayos en calidad de inéditos. Asimismo ha publicado "La Túnica de Ankou” 1989, “Sinfonía del Kaos” 1993, “Vómitos” 1999, “Por la boca, MUERTOS” (Ybarra/Portals) 2002, y el ensayo “Las Armas del Escritor”. De otro lado ha completado un poema-reportaje en video titulado “La Decadencia de Lima” (1998) donde muestra el desgarro y la podredumbre humana de la ciudad capital. Textos suyos han sido publicados en importantes revistas y periódicos del medio y del extranjero, así como en antologías como la efectuada por la Biblioteca Nacional del Perú y la “Antología X Bienal de Poesía Premio Copé 2001”. El año 2005 ganó el premio literario 500 VL organizado por la municipalidad de Lima. La presente entrevista se realizó hace unos meses a raíz de la publicación de su poemario Ruptura de heje (2006). Pronto Ybarra estará publicando una nueva obra con la editorial Zignos.


- Rodolfo, háblanos de tus inicios literarios o artísticos en general, ¿por donde te movías, qué leías, etc.?
-
Recuerdo una biografía de Giussepi Casanova que leí a los siete años en una colección turquesa que entregaban gratuitamente a los médicos de los años setenta porque llevaba publicidad de medicamentos -en ese entonces modernos- creo que la colección se llamaba “enfermos famosos” y alguna visita con problemas bronquiales -recuerdo claramente la tos, el eco cavernoso- lo había olvidado en la sala de la casa, ahí se describía al niño Casanova con una suerte de retardo mental moderado (RMM) que lo alcanzó hasta la adolescencia convirtiéndolo en un inútil, en un guiñapo humano, y luego el joven Casanova como por un acto de iluminación “despertó” con su habilidad por todos conocida y sus intentonas médicas -las sangrías y toda esa limpieza de la sangre- y sus métodos supuestamente infalibles para evitar el embarazo como el limón cortado con miel de abeja -primitivo espermicida- que introducía a sus compañeras sexuales, casi todas casadas y que querían disfrutar de los placeres cireneicos sin mayores consecuencias que el acto mismo. (A propósito, la película “Casanova” de Fellini que vi años después despertó en mí la infancia un poco acelerada y con vacíos que cubrir; más adelante, si me lo permites, hablaré de esto y, claro, de las mujeres y la vagina dentada o, la vagina con bozal y todos esos miedos freudianos).

Volviendo, yo era un niño introspectivo, casi índigo, casi autista, y digo “casi” porque eso me salva de una definición autoconceptual que no estoy seguro, por la lejanía, poder realizar. Bueno, igual era un niño que leía todo lo que encontraba; aprendí a leer a los tres años sin esfuerzos, casi como una cuestión natural, un proceso natural, y tuve una fijación por los mapas cartográficos que me duró buenos años, pasaba el tiempo comparando los mapas del Perú con los de otros países, medía poblaciones, producciones mineras, agropecuarias, cantidad de ejército, etc. Mi madre -mujer de negocios- jamás incentivó mis ánimos por la lectura, yo tenía un familiar (¿un primo?, no lo sé, jamás lo pregunté) que había llegado creo de Piura para estudiar en la universidad, y él me enseñó muchas cosas aparte por supuesto de prestarme sus textos preuniversitarios. Con él aprendí a jugar ajedrez a la perfección (especialmente las salidas peón 4 rey o gambito de rey o de reina o el inmejorable caballo en posición de ataque o el peón hacia delante para dar salida a los alfiles) y a resolver problemas matemáticos y estadísticos que en su mayoría siempre es una aplicación de la lógica. Creo que en cierta forma yo me sentía como el niño Casanova con una suerte de retardo, no interno, sino externo, es decir inducido por el poco interés que irradiaba mi entorno familiar; pero yo era terco -terriblemente terco, no sé por qué a veces me miraba a mí mismo como el Aureliano Buendía de “Cien años de Soledad”, libro que leí antes de los trece años, gracias a ese familiar incógnito y en parte al destino.

Recuerdo que salía a la calle como todos los niños a jugar canicas, “el trompo y la huaraca” como dice ese poema de Nicomedes o “El trompo” solamente de Diez Canseco (precursor del realismo urbano en la década de los cincuentas, recomiendo leer su novela “El Gaviota” y también “Duque” y sus cuentos “Estampas Mulatas”); y ahí en la calle recogía periódicos que los doblaba y los metía en el bolsillo del pantalón para luego en la otra “soledad” del baño leerlos. A veces no entendía pero me esforzaba, claro era sólo noticias en pleno gobierno militar, las movidas de lo que después supe era la Sinamos (Sistema Nacional de Movilización Social), las Sociedades Agrarias de Producción, las cooperativas y todo el movimiento agrario y campesino, y ese rollo del patrón no comerá más de tu pobreza, Velasco y toda su corte y la ilusión del cambio que nunca llegó. (A propósito, ¿sabes por qué Velasco en su loca carrera por estatizarlo todo, no tocó las tierras de Huaytará?, simplemente porque estaba casado con la hermana del aprista Luis Posadas y ellos pues, eran dueños de toda esa comarca).

Recuerdo claramente que leí la noticia de un fusilamiento por traición a la patria -era una mañana de abril y hacía frío- y este hecho se comunicaba con lenguaje marcial y con una frialdad que me hacía dudar de que eso fuera cierto. ¿Cómo una muerte podía acabar relatándose como un boletín del servicio metereológico? Terrible. Así, y no con mi armadura, sino con mi inocencia entraba en toda esa onda tanática que como un espiral fue creciendo hasta hace unos años atrás.

De ese modo, con toda esa atmósfera “revolucionaria” y llena de oportunistas y “grandes” descubridores de la pólvora, leí los pocos libros que había en casa, incluido una Biblia pequeña de color azul que regalaban casa por casa los evangélicos, ahí al final de este pequeño libro había una conminación puesta en sello azul pastel para poner tu nombre y creo también otros datos; ahí puse por primera vez en un libro mi nombre y mi apellido; y luego y casi inmediatamente vendría el colegio que en primera instancia fue el colegio parroquial Nuestra Señora de Cocharcas, de una misión claretiana, ahí me enseñaron, aparte de reafirmar mi lecto-escritura, a rezar y algunas palabras en latín. Los padres españoles eran muy severos, solían castigar a los niños golpeándolos en las piernas con reglas de madera, todavía eran los tiempos pretéritos en que “la letra con sangre entra”, y claro también premiaban con rosarios y crucifijos de diversos santos a los niños aplicados. El método error-castigo parece que funciona o funcionó en algunos, tal es el caso de un viejo amigo que ahora es sacerdote franciscano y lo veo cada cierto tiempo en una iglesia del centro. Ahí también aprendí los nombres de muchos santos como santo Tomás de Aquino, cuyo libro “Suma Teológica” (obra maestra compuesta en 14 tomos) recién pude leer a los veinte años. San Agustín quien es uno de los cuatro padres de la Iglesia de Rito Latino, cuyas teorías siempre me impactaron, y muchos otros santos que aparecen en el santoral: San Juan Bosco, San Vicente de Paul, San Peregrino Laziosi, Santa Clara de Asís, Santa Catalina Labouré, Santa Margarita de Alacoque; y de ahí el salto a la poesía sacra estaba cerca: Santa Teresa de Ávila (“Nada te turbe, nada te espante todo se pasa,/ Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta sólo Dios basta”) a San Juan de la Cruz (“Por toda la hermosura nunca perderé sino por un no sé qué, que se alcanza por ventura. El que de amor adolece del divino ser tocado, tiene el gusto tan trocado que a los gustos desfallece como el que con calentura fastidia el manjar que ve y apetece un no sé qué, que se alcanza por ventura. Sabor de bien que es finito lo más que pueda llegar es cansar el apetito y estragar el paladar; y así, por toda la dulzura nunca yo me perderé sino por un no sé qué, que se halla por ventura”), a Fray Luis de León (“Despiértenme las aves con su cantar sabroso no aprendido; no los cuidados graves, de que es siempre seguido el que al ajeno arbitrio esté atendido. Del monte de la ladera, por mi mano plantado, tengo un huerto, que con la primavera, de bella flor cubierto, ya muestra en esperanza el fruto cierto. Y mientras miserablemente se están los otros abrasando con sed insaciable del peligroso mando, tendido yo a la sombra esté cantando”) a Sor Juana Inés de la Cruz (“Finjamos que soy feliz, triste pensamiento, un rato; quizá podreís persuadirme, aunque yo sé lo contrario, qué pués sólo en la aprehensión dice que estriba los daños, si os imaginaís dichoso no sereís tan desdichado”). Ah por cierto, jamás fui religioso, eso de “si me porto mal me voy a ir al infierno” me duró hasta los diez años y no más, y por mi carácter no podría haber llegado al Jansenismo que, como sabemos es la doctrina que exagera las ideas de San Agustín para obrar el bien religiosamente a costa de la libertad humana. El bien como bien está perfecto, pero el bien sin libertad de qué sirve, cómo disfrutas del bien. Y dios bien gracias. (“Yo le pregunté una vez: -y tú, vagabundo, ¿crees en Dios? -te lo diré más tarde. Espera unos treinta años. Cuando haya cumplido los sesenta, tal vez sepa si creo en Dios o no; de momento lo ignoro, y conste que no tengo ganas de mentir”. Mis Confesiones. Máximo Gorki. Pg. 99 . El nombre de la editorial no me acuerdo).

Bueno, del Cocharcas pasé al colegio República Argentina, un colegio un poco grande que queda en el jirón Miroquesada, ahí aprendí las “malas costumbres” argentinas, gracias a que la embajada de ese país auspiciaba el colegio. Recuerdo cada nueve de julio -día de la Independencia gaucha- llegaba el embajador orondo con su traje celeste acompañado de sus edecanes y nos regalaban entre juguetes y dulces unos libros que editaban en este hermano país, ahí entre muchos autores pude leer antes de los nueve años una adaptación para niños de un cuento de Borges. A veces me pregunto si en Argentina habrá un colegio que se llame Perú y pienso si ahí se leerá por lo menos a Vallejo.

Yo era un niño con muchos deseos de aprender y a pesar de mi timidez, totalmente travieso, recuerdo que perseguía a las cucarachas y no me atrevía a matarlas, alguna extraña razón tendrían para vivir, a veces las metía en cajas de fósforo y las hacía pelear con arañas, ya sabemos quién ganaba, pero no siempre era así, me las ingeniaba para poner a la araña en desventaja sacándole algunas patas y a veces también se me pasaba la mano. Recuerdo una vez que perseguí a una rata con unos amigos, fue toda una tarde de verano, sol canicular, heladeros en la esquina, niños en el parque, y luego de que la rata ingresara en su madriguera abrimos una tapa de desagüe, esas de fierro forjado que todavía se ve en las quintas pobres de Barrios Altos y el Rímac. Bueno, la cosa fue que a mí se me ocurrió echarle kerosén y prenderle fuego al desagüe y el espectáculo estalló con decenas de ratas a medio prender corriendo hacia la calle como pequeñas bolas de fuego, pequeños aerolitos volando sobre el cemento y los vecinos corriendo con las escobas tratando de evitar algún incendio y por supuesto tratando de matar a las indeseables ratas. Para mí fue todo un espectáculo mismo las movidas mediáticas en las que se integran danza, teatro, música e incluso mejor porque todo era real y ahí pude reafirmar el dicho de Mariátegui que una chispa puede incendiar la pradera (disculpa Miguel, esto es una broma). La cosa fue que me castigaron, no dejándome salir a la calle que era el lugar donde todo niño -con pocos juguetes- se realizaba y donde niños como yo tenía algo que leer.

Luego vendrían varios colegios, e incluso llegaría a estudiar en el “Luis Benjamín Cisneros” que era un colegio que se levantaba en la propia casa del poeta en el jirón Junín ¿1275? (Cisneros murió ciego y también había escrito novelas como Julia (1861), Edgardo (1864), y Amor de niño ¿?, pero su obra más conocida es “Aurora Amor” en que canta -tipo Whitman- al nuevo espíritu del mundo y a la evolución de las artes y claro por supuesto la ciencia). Aquí en este colegio es donde -por cercanía, por absorción, por mimetismo o por alguna ley mágica, espiritual- siento la necesidad de ser poeta, de escribir, de leer, de vivir -como decía Sir Harrys, el del “Retrato de Dorian Gray”- como poeta, acababa de cumplir los trece años y ya tenía un conocimiento más o menos claro de lo que quería ser, lamentablemente cuando yo preguntaba a unos tíos “cultos” por esta “carrera”, me decían que no existía y que nadie vivía de los poemas, pero yo no me decepcionaría tan fácil, como dije atrás era terco. Así que un día un vecino que tocaba guitarra y era a la vez profesor de matemática en el Lavarte me dijo que podía ser lo que quisiera, siempre y cuando no esperase vivir “como rey”, él había querido ser músico y se recurseaba como profesor, ya mi destino estaba trazado. El profesor tuvo una denuncia policial por robarse el reloj del colegio; luego de perder su trabajo anduvo vagando por ahí hasta que años después se fue al Japón a trabajar descuartizando y cremando cadáveres gracias a unos familiares. Nunca más lo volví a ver, le debe estar yendo bien. Supongo. (Un abrazo donde estés, Hugo).

Quiero detenerme un momento en este punto. Yo tendría trece o catorce años y muchos se estarán preguntando si lo que estoy contando son realmente mis inicios literarios, pero claro, aquí voy a mencionar lo que en ese tiempo me tenía fijado como un clavo en la pared, y era aparte de la “Teoría de la Relatividad” y sus cumbres o sus fondos en la bomba atómica, Einstein, Openheimer y demás colaboradores, los iniciáticos Hahn y Strassmann, y la “Teoría del Orgón”, cuyo diseño de la máquina había sido destruido por Estados Unidos y había mandado como colación a la cárcel hasta el día de su muerte a Wilhelm Reich. Y lo alucinante es que si ahora tú entras a Google y presionas “la máquina del Orión” aparecen muchos estafadores que te lo ofrecen a precios onerosos, y nadie les dice nada. Yo hice un diseño de mi propia máquina, espero algún día hacerlo realidad.

Eran y son pues, muchos libros de poesía -por decir lo menos- los que conforman mi zócalo continental literario en esta base del edificio que es la poesía y en la que se tiene que subir grada por grada, porque no hay ni habrá ningún tipo de ascensor.

Empezaré por mencionar conforme vayan pasando por el panel de mi memoria: Eguren y su alma de niño, Vallejo y el dolor omnipresente, Oquendo de Amat y su ternura hipostática: madre-realidad-alucinación, Vicente Azar y su excelente poema “Porgy y Bess llegando al Central Park”. Claro también en esas épocas leí a Neruda y sus “Versos del Capitán”, nunca me gustaron sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, el título me parecía ridículo. El amor más que desesperación es pasión, erotismo, romanticismo o como dice Dante Alighieri en la parte final de la “Divina Comedia” lo que hace girar al mundo; pero de ninguna manera desesperación, eso es una patología, una perversión económica del amor en el sentido editorial, claro es más vendedor decir “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” que decir sólo y a secas “Veinte poemas de amor”. De todas formas cómo olvidar “La canción desesperada”: Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy // El río anuda al mar su lamento obstinado. // Abandonado como los muelles en el alba. // Es hora de partir, oh abandonado! // Sobre mi corazón llueven frías corolas. // oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! // En ti se acumularon las guerras y los vuelos. // De ti alzaron las alas los pájaros del canto. //Todo te lo tragaste, como la lejanía. // Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio! Y todo esto escrito antes de los veinte años?!

Otros autores que leí compulsivamente fueron Octavio Paz, aunque de verdad lo prefiero como ensayista. Antonin Artaud cuyos libros “El Teatro y su doble” engendra al teatro del dolor y a Judith Malina y al gran Grotowski, “El Ombligo de los Limbos” o “Los Tarahumaras” y sus aventuras con el peyote en México al que fue totalmente misio y casi sin zapatos. O esa “Carta a los Poderes” que fue un gran descubrimiento en mi adolescencia. Alejandra Pizarnik y su lucha por dejar de vivir (leer su “Extracción de la piedra de la locura” y también su “Árbol de Diana”, “El Infierno musical”, “Los trabajos y las noches”). Vicente Huidobro y su creacionismo (leer Altazor, pero también: “Ecos del alma”, “Canciones en la noche”, “Pasando y pasando”, “Finis Britanniae”, “El Viaje en Paracaídas”, etc.) El antipoeta Nicanor Parra que recientemente ha expuesto unas esculturas flotantes donde muestra a los presidentes chilenos -como debieran de estar- ahorcados y colgando de un muro (leer desde su “Canciones sin nombre” 1937, “Poemas y antipoemas” 1954, “La Cueca Larga” y el “Versos de Salón” y “Discursos” escrito con Pablo Neruda, y también su “Ecopoema y Poemas y antipoemas a Eduardo Frei”. En 1998 editó “El rap de la sagrada familia”. El poeta azul Rubén Darío y su onda modernista, leer su “Epistolas y poemas” “Tierras Solares”, “Todo el Vuelo” etc.

Voy a mencionar una serie de nombres sin un orden aparente de los que me acuerdo, en ese tiempo eran mis lámparas con las que iba tanteando con mi adolescencia a cuestas el camino como Diógenes: Jack Kerouac “En el Camino” cuyo libro me lo prestó Chío Hervias, “Visiones de Cody”. Ferllinghetti a quien leí parcialmente, recuerdo que Virginia Benavides tiene un libro original de este autor que fungió de editor de Ginsberg , hay que recordar que él tenía una librería y ahí creó el sello con el que salió “Aullido”. Kenneth Patchen, Gregory Corso y su “Feliz Cumpleaños de la Muerte” -de la colección Visor que lo dejé en venta en el jirón Quilca y creo que lo compró Willy Gómez-, Norman O’Brown, los escritores parias y vagabundos de la Angry Young Men de Inglaterra con el gran Colin Wilson a la cabeza y su extraordinario “A la deriva en el Soho” , aunque ahora se ha dedicado más a cuestiones ocultistas y temas relacionados a fenómenos parapsicológicos.

Otros, Hölderlin, Walt Whitman (“Hojas de Hierba” cuyo libro lo presté a un amigo y se negó rotundamente a devolverlo, a cambio me ofreció un libro cada vez que nos encontráramos, así que a la larga salí favorecido, además Whitman lo merecía). El gravitante Eliot, Cavafis, Victor Hugo, Robert Desnos, Carpentier, Max Jacob.

Continúo, aunque debí mencionarlos primero por cuestiones de orden, pero soy desordenado por naturaleza; definitivamente los clásicos desde “La Iliada” y “La Odisea” de Homero, pasando por Píndaro, el poeta lírico autor de “Odas Triunfales”, “Elogio de Atletas Vencedores”, Sófocles, que es el antecesor más remoto de Freud por el análisis de las pasiones y la psicología de los personajes: “Antígona”, “Electra”, “Edipo Rey”, “Ayax Furioso” etc. En general y salvo muchísimas omisiones creo que éstos eran mis guías espirituales a fines de los ochentas y principios de los “maravillosos años noventa”. Ahora que ha pasado el tiempo veo con nostalgia a estos autores y solo me queda seguir mi silencioso camino de lector buscando y rebuscando la piedra filosofal con la que derribaré al Goliat de la soberbia intelectual o lo que es lo mismo, la ignorancia sin modales o la pose del “escritor pensante” que tiene que vender a toda costa una editoral.

El sountrack o la banda sonora de toda esta época, si se puede decir así, está compuesto por los temas que salían en “Disco Club” que dirigía el primer Gerardo Manual, voy a tratar de mencionar nombres y algunos títulos que recuerdo porque es necesario entender que la poesía y en general todas las artes están entrelazadas y se funden unas a otras y los lazos casi siempre son invisibles y hay que recordar que tanto la poesía como la música son artes de tiempo, mientras que las otras artes como la escultura, pintura, dramaturgia, etc. lo son del espacio. Así son Snack y su “My Sharona”, Kiss y su “Nací sólo para amarte”, Deep Purple y su vinilo “Machina Head” en la que están los temas fabulosos “Highway Star”, “Smoke on the Water”, “Lazy”, “Space Trucking”, etc. También recomiendo sus otras producciones por ejemplo el “Burn” (Arde), o el concierto en vivo realizado en el Japón: “Made in Japan” un album color verde limón, aunque también el “Made in Europe”. AC/DC con el gran Angus Young y Simón Wrigh, aunque muchos prefieren como cantante a Bon Scoth, recomiendo el vinilo, aunque ahora pueden pedirlo en CD: “Black in Black”, “Fly on the Wall” y el genial “Carretera al Infierno” que siempre aparece en cortinas de muchas películas de terror.

Journey, Motorhead, The Allman Brothers Band, el genial Jimmy Hendrix y su “Niebla Púrpura”, “Hey Joe”, “Vudu Child” y por esta línea inopinadamente a Stevie Ray Vaughan, quien murió en la flor de su juventud, ese concierto en el “Mocambo”, aunque este es ya más cercano a estos tiempos, igual es un pase-de-vueltas, qué excentricidad, da ganas de dejar de escribir y vivir en constante estado de catarsis o como ciertos gurús de la India enterrados hasta el cuello.

Black Sabbath y su excelente guitarrista Tommy Iomi, dicen que tuvo que aprender a tocar con la izquierda porque perdió movilidad en un dedo. Ozzi Osbourne sí me cae mal, su voz es muy buena, pero sus actitudes dejan mucho que desear y sobre todo porque ahora último se ha dedicado a hacer dinero a toda costa, el caso de su hija es patético.

Bueno sigo, Thim Lizzy, The Cream, dicen que Chacalón escuchaba a esta banda por eso le puso a su conjunto “La Nueva Crema” (escuchar de rigor a “Chacalón y la Nueva Crema”). David Bowie cuando se disfrazaba de marciano y con hombreras es todo un caballero sobre todo cuando ayudó a salir del pozo a Iggy Pop; el genial Lou Reed cuando “llamó” a la bella modelo Nico a cantar (aunque todos sabemos que el verdadero “culpable” fue Andy Warhol) me pareció genial verlo en una película de Win Wender, en esa donde sale un ángel parado en una torre de Berlín, de todas maneras hay que ver las otras películas de Wenders como por ejemplo la literaria “Hammeth, investigación en el barrio chino” o “Paris- Texas”, etc.

Grand Funk y sus geniales temas, aunque me gusta más cuando eran trío (power trío), después con el cuarto integrante, el que tocaba el órgano, todo se enfrío, demasiado tecnicismo a veces acartona y enfría el mensaje y el canal y el receptor se recienten.

Mötley Crue, Iron Maiden, hace poco vino al Perú a ofrecer un concierto Paul Dianno, su primer vocalista aunque ahora está gordo y calvo parece un cantante de reggaeton. Cinderella y sus miembros andróginos, Tean Years Alter y su guitarrista Alvin Lee sobre todo cuando toca ese tema “Helicóptero” y está referido a los helicópteros que traían a los jóvenes muertos de Vietnam. Bachman Turner Overdrive, el famoso BTO y sus “Buenos Negocios”. King Crinsom, The Holies y su “Mujer Alta y Fria Vestida de Negro”, etc, etc.

- Habiendo transcurrido algunos años, ¿qué opinas de la llamada promoción o generación del 90?
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Es en la década del ochenta cuando realmente me empiezo a mover en este submundo del arte y la contracultura; recuerdo -es un decir, casi todo lo he reconstruido en mi memoria con breves visiones, fragmentos y situaciones que viví o me contaron de primera fuente y datos corroborados con los que de una u otra forma participaron en mis recuerdos- por ejemplo en la desaparecida ANEA, algunos años atrás en el 77 ó 78, Róger Santibáñez hizo una huelga de hambre junto a otros poetas alucinados y de convicciones políticas a prueba de fuego, en esos años yo vivía en el mismo jirón Puno, pero unas cuadras más arriba, a una cuadra de mi casa vivía Manuel Rilo, el cual iba a unas fiestas para pequeños adolescentes que organizaba “pepito” (José Rodríguez, homónimo del cantante), otro viejo amigo que radica ahora en Puerto Rico. Recuerdo que años después y ya en las rejas nos vimos con Manolo (Rilo) y nos reconocimos, fue en un concierto, había un pogo increíble y yo había salido a leer unos poemas en el micrófono, los borrachos celebraban; la literatura nos había reclutado y en ese tiempo estábamos en plena orilla del aprendizaje aunque la predisposición y las aptitudes estaban y no se perderían, sólo el humo azulado de los cigarros se disiparían hasta mostrarnos inmarcesiblemente otras realidades. Róger y ya a inicios de los noventas me contó lo de la huelga, fueron tiempos difíciles. De mi misma cuadra es Giussepi Mendiola, quizás muchos no lo conozcan, pero dentro de poco se le tendrá que reconocer por el talento innato que tiene. Recuerdo una vez me contó que cuando estaba en Bellas Artes del jirón Ancash y no tenía plata ni para las pinturas, se fue al basural del mercado “Buenos Aires” y recogió agallas de pescado para licuarlo y formar el color rojo, e igualmente hizo con el zapallo (amarillo) y las verduras podridas (verdes) y beterragas (morados), y nabos (blancos) y zanahorias (anaranjados), y cuanto desecho había en el contenedor y logró “pintar” un cuadro fabuloso que fue presentado en su aula de estudiante y el profesor tuvo que aprobarlo con la más alta nota, aunque no soportó el olor y lo mandó a su casa. La pestilencia era la sirena que se había encendido en el arte de Giussepi y no se apagará hasta que le hagan caso. Ahora último ha logrado vender unos cuadros en el extranjero y se ha comprado un terreno en Chorrillos.

Ese talento ante la adversidad es algo que siempre he tenido presente y es parte de mi filosofía de vida y determina tangencialmente mi escritura.

Bueno, continúo, en 1980 estalla la guerra interna pero también la onda subterránea y anárquica estaba por dar el gran salto. Creo que fue Helen Ramos la primera en hacer un reportaje a “los vándalos” como se les llamaba en esa época, y ese artículo si más no recuerdo salió en la revista “Laberinto” número 7. Esto de los vándalos creo fue un invento de Belaúnde quien como ese dibujo de Alfredo vivía en las nubes, sino recordemos que en un principio a los levantados en armas les decía abigeos (“Sobre el Volcán” Diálogo frente a la subversión. María del Pilar Tello. Editorial CELA. Leer en especial la introducción y las entrevistas a Mercado Jarrín, Diez Canseco, Metzinger y Valle Riestra)

Recuerdo claramente el concurso de rock no profesional en el año 1986 en la primera No Helden en el jirón Chincha con Wilson. Los rockeros hacían su aparición y se apoderaban de las esquinas. En esos tiempos yo escribía canciones y algunos textos largos y complicados los guardaba secretamente; de ahí saldrían los primeros poemas de “La Túnika” que tuvo varias versiones que armaba artesanalmente y los regalaba a los amigos más cercanos. Pancorvo siempre me hace presente que tiene un ejemplar.

De esta forma con la música y ya cercano a los poetas bohemios y ex-kloakas me fui precipitando a los abismos y a la cima de la poesía, al Taigeto donde arrojaban los griegos a los niños defectuosos.

Recuerdo un poema que escribí en mi inaugurada libreta electoral que era anaranjada y de tres cuerpos, ahí escribí un texto en el que me comprometía con la literatura y con la verdad hasta el día de mi muerte. Mi documento de identidad me lo robaron en un micro de la José Leal, no el azul con rojo (que ahora llega hasta Comas, kilómetro ocho y medio), sino el plomo que tenía el motor atrás y botaba una estela terrible de humo negro como un pasado que perseguía al carro hasta el último paradero. Quiero agregar que a pesar del tiempo mi promesa sigue intacta.

En el año 1990 ó 1991 fui a un recital que se organizaba en la biblioteca nacional, ahí conocí a varios poetas de la que sería realmente mi generación. Vi y escuché leer a Willy Gómez y a Carlos Oliva, recuerdo que el público eran sólo cuatro personas, dos poetas conocidos, uno de ellos era Gustavo Armijos y el otro Ramírez Ruiz, y las otras dos personas eran una amiga que le tenía cierto temor a los poetas y yo en la oscuridad de las butacas tipo cine de barrio y el olor a rancio y creso que salía del baño.

Era la primera vez que yo me encontraba realmente con mi promoción poética, hasta antes sólo había tenido acercamientos individuales, como con Josemári Recalde a quien conocí con uniforme de colegio, a Juan Vega con quien nos encontrábamos en la puerta del BCR para guardarnos cola y ganarles un sitio a los jubilados y porque “teníamos” que ver muchas películas, era para nosotros un deber y después nos íbamos por ahí a comentar lo visto: “Betty Blue”, las películas de Truffau, Godard, las películas neorrealistas de Scola (la excelente “Feos, Sucios y Malos”), o de Sica, o el cine negro norteamericano, etc.

A Rubén y a Paolo los conocí en un recital organizado por la municipalidad de San Martín de Porres. Había muchas pilas en esos tiempos. A Sarmiento y a Willy los conocí en otro recital en la facultad de letras de la Garcilaso en la avenida Brasil. A los Cultivo, con su líder que no era poeta sino plástico: Víctor Zambrano en San Marcos, o perdón en la playa, fue un verano, había un concierto y estaban todos los muchachos de nuestra generación ahí tostándose bajo el sol, yo andaba con un grupo y teníamos ganas de tomarnos un trago y sólo teníamos un poco de “orégano” para hacer el trueque, no sé cómo nos aliamos todos, creo que vía Chio Hervias, ahí estaba Juan Ramón, el Rudy Pacheco -que acaba de editar “Alucinada Cordelia” en el “Hipocampo” de Teófilo-, el Eduardito Braga, el Renato Salas, el gran Víctor que ahora tiene una hijita y es mi vecino en Pueblo Libre, a veces nos reunimos para recordar los viejos tiempos. La cosa fue que jugamos un partido de futbol, el cual salió desastroso, Juan Ramón se ahogaba en la orilla y había que auxiliarlo, Rudy paraba en el suelo, Renato no sabía a donde patear, y el único que metió el gol de honor fui yo que también estaba embrutecido por el sol y no había tomado nada de agua, estaba deshidratado, pero la juventud todo lo puede, y como dicen algunas tribus de Norteamérica “los jóvenes son bellos y fuertes y los viejos feos y débiles aunque sabios”.

A los “Noble Catervas”, quienes eran mayores, los conocí en otro recital en la Villarreal, ahí estaba Johnny Barbieri con su Afrika Looks, la siempre delgadísima Roxana Crisólogo que pegaba sus poemas en el mural del patio y andaba con jeanes y sandalias, Leoncio Luque quien siempre me pareció y no me equivoqué, todo un señor, al loco Cadenas con su morral incaico y con el dedo índice arriba. Ah me estaba olvidando de Iván Segura a quien, en esos tiempos, lo invité a mi casa y compartimos el gusto por muchos autores, ahora creo que radica en Francia y se dedica a las traducciones, leí un libro muy bueno de él que se llama “Bosque de Formas”.

Con Carlos Oliva nunca intimamos, siempre nos mirábamos desde lejos, alguna vez nos tomamos un trago y le comenté ese poema suyo en el que sale “a regar las esquinas con sus orines” o algo así, él se río y levantamos el vaso, tenía una sonrisa franca.

Tengo una visión: Escena UNO: veo a Carlos Oliva poniéndole un cuchillo en el cuello a Róger Santibáñez en el puente Santa Rosa. Son dos extraños pero la poesía los salvará a ambos. Escena DOS: Carlos Oliva con su polo del Centro Victoria me vende unos caramelos, compro diez y me los meto todos en la boca, tengo un sabor amargo de los que duermen en la calle, el resabio verdoso de la droga y el emoliente con alfalfa que tomé en la madrugada en Quilca, Las Rejas Agosto-Septiembre del 90’. Escena TRES: Carlos Oliva corre con un reloj que logró arranchar a un transeúnte, nada lo podrá detener “sin límites de velocidad”, ni siquiera la combi que viene a 60 kilómetros por hora. Muchos querrán ocultar la verdad, pero para qué, si lo que importa es su poesía, y él está vivo ahí en cada verso, en cada palabra dejada para la posteridad. Escena CUATRO: estoy en la avenida Tacna cruzando el puente, estoy tratando de sacar un cartel de tránsito, estoy a quince metros de altura trepado como mono, me detengo ante los gritos de mis amigos, la vieja horda, cabellos largos, prendas de ropavejero, cadenas y púas. Un policía suena el pito, bajo apresurado y no logro evadir un alambre oxidado que me corta el brazo haciendo una horrible “ese”, ahora tendré tétanos hasta el día que me muera, aunque el tétano lo llaman enfermedad de los quince días, conmigo todo funciona diferente. Sigo adelante con mi vieja libreta de apuntes, aún tengo la sangre seca en hojas hongueadas. Alguien dirá que digo la verdad y sólo la verdad?! Ahora todo acaba. Todo se pierde en la nada, en la radio suena “Maldito sea tu nombre” aquella vieja canción de “Ángeles del Infierno”, aquella banda Heavy que tanto me gustaba a mediados de los ochentas, ahora tengo que apagar el interruptor o cambiar de canal para siempre. Fin de la visión.

Recuerdo que en ese tiempo vivía enamorado del ritmo, en Quilca había muchos bohemios que les gustaba declamar versos. Ahí también conocí a Hudson Valdivia quien era un perfecto declamador de los versos de Vallejo, tenía una personalidad increíble (casi siempre andaba en sandalias como los antiguos griegos) y desarrollamos una amistad bastante provechosa, años después en su velorio me encontré con Lubby Valdivia con quien yo había estudiado periodismo y que era su hija y yo no lo sabía, nunca lo supe hasta ese día. Le di el pésame y me puse a pensar en todo lo que uno no sabe por no preguntar, por no ser acucioso, pero si Lubby era, es idéntica a Hudson. Nunca más la volví a ver, creo que ahora está casada con un empresario transportista que tiene una flota de combis.

Volviendo, recuerdo también a Guadalupe, un activista de izquierda con quien competimos alguna vez, declamando versos de Manuel Scorza, y es que Scorza era su alter ego, Guadalupe declamaba los versos como si fuese una rockola a la que hubiesen echado muchas monedas. No se equivocaba por nada y tenía aprendido -podría asegurarlo- libros enteros, el poemario “Los Adioses”, las primeras partes de “Redoble por Rancas”, “Garobombo el Invisible”, etc. Creo que Guadalupe había sido sacado de la novela “Fahrenheit” de Ray Bradbury en la que para no perder la información por la quema de libros se le asigna a cada uno aprenderse un libro entero. Ahora por ahí me cuentan que está en un alto cargo en la “Derrama Magisterial”. Ah por cierto, me olvidaba que Guadalupe me contaba que su espíritu se había fortalecido las veces que estuvo encerrado en seguridad del estado, y ahí sólo le quedaba declamar en voz alta los poemas de Scorza a pesar de las condiciones precarias y las torturas a que lo sometían.

Luego del colegio pasé a una etapa de contemplación que duró dos años, durante los cuales, lo único que hice fue leer en la biblioteca nacional. Me iba desde temprano a la avenida Abancay, entregaba mi carnet de lector, que por cierto todavía conservo, y devoraba todo lo que estuviera a mi alcance, sin orden, sin líneas a seguir, sin temáticas establecidas, era una bestia enfurecida que quería aprender lo que fuese. Recuerdo que salía en las noches un poco mareado, casi sin haber comido nada. En casa pensaban que yo estaba en una academia de esas que te preparan para la universidad de forma “estricta e intensiva”, claro el dinero de la academia me servía para comprar libros y comer algo por ahí. En ese tiempo los libreros todavía estaban en la avenida Grau, para mí era una delicia tenerlos cerca a sólo tres cuadras de donde vivía. Ahí, muchos me conocían, hasta me apodaban “el loco” (no el de Gibran, prefería ser el loco de Nietzsche, “el que se acerca a la divinidad” o el de Foucault “el que tiene de decisivo en la humanidad”), a mí me daba igual porque así tenía cierta autoridad, como si tuviese una tarjeta de descuentos para pagar menos por los libros. Así que mi cargamento de libros y revistas fue creciendo hasta que hizo peligrar el cuarto que compartía con mis otros hermanos. Mi madre botaba mis periódicos, los que recogía en las calles, hasta que un día tiró a la basura unos libros que consideraba viejos , y me di cuenta, aunque suene a una aberración, que la limpieza doméstica o la “higiene-de-la-casa” o como quieran llamarlo, a veces se opone a la cultura, y es que un libro de viejo a veces guarda una cantidad increíble de ácaros, bacterias, estreptococos, bacilos de Koch, Salmonellas y cuanta suciedad halla podido impregnarse y uno a veces duerme con los libros, he ahí el gran problema. Y como si mi metabolismo le hiciera caso a mi madre desarrollé una alergia terrible a los ácaros que se combinó en una dupla casi imposible de ganar con mis enfermedades respiratorias; sino eran los bronquios, eran las amígdalas o la sinusitis o la faringe o la garganta, y encima tenía que usar el spray Ventolín para la crisis asmática y un montón de antihistamínicos y me moría de sueño, tipo la tripanomiasis y la mosca tze tzé , y me di cuenta que la avenida Grau con sus cientos de libreros, con sus carros viejos y destartalados y su humo negro carbónico combinado con el de las carretas de fritangas y comida al paso me estaba matando lentamente, estaba siendo arrastrado por toda esa parafernalia monstruosa al precipicio, a la boca del Etna. Tenía que salir y no había forma, así casi por recomendaciones médicas y como mi familia no podía mudarse por razones crematísticas ingresé a la Universidad Enrique Guzmán y Valle, “La Cantuta”, con sus verdes follajes y sus cerros, apus protectores y su clima de paraíso, pero como sufría de un “transtorno de ansiedad generalizada” y de un hambre intelectual -que hasta el día de hoy no he podido saciar- entré a la vez a estudiar periodismo en la Escuela “Jaime Bausate y Mesa” de la Residencial San Felipe, aparte de que acudía como alumno libre al Jardín Botánico, a las clases de necropsia, taxonomía, etc. y de otros destripamientos que me parecían maravillosos por la cantidad de arterias, vasos, ligamentos, órganos, músculos y huesos que uno tiene adentro. Aparte era alumno de “Electrónica” en un conocido instituto industrial. A veces ya ni siquiera iba a dormir a Lima , me quedaba en casa de unos amigos de esas épocas, estudiando y leyendo, debatiendo lo que sea, a veces en la calle tomando un emoliente o un trago o cualquier bebida. A veces en la Residencial, arriba de uno de esos edificios observando la ciudad, como un gran monstruo que acechaba dispuesto a dar el zarpazo final. A veces “dormía” en “La Cantuta”, dormir era un decir porque las noches eran inevitables, el sonido de los pájaros, los grillos y los millones de estrellas sobre la cabeza, quién iba a dormir así. Ahí crecieron mis raíces poéticas hasta toparse con la Gaia, aquella ciencia extraña inventada por Lovelock (el nombre por cierto lo puso Baldwin el del “Señor de las Moscas”).

- Tú publicaste un libro de ensayo Las armas del escritor (2003), podrías hablarnos de este libro.
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Siguiendo el consejo de Mariátegui de que el mejor libro no es el que se escribe como tal, sino el que se va formando o conformando de una acumulación de ideas y de juicios a lo largo del tiempo, tal y como es “El Alma Matinal”, escribí las “Armas del Escritor”, abarcando como lo apunto en la “Nota Obús”, desde la Lingüística, lógica, química, matemáticas, botánica, electrónica, computación, medicina, quiromancia, música, etc. Hasta más allá de los límites de la patafísica que como sabemos es la ilógica jarriesca o los escarceos a lo Rabelais, sin olvidar a Eva Mentora y su mono Bosse-de-Nagge y el Propiciador orgánico Rafael Cipollini. Son en realidad muchos ensayos, y muchas ideas divertidas y controvertidas las que desarrollo en estas “Armas”, creo sinceramente que he escrito muchas cosas de manera alucinada, encerrado en mí mismo a lo Montaigne. Quizás muchos acápites se difuminen o pierdan o ganen contundencia con el tiempo, pero de algo no me pueden acusar, y es que todo lo escribí con pasión y con una imaginería cercana a la locura del doctor Laing o mejor del doctor Joseph Berke (recomiendo leer su “Viaje a través de la locura” escrita al alimón con su paciente y clínicamente desahuciada mental Mary Barnes). Y como dice Eugenio Trías irremediablemente “el loco tiene la palabra” (leer su Filosofía y Carnaval, editorial Cuadernos de Anagrama, Barcelona 1970).

En general son más de dos mil páginas que iré sacando siguiendo mi línea dialéctica, en forma de atentados. Justo ahora estoy tratando de sacar el segundo número que en realidad y como se anuncia en uno de los subtítulos es un panfleto de agitación y propaganda (agit-prop), pero con humor literario. Se entiende “humor” no como lo jocoso, risible, sino como una excrecencia cultista o renacentista si se quiere o humor vítreo, no el que sale del ojo, sino del espíritu. Creo -como los antiguos- que el conocimiento con reglajes es un invento de la Gran Máquina Capitalista para dominar el mundo y hacerlo servicial a su otra Gran Causa -anodina y vil- que es el dinero. Justo ahora he acabado de leer “Rito de Paso” de nuestro compañero de ruta Victor Coral y he visto que el “Gran Hermano” o “los bomberos incendiarios” o “El Complejo” coralino en su significado semántico de compuesto diferenciado por los diversos elementos que lo conforman, sigue siendo la misma cosa y confluimos todos -y me incluyo- de que el futuro que estamos viviendo desde la primera revolución industrial es la lucha por la libertad y cuya urgencia no enmendada podría llevarnos a una vuelta de tuerca -y esos pernos no acerados no podrán resistir- y se podría plantear en un plazo no muy lejano lo que estableció Asimov en “Yo, Robot”, es decir de repente la libertad y todas esas entre comillas ambiciones del ser humano sea cerebralizadas por la máquina, o el robots, el robots libre, el robots que se da cuenta de que es diferente y ha visto como el “Mito de las Cavernas” de Platón la luz espacial y aunque cegadora también libertaria. En ese sentido tengo miedo al futuro, es hora de que el conocimiento verdadero enrumbe a la carreta de la humanidad, los caballos gnoseológicos del conocimiento no se pueden detener. La lucha contra el mal es la lucha contra la ignorancia y quienes la buscan para permitirse los excesos que estamos comprobando en países como China o el sudeste asiático. Tengo un ensayo que escribí sobre todo esto el año 93 que fue el año que entendí realmente por qué se derrumbaban las viejas ideologías que habían sostenido al mundo y yo me hacía otra pregunta: ¿Por qué Shumpeter no se iba a la mierda junto a Keynes o Adam Smith?

Mejor, vuelvo a las “Armas”, como te venía diciendo para mí el conocimiento nunca tuvo divisiones, yo podía pasar de las matemáticas pitagóricas a un texto de Góngora y Argote sin pasar por un cortocircuito o un vacío védico, y es que el conocimiento siempre halla sus vasos comunicantes, primero porque no puede existir conocimiento sin curiosidad, y segundo porque la curiosidad no tiene género, es lo que te impulsa a aprender y a desarrollar ideas y conceptos persiguiendo ese algo que a pesar de buscarlo afuera sabemos que está muy dentro de nosotros y que se llama verdad (“entonces conocerán la Verdad y la Verdad los hará libres”. Juan Cap. 8 Vers. 32). Con esto quiero decir que antes del conocimiento y la curiosidad está la verdad, irónicamente es lo que personas como yo buscamos todos los días afuera, escarbando en el samsara, tropezando en los laberintos del conocimiento y su árbol raquídico, sus oscuros recovecos.

En las “Armas” hay también una intención belicista sobre la literatura, considero que cuando uno escribe camina como en un campo minado y puede perder cualquier miembro o la razón en cualquier momento. La guerra en sí está contra la mala escritura y contra quienes ostentan un poder usurpado y se dicen críticos literarios o baluartes o capitostes o capataces o serenazgos de la literatura. Hay un compadrazgo, una colusión reaccionaria y/o revisionista que en algunos casos tenemos que derrotar y “no importa de qué color sea el gato con tal de que se coma al ratón” como dice Teng Siao Ping, o sea no importa si se escribe poesía o prosa o subgéneros, o se escribe sobre cuestiones urbanas o rurales. No entiendo la bronca de los escritores proto-indígenas contra los proto-costeños, creo que la lucha sigue siendo del que trabaja contra el que no trabaja, o sea del que labora y produce plusvalía -y no sólo estoy hablando literariamente- contra el que se apropia sin derecho alguno de ello. El resto son masturbaciones de gente que no tiene nada que hacer y todavía tienen el descaro de publicar “sus deslindes”, por favor, no estorbemos el tráfico de los que sí quieren hacer algo por la literatura.

Se puede escribir panfletos si se quiere, con tal de hacerlo con talento y sin importarnos si vamos a ser bien o mal recibidos por los argolleros o los mermeleros, eso es ridículo, además esa vieja y carcomida idea de que el panfleto no tiene nada que ver con la literatura fue introducida por Engels; es curioso e irónico que quienes, en su mayoría niegan al panfleto sean de origen burgués , o es que ellos en el fondo tienen un corazón marxista.

Conozco a muchos escritores con buenas propuestas que no los reseña nadie, ni le dan espacio para nada. Esto me da vergüenza ajena. Este país como casi cualquier país latinoamericano como decía Guayasamín -a quien pude entrevistar en el Museo de la Nación cuando vino al Perú- es tan difícil salir adelante que lo compara con subir por un palo encebado y encima tener que liar con los que te rodean y te jalan del pantalón.

Aquí hay una guerra declarada, por un lado tenemos al talento de nuestros escritores, en su mayoría proletarios o recurseros o artesanos o profesores y por ahí un comerciante, etc. Y por otro lado tenemos la brutalidad amparada en los medios masivos, prensa, radio, tv., auspiciando a los hijos de sus mentores, levantando a escritores que siguen las recetas en estricto del Fondo Monetario Internacional que es la ley que siguen las grandes editoriales y algunas pequeñas que le siguen el juego: temas de autoayuda, literatura ligh , temas de moda o temas para reforzar o debilitar las resistencias psicológicas con respecto al mercado. Hay casos en que incluso se toma en cuenta problemas reales, por ejemplo la guerra interna o la violencia subversiva como es el caso de Roncagliolo y su “Abril Rojo” a quien entrevistamos en el programa “Degeneración” en el canal 27 UHF el año 1997 y donde nuestro autor se mostraba tímido pero con ganas de entrar en el gran mercado, en todo caso no le queda mal el mote que le ha puesto Dante Castro: “el Jackie Chang de la literatura peruana”. Creo en todo caso que ese personaje, el tal Chacaltana no podría existir en el 2000 en Ayacucho, tal y como Roncagliolo nos lo quiere hacer creer.

Creo sinceramente que es hora de ir poniendo las cosas en su lugar, pero parte de estas cosas que están bien explicadas en el “Décimo Atentado” de las “Armas del Escritor” hay aquí también unos artículos dedicados a ciertos escritores para compensar -si se puede y en parte- el vacío y el mutismo que hay sobre ellos.

Creo en la solidaridad y en el buen gusto. Creo en los perfiles bajos, en los matrimoniados con las letras a oscuras, palpando el magma de la creación todos los días de la vida, a veces sin esperar nada, otros esperando ser leídos y nada más.

Todo escritor debe tener sus armas con la que enfrentarse a la página en blanco, que es -después de los reaccionarios- el principal enemigo del escritor. Uno tiene que construir sus aperos, sus chaquitacllas, sus azadones, sus lampas, picos, martillos, barrenas y cuanto instrumento sirva para atacar el vacío. Uno empieza precariamente por ejemplo con su tropología: metáfora, metonimia y sinécdoque, que vendría a ser una pequeña aguja hipodérmica, la más pequeña llamada creo tuberculina, y va hilvanando lentamente como tejiendo una chompa de hilo, así de fácil y de difícil a la vez; creo indispensable la lectura, porque sin ella no hay nada, es más, considero que la escritura es la reacción física en sentido contrario de la lectura y no se podría inventar nada sin ella o cómo creen que sale Yoknapatawpha de Faulkner, o el “Santa María” de Onetti respondo con una pregunta: ¿debajo de la manga? Nadie es pues mago y a los prestidigitadores casi siempre se les descubre el truco, aunque a veces los medios y cierta corte parcializada hacen todo lo posible porque el acto de magia se vea limpio y saludable para las masas, me estoy refiriendo a los “escritores” auspiciados por los medios de comunicación, claro esto no es una generalidad. A Vargas Llosa, quién podría decirle que es un vulgar prestidigitador y saltimbanqui de esquina, respeto toda su literatura -desde “La Ciudad y los Perros”, pasando por “Conversaciones en la Catedral” hasta llegar a “La fiesta del Chivo” y el “Cuadernos de don Rigoberto”, aun cuando no comprendo por qué tuvo que traicionar a su generación y me estoy acordando del pacto que tuvo con Cortázar, Fuentes y García Márquez, del dinero que donarían a la revolución cubana si alguno de ellos ganaba creo que el “Rómulo Gallegos”, y Vargas Llosa prefirió comprarse una casa.

Esto me parece un acto egoísta propio de una reputación dudosa que no le importa ni mierda nada más que él, bueno por eso podemos entenderlo cuando sale a defender a los banqueros, sus amigos, y encarna toda esa cojudez que fue el Fredemo y el onomatopéyico tutú tutú que nos tenía hartos, y saturó tanto que el populorum le dio el voto al chino y vimos lo que pasó en esta política asquerosa. Y si me meto en todo esto es porque considero que todo escritor o en camino de serlo tiene que vincularse con su realidad o negarla definitivamente, no creo en la definición de Freud sobre los poetas a los que definía como seres neuróticos alejados de la realidad. Nada que ver y si revisamos los textos de Freud viejo nos damos cuenta que él ya no insistió en esta burda teoría, pero eso sí, jamás se retractó y yo me pregunto si habrá dudado. Y si se está como Dimas y Gestas y al medio la salvación o le crees o no le crees, no hay lugar para la duda. Y Freud arde en el infierno y los poetas proletarios del mundo le seguirán echando leña al fuego para que arda por la eternidad.

Creo en el gran cambio que ha de venir desde el lenguaje y ha de remecer toda la estructura social y aquí me permito una autocita que aparece justamente en las “Armas” y que me va a permitir graficar mi yo, lo que considero como acto revolucionario y la nada o el vacío: “Si un sujeto radical gira alrededor de la revolución lingüística, entonces gira también alrededor de una vanguardia contra el poder, y si gira alrededor de una vanguardia contra el poder también gira alrededor de una lecto-escritura acelerada, y si gira alrededor de una lecto-escritura acelerada entonces gira alrededor de un ensimismamiento sobre el vacío”. Y si quieren lo pueden demostrar lógicamente reemplazando el texto por variables. El resultado: una tautología.

Y digo esto porque cuando uno habla cree que le entienden pero de repente no ocurre esto o de lo contrario se entiende otra cosa y por lo tanto no hay comunicación y siempre hay que preguntar y preguntarse o excederse en la explicación o la pregunta para así evitar el error o caer en él sin mayores quejas. Pero esto me hace recordar a su vez al comandante Marcos cuando le hablaba a los indígenas y le decía que los obreros del mundo tenían que unirse, “pero estos se limitaban a mirarle fijamente. Le dijeron que ellos no eran obreros, sino personas, y que la tierra no era una propiedad, sino el corazón de sus comunidades” ¿!(pg. 536 “No Logo” Naomi Klein. Edit. Paidos Plural, aconsejo comprar la edición pirata que la venden en Amazonas a 10 soles) y entonces qué decir, sólo nos queda subir las cejas o hacer lo que Marcos, es decir aprender desde cero y hacer el cambio o perdón “pedir” el cambio y pasar de comandante a subcomandante o a soldado raso.

Y para un poeta esto ya es demasiado, hay que escribir pero también hay que vivir, sino de qué se escribe y hay que vivir éticamente sin olvidar la estética en la forma en que la entiende Theodor Adorno.

Quizás muchos vean aquí una mezcla de todo es decir política, literatura, religión, etc. al fin y al cabo todo es conocimiento y como en la vida pues, nada hay que pueda ser puro o explicarse al margen unidimensionalmente, esto lo puedo explicar con ejemplos. Primero, el de la bronca de Diego de Rivera (pintor) con Trotski (político), y en la que se ve inmiscuida Frida Kahlo (pintora-poeta-amante) quien por cierto vivió un tiempo en la casa de Bretón (poeta). Hay que recordar que Trotski cometió la ingenuidad de escribirle a la Kahlo pensando que lo iba a ayudar en aquella pelea y no fue así. Cabe anotar que Bretón siempre fue fiel a la memoria de Trotski. Ejemplo segundo: el papá de Luis Alberto Sánchez, el señor Sánchez estudió en el colegio con Clemente Palma y con José Santos Chocano, ellos junto a Luis Aurelio Loayza fueron grandes amigos, la historia la cuenta mejor el propio Luis Alberto Sánchez: “Aquellos cuatro amigos -Palma, Loayza, Chocano y Sánchez- cultivaban las letras. Chocano, el menor, pero el más impetuoso, ganó fama en plena juventud. Palma, a la sombra de su padre don Ricardo, se consagró a la literatura y más tarde siguió estudios en la facultad de letras. Loayza prefirió la bohemia y la musa criolla. Papá ensayó el teatro. En 1891, ya de novio, escribió una comedia en tres actos y en verso titulado El 15,700, cuyo tema, a la manera de algunas piezas de teatro criollo, es el sorteo o lotería y las vicisitudes que en su torno se produjeron” “Testimonio Personal. 1 El Aquelarre, 1900-1931” Luis Alberto Sánchez. Editorial Mosca Azul. Pg. 50. Segunda Edición. 1987.

- Veo a través de tus libros de poesía, La túnica de Ankou (1989), Sinfonía del kaos (1993), Vómitos (1999) y el que publicaste junto a Gonzalo Portals Por la boca muertos (2002), un cambio en el lenguaje, del vitalismo urbano hacia lo metalingüístico neobarroco. ¿Cómo se ha producido este proceso?
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La escritura no es más que el producto ordenado (escritura), sintetizado (desescritura, borrar lo que no sirve), pasteurizado (corrección), homogenizado (revisión), y envasado (formato libro) de mis lecturas (acción pasiva) y vivencias (acción activa), la parte tangible y material si se quiere de mi ejercicio sobre la realidad.

Si bien es cierto que a mi espíritu urbano-marginal no en el sentido sociológico sino en el literario le corresponde un lenguaje citadino con pernos, botes de basura, antenas de tv., cemento, hormigón, perros chuscos, carros destartalados. Mi espíritu, entidad etérea y condenado a vagar, en sí pues no es estable y no sólo tiene esta realidad como espacio de realización, no en el sentido ideal sino en el sentido formal.

Correspondo como buen acuario, al elemento aire, pero a un aire difícil que como el signo lo indica se cree agua. Ahí hallo mi volatilidad y mi concordancia con lo que siempre he estado haciendo. Considero que la quintaesencia, o sea el éter para los gnósticos, es o contiene un poco de aire, éste lo cataliza, a la vez que le sirve como medio de transporte, como canal exotérico.

En mis primeros textos me descubro como un animal de estas cavernas modernas que son las ciudades, avanzo por su aparente orden respetando las señales de tránsito, palpando un mundo que para mí era tocable, matemáticamente completo. Más allá de ese mundo no habría otro mundo. Eso creía, pero estaba equivocado e iba camino a mi descubrimiento después de tantos errores y horrores, uno de los cuales fue dejar de escribir y convertirme en un asceta, de esta forma viví un tiempo en el templo Khrisna de Chosica, cantando mantras y comiendo comida vegetariana (prashadam), ahí conocí a Omkara, al pequeño -en ese tiempo- Virachandra, popular “Vira”, al siempre atento Madhuhari, con quien una vez nos encontramos en la cola para entrar a ver una película en la ex-Filmoteca de Lima, ahí me confesó que el cine era una de sus grandes “debilidades carnales” y uno de sus más grandes “apegos”. A otro que conocí en el templo fue a Joao, un brasileño sociópata pelucón con el que estuve vagando por la urbe, enfrentándonos junto a Omar (del cual ya he hablado en “Las Armas del Escritor”) a los peligros de la calle, la delincuencia nocturna, el diariovivir y sobrevivir, y todas las formas lúmpenes de la cual no me he podido zafar.

Así y de a pocos fui chocando con otra realidad no tridimensional, no medible o medible pero con otros aparatos y otras medidas. En este trance, acompañado de mis lecturas que eran mis ropajes y mis escudos, fui tejiendo otra versión de lo que sucedía en la “realidad concreta” como lo llaman los materialistas dialécticos.

Ocurrió en mí una saturación, un atosigamiento, una atomización, un repletamiento, de hechos, experiencias y lecturas y yo estaba como los suicidas de la Yijah a punto de estallar, inflado hasta la coronilla como esa figura del medicamento “Pancreoflat”, meteorizado por la realidad. Y este punto máximo de inflexión era pues dejar de escribir o continuar, pero de otra manera, en una búsqueda unitaria, personal y totalmente egoísta. Yo andaba buscando formas diferentes de expresar esto que ya me había sobrepasado y amenazaba no sólo con desbordarme, sino de aplastarme. He escrito otros libros buscando nuevas formas de expresión. Siempre he dudado cuando decían que ya todo estaba hecho y que no habría más que conformarse. Yo no me conformaría. No estaba hecho para eso y repito soy terco.

Un día a fines -creo- del 98 y luego de muchas conversas en las que mi rigor poético se puso en duda, y en las que mi criterio se erizaba para defenderse de un ataque inmisericorde: realismo urbano, coloquialismo, tendencias horazorianas, vestigios del simbolismo, estragos del surrealismo, apostillamientos del creacionismo, etc. Sobretodo porque “Sinfonía del Kaos”, escrito a mis 19 años, no era en sí un libro “correcta” y “académicamente” bien escrito al decir de muchos alguaciles literarios y también de poetas a quien yo respetaba y respeto como Gonzalo Portals. Este último, en esas instancias, y con una atmósfera que yo entendí más de identificación poética. Portals siempre había sabido que yo existía, pero ignoraba que el mito no sólo me desbordaba y el quería “probar” si yo estaba en “capacidad” de escribir sobre otra latitud, otra longitud, otras coordenadas, otros espacios pantanosos, farragosos, limosos, lejos de la urbe y del sonido de las combis, era para él un desafío que quería probar o aprobar para continuar una productiva amistad de feed back y retroalimentación que hasta ahora animamos, no ya en libros -aunque espero pronto-pero sí verbalmente en conversas banales y también científicas o netamente literarias. Así se planteó el dilema, escribir “Por la boca, Muertos” a lo cual respondí con un estro nitzscheano, deleuzeano, focoultiano, batailleano, etc. Pero, lo que Gonzalo no sabía era que yo había enterrado a “Sinfonía” hace mucho tiempo y me había costado trabajo y lágrimas. Lloré más que cuando perdí a mi primera enamorada, la Beatriz Portinari de Dante o la Lolita pajerística de Nabokov o la Elizabeth Barret de Robert Browning, el poeta romántico por excelencia.

Mejor sigo contando, Lichtenberg decía que la crítica literaria era una enfermedad infantil que todo libro recién publicado debía superar. Pasado el tiempo -casi 20 años- desde la escritura inicial y 13 de la publicación de “Sinfonía del Kaos”, tengo que responder a muchas interrogantes y cuestionamientos que ha sufrido mi libro, sin que yo hiciera nada más que mantenerme al margen y dejar que “Sinfonía” se defendiera como pudiera, patas arriba o enrostrando su bendita poiesis como el gotear de un oscuro grial o como el gotear silente -si se quiere- de un líquido de freno, motivo por el cual, pronto iremos al choque.

A mí se me ha encasillado como “poet maudit” cuando nunca ha sido mi pretensión serlo, creo que es suficiente con soportar todos los días una realidad absurda como esta para ser considerado como tal. Subir a la combi, pagar pasaje, mirar en una suerte de traveling cómo se va a la mierda todo el mundo todos los días, prender el televisor o la radio y recibir los vómitos putrefactos de una realidad también putrefacta: ¿soy o no soy maldito? That is the question? Cómo decirles que soy un “bendito” ser humano que no tuvo intensión ni siquiera de escribir un verso, simplemente fueron partes, lados, caras de mi personalidad.

El otro día un estudiante de “La Católica” me llamó por teléfono para increparme por ser “maldito” y que a la vez que me cuestionaba quería escribir un trabajo sobre mi poesía, no me quedó más que colgarle el teléfono. Otro señor me llamó del INC para invitarme a un recital con “la generación del noventa”, le pregunto quienes van a leer y luego de escuchar los nombres de novísimos me abstengo por una cuestión de solidaridad con mi generación. En estos novísimos hay buenos poetas incluso hasta mejores que muchos de nosotros (el caso de Mónica Beleván es realmente ilustrativo), pero hay que respetar los órdenes de llegada.

Claro, también me han invitado a participar de la publicación de una antología con “lo más graneado de la poesía peruana”, pero al informarme de cuánto cuesta mi inscripción me abstengo, prefiero usar mi dinero para cosas más provechosas como comer un pollo stragonoff, aunque ahora sólo me alcance para unos pegoteados tallarines con mantequilla en mi mugrienta cocina (los tallarines Alianza con huevo son los más baratos, aunque casi siempre salen terribles. Precio 1 sol treinta).

Aunque no todo es abstenerse salvo cuando la realidad sexual de Lima nos obligue a ello. Así y ya con la “Sinfonía” a un lado, se dio la oportunidad de expresar mi nuevo rollo y salió “Por la boca…” el año capicúa del 2002, en una pequeña edición no-venal, que no estaba hecho para cubrir todo el pequeño universo lector -se entiende de Lima- sino para ser distribuido directamente a poetas, como es lo que pasa cuando un poeta edita para otros poetas en un sistema de silogismos donde el único beneficiado será el eterno Logos, este submundo que he aceptado y del cual no saldré jamás o con fórceps que es como nací en la clínica “Sánchez Moreno”, al frente de la ex-Biblioteca Nacional.

Volviendo, yo no había perdido mi identidad sino que había descendido a los océanos de la palabra, ahí estaba con una escafandra sostenido arriba sólo por un cable, sólo y no “ante la noche espacial” como diría Cardenal, sino ante mis miedos y mis riesgos, y ese cable era otra vez mis lecturas extremadamente desordenadas: la robótica unida al misticismo, la matemática cada vez más cercana al lenguaje y a la economía. La literatura en oposición a la arquitectura y de ahí a todas las “turas” en el campo Agramante de las artes adivinatorias, y claro la filosofía en una línea divisoria con la estadística; ideas propias de un desquiciado.

Quiero anotar que nunca he tenido miedo a los cambios, ni a lo nuevo. Nada más que hay situaciones a las que uno llega por metamorfosis o por crecimiento evolutivo. Yo como dice el poema del chato Sarmiento “me metamorfoseé”, estaba genéticamente dotado para ello, pasé de batracio a rana o sapo y perdí mi cola, pero me doté de pulmones conservando mis branquias y di el gran salto, salté hacia el río heraclitiano, hacia los aceános de Joyce o los cielos de Pound o al mismo infierno de Dante con la pantera, el león y la loba aullando y yo de la mano de Virgilio y de muchos otros escritores en los que de seguro se reconocerán los dedos de Papini (leer su maravillosa “Historia de Jesucristo” sus cuentos de “Gogh” y su famosísima obra “EL Diábolo”).

He leído a otros autores congeneracionales con los que me emparento verbalmente y veo en ellos a mi diferencia, que evolucionaron por crecimiento intelectual siguiendo un derrotero de búsquedas. Ejemplos claros son Ana María García y sus “Hormas y Averías” donde al decir de muchos está la mano de Toño Cisneros, más que Mónica Delgado en la que Rubén Quiroz fungió de ginecólogo literario y logró mostrar al mundo ese buen -aunque pequeño- libro “Electios”.

En el caso de Alberto Valdivia hay también una línea evolutiva o para emplear un término valdiviesco: “transevolutiva” entre “Patología” (escrita al alimón con “Histología” de Portals Zubiate) y “La Región Humana” (su caso es tremendamente entrópico en el sentido de ruido y de falta de fidelidad en el mensaje y no creo que falle el canal, sino es problema intrínseco del emisor y ya Coral lo ha develado en sepia de modo que sus colores o su palabrerío se disipa y muestra a un incipiente escritor “que intenta confundir”, hay que ser prudentes y esperar un tiempo más), alrededor de ellos también giran: Gladys Flores con su libro “Erlebnis” dedicado a Behemoto, el dios de los excesos y también del vino; también Rosario Rivas con ese lenguaje cada vez mejor trabajado. Paula Bach de la cual muchos dudan, pero quiero creerle hasta que demuestre lo contrario aunque se noten las costuras y se le corra la panty o como diría Vico “se le corra el rimel”, le doy de todas formas the Benedit of the doubt.

Tangencialmente a ellos, Carlos Carnero con su “La Razón de los Efectos”, libro muy cerebral y lógico. Conozco a Carlos y sé que secretamente está enhebrando un gran libro. Hay que esperarlo, él tiene su propio tiempo.

Hacia atrás obviamente Morales Saravia dado por desaparecido, aunque un amigo suele encontrarse con él en un prestigioso club; sus “Cactáceas” y sus “Zancudas” fueron para mí todo un remezón; y siguiendo la línea retro, claro Chirinos Cúneo y su “Idiota del Apocalipsis”: “Frente a la ciudad, frente al mundo, la madre bella ha parido un payaso irrisorio pero azul. ¡Maldito coito amarillo! Pero he aquí que hay una gran cosa que rueda, una cosa inmensa como el mundo; he aquí que hay una gran cosa que rueda y no cae, y que grita, casi con demencia, pasada la niñez olfateante, una vez llegada la juventud pálida: ¡Payaso azul!, ¡payaso azul! Locura atacada y resplandor ignorado, grandeza de rey. Joven orgulloso de tu mísera plenitud, ¡poeta!”. Libro este silenciado por la prensa burguesa y los sargentos literarios, alguien debería mandarlos a fusilar o inyectarles potasio de cloro (inyección letal) o mejor bañarlos con hipoclorito de sodio que sirve -como ordena la Organización Mundial de la Salud- para limpiar el water.

Y claro podríamos seguir yendo hacia atrás y pasaríamos de seguro por el verso proyectivo de Charles Olson en 1950 (“Projective Verse”, que en su original fue un panfleto que aspiraba transferir la energía del mundo directamente al lector sin ningún tipo de mediación o artificio, así el sonido tenía que plasmar la sintaxis y el significado tenía que plasmarse mediante las percepciones y no la razón), o la escritura automática impulsada por Bretón y sus socios surrealistas (“El acto surrealista más simple consiste en bajar a la calle, revólver en mano, y disparar al azar tanto como se pueda contra la multitud…” Bretón dixit), tendríamos que incluir también al uruguayo Lautrémont y sus “Cantos de Maldoror” y llegar a los simbolistas malditos: Baudeliere (“Las Flores del Mal” aunque existe con este mismo título una película muy buena de Chabrol donde varias generaciones se ven arrastradas y enlazadas con el crimen), Verlaine, Mallarmé, entre otros, y al inefable Arthur Rimbaud, (en Lima se podrían escribir muchas “Temporadas en el Infierno”, lástima que Arthur no haya nacido en Perú, de seguro hubiera reencarnado en el “gordo Momón”)

Quiero apuntar otra cita para explicar ese camino hacia lo metalingüístico barroco a que te refieres, la cita corresponde a Luis Alberto Sánchez (de quien aconsejo leer todos sus libros incluido sus novelas que son un poco pesadas): “Góngora murió en 1627, y ya existía, en las colonias españolas de América, amaneramiento, gusto por la excrescencia, superstición de lo paramental. América -lo he dicho en un ensayo especial- nació barroca, retorcida, cuajada de expresiones dilatorias, de rodeos, de alambicamiento. Ya Vasconcelos observa en su Indología que la arquitectura azteca prehispánica era complicada. La historia del arte peruano precolombino ostenta grecas abigarradas, motivos ornamentales crispados, decoraciones rupestres llenas de curvas angustiantes, peces monstruosos, leones de mil patas, más difíciles que los rampantes cuya fiereza ostentan los escudos nobiliarios (pg. 42. “Panorama de la Literatura del Perú”. Edit. Milla Batres).

- En este nuevo libro Ruptura de heje (2006), veo como una fusión de ambos registros, del medio urbano social y del interior del sujeto descentrado o escindido, ¿cómo surgió este libro?
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Dentro de mis diversos ejercicios literarios apareció como en una realidad paralela nuestro no tan bien presentado en el sentido formal: “Heje”, y es que este libro corresponde a mi nostalgia por la fractura del lenguaje -nótese que hablo de una etapa volitiva hacia algo que ocurrió luego en mi cerebro-, hay un desfase, una línea no aristotélica, de unión de puntos geodésicos que trasunta todo en mi cabeza, y por lo cual “Ruptura de Heje” no debería ser el epítome exacto de mi estilo personal. No es que quiera complicar las cosas, más bien trato de explicar y/u ordenar que muchas “cosas” de las cuales escribo o desarrollo, en un principio las he soñado o imaginado y luego han venido a convertirse en realidad, alguna de ellas muchos años o décadas después como es el caso de esta ruptura. La concepción de este libro -así como la de todo lo que escribo- se resuelve en un plazo largo. Voy -como se dice- pensándolo, dándole vueltas, cubriendo sus vacíos y dándole todas las vueltas de tuerca posibles -y aquí si hay tuercas aceradas-, luego de esta etapa paso a escribir las líneas de fuerza o el armazón o columna vertebral la cual se crea con todo el sistema nervioso y cerebral del libro emparentándolo o emparentándose con mi pulsión cardiaca o creadora o simplemente la pulsión de mi mano sobre el papel que es el último punto de la cadena nerviosa. In extenso el lugar más alejado al que llegan las dendritas por el conducto axonómico es al papel.

El caso específico de “Ruptura de Heje” me viene desde lejos y creo que nació una tarde cuando de adolescente vi “Citizen Kane” de Orson Wells, ahí en la primera parte se busca la connotación de la palabra “Rosebud” dicha por el millonario y excéntrico Kane antes de morir, y toda la película gira y se repliega en esta palabra hasta que al final se resume que “Rosebud” significa una ficha perdida de un juego o la marca de una patineta perdida y que como colofón (Rosebud) es arrojada al fuego por unos estibadores y trabajadores de limpieza y como empezó acabó con un letrero de “prohibido el paso”. Aquí creo que se inició “Ruptura de Heje”, la palabra buscada sin un sentido de aparente lógica se desplaza en el papel-panel-ecram-pista de aterrizaje-etc. siguiendo un derrotero del cerebro neo córtex y del cerebro reptiliano. He querido suprimir el lado emocional tratando de negar un poco a Kant, quien como sabemos pensaba todo lo contrario o sea el lado oscuro del pensamiento dominaba hasta nuestras mínimas acciones, porque como se aprecia en la lectura de este libro no hay centros, e incluso en la cantidad de poemas que son trece, al romperse el (h)eje la filmación-escritura-trazo-acción toma una visión que requiere la habilidad, destreza y conocimiento del lector. Él es al fin y al cabo quien tiene que ordenar al texto para entenderlo y sus expectativas serán cubiertas de acuerdo a su experiencia.

La filmación-escritura tiene por lo tanto un “prohibido el paso” al igual que la película de Wells. Y esta prohibición tiene un salvoconducto que es la sintonía del lector con el filmador-ejecutor del paisaje, sin este salvoconducto se corre el riesgo de caer en un caos y ser derrotado por el texto. Culpa de la cual me eludo y me lavo las manos como Poncio Pilatos.

En lo que respecta al lenguaje en estricto, debo decir que es una progresión tanto hacia delante como hacia atrás, al igual que la novela “Flores para Algernon” (por si acaso la película denominada equívocamente “Charlie” no iguala a la novela, tan solo la interpreta a duras penas y con muchos errores) de Daniel Keyes. Aquí el personaje, un retrasado mental, es sometido a un proceso científico con cirugía de por medio en el que se acelera su conocimiento para llegar a un estadío en que él superó todo lo establecido convirtiéndose en un genio -estarán diciendo qué tal presunción la mía , pido perdón por esta analogía y me golpeo el pecho, pero esperen- para después de atravesar el punto máximo de la curva de Gauss volver a su nivel primitivo de retraso moderado, entiéndase que en todo este proceso él llevaba un cuaderno de notas, un moleskine en el que iba anotando sus avances en el lenguaje, pero, otra vez cuidado, Algernon no era más que la rata de laboratorio (no sé por qué le dicen conejillo de indias, creo que fueron los españoles quienes despectivamente compararon al cuy con el conejo, qué tal estupidez, es como si compararámos al oso con el perro) o sea su alter ego, en el que se probó primero el tratamiento. “La Ruptura de Heje” sería algo así como la mezcla de las diferentes personalidades literarias que me habitan, ahora mi sáudade-escritor se emparenta con el personaje de “Flores para Algernon” tanto hacia atrás con el retrazo moderado, como hacia delante en la búsqueda de una genialidad, aunque sólo sea una pretensión mundana y estéril; pero también se emparenta definitivamente en la parte final cuando él decide alejarse, apartarse del resto para desde ahí observar al mundo sin ser observado ni espetado, darse cuenta que alguna vez se vio la luz y que ahora se está condenado a la oscuridad.

Mi lenguaje -por cierto- avisa en su zona de frontera, vestigios del primer Ybarra, llamémosle así, con una carga urbana, con toques por ratos prosaico, coloquial, expresionista, cultista, con muchas necesidades y también carencias y excesos (“El camino de los excesos conduce al palacio de la sabiduría” William Blake dixit). Hay también un segundo Ybarra, bastante cuidadoso caminando equilibristamente en los linderos del barroquismo y el rococó, inmovilizado ante un cuadro de Archimboldo, ante un poema de Lezama Lima o de Trakl, impactado por el bossa nova, el dance house, el etno chill out o el free jazz de Ornette Coleman o el jazz electrónico que me tiene de vuelta y media, y estos grupos peruanos: Ertiub (buitre al revés), Rayobat, “Insumisión” de Leo Bacteria cuyos gritos te hacen estallar el cerebro o lo que queda de él. A este Ybarra le he denominado el Ybarroso o si quieren el Ybarroco.

Hay también un tercer Ybarra bastante exigente, buscando la perfección en las paredes del centro de Lima, escudriñador de planos de máquinas que nunca se pondrán en práctica, resolviendo ecuaciones que no sirven para nada y que no conducen a ningún lado como ese dibujo animado de Marcos que nunca encuentra a su madre y anda con su mono amenif vagando por ahí.

Hay un cuarto Ybarra, bucólico, meditabundo que mira la luna llena y cuenta los días haciendo rayas en la pared, y es a este Ybarra al que le tengo miedo, porque casi nunca se sabe lo que va a hacer, el miedo a lo desconocido me incluye (yo el Ybarra que responde la entrevista) y no me deja en paz.

Hay un quinto Ybarra sicalíptico buscando “el placer de los ojos”, en busca de la vagina dentada freudiana, fichando a Flower Tucci, Lucius López, Kajya Kassin, Eva Morales (el femenino de Evo que no tiene nada que ver con esta belleza, a propósito recomiendo su película “La Universitaria Caliente”) y muchas otras que han destruido por completo las formas clásicas del Kamasutra y “El Libro de Oro del Sexo” del cual tengo una versión en Inglés: “the Golden Book of sex”. Quiero anotar que los actores porno tipo Nacho Vidal me tienen sin cuidado, tanto alarde no lleva a nada y encima hay revistas que le hacen tanta propaganda. Cosas del mercado que todo lo desvirtúa hasta el erotismo y el sexo.

Hay un sexto y un séptimo y un octavo y un noveno y un décimo Ybarra que los reservo por razones estrictamente psicológicas y otras que ofenden la moral y las buenas costumbres.

En este punto suelto la pregunta de San Agustín expuesta en su “De la Vida Feliz”: “Quien acertaría adónde debe encaminarse, o por dónde debe sortear, si de improviso una tempestad impensada -que los necios juzgarían adversa- no empujara a ignorantes y aberrados, incluso obligándolos y a contravela, hasta la playa apetecida” Y como se sabe, la playa apetecida o el baúl de oro al final del arco iris deja de importar en el mismo instante en que se le consigue. Así la playa apetecida se convertirá en un aburrido paraje con arena negra donde la lluvia y la neblina no tardarán en llegar; el baúl de oro como en los cuentos de hadas y de hechiceros se convertirá en una caja de hojuelas de maíz, y el duende recibirá su patada en el trasero o su caramelo de menta o las dos cosas.

Quiero apuntar también una cita que siempre tengo presente y pertenece a Sartre en el segundo tomo de sus “Caminos de la libertad”: “Nos han abandonado. Y luego el tiempo se había puesto a correr de nuevo, a la ventura, los días no se vivían ya por sí mismos, ya no había más que días siguientes”. O sea la monotonía y lo prosaico de la realidad nos lleva a veces por una ley física a lo contrario , a la lucha por diferenciarse no sólo en el sentido estético sino en la amplitud del término donde no sólo la voluntad y el querer ser son todo el motivo, creo que definitivamente hay que atravesar un proceso o dar el gran salto, de todas formas lo cuantitativo (la cantidad de información y libros leídos o por leer) nos van a llevar a un salto cualitativo, una verdadera revolución por la dictadura del conocimiento.

Pero como decía atrás, estos Ybarras, se mueven en la zona de frontera porque en la zona abisal, en ese lugar donde reina la ausencia de luz, altísimas presiones y bajas temperaturas, ahí justamente ahí están los otros Ybarras -los infraybarras de bajas frecuencias- los que no quieren mostrar al mundo sus “herejes” descubrimientos. Los Ybarras que se respiran en la nuca unos a otros (como en la película de Pink Floyd “The Wall” y esos martillos marchando a la guerra), increpándose entre ellos, luchando porque no suenen las campanas, no las de Jhon Donne que le sonaron bien fuerte en las orejas a Hemingway, sino las del recreo o las de la salida, porque eso implicará decir algo o dar una entrevista y ser leído y condenado al flagelamiento, al garrote o a ser quemado vivo como tantos literalmente en la Edad Media o metafóricamente en la edad actual y no sé por qué me estoy acordando de Grass quien sigue “pelando la cebolla”, aunque ahora ha salido a decir que su madre fue violada repetidas veces por el ejército rojo y seguro después va a decir que de todo ello nació Freddy Kruger y nos mostrará su guante afilado en vivo y en directo. Igual uno tiene que pagar por lo que dice o deja de decir. Yo arrastraré mi bola de acero y correré los cien metros planos y la carrera de vallas o la maratón si se quiere, estoy preparado para ello. Construí en constante contradicción a este Ybarra y ahora lo entrego en sacrificio. La voz de Dios evitará el holocausto. Es hora de regresar a las páginas o salir de ellas para siempre. Gracias, Miguel, por los adminículos escritos, la tolerancia y la oportunidad, por esos viejos tiempos que quedaron detenidos en alguna fotografía o en el eco guardado de tantos recitales en los que se estuvo y no se está más.

Finalmente, quiero anotar aquella vez que subí a un micro en la plaza Grau y como siempre me fui al fondo porque no me gusta sentarme delante de nadie, era de noche como la una de la mañana y creo que era viernes, el carro avanzaba lentamente y tú estabas ahí al fondo siguiendo tu línea apolínea, filmando el paisaje de las meretrices y la carpa Grau y los chicheros y los choros y todo cuanto hay que ver desde un vehículo en movimiento; y conversamos algo breve que no recuerdo y el micro al llegar a la avenida Abancay se detuvo un buen rato, y por el espejo del chofer que devolvía su mirada a todos los pasajeros pude ver la cara de Caronte y no sé por qué se me ocurrió -lo recuerdo todavía- ponerme la moneda del pasaje en la boca, debajo de la lengua y olvidarme de todo. A veces hago esto de forma automática y cierro los ojos para alucinar que estoy en el Leteo, pero es la vida, Miguel, la vida y la poesía los que nos tiene vivos de este lado; y porque también hay mucho que escribir y que leer como decía el viejo Borges. Cuando ya no haya más esto y sólo el aislamiento y la cuarentena fortalezca lo que queda del espíritu, en ese momento pagaré mi pasaje.


 

 

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Entrevista a Rodolfo Ybarra.
Por Dante Ildefonso.
Diciembre de 2006.