"INRI" DE RAÚL ZURITA
por Julio Espinosa Guerra
http://www.deriva.org/ - 19 de Enero de 2006
Cuando a comienzos de la década de los ’70 Raúl
Zurita comenzaba a escribir el poema “Áreas Verdes” nadie
se imaginaba que éste se transformaría en uno de los
textos fundamentales de la nueva poesía en lengua castellana
y su autor en uno de sus poetas principales. Fue seguramente en la
escritura de ese poema donde habría que buscar el germen de
la totalidad de sus libros, especialmente Purgatorio, Anteparaíso,
Canto a su amor desaparecido y La vida nueva.
Curiosamente, a pesar de su importancia, sus textos siguen siendo
leídos por una minoría. Quizá sea en México
– y no en Chile, su país de origen – donde más se le
admira. Y ni qué decir de España, esta España
donde todavía quedan ejemplares de la reedición de su
libro Anteparaíso publicado por Visor el año
1992.
Es paradójico cómo las obras que se adelantan a su
tiempo o que simplemente constituyen un desafío, incluso siendo
un aporte, un paso adelante – o seguramente por lo mismo – no calan
en la mayoría de los lectores. No, no hablamos de lectores
ingenuos, sino de aquellos que deberían poder leerlos, entrarles.
Eso le sucede a Raúl Zurita en España, donde su poesía
no tiene semejanza más que en los textos aún mal leídos
de Juan Larrea y, hoy en día, en las búsquedas de otro
maestro del concepto como Eduardo Scala.
Lo que sucede es que las búsquedas y las tradiciones son diferentes
y quizá allí radique esa barrera que existe entre la
obra del autor y el público español: se lee detrás
de estos textos a Whitman, de Rokha, Huidobro, las Vanguardias y la
poesía concreta, un cóctel molotov, se podría
decir, para una tradición donde se privilegia al García
Lorca de Romancero Gitano, al Cernuda español en contraposición
al mexicano, a Alberti y Neruda.
A pesar de eso, la editorial Visor se ha arriesgado a editar INRI,
el último libro de Raúl, ya publicado para toda Latinoamérica
por el Fondo de Cultura Económica.
Hablar de INRI no es hablar de religión en absoluto. Se equivoca
quien hace – en poesía – una lectura lineal de los significantes:
sí habría que hablar de esperanza y antes, bastante
antes, de ciclo y de historia, de cómo la conciencia y el recuerdo
– donde la palabra es el elemento principal – son el único
bastión para que ocurra el milagro de la resurrección
de la carne y la cura del dolor.
Este libro es una larga elegía y lleva el nombre del cristo
porque también es una Pasión y un paso por el desierto
en busca de la Tierra Prometida, una especie de éxodo laico.
No es que se nombre al dios de los católicos y su crucifixión,
no es que se nombre la tradición judía del antiguo testamento,
sino más bien se trata de la utilización del concepto
INRI, de la odisea judía y cristiana para nombrar otro paso
por el desierto: la del Chile bajo dictadura: pueblo que vaga por
su propio erial, que tiene sus propias plagas, que tiene su propia
noche, su judas, su crucifixión, pero también su resurrección.
Para hacerlo no usa un lenguaje religioso ni pomposo ni panfletario
(qué cosa más panfletaria que el dogma religioso). Es
aquí donde aparece otro elemento fundamental de la poesía
de Raúl: construye este vía crucis sobre la base de
un imaginario poderoso en símbolos que están despojados
de ideología: playa, mar, peces, desierto, montañas,
nieve, lluvia, ríos, piedras. Es la propia geología
del país la que personifica el dolor y se transforma en un
inmenso cementerio, un osario, pero también en el lugar donde
debe nacer de nuevo la vida. Por eso la gente, gente llamada por su
nombre: Bruno, María, Rubén, Mauricio, emerge y se hunde,
como olas, como las piedras en el río, como flores o trigo
cegado de cuajo, pero que de todas formas germina después del
invierno.
Este poema de Raúl Zurita es mucho más que una anotación
sobre el desastre: se trata de la constatación de la repetición
de las experiencias terribles, pero también de la constatación
de la esperanza.
Vuelvo a repetir: no se lee esta poesía como una historia
sentimental de Chile y por añadidura del mundo, sino que se
trata, más bien, de un mural donde, como en el Guernica,
la bombilla no es una bombilla, la vela no es una vela y el toro no
es un toro, pero lo son: confrontación del lenguaje con el
lenguaje para decir lo no dicho, el tabú y así sacarlo
de la oscuridad, de la negación de existencia y poner sobre
la mesa la realidad de la muerte, su duelo y desde allí intentar
la construcción del sueño, la utopía aunque sea
(y haya sido en el texto mismo) desde y sólo por medio del
germen del lenguaje.