INRI
Raúl Zurita
1a. ed. México : Santiago, Chile
Fondo de Cultura Económica, 2003
Raúl Zurita vuelve a publicar poesía, después
de un silencio de tres años desde sus Poemas militantes,
que se extiende a ocho años desde Canto de los ríos
que se aman. Esta simple constatación, más las polémicas
que dejó su Premio Nacional en el 2000 con sus réplicas,
han desdibujado,
creo, la real validez de su obra en el repertorio actual de la poesía
chilena. El silencio crítico que ha enfrentado la publicación
de INRI, con excepción de alguna reseña insulsa
un tanto superficial, me ha motivado a escribir este escorzo, que
ojalá no peque de lo mismo.
Estamos conscientes de que Zurita como personaje provoca adhesiones
y odiosidades por sus actos, el lugar que ocupa dentro del campo literario
y, por último, por lo que dijo o dejó de decir. En este
contexto se inserta INRI, obra que retoma los modos discursivos
de Purgatorio (1979) y Anteparaíso (1982) con
su lenguaje aparentemente impersonal, su fantasía desatada,
su dolor psíquico y la mezcla de identidades de montañas,
praderas y otros lugares naturales transfiguradas en la dolorida realidad
humana. Los axiomas se ensucian de ritmos delirantes, objetos de una
conciencia reflexiva y a la vez alucinada por su resonancia bíblica
y el proceso verbal de la escritura que impone su ritmo en el verso
libre y la construcción casi prosaica en su forma, pero siempre
lírica en su anti-racionalidad metalingüística.
La reiteración, la acumulación, la figuración
de lo visual, la repetición como letanía que alude a
la literatura bíblica y a la vocalización de la oración,
son elementos que perviven de sus obras anteriores. Pienso que puede
ser un libro desigual, especialmente si se mide por logros anteriores
del poeta. Pero también aquí hay momentos del mejor
Zurita. Aquel que es capaz de unir una diversidad de discursos, los
que, en este caso, le permiten reconstruir una serie de identidades
reprimidas y recuperar en el nivel del imaginario la historia de los
detenidos desaparecidos y su duelo colectivo, que “naturaliza” la
historia reciente del país. Tal vez en este intento y en la
síntesis de lenguaje que ahora logra el poeta, reside su mayor
fortaleza.
El título que alude a la pasión de Cristo dialoga con
los epígrafes de citas extraídas de los evangelios que
introducen la historia de las víctimas de la represión.
El texto consta de tres partes: la primera despliega la construcción
de un sujeto impersonal que va mostrando la caída de los cuerpos
en forma de frutos sobre la tierra; la segunda describe el descenso
de los cuerpos acompañados ahora por los elementos naturales
antropomorfizados; la tercera recobra la visión zuritiana de
un sujeto opaco que se interpela a sí mismo y se sumerge en
un mundo donde el amor recobra el sentido de la vida. El texto termina
con un escorzo final, “el inri de los paisajes”, título original
del libro, que es su epílogo y reconstruye la realidad, expresando
que todo el mito de resurrección y el carácter regenerativo
de la materia humana y natural fue solo un sueño, un delirio
poético posible.
La metamorfosis catártica se inicia con la afirmación
coral: “Sorprendentes carnadas llueven del cielo. Sorprendentes
carnadas sobre el mar. Abajo el océano, arriba las inusitadas
nubes de un día claro. Sorprendentes carnadas llueven sobre
el mar”. El dolor humano va lentamente impregnando a la naturaleza,
mientras el dolor cristológico se amplía al mar, el
cielo, la llanura, en una re-visión intertextual cuyo campo
simbólico es, de nuevo, el sufrimiento de Cristo-hijo(s)-caído(s)
que integra su dolor al de una matria Viviana, representación
de la Madre(s)-Chile. El texto avanza en acumulaciones, repeticiones
y enumeraciones seriadas, contorsiones estilísticas ya típicas
de su escritura. El memorial del paisaje se complementa con la aparición
de Bruno y Susana, sujetos-conejos que evocan la agonía de
los seres vivientes martirizados. Otros nombres entran en esta transmutación
cósmica que ejerce la caída de estos “copos de nieve”,
incorporando una serie de imágenes oníricas que culminan
en el vacío de un país muerto y un paisaje desierto
donde las piedras gritan y lloran. En la breve sección dos,
el descenso de mares, cordilleras y muertos incluyen a Bruno, Susana
y el propio Zurita apostrofado como personaje. Las piedras cubren
todo hasta el momento en que el amor permite el inicio del ascenso,
en una evidente intertextualidad con el Neruda de Macchu Picchu. En
la tercera parte, las flores que surgen de las cuencas vacías
personifican el retorno, reemplazando los símbolos de muerte
y anunciando la celebración de la resurrección que culmina
en el “INRI de los paisajes” y su epílogo, un despertar que
reitera el duelo, pero también lo verbaliza en su delirio.
INRI es el cierre de un ciclo, aquel en que el paisaje natural
y el paisaje mental de una comunidad buscan la recuperación
de un cuerpo social escindido por el dolor. En esa tarea, el poeta
Zurita logra retomar un foco esencial de sus primeras obras. Démosle
el crédito que se merece y pongamos atención a estos
“lenguajeos” que siguen explorando el Chile de la memoria que fuimos,
que somos, que todavía seguimos siendo.