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Notas sobre Los países muertos

Por Pavella Coppola Palacios.


Raúl Zurita ha escrito un libro controversial, Los países muertos. Bajo el cuidado de Adán Méndez lo ha publicado Ediciones Tácitas, 2006. Un cuidado ejemplar: bella edición, bello diseño. Hacen falta este tipo de libros en nuestro país. Este es un libro controversial, que augura polémicas y chismes y saludos de mala cara y fruncidos de cejas entre los lectores. Todo, anecdótico, y, por lo mismo, sabroso.

Pero, Los países muertos es más que una suma reactiva del público, es más que un respingo, más que un débil y solapado apretón de manos, más que una precaria lectura disfrazada de reseña.

Esta es un obra traslaticia, apuntando a un devenir que se avizora y que nuestro poeta enuncia a cada instante. Lo traslaticio permite determinar por un lado, lo que sostiene de ante mano a Los países muertos, es decir toda la obra anterior de Zurita, especialmente Anteparaíso y Purgatorio, pero también INRI, y, por otro, la direccionalidad latente hacia una obra en preparación. Insisto: Los países muertos es un puente sólido, concreto y devastador; un puente cuyos cimientos se anclan en profundidades estéticas necesarias de sacar a luz: la imprecación como forma y el desgarro en tanto contenido. Imprecación representándose como avalancha, cuyo sostén es la reiteración conciente de vocablos , volviendo una y otra vez sobre lo mismo, a fin que la exageración corresponda al proyecto formal de la obra. En tanto, el desgarro, fin último del proyecto escritural de Zurita corresponde al sentido trágico que ha venido marcando toda su obra. Digámoslo sin ambages: Zurita es el poeta de la imprecación, cuya voz lírica responde a una articulación sostenida en que la palabra se yergue sin circunvalaciones semánticas plena de profundidad sonora, por ende resultado de un ejercicio directo con la musicalidad inaugurada por su autor.

Tales cimientos atraviesan la totalidad de este libro, encontrándose con tres modalidades controversiales: un poeta instalado en la estética de la hilaridad, mostrándose a rostro descubierto para exponer todo lo que se ha venido acumulando y lo que ya no puede esperar ser dicho, afanándose mediante el recurso fotográfico y las notas de un desvelado. La fotografía, entonces, se desembaraza de su soporte estrictamente visual para desvanecerse y ser una palabra más, un texto más, un capítulo más en la totalidad de Los países muertos. La fotografía se vuelve poema y reafirma la hilaridad, la provocación del poeta: el estímulo pornográfico se desmaterializa y restituye su semansia conceptual. Algo así como un Barthes detrás, algo así como La cámara lúcida tras bambalinas, asomándose mediante ese punctum, ese studium que otrora nos hiciera tanto pensar. Notas de un desvelado, constituye, por ende, otro paso del proyecto: la faena de la desmitificación y el juicio estético, por tanto, ético del autor respecto a algunos actores de su localidad : la desmitificación es concisa, se representa en forma de notas de un sujeto que declama su insomnia como posibilidad de estar en este mundo; desmitificar mediante la forma del insomnio presume una faena obsesiva en el territorio del presunto descanso que no es. ¿Cómo no significar la intención estética aquí presente? ¿Cómo pasar por alto el territorio del desvelado y las posibilidades de construcción simbólica que aquél nos permite y que se desatan como torbellino en la textura poética de Los países muertos? La coherencia estética nos asalta a la vista: el mundo del desvelado es el mundo de las probabilidades desmitificadoras del poeta: el mundo del desvelado es el mundo de los enunciados controversiales que no deparan ni exigen demostración alguna, pues esa es la libertad del territorio - también - onírico. Aquí radica la gracia.

Y, porque Los países muertos es una obra traslaticia, en movimiento, un paréntesis necesario y acumulador, Canto de su amor desaparecido, se reactualiza entre los cimientos antes señalados, reconstruyendo una vez más los ejes de la obra totalizadora y convirtiéndose - por tanto- en este contexto en un nuevo poema. De tal modo, el corpus estético está cincelado.

He leído algunas reseñas publicadas últimamente respecto a esta obra, y concuerdo con el poeta, falta mucha lectura, falta mucha interpretación, falta mucha exégesis a la hora de leer un libro. Por ello, Chile y sus actores son parte absoluta de Los países muertos.

 
 

 

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Notas sobre Los Países muertos, de Raúl Zurita.
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