Poemas
de Amor de Raúl Zurita
Selección
Sergio Ojeda
Magoeditores/Carajo,
Alianza Editorial, 2007. Colección Rieles
Por
Pavella Coppola Palacios
Presentación Feria
del Libro Parque Forestal, 27
de enero de 2007
I
La
concretud
Existe una selección en este libro; una selección
preocupada de otear el desmesurado conjunto de la poesía amorosa escrita
por nuestro Premio Nacional, Raúl Zurita. Se trata de una selección
que va punzando, en el sentido del último Barthes, paulatinamente el territorio
del amor de la carne, el amor de los celos, el amor de la cama, el amor de la
ruptura que encandila con un manojo de llaves para clausurar para siempre la puerta
entre dos cuerpos.
Con una pinza delicada, la selección estuvo a
cargo de otro poeta, el poeta Sergio Ojeda. Y, de esta manera, casi como si se
tratara de una expedición a los confines del corazón de Eros, tal
tarea comprende
una lectura revisada una y otra vez, preocupada de no esquivar algún resquemor
del complicado arte de amar. De este modo, el seleccionador que, también
es otro poeta enamorado, fue hurgando en la obra poética de Zurita, excavando,
degustando la escritura amorosa.
De diez libros, comenzando con Purgatorio,
obra publicada el año 1979 hasta La Vida Nueva del año 2006
y la incorporación de algunos textos inéditos, la selección
es una cartografía amorosa de Zurita, un panorama del amor carnal: cierto
voyerismo nos seduce para saber cómo comprende y siente el amor nuestro
vate.
En relación con el carácter selectivo de esta antología
amorosa, habrá arbitrariedad, pues seleccionar es elegir, es dirimir, es
comparar y quedarse con lo que ha gustado, seducido simplemente al degustador.
Pero, no pensemos, que tal arbitrariedad desconoce el rigor del coleccionista,
pues todo coleccionista, prepara y recorre un método, configura un camino,
fronteriza el territorio, incluso cuando la intuición y el olfato del poeta
se transforma en la brújula señalizadora de sus especies que reúne.
En tal sentido, esta selección se edifica desde dos criterios:
por un lado, el aspecto cronológico de la producción poética
de Zurita, a fin de preparar una cartografía, un mapa sinóptico
de toda su obra, y , por otro lado, el criterio de darnos una señal , mostrarnos
ciertas pistas de cómo ama el poeta a través de su imprecativo lenguaje
poético.
Entonces, preguntémonos cómo se va definiendo
el amor del que escribe Zurita. Para ello, pido permiso:
Zurita ama desgarradamente
mediante la ternura propia del cándido que, por vez primera desnuda a esa
otra y lame la interioridad de la boca preferida. No existe aquí el amor
a musas abstractas, no hay metafísicas féminas; expulsadas han sido
todas las inasibles, las ficcionadas, las perfectas, las insípidas. El
amor en la obra del poeta posee nombre y apellido; es concreto como una roca,
cotidiano como un beso, político como el territorio que desea liberar mediante
su militancia de poeta; Zurita ama a través de su escritura al acto amoroso
en y con su concretud, con sus desvelos, aferrándose al compromiso que
une al amante con su amada. Por lo mismo, la apertura de esta antología
amorosa señala: "Porque tú y yo no nos perdimos/ningún
cuerpo/ ni sueño ni amor fue perdido". Esta sentencia resulta ser
un anillo incrustado al dedo del casado, de la casada; una sentencia rotunda como
todo aquello que se reconoce como absoluto, pues lo absoluto no ofrece espacio
alguno para la duda, para la fragilidad, para lo incierto. "Porque tú
y yo no nos perdimos /ningún cuerpo/ ni sueño ni amor fue perdido"
encierra a todos los otros amores, al resto de guiños y besos del pasado,
porque el amador se renueva alzándose nuevamente como un joven besador,
aunque el maldito tiempo haya hecho de lo suyo. La sentencia primera, suerte de
epígrafe, corresponde al último verso del último poema que
cierra esta antología; poema dedicado con nombre y apellido a su mujer,
Paulina Wendt.
De tal forma, todo lo que hubo antes se acepta, se transmuta
en amor, y deja de ser herida, huella dolorosa, pura melancolía. Lo que
hubo antes, los besos salpicados por el amador retornan nuevos, ágiles
y compuestos para ser depositados sobre la boca de su mujer entrañable:
así el amor retorna a casa, vuelve a ser amor que no se clausura en la
frontera lingüística de la palabra amor, sino en la concretud del
compromiso presente, en la inmensa y agitadora vida.
II
El
paisaje como copulación amorosa
Domingo en la mañana
1, texto elegido del libro Purgatorio, año 1979, da pistas para
la combinación obsesiva entre paisaje y copulaciòn amorosa, en el
sentido más bello de lo primitivo, que afirmará todo el entramado
poético de la obra amorosa de Zurita.
De Pastoral I, II, II, IV,
VI, IX, X, y XII de su libro Anteparaíso, la copulación amorosa
se hace una con el paisaje: el acto carnal de la penetración viril es el
acto carnal de la existencia del hombre desplegada a través de su condición
humana, en medio de un paisaje que lo envuelve, que lo arropa, que lo sostiene
y del cual no puede ni desea desatarse.
El paisaje, comprendido no únicamente
como escenografía o territorio teatral de un desarrollo escénico,
se torna un elemento más en el juego amoroso: presente ahí, es partícula
viviente del semen derramado, del flujo vaginal que recibe todo, incluso cuando
el amado declama : " Porque ya la soledad no era/ yo te vi llorar alzando
hasta mí tus párpados quemados/ así vimos florecer el desierto/
así escuchamos los pájaros de nuevo cantar/sobre las rocas de los
páramos que quisimos/ Así estuvimos entre los pastos crecidos y
nos hicimos uno y nos prometimos para siempre…."
Esta suerte de
unicidad de lo humano y su paisaje extiende la sabiduría amorosa en el
sentido de comprender el juego amoroso como acción viviente en donde la
vida se agita en contra la muerte; dicha extensión sabia de lo amoroso,
de la ternura, transfigurada en carnalidad expuesta, primitivo estadio de animalidad,
se ajusta, se revuelve, se mixtura con el incondicional territorio de la patria:
"Chile entonces es un desierto/ sus llanuras se han mudado y sus ríos/
están más secos que las piedras".
La unicidad del
amor entre la hembra y el macho responde a la copulaciòn de lo humano con
su paisaje, pues lo viviente corresponde a lo penetrante de lo escénico,
del paisaje descrito. El hombre y su mujer habitan en él y copulan felices
para expandir su materia amorosa hacia todos los cardinales del universo.
De
este modo, la condición amorosa del macho y de la hembra resulta ser la
condición amorosa de lo humano para transformarse en una línea infinita
diluyéndose en el paisaje. Así, el paisaje y el cuerpo humano actúan
como dupla amorosa, se tornan uno, copulan cual genuino circuito erótico.
Y, siguiendo esta línea interpretativa, el paisaje no es mero recurso retórico,
no actúa objetualmente, se resiste a ser comprendido como elemento al servicio
de la descripción requerida por el vate. Adquiere significancia erótica
cual apertura de piernas de una hembra encabritada o de un viril muslo al acecho.
III
El
macho se desangra
El que ama sin celos no ama; desconoce la tragedia,
se resiste al amor como fulguración para permanecer únicamente sobre
la superficie de la palabra amor, mero ropaje.
He aquí, entonces,
el poeta herido como guerrero lapidado, pues la amada lo ha traicionado.
¿Quién
de nosotros no ha vivido el espanto esquizoide de los celos? ¿Cómo
aventurarse a conversar acerca del amor, a escribir sobre eros, sin saber de celos?
El amor es pertenencia, es adquisición; lo que el amador o la amadora
hacen suyo debe ser inasible para un otro.
Hacia el lector se avalancha
el violeta capricho de los celos. Zurita, una vez más, se hace totalizador
y cubre en su escritura todos los celos, todos los dolores de los hombres traicionados.
El poeta no habla de sí mismo, aunque en este caso, un yo, una primera
persona, gramaticalmente sostenga la composición poética.
Brama
el poeta: "Pero tú no cumpliste tú te olvidaste/ de cuando
te encontré y no eras más que una esquirla en el camino. Te olvidaste/
y tus párpados y tus piernas se abrieron para
otros"
El desgarro, hilo conductor de la imprecación poética
de Zurita en toda su obra, una vez más nos estremece. Aquí no existe
un "dolorcito" lamido, porque sino sería simulacro. El desgarro
corresponde al desborde de los límites del alma y del cuerpo del traicionado:
"Por otros quemaste tus ojos/ se secaron los pastos y el desierto me fue
el alma/como hierro rojo sentí las pupilas/ al mirarte manoseada por tus
nuevos amigos/ nada más que para enfurecerme…"
Y se calma
el traicionado, inspira y aspira profundo para erguirse y majaderamente ratificar
su condición de enamorado: "Pero yo te seguí queriendo/
no me olvidé de ti y por todas partes pregunté/ si te habían
visto y te encontré de nuevo".
Ella, la traidora, la suelta,
la "casquiliviana", persiste en clavar la lanza en el corazón
del enamorado. Entonces, el desgarrado testimonia preso de su furia creadora,
aferrado a su ira rotunda: "(…) y te encontré de nuevo/ para que
de nuevo me dejaras/ Todo Chile se volvió sangre al ver tus fornicaciones".
Todo
Chile es testigo de la traición; todo Chile se involucra en la traición;
todo Chile es un inmenso paisaje postulándose como juez de lo acontecido.
La traición en el amor no pende de un hilo; aquélla pertenece a
un paisaje -también- herido; pertenece a un paisaje que se pone al lado
del poeta, porque sufre una similar traición a la que sufre el poeta. Por
ello, Chile se encarga de empatizar con el dolor del traicionado, pues toda su
geografía ha sido también traicionada. Se nos devela, así,
el registro de una disolución del Yo y del Tú como sujetos auto
referidos. El yo y el tú conforman el país revuelto, la patria atormentada.
De este modo, la traición amorosa, mediante la disolución de lo
estrictamente autoreferido, se colectiviza, adquiriendo una semansia política,
porque la traidora es significante de una patria que otea, que observa y se duele
traicionada.
IV
El
amor militante
Zurita es un poeta político. No está, ni
estuvo ciego frente a los atroces acontecimientos de su patria. Y, los registra.
Alguna
vez sentenció el autismo de tanto poeta en esta patria, y, con ello, desmitificó
a ciertos íconos, a ciertas vacas sagradas de la poesía. Su condición
de testimoniador corresponde a la ocupación política que va definiendo
su obra.
Canto a su amor desaparecido, publicado en plena dictadura,
es -quizás-el más hermoso trabajo poético que se haya realizado
de un testimonio político. En esta antología se ha incorporado el
poema Desiertos de amor.
El poeta declama: " Ay, amor, quebrados
caímos y en la caída lloré mirándote./ Fue golpe tras
golpe, pero los últimos ya no eran necesarios." Y, luego, de una
suerte de verso corto, introductorio, se inicia el espectáculo de la tragedia,
en donde la épica reclama su existencia , más allá de su
nomenclatura literaria; lo épico es facto, corresponde a un día
a día circundando al hombre quebrantado: " Todo mi amor está
aquí y se ha quedado/ pegado a las rocas, al mar , a las montañas",
sentencia el desgarrado.
Es tan inmenso, tan infinito, tan deslizante,
tan generoso el amor del desaparecido que puede atravesar la boca y la palabra
del poeta vivo, para fijarlo a través de él en el accidente geográfico,
depósito inquebrantable, inmutable, donde se fijan para siempre las huellas
del hombre y su espanto.
Casi como si se tratase de repetir la significación
de las cavernas de Lascaux , de Altamira, en donde el paleolítico fijó
su huella mítica, rituálica por los siglos de los siglos, en el
denominado arte rupestre, así se asegura el desaparecido que su huella
será fijada por la escritura del poeta para siempre. Y, Zurita lo hace;
escucha tal petición y se desfigura para convertirse en voz y en escritura
del ausente, amador incansable de la vida: "Pero mi amor te digo, ha quedado
adherido a las rocas, al mar a las montañas".
Registro,
testimonio y transfiguración del poeta en voz y escritura del ausente,
del desaparecido, corresponde al acto militante del poeta político, lejos
de todo vulgar panfleto.
En consecuencia, el amor del poeta, se circunscribe
también a la modalidad del amor colectivo. Su amor, no es un amor autista.
V
El provocador
Un
hombre ama a un hombre en el Canto XI de Poemas militantes, año
2000.
Lo ama desde adentro, lo mira, lo admira, lo habría besado
también: "Tu cara Rodrigo Marquet, la cara más hermosa/
que han visto mis ojos: pálido por supuesto/ la semisonrisa, / elegantísimo,
camisa verde seda…", describe el poeta al hombre que en ese instante
provoca su amor.
Un hombre ama y desea a otro hombre y lo describe como
si fuese un amante acechado; tal escritura podría ser el llamado sexual
del deseo hacia el mismo sexo. Esta sería la lectura obvia, vulgar, de
criterio corto.
Canto XI resulta ser la invocación realizada por
el poeta al amigo amado y muerto. Pero, Zurita provoca en la medida que concientemente
va desdibujando su virilidad: " Y yo trataba de besarte sobre el cristal
y era como si tú también trataras/ y un rouge inmaginario se me
pegaba al vidrio/ y mis lágrimas y mi saliva se iban quedando/ encima,
pegajosos…"
Entonces, la exposición íntima es un
mortero disparando esquirlas de fuego para dejar instalada la provocación
en el libro; para instalar la provocación como un elemento punzante en
la configuración interpretativa del lector. Insinuación, y provocación
hacen amistad con lo sugerente y se expanden para ofrecerse como criterios de
una poética provocativa, desbordada.
Zurita, el provocador, insiste
con exponerse a ultranza; tiene pellejo fuerte, calloso, pues se ha convertido
en el poeta guerrero, en controversial, pues su país es un país
en donde se lee desde abajo, desde lo nimio; en el país de Zurita, que
es nuestro territorio, la praxis lectora es una cercenada testera. El juicio estético
se aborda como respuesta de un tabú viviente.
Lo anterior se explica
con el movimiento telúrico que provocó el libro Los países
muertos, año 2006.
Mientras más provocativa nos resulta
su obra, más incisiva se torna su escritura, y, el amor, del cual estamos
hablando, se desnuda completamente: "Y ya casi amanece y no puedo parar/
de llorar; de llorar primero por ti/ que te enamoraste de un viejo con parkinson…".
Desnuda y ruda y elocuente su escritural imprecación se vuelve madura y
ya la fragilidad se asume como un componente más de lo humano y se administra,
pues ya se puede vivir con ella.
VI
¿Despertaré
entonces?
Los 7 poemas inéditos incluidos en este libro, titulados
¿Despertaré entonces? corresponden a una extendida interrogante
existencial. La penuria, esa pequeña tristeza que se acumula en los bolsillos
del alma, es un dolor del que se va volviendo áspero y rugoso; es el dolor
de la existencia que se acorta como hilo de volantín, empequeñeciéndose
poco a poco. Se presenta como un capítulo más en la obra totalizadora
e imprecativa de Zurita.
Se torna a lo mismo. Suerte de lugar colectivo,
suerte de umbral que debemos vivir cada uno de nosotros: el final que acecha.
El poeta se adelanta y le angustia la angustia de pensar en ello.
Pero,
esta suerte de existencialismo se arranca de la textura que nos obligó
Sartre; este existencialismo se desliza por otro camino. La aparente maldición
respecto de lo que se va apagando, del que se va disminuyendo, es lo que menos
importa aquí. Lo que importa no es la pregunta por el ser ensimismado,
sino por el ser enamorado, y, por la amada que permanece, que permanecerá.
¿Despertaré entonces? es un canto amoroso: "Despertaré
entonces my lady/¿te veré entonces'¿ Me tocarás tú
entonces los ojos si despierto, palomitay, señora mía?"
Atravesado
el conjunto de poemas siempre por una sección de un supuesto guión
paralelo, en el cual el poeta va insertando quenas, charangos, zampoñas
y coros y bis, ¿Despertaré entonces? es un canto americano;
un recordatorio que el amor del que se habla resulta ser un amor identitario,
perteneciente a una específica y concreta forma de ver las cosas. Así,
la pregunta por el paulatino descenso del que ama, angustiado, porque -quizás-
en algún momento no tocará, ni besará a la amada, se conjuga
con el ritmo del baile, con el compás de una comparsa nortina, con el pegajoso
bamboleo de los cantos andinos. De tal manera, la direccionalidad otorgada por
el poeta a su íntima tragedia se vuelve amena, pero terrible. Creo, que
ese registro de lo terrible, se velará magistralmente al escuchar al poeta
declamar su poesía, pues Zurita no recita. Declama.
E insiste:
"Las últimas praderas se incendian y en la abovedada noche de América
los rascacielos flotan como un cielo amarillo ¿Estarás allí?
¿Estarás allí cuando despierte?". Luego, se nos
insinúan la quena, el charanguito, la zampoña y la letra y el ritmo
de una canción de nuestros pueblos: "Chòskita cáspita
con su chillayuita cocotanqui con su quiroviñita somitotino con su tutuma
ay vidita a mi palomitay se la han robado cuatro co-rá-ce-ros".
Insisto,
entonces: el amor del que nos escribe, del que declama corresponde a un amor con
nombre y apellido; el amor del que escribe Zurita pertenece a una geografía
accidentada poseedora de nombre y apellido. El amor del poeta es un amor concreto;
un amor cotidiano en donde expulsadas han sido las musas y todas aquellas semejantes
a metafísicas féminas; se trata de un amor circunscrito siempre
al carácter imprecativo y desbordado que hace de este amador una voz crucial
de nuestra poesía.