En los años de Vanguardia Latinoamérica se entronizó
como el continente poético por antonamasia. Huidobro, Moro,
Westphalen se constituyeron hitos que la nostalgia del anacronismo
busca aferrarse con uñas y dientes. Todo poeta que geste un
cambio en lo que entendemos por poética
representa en sí un peligro: sus bondades pondrán en
evidencia la falsedad de Gardel -20 años es nada- y, desde
un punto de vista psicosocial abrirá los ojos al estudioso,
es decir, demostrándole que vivimos en una era multimediática
e inmediatista la que, ineludiblemente, lleva al hombre posmoderno-
si entendemos por posmodernidad el fin de las utopías- a una
actitud cansina, de pasota cosmopolita, el cual se conforma con la
relectura de quienes se constituyeron como paradigmas en sus lecturas
de juventud.
Parra y Vallejo, Neruda y Lezama Lima, son los fundamentos a través
de los cuales uno puede decir que ha leído poesía -por
lo que no fue castigado en las horas solaces del recreo-. Sin embargo,
el todo tiempo pasado fue mejor, eficaz slogan de las emisoras FM,
junto a la idea ontológica de Dios, son dos de las más
grandes pruebas de la imaginación humana.
En Colombia Jotamario y sus huestes nadaístas permanecen como
los novísimos insurrectos, en México, los poetas escriben
a la sombra de Don Octavio, Pacheco es el joven émulo -¿será
por ello que la poesía mexicana "descansa en Paz"?-
y en Perú Watanabe es un novísimo. Con este panorama
presentar una antología de poetas (éditos e inéditos)
quienes recién pasaron el rubicón scorziano de la treintena
desestabilizan el orden establecido, ponen en riesgo los conceptos
deterministas de un canon, que como todos los que imperan en Latinoamérica,
no le han sido sacudido el polvo en los últimos cuarenta años.
Estas reflexiones vienen a raíz de las descaballadas acusaciones
en contra de la antología CANTARES. NUEVAS VOCES DE LA POESÍA
CHILENA como contra su autor, Raúl Zurita. Releo nuevamente
el ejemplar.
¿La calidad que le imprime Antonio Silva al descentramiento,
personal y social, a la imposibilidad de ser desde la especificidad
de un paisaje no es sombra de un hecho?(1)
, ¿sus neonominalismos -"Edipa"- no alegorizan
al ciudadano del siglo XXI con un pathos perceptible por todos, pero
que la moralina intenta amordazar?.
Pobre Silva, no eligió "el operático decorado
de la cordillera" y pese a ello debe regustar su ideosingracia,
como dice Maqueira, con ese regustillo añejo de Altamira.
"...el amor se peina en una silla
calzones raídos y zapatos de polvo de diamantes".
descubre Stella Díaz Varín y, sin saberlo, o adrede,
no lo sé, establece una correspondencia sutil entre amor y
poesía. Necio quien niegue la poesía como un acto de
amor y de inútil desprendimiento en este pulp fiction vivencial,
donde todos somos partícipes. Si un rasgo emparenta a Díaz
con Silva es lo inubicuo, la impertenencia y búsqueda de algo
que les sea propio:
He inventado una patria para los despatriados,
mi pequeña ítaca, mi futura lengua.
(Silva)
Dónde está tu casa
Dónde están tus pájaros de polen
Dónde está tu foto, tal vez en aquella vitrina pintada
en la orfandad de una calle.
(Díaz)
y esto ocurre, porque como dice Folch:
La tierra, no
el cielo, oscurece.
¿Estos versos, elegidos al azar, no insinúan que el
nuevo poeta chileno escribe carente de una capital retórica-
como el nuevo poeta peruano, mexicano o colombiano?. ¿No será
que la periferia, lugar del poeta desde el viejo Baudelaire, ha vuelto
a ser el espacio destinado a quien no apellide Rojas o Watanabe o
Viter?. Este es el primer rasgo que veo en la antología del
"sentenciado" Zurita. Apreciar cómo la telépolis
y la inespacialidad física son el envés de la Globalización
para las nuevas generaciones lo que, qué duda cabe, se constituye
en una amenaza para el orden establecido.
La desacralización del "mito", que se vislumbra en
otros pasajes de la poesía de Folch confluye con la hiperconciencia
de Leonardo García:
Todos saben
todos llevan hace tanto
el corazón por los suelos.
Oh, lengua destructora
ni poesía, mi dios
no creo nada.
Tanto como la de Ángel Gómez:
Porque los huesos duran algo más
en tierra
alejados del hombre
que cosa que toca
se pudre, mi dios.
La muerte del Iluminismo, el predominio de una óptica nihilista,
casi de tono contracultural, más próximo a lo "dark"
que a Camus o Sartre, duele, y duele hondo, todos los Chiles del Tercer
Mundo, todos los Perú, todos los Méxicos (que, en realidad
son uno) no pueden sobrevivir agazapados tras el mármol de
los monumentos canónicos. Y eso también se evidencia
en CANTARES, antología de una nueva conciencia.
Así Matías Rivas escribe:
Su piedad piadosa de virgen violada,
de reina de los afligidos y madre de leche roja,
escasa como densa, señora de pocos aspavientos,
nadie le va a negar el lugar suyo en la corte de
los presumidos señores de la lengua.
Mistral es impugnada. Imperdonable. Pone de manifiesto que los mitos
en los que todos crecimos hoy son puestos en tela de juicio, como
podría ocurrir con los metaforones modernistas de José
Santos Chocano, ¿ no encontramos aquí otro lampo del
escepticismo que, a su vez, denuncia la necesidad imperiosa de creer
en "algo", de que la frontera imaginaria que divide vida
y poesía sea de una buena vez zanjada?. ¿Este poner
en tela de juicio desmorona la arquitectura de una tradición
que se regodea en su pasada gloria obcecada en "no querer mirar"
los fantasmas de lo nuevo que evidencian una velada ignorancia, que
distingue el sentir de la academia con aquel otro, visceral?.
Toda antología es una creación literaria, o una suma
de creaciones, pero lo creado es un reflejo de aquello que se vive,
que se palpa, que vibra en las conciencias del creador. ¿No
son estas voces las de un país que se levanta con coraje contra
los fantasmas de un abominable (y aproblemático) historicismo?.
Latinoamérica quiere ser preservada como la utópica
Xauxa de Tomás Moro pero, ¿hace el tiempo posible tamaña
entelequia?.
Mancharemos un poco más las sábanas
de ese motel de sábanas manchadas, dice bien Cristian
Gómez.
La poesía que se atasca en la búsqueda de lo melopoiétco
, prescindiendo de razones críticas- ¿qué es
la poesía sino poner en entredicho a lo real?- responde a los
elementos que beatifica la literatura en juego, ¿pero ha sobrevivido
alguna?.
Basta una breve revisión a las nuevas manifestaciones de nuestras
literaturas para corroborar que los "grandes" cultores de
la poesía, llámense Mistral, Eielson, Carranza no constituyen
más una posibilidad estética para los novísimos,
parafraseando al lingüista Mario Montalbetti. Que en cada generación
se nos vende nueve chirimoyas con yaya y sólo una que es interesante,
que los autores de la periferia han usurpado el centro. Ya no es pertinente
barnizar el romanticismo del magisterio poético, como si quien
lo obrara, viviera en una fabulesca Torre de Marfil atento al canto
ineaudible de la "Inspiración".
El hommo ludens- el poeta-, a la luz de tiempo, es un ser que encarna
paralelamente, como el anfibio de Plotino, al hommo faber, tal como
si se tratara de un oficinista o un constructor. Esto no los recuerda
el joven Rodrigo Rojas:
Ocho horas al día sin llegar
a nada
ni al amor
metiendo a patadas tu inteligencia al infierno
y a patadas metiendo el infierno a tu espíritu.
A lo que añade:
A nadie miramos a los ojos
colgamos de la vida como liendres
somos santos
una desgraciada generación santa.
Cuando decimos amor, esa palabra tambalea.
El amor tambalea, la Belleza tambalea, la conciencia tambalea, el
mundo todo tambalea y amenaza con caerse mientras nos empecinamos
en mirar al pasado temerosos de lo nuevo, al proceder de un animus
apócrifo, desconocido, bárbaro. Si se manifiesta este
pensar, y alguno, llámense Zurita o Parra, por el hecho de
"mostrarla" parece hacerse merecedor de una audencia ante
un coro de insignificantes Torquemadas cuya única sapiencia
es la condena y la necesidad angustiosa de "no querer mirar".
Esta actitud ante lo nuevo parece haberla entrevisto Carlos Baier:
Ya no quise estar con los hombres caminando
Ya no quise estar
Con las mujeres bañándome en los ríos
Sólo quise subir hacia los cerros
Hacia las cordilleras
Abrirme paso entre ellos para salir de las Ciudades.
Pero esto no es posible, más aún cuando el menester
exige saber (y querer) mirar.
CANTARES no es una obra maestra y menos un libro de cabecera (imagino
el insomnio al sólo saber que se coloca una "conciencia"
junto al tálamo) pero representa el sentir de una nueva generación,
amante del hueso y no de la cáscara de la Poesis divina.
Como escritor y crítico latinoamericano me felicito de poder
contar con este libro y, a través de cada página, recordarme
la necesidad de asumir una nueva lucidez, una/otra percepción
de lo real, la que indiscutiblemente ya veníamos venir.
Zurita pone el dedo en la llaga, y donde lo mueva brotará la
pus de un estamento crítico que se niega a asumir el transcurso
de la historia como una revolución del espíritu.
(1)
Recordemos "sombra de hecho" como la denominación
con la que Heráclito de Efeso reconocía la palabra.