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INRI de Raúl Zurita
Recuperar el cuerpo social

Por Naín Nómez
Rocinante Nº 61, Noviembre 2003


INRI
Raúl Zurita

1a. ed. México : Santiago, Chile
Fondo de Cultura Económica, 2003

Raúl Zurita vuelve a publicar poesía, después de un silencio de tres años desde sus Poemas militantes, que se extiende a ocho años desde Canto de los ríos que se aman. Esta simple constatación, más las polémicas que dejó su Premio Nacional en el 2000 con sus réplicas, han desdibujado, creo, la real validez de su obra en el repertorio actual de la poesía chilena. El silencio crítico que ha enfrentado la publicación de INRI, con excepción de alguna reseña insulsa un tanto superficial, me ha motivado a escribir este escorzo, que ojalá no peque de lo mismo.

Estamos conscientes de que Zurita como personaje provoca adhesiones y odiosidades por sus actos, el lugar que ocupa dentro del campo literario y, por último, por lo que dijo o dejó de decir. En este contexto se inserta INRI, obra que retoma los modos discursivos de Purgatorio (1979) y Anteparaíso (1982) con su lenguaje aparentemente impersonal, su fantasía desatada, su dolor psíquico y la mezcla de identidades de montañas, praderas y otros lugares naturales transfiguradas en la dolorida realidad humana. Los axiomas se ensucian de ritmos delirantes, objetos de una conciencia reflexiva y a la vez alucinada por su resonancia bíblica y el proceso verbal de la escritura que impone su ritmo en el verso libre y la construcción casi prosaica en su forma, pero siempre lírica en su anti-racionalidad metalingüística. La reiteración, la acumulación, la figuración de lo visual, la repetición como letanía que alude a la literatura bíblica y a la vocalización de la oración, son elementos que perviven de sus obras anteriores. Pienso que puede ser un libro desigual, especialmente si se mide por logros anteriores del poeta. Pero también aquí hay momentos del mejor Zurita. Aquel que es capaz de unir una diversidad de discursos, los que, en este caso, le permiten reconstruir una serie de identidades reprimidas y recuperar en el nivel del imaginario la historia de los detenidos desaparecidos y su duelo colectivo, que “naturaliza” la historia reciente del país. Tal vez en este intento y en la síntesis de lenguaje que ahora logra el poeta, reside su mayor fortaleza.

El título que alude a la pasión de Cristo dialoga con los epígrafes de citas extraídas de los evangelios que introducen la historia de las víctimas de la represión. El texto consta de tres partes: la primera despliega la construcción de un sujeto impersonal que va mostrando la caída de los cuerpos en forma de frutos sobre la tierra; la segunda describe el descenso de los cuerpos acompañados ahora por los elementos naturales antropomorfizados; la tercera recobra la visión zuritiana de un sujeto opaco que se interpela a sí mismo y se sumerge en un mundo donde el amor recobra el sentido de la vida. El texto termina con un escorzo final, “el inri de los paisajes”, título original del libro, que es su epílogo y reconstruye la realidad, expresando que todo el mito de resurrección y el carácter regenerativo de la materia humana y natural fue solo un sueño, un delirio poético posible.
La metamorfosis catártica se inicia con la afirmación coral: “Sorprendentes carnadas llueven del cielo. Sorprendentes carnadas sobre el mar. Abajo el océano, arriba las inusitadas nubes de un día claro. Sorprendentes carnadas llueven sobre el mar”. El dolor humano va lentamente impregnando a la naturaleza, mientras el dolor cristológico se amplía al mar, el cielo, la llanura, en una re-visión intertextual cuyo campo simbólico es, de nuevo, el sufrimiento de Cristo-hijo(s)-caído(s) que integra su dolor al de una matria Viviana, representación de la Madre(s)-Chile. El texto avanza en acumulaciones, repeticiones y enumeraciones seriadas, contorsiones estilísticas ya típicas de su escritura. El memorial del paisaje se complementa con la aparición de Bruno y Susana, sujetos-conejos que evocan la agonía de los seres vivientes martirizados. Otros nombres entran en esta transmutación cósmica que ejerce la caída de estos “copos de nieve”, incorporando una serie de imágenes oníricas que culminan en el vacío de un país muerto y un paisaje desierto donde las piedras gritan y lloran. En la breve sección dos, el descenso de mares, cordilleras y muertos incluyen a Bruno, Susana y el propio Zurita apostrofado como personaje. Las piedras cubren todo hasta el momento en que el amor permite el inicio del ascenso, en una evidente intertextualidad con el Neruda de Macchu Picchu. En la tercera parte, las flores que surgen de las cuencas vacías personifican el retorno, reemplazando los símbolos de muerte y anunciando la celebración de la resurrección que culmina en el “INRI de los paisajes” y su epílogo, un despertar que reitera el duelo, pero también lo verbaliza en su delirio.

INRI
es el cierre de un ciclo, aquel en que el paisaje natural y el paisaje mental de una comunidad buscan la recuperación de un cuerpo social escindido por el dolor. En esa tarea, el poeta Zurita logra retomar un foco esencial de sus primeras obras. Démosle el crédito que se merece y pongamos atención a estos “lenguajeos” que siguen explorando el Chile de la memoria que fuimos, que somos, que todavía seguimos siendo.

 

 


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INRI de Raúl Zurita. Recuperar el cuerpo social.
Por Naín Nómez.
Fuente: Revista Rocinante Nº61,
Noviembre de 2003.