EL DESCENSO
De INRI
Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos, habituadas a
seguir siempre las tuyas, sienten en la oscuridad que
descendemos. Han cortado todos los puentes y las
cordilleras se hunden, el Pacífico se hunde, y sus restos
caen ante nosotros como caen los restos de nuestro
corazón. Frente a la muerte alguien nos ha hablado de
la resurrección. ¿Significa eso que tus ojos vaciados
verán?
¿que mis yemas continuarán palpando las tuyas?
Mis
dedos tocan en la oscuridad tus dedos y descienden
como ahora han descendido las cumbres, el mar, como
desciende nuestro amor muerto, nuestras miradas
muertas, como estas palabras muertas. Como un
campo de margaritas que se doblan te palpo, te toco, y
mis manos buscan en la oscuridad la piel de nieve con
que quizás reviviremos. Pero no, descendidas, de las
cumbres de Los Andes sólo quedan las huellas de estas
palabras, de estas páginas muertas, de un campo largo
y
muerto de flores donde las cordilleras como mortajas
blancas, con nosotros debajo y aún abrazados, se hunden.
* * *
Las heladas montañas se derrumban sobre sí mismas
y
caen. Tal vez el mar las acoja. Hay tal vez un mar donde
los cuerpos helados caen. Quizás Zurita eso sea el mar.
Un limbo donde los cuerpos caen. Habrán también
margaritas. Margaritas en el fondo del mar, en el fondo
del mar de piedras. Tal vez las margaritas amen a las
heladas montañas. Tal vez los encadenados cuerpos las
escuchen gemir. En una tierra enemiga es cosa común
que las margaritas giman escuchando caer las cordilleras.
* * *
El Pacífico se desprende de la línea de la costa
y cae. Fue
primero la cordillera y ahora es el mar que cae. Desde la
costa hasta el horizonte cae. En una tierra enemiga es
cosa común que los cuerpos caigan, que el mar se
desprenda de la costa y caiga como las margaritas que
gimen escuchando a las cordilleras hundirse donde el
amor, donde tal vez el amor Zurita gime llorando porque
en una tierra enemiga es cosa común que el Pacífico
se
derrumbe boca abajo como un torso roto sobre las piedras.
* * *
Los Andes son estrellas muertas en el fondo del mar de
piedras. El Pacífico también es una estrella muerta
en el
fondo del mar de piedras. Debajo de las piedras el
sepulcro del mar y de las cordilleras es como una noche
cuajada de margaritas y estrellas muertas. Las estrellas
muertas de Los Andes y del Pacífico se cruzan en el fondo
de las piedras. Las margaritas se doblan ante la cruz y
gimen. En una tierra enemiga es cosa común que las
estrellas formen una cruz sobre nuestras caras muertas.
* * *
Las montañas se abrazan en el fondo, el mar es de piedras
y
se abraza. Quizás las montañas y el mar duermen.
En una
tierra enemiga es común que los cuerpos se abracen abajo
como si durmieran. Campos infinitos de margaritas
descienden hasta el borde de la playa donde antes estaba el
Pacífico. Otros campos lo hacen hasta donde estaban las
cordilleras. Las cordilleras y el mar yacen abajo y se
abrazan. En una tierra enemiga es cosa común que el mar
y
las montañas se abracen boca abajo como si durmieran.
* * *
Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos buscan las
tuyas porque si yo te amo y tú me amas tal vez no todo
esté perdido. Las montañas duermen abajo y quizás
las
margaritas enciendan el campo de flores blancas. Un
campo donde Los Andes y el Pacífico abrazados en el
fondo de la tierra muerta despierten y sean como un
horizonte de flores nuestros ojos ciegos emergiendo en la
nueva primavera. ¿Será? ¿será así?
las margaritas
continúan doblándose sobre el mar difunto, sobre
las
grandes cumbres difuntas y en la oscuridad, descendidos,
como dos envanecidas pieles que se buscan, mis dedos
palpan a tientas los tuyos porque si yo te toco y tú
me
tocas tal vez no todo esté perdido y, todavía,
podamos
adivinar algo del amor. De todos los amores muertos que
fuimos y de un campo de flores que crecerá cuando
nuestras mortajas blancas, cuando nuestras mortajas de
nieve de todas las montañas hundidas nos besen boca
abajo y nos vuelvan para arriba las erizadas pestañas.
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