-Lamentamos que no pueda escribirnos un ensayo sobre el drama
argentino, pero al menos podremos hablar.
-Desde luego. Mi
lesión en las retinas me prohíbe leer y escribir, pero no me impide
dialogar. Pero éste no es el único motivo para negarme al ensayo; más
bien es de índole filosófica: creo que la única forma integral de
expresar el alma de un pueblo y sus vicisitudes es la ficción, por
varios motivos y razones. Mal o bien. he intentado hacerlo.
-De
cualquier manera, podríamos hablar algo de ciertos aspectos políticos y
sociales.
-Sí, y lo haré. Pero pienso que a un extraño habría que
contarle algunos hechos que son anteriores a los actuales, y eso
exigiría un largo trabajo histórico, económico y sociológico. Y yo
Soy un escritor. Sólo puedo darles, muy precariamente -no siendo
a través de una novela- algunos indicios de nuestra realidad.
-Eso es
quizá lo que más nos interesa: una visión de escritor.
-Yo no sé
nada de economía. por ejemplo. Pero les puedo decir que económicamente
vivimos un desastre, como no ha habido otro en nuestra historia. Durante
los cinco años de dictadura militar se ha logrado desmantelar el país,
en beneficio de algunas empresas multinacionales. La Argentina producía
de todo, hasta llegamos a exportar tornos a Italia y computadoras a
Suecia: hoy importamos tomates desde Israel. Fuera de estas vérites
de fait, como diría Leibniz, poco sé. Sin embargo, creo que uno de
los errores característicos de nuestro tiempo es buscar la clave de todo
lo que sucede en la economía, así como la salvación física y espiritual
del hombre. No es que me sea indiferente la muerte por hambre de un solo
niño. Por el contrario, toda mi vida he luchado contra la injusticia
social que se sufre en todo el mundo pero en especial en este continente
latinoamericano que ha sufrido y sufre todos los horrores de la
explotación y del hambre. Pero, con las trágicas experiencias de este
siglo, he comprendido que es peligroso pedir únicamente justicia social:
hay que exigirla junto con la libertad. En cuanto a mi país lo que más
me preocupa es el problema precisamente de la libertad.
-¿Es
cierto que hay mejoras en los últimos tiempos?
-Sí, la situación
no puede compararse con lo que vivimos en el 76, 77 y 78, cuando
millares de hombres y mujeres fueron secuestrados, torturados y muertos.
No, eso pasó, pero subsiste la situación de los que desaparecieron en
aquel tiempo, la censura y el poder militar. No obstante, hay
declaraciones de protesta, huelgas, se reorganizan los sindicatos y los
partidos políticos. se ha comenzado un gran frente civil. Viola para
advertir que esto no va más y que deben tomarse medidas económicas y
políticas que restablezcan paulatinamente el estado de derecho. Siempre,
claro, que los militares más duros no den un golpe y desencadenen una
tragedia peor que la que ya vivimos. Lo razonable es que esto no suceda.
Pero quién ha dicho que la historia sea razonable, y mucho menos cuando
está en manos de las fuerzas armadas. Vea, si no, a la pobre, sufriente
y estoica Bolivia. No debemos descartar un proceso de bolivianización de
nuestro país.
-¿Cómo
es posible que la Argentina haya llegado a este punto?
-No creo
en el determinismo histórico, porque la historia la hacen los hombres, y
los hombres no las cosas, y las cosas es lo único para lo que rige el
determinismo. Aclaremos que esta expresión no corresponde al pensamiento
más profundo de Marx, pues de otro modo no diría que es necesario luchar
por una transformación social: vendría sola o nunca vendría. No
carguemos, pues, sobre él, ni sobre marxistas como el admirable Gramsci,
estas precariedades filosóficas. No, no podría, y mucho menos yo, trazar
un cuadro histórico que "explique" lo que ahora sucede. Pero creo que
hay ciertas tendencias. ciertas líneas de fuerza que vienen desde el
pasado y que pueden provocar o por lo menos iluminar hechos del
presente, al menos en parte. Este "al menos en parte" es lo que hace
enigmático el problema y lo que quizá haya inducido a William James a
afirmar que la historia es infinitamente novedosa. Por eso han fracasado
todas las tentativas de predecir el porvenir de la humanidad, mientras
que los científicos anuncian con la precisión de un milésimo de segundo
un eclipse que se ha de producir un siglo después. Las naciones son
entes complejísimos y además siempre únicos: mayor motivo para que
fracasen las predicciones de lo que debe pasar sobre la base de la
experiencia en otras naciones. Por otra parte, las ideologías no tienen
en cuenta al ser humano concreto sino a ese Hombre con mayúscula que
inventó el espíritu ilustrado, y que es poco más que una entelequia;
hasta tal punto ajena a las esperanzas y vicisitudes del hombre con
minúscula que las guillotinas y los campos de concentración han
sacrificado a millones de ellos en atención a ese Hombre con mayúscula.
Debemos, pues, partir de la diferencia entre los hombres y entre los
pueblos, y aplicar en cada caso ideas que tengan en cuenta sus
características étnicas, sociales, históricas, psicológicas y
espirituales. Toda otra tentativa está destinada al fracaso más absoluto
y -dada la forma en que suelen actuar los que se consideren con la
verdad absoluta- en la forma más sangrienta. Por eso también resulta
difícil explicar a un extraño aspectos de nuestra realidad: más bien
-como dije- habría que recurrir a vastas novelas, pues la ficción es la
única actividad capaz de mostrar -no de demostrar, sino de mostrar- la
total fenomenología de una nación; precisamente por su condición híbrida
entre el pensamiento lógico y el pensamiento mágico, entre lo racional y
lo irracional. Sólo así un extranjero puede tener una intuición de los
hechos, ansiedades, esperanzas, símbolos y mitos que para nosotros son
obvios y para él incomprensibles. Para nosotros es como el tiempo para
el teólogo: lo sabemos si no lo preguntan, no podemos responder si lo
preguntan. Así, lo que para los argentinos es evidente, para los demás
son ambiguas esfinges: son Perón o el tango. Nuestra realidad, pues, los
extranjeros deben buscarla en las ficciones, jamás en un tratado de
sociología, de historia o de política. La palabra "realidad", además es
una de las más resbaladizas y equívocas, lo que explica tantos sistemas
filosóficos. Pues, ¿qué es un sistema filosófico sino un intento de
definir esa palabra? Para un pensador lo fundamental, la realidad última
puede ser la búsqueda de la libertad, para otro el ansia de poder, para
un tercero la economía, para un cuarto la religión.
-Comprendemos la imposibilidad. Pero usted mismo mencionó que
hay ciertas tendencias, ciertas lineas de fuerza que vienen desde el
pasado y que al menos en parte pueden echar luz sobre el presente.
También mencionó a Perón. ¿Podría ser un antecedente de lo que ahora
sucede en su país?
-Sí, lo creo. Pero le reitero que sólo podría
ofrecerle algunos precarios indicios. Claro, sin incurrir en el mero
determinismo histórico, es cierto, por ejemplo, que el resentimiento
provocado en el pueblo alemán por el Tratado de Versalles preparó el
ambiente propicio para el hitlerismo. No se puede siquiera empezar a
comprender la Argentina de hoy sin Perón. Pero este líder tampoco es
comprensible sin el masivo proceso inmigratorio. Mire la guía de
teléfonos: también apellidos españoles, pero más de la mitad de la
población se llama Martelli. Schnaider, Rossi, Kirilovski Fazzio.
Supervielle, Fratini, Cavanagh, Lombardi, Müller. Por obra de este
suceso, Buenos Aires pasó de ser una aldea de 200 mil habitantes a este
monstruo actual.
-¿Cómo y
por qué se desencadenó semejante aluvión?
-A diferencia de México
o Perú, aquí no hubo grandes y refinadas civilizaciones indígenas: era
un inmenso territorio vacío recorrido por indios nómadas y guerreros, si
exceptuamos algunos miles de incaicos en el noroeste y de guaraníes en
el nordeste. Haga un pequeño experimento: recorte nuestro mapa y
colóquelo sobre el viejo continente. Si aplica la base del triángulo en
el Sahara. el vértice caerá en Noruega. Desde las frígidas estepas del
sur hasta los bosques subtropicales del norte, millones de kilómetros
cuadrados casi sin nadie. "Nuestro mal es el desierto", dictaminó
Sarmiento. Y Alberdi dijo: "Gobernar es poblar". ¿Quiénes eran los que
así hablaban? Eran dos genios que pertenecían a aquella generación de
1830, que se inspiraron en los textos de los humanistas europeos que
promovieron la revolución del 48, que seguían con pasión la insurgencia
contra la tiranía y la injusticia. Proceso romántico por excelencia,
pero, por la turbia condición de la historia, unido a la idolización de
la ciencia y la técnica. Y digo así porque, estrictamente, el
romanticismo filosófico es opuesto al espíritu de la Ilustración,
inspirado en la razón y la ciencia. ¿Cómo extrañarnos, pues, que el
mismo Sarmiento, que ponía acápites de Rousseau en su libro Civilización
y barbarie pidiera a gritos ferrocarriles y observatorios astronómicos?
¿Y que el mismo Alberdi que derramaba (literalmente) lágrimas
contemplando el paisaje de la Julie de Rousseau, escribía en la misma
carta a un amigo, que nuestro deber era hacer y no fantasear, liberando
al país mediante la inmigración, la industria y la ciencia? Sin embargo,
por el instinto de su genio, aquellos hombres no eran simples ideólogos:
tenían un certero sentido del hombre concreto, superando así el
internacionalismo abstracto del espíritu ilustrado, para construir una
realidad ajustada a nuestra geografía. historia e idiosincrasia. De ese
modo iniciaron su descomunal empresa. Pocas veces en la historia se ha
visto una obra práctica de esa envergadura ejecutada por hombres con
alma de poeta: Sarmiento fue uno de los más grandes escritores que hemos
tenido y Alberdi, además de ser un pensador de primer rango, componía
minuets. Es fácil sonreír ahora ante el mesianismo escolar e
inmigratorio de Sarmiento, al ver cómo escribía Progreso con mayúscula,
pero lo cierto es que sin ellos el país no habría alcanzado el nivel de
cultura, de sanidad y de economía que logró. Todos somos buenos profetas
del pasado y es fácil advertir ahora los defectos del positivismo de
aquellos gobernantes y teóricos; su sincretismo con lo romántico ofrecía
flancos débiles y su positivismo fue, como siempre lo es, calamitoso en
el sentido más alto del espíritu. Pero esa precaria doctrina filosófica
fue combatida y superada desde las mismas universidades que ellos
sembraron en nuestro territorio.
-He
leído en algún ensayo sobre esa época que la educación que esos hombres
promovieron estuvo destinada a formar dirigentes que consolidasen el
dominio de la primitiva oligarquía ganadera.
-Sí, hay quienes lo
sostienen. Pero los hechos culturales no obedecen a esa relación directa
que esos críticos suponen entre las estructuras económico-sociales y las
creaciones del espíritu subjetivo. ¿Cómo explicar, sino, por qué aquella
minoría gobernante no sólo permitió sino que propulsó con energía la
educación popular que un día permitiría a los hijos de inmigrantes ser
profesores, jueces, generales, gobernadores y hasta presidentes de la
república? El proceso cultural es inifinitamente más complejo que lo que
pretenden esos teóricos. De otra manera, ¿cómo explicar que desde los
salones de la aristocracia francesa salieran las ideas que harían
decapitar miles de esos mismos aristócratas? Y ¿cómo explicar que en las
universidades burguesas de la Alemania del siglo XIX y hasta en las del
estado absolutista prusiano se educaran hombres como Marx?
-¿Qué
consecuencias trajo la inmigración?
-En pocas décadas llegaron
millones. Buena parte se quedaba en Buenos Aires, puerto de su llegada,
y de ahí su crecimiento desmesurado, repentino y en muchos sentidos
dramático. Muchas de las cosas buenas que tiene la Argentina del siglo
XX se deben a ese proceso, pero también algunos de los males que
padecemos. Varios filósofos que visitaron el país, Keyserling y Ortega
entre. ellos, advirtieron "la tristeza argentina", tristeza que es
observable en nuestra mejor literatura, pero también en ese suburbio de
la literatura que es la letra de tango. Y hasta en su propia música.
Discépolo, uno de sus más notables creadores, definió al tango como "Un
pensamiento triste que se baila". Por supuesto, me estoy refiriendo a
sus más nobles expresiones, no a las canallescas. El inmigrante que
abandonaba su patria para siempre y llegaba a estas playas y se apiñaba
en los suburbios de aquella ciudad-campamento, eran casi todos hombres
solos y tristes, que buscaban un siniestro simulacro del amor en el sexo
prostibulario. Por otra parte, el gaucho corrido de sus infinitas
llanuras por la inmigración de agricultores europeos, perdida su
grandiosa libertad, venía a buscar trabajo a la gran ciudad, exiliado de
su propia patria. Dos soledades que se juntaron: la del gringo y la del
criollo, dando por resultado una de las canciones y danzas más
introvertidas y misteriosas. La nostalgia de la patria lejana en los
recién llegados, su frecuente frustración, el resentimiento de los
nativos contra el invasor, la sensación de inseguridad y fragilidad en
un mundo que se transformaba vertiginosamente, la carencia de un sentido
seguro de la existencia, todo confirió una tonalidad no sólo psicológica
sino hasta metafísica y un poco fantástica, tanto a nuestra literatura
como a nuestra canción popular. Porque si el mal metafísico es
consecuencia de la finitud del hombre, si es un atributo común a todos
los hombres, a un habitante de esta tierra lo debía angustiar más que a,
un europeo o a un azteca, porque acá no teníamos ni siquiera esa
metáfora de la eternidad que son el Partenón o las grandes pirámides.
Por el contrario, aquí todo se deshacía, el progreso que a
macha-martillo impusieron los gobernantes no sólo no dejaba piedra sobre
piedra -que en el Río de la Plata no se encuentra- sino ladrillo sobre
ladrillo: material técnicamente más deleznable y, por lo tanto,
espiritualmente más angustioso. Dice un tango:
Borró el asfalto de una manotada
la vieja
barriada
que me vio nacer
Y otro
letrista, Manrique suburbano. se pregunta:
Las
voces que ayer llegaron
y pasaron y callaron
¿dónde
están?
El porteño,
como nadie en Europa, siente que el Tiempo pasa, y que la frustración de
todos sus sueños y la muerte final son sus inevitables epílogos. Entre
copas de vino y cigarrillos, en el café, meditativo,
pregunta:
¿Te
acordás, hermano, qué
tiempos
aquellos?
O con
cínica amargura asevera:
Se
va la vida, se va y no vuelve.
Lo mejor es gozarla y
largar
las penas a rodar.
Para
terminar murmurando, con siniestra arrogancia de porteño
solitario:
Yo
quiero morir conmigo,
sin confesión y sin Dios,
crucificado en
mi pena,
como abrazado a un
rencor.
No es
imposible que este tipo de sensibilidad y de mentalidad del hombre de
Buenos Aires perdure en el fondo de la mayoría y que de una manera o de
otra haya influido en nuestra historia contemporánea. Pero, ¿cómo
podemos saberlo sin la poesía y la ficción? Algunos hemos intentado dar
en nuestras novelas aspectos del insondable drama. No debe olvidarse que
la inmigración nos convirtió, además, en una región de fractura entre
Europa y América Latina. Pero como también compartimos el fin de la
civilización moderna -con el agravante que no habíamos terminado de
construir la nación cuando el mundo que nos dio origen se está viniendo
abajo-, sufrimos una doble fractura, una en el espacio y otra en el
tiempo. Quizá algo de esto pueda explicar los atípicos y complejos
fenómenos sociales y políticos que estamos padeciendo; que no es, como
muchos creen, un simple drama político sino un drama
espiritual.
-¿Cómo
aparece Perón?
-Parte de los inmigrantes fueron al campo, pero
en su mayoría quedó en los suburbios de Buenos Aires y de las otras
grandes ciudades, contribuyendo a la industrialización del país. De esta
manera, el país se convirtió en un país de ciudades, con una población
que quizá sea en sus nueve décimas partes urbana. La tierra fue cada vez
más trabajada en forma industrial y el resultado es que no hay
campesinos en el sentido europeo o latinoamericano de la palabra. La
formación eminentemente urbana y la educación gratuita en los tres
estadios dieron oportunidad a los hijos de inmigrantes de convertirse en
médicos, abogados, ingenieros, veterinarios, químicos. Y de este estrato
intelectual salieron los hombres que iban a terminar substituyendo en el
gobierno a los miembros de la vieja clase ganadera y terrateniente. En
1916 fue elegido en votaciones libres el Dr. Yrigoyen, como Presidente
de la República. Era el jefe del Partido Radical, formado por las nuevas
clases del país: la clase media y buena parte del proletariado. Y luego
ha habido, gracias a esta movilidad de clases, varios presidentes hijos
de inmigrantes: Frondizi, Ilia, Onganía y el mismo general Viola, hijo
de un pequeño sastre italiano. Pero volvamos un poco atrás. Los obreros
europeos llegaban en cierta proporción con ideas anarquistas y
socialistas, y se explica que en la constitución de la Primera
Internacional hubiese ya dos grupos argentinos: el de habla alemana y el
de habla italiana. Así surgieron los primeros sindicatos, el Partido
Socialista y la FORA, organización de los obreros anarquistas. En 1904
llegó al parlamento el primer diputado socialista en América, el Dr.
Alfredo Palacios. Este proceso populista culmina con el acceso de
Yrigoyen a la presidencia, y con él comienza el ocaso de la vieja
oligarquía. Pero este ocaso no será fácil ni lineal, será cruento y
complicado, porque sus más duros representantes temen perder su
hegemonía y su alianza con Gran Bretaña, principal mercado de los
productos del país. El ejército, mientras tanto, aunque en buena parte
constituido por descendientes de inmigrantes, recibían en sus escuelas y
academias las enseñanzas de profesores de la derecha nacionalista, que
se había ido desarrollando desde que el movimiento obrero cobró fuerza.
Estos ideólogos de la derecha se inspirarán en los movimientos
reaccionarios de Europa, primero con Maurras, más tarde con Mussolini y
Hitler, contribuyendo así con sus inyecciones a formar fuerzas armadas
marcadamente derechistas, antisemitas y dispuestas a servir los
intereses de la parte más reaccionaria de la oligarquía. Poco a poco fue
quedando muy poco de aquella clase gobernante de fines de siglo, liberal
y progresista. Temerosos del Partido Radical, esos sectores buscan el
apoyo del ejército y en 1930 es derrocado Yrigoyen, que era presidente
por segunda vez, poniéndose fin a la era propiamente liberal de la
Argentina, para iniciar este medio siglo en que los gobiernos
democráticos, como el de Frondizi y el de Ilia son apenas respiros en
largos periodos dictatoriales de las fuerzas armadas, siempre al
servicio, de los intereses conservadores. Pero tampoco fue lineal este
proceso, pues del seno mismo del ejército surgió en 1945 un oscuro
coronel que capitalizará vertiginosamente a la clase trabajadora, para
producir la más profunda transformación social del país en este
siglo.
-Parece
bastante extraordinario.
-No lo parece: lo es. Perón siempre fue
un misterio para los sociólogos europeos y norteamericanos. Recuerdo el
esfuerzo que debí hacer en la Universidad de Bolonia para explicarles a
los estudiantes de hace unos quince años que este hombre no era
simplemente un fascista, aunque sus orígenes lo denunciaban. Tanto no lo
era que en su segundo advenimiento fue apoyado masivamente por toda la
juventud de izquierda. ¿Si no era fascista, era marxista o socialista de
alguna especie? No, fue un fenómeno argentino y su sincretismo de ideas
fascistas, marxistas y nacionalistas fue un producto típicamente local.
Un hombre habilísimo, de infalible olfato político, descreído y cínico,
logró construir en dos o tres años lo que durante medio siglo los
socialistas y comunistas intentaron en vano, de puro querer aplicar aquí
ideas válidas para otros países y otras peculiaridades. Con astucia y
demagogia, levantó un gigantesco movimiento de masas, que alcanzó a más
de la mitad de la población del país, amalgamando judíos y antisemitas
(él fue el que hizo entrar al país a centenares de jerarcas nazis que
huían de Alemania, entre ellos a personajes tan tenebrosos como
Eichmann), nacionalistas de derecha y nacionalistas de izquierda, ex
socialistas y ex nazis, ex anarquistas y ex radicales, al grito de
"Justicia social, soberanía política e independencia económica". Ayudado
por una mujer excepcional hasta en sus odios, enérgica y carismática,
con un coraje que jamás tuvo Perón, con el fervor revolucionario que ni
por asomo existía en el alma de Perón: la mujer más extraordinaria y
apasionante de nuestra historia. Por eso no debe confundirse a Perón con
el peronismo, porque este movimiento fue en decisiva medida obra de
Evita; él careció de grandeza, fue un demagogo, se rodeó de serviles y
corruptos, cada vez que pudo echó de su lado a los mejores militantes,
persiguió a sus enemigos con la cárcel, la tortura y la muerte. En
cuanto al pueblo, es falso que lo siguió por el secular "pan y circo":
lo hizo por un sentimiento parareligioso, porque por primera vez en su
dura existencia de explotados, y gracias a Evita, sintieron que eran
personas. Y así se produjo un impetuoso movimiento revolucionario que
llevó a Perón hasta extremos que él temía, y lo obligó a realizar cosas
que jamás habría hecho por su sola voluntad. Muerta Evita, puede decirse
que comenzó la decadencia del movimiento.
-¿Por
qué cayó?
-En 1955 la podredumbre del régimen había llegado a su
máximo, a pesar de los excelentes peronistas que había en los diferentes
rangos. Pero ya dije que él tenía la propensión natural a rodearse de
los peores, con muy pocas excepciones, cuando la circunstancia misma le
impedía sacudirse de ellos. Esa proclividad fue lo que cavó su fosa. En
parte porque la jerarquía estaba cada vez más corrompida, como siempre
sucede; en parte porque los diarios que servían a los intereses de los
sectores económicamente reaccionarios, aun con todas las limitaciones de
prensa, prepararon el clima indispensable para la sublevación: en parte
porque la clase media y los intelectuales liberales odiaban el
despotismo que se había entronizado, lo cierto es que los intereses de
la antigua clase gobernante pudieron derrocarlo con el auxilio de las
fuerzas armadas. En junio de 1955 hubo el primer golpe, que fracasó, con
un saldo de miles de obreros muertos en el bombardeo de la Plaza Mayo.
Pero en septiembre, un segundo golpe lo echó por tierra, terminando con
el primer periodo del régimen peronista.
-¿Cómo
se produjo el segundo advenimiento?
-Estoy simplificando el
complejo proceso, pero es inevitable, y tendré que seguir haciéndolo
para darles este pequeño esquema de nuestra historia contemporánea.
Durante casi veinte años hubo gobiernos militares, con dos intervalos
democráticos y civiles: el del presidente Frondizi, radical que ganó las
elecciones con el apoyo del proscripto movimiento peronista y que
finalmente fue abatido por las fuerzas armadas; y el del Dr. Ilia,
también radical, que gobernó ejemplarmente pero que también fue volteado
por los militares. A todo esto, el movimiento peronista fue creciendo,
ahora con el apoyo cada día más fervoroso de la juventud de izquierda, y
tanto ellos como los obreros pedían el regreso de Perón, exiliado en
España. Así, el general Lanusse (duramente criticado luego por sus
camaradas) decidió en un acto histórico dar elecciones libres, con el
resultado previsible: un aplastante triunfo del peronismo, con la
nominal presidencia de Cámpora. Así se produjo el segundo acceso de este
movimiento multitudinario: confuso como siempre, contradictorio hasta el
absurdo político y filosófico, con sus jóvenes marxistas-leninistas en
un extremo y sus nazis en el extremo opuesto. Al lado del general,
siempre cerca de su oído y del oído de Isabel, apareció López Rega, uno
de los personajes siniestros de nuestra historia, una especie de
Rasputín criollo, una combinación de brujo de barrio con payaso
sangriento que manejaba los hilos de todo el gobierno y que, después de
la renuncia obligada de Cámpora y del ascenso directo de Perón, ya
viejo, fue el capo absoluto, gracias al dominio psicológico que ejercía
sobre Isabel. Pronto aquello se convirtió en una opereta trágica. Al
caos económico, a la demagogia y al latrocinio se añadió la violencia de
la izquierda, que venía operando desde años atrás, y los crímenes de la
Triple A, banda de la derecha peronista, comandada desde la sombra por
López Rega. En el centro, la inmensa mayoría del pueblo peronista, gente
democrática, enemiga de la violencia y asqueada por el caos, estaba
paralizada e impotente. Por desgracia, los partidos políticos y los
elementos honestos del partido justicialista fueron incapaces o no
tuvieron el coraje de encontrar una salida constitucional, mediante el
juicio político. De este modo, las fuerzas armadas tuvieron el camino
despejado, dieron el golpe y llevaron a cabo la represión que venían
preparando con minuciosa sistematicidad desde muchos meses. La más feroz
represión que la Argentina haya conocido, mediante grupos armados
parapoliciales y paramilitares con ropas civiles, que no debían rendir a
nadie cuenta de las atrocidades que cometían. El gobierno tripartito del
ejército, la marina y la aeronáutica estuvo dividido desde el comienzo
entre moderados y duros, y en esa visible división el país aterrado
ponía sus únicas esperanzas, rogando para que los blandos prevaleciesen.
El tiempo demostró que ese sueño no fue más que un candoroso sueño,
porque lo peor fue llevado hasta sus últimas consecuencias. El pretexto
que aún se invoca para aquella trágica operación fue el de una guerra
sucia impuesta por el terrorismo, que como todas las guerras sucias no
pueden pensar en legalidades. Esos crímenes del terrorismo habían sido
repudiados por la nación en su casi totalidad, como ahora los repudian
en España y en Italia, y porque se sabe que únicamente conducen a la
instauración de implacables dictaduras de derecha. Pero España e Italia
están mostrando que aun en situaciones excepcionales, y sobre todo si
son excepcionales, ninguna banda dependiente del poder gubernamental
puede pretender el derecho de secuestrar, torturar y matar, porque
entonces la entera comunidad pierde su fundamento esencial. Ya sabemos
aquello del lobo de que habló Hobbes. Pero precisamente porque el lobo
es el lobo del hombre, porque así es la condición humana, a través de
milenios de perversidades y maldades se ha inventado el único sistema
que impide lo peor: la democracia con sus tres poderes: uno para que
dicte esa ley sin la cual ninguna sociedad puede sobrevivir a la
disgregación, otro para que haga las cosas que deben hacerse, y el
tercero para que juzgue y castigue al que transgrede la ley, ya sea un
simple ciudadano de la calle, ya sea el propio presidente de la
república. Nuestra carta magna, imaginada por Alberdi sobre la base de
los más sabios ejemplos precedentes ha sido arrasada por las fuerzas
armadas, aunque verbalmente pretenden respetarla. ¿Qué clase de respeto
es ése si violan todos sus grandes principios que dan a la libertad del
hombre un carácter sagrado? Esa ley fundamental prohíbe al poder
ejecutivo tomar el papel del poder judicial, taxativamente le prohibe
condenar y aplicar penas. La respuesta a ese principio ha sido el
secuestro de miles de seres, de los que nada se sabe, después de cinco
años. Así, respondiendo al crimen del terrorismo con el crimen inverso
ha triunfado el terrorismo. Miles de seres humanos fueron arrancados
bárbaramente de sus hogares por bandas armadas hasta los dientes. Entre
ellos había sin duda culpables de atentados y muertes similares a los
que ahora ensangrientan a España e Italia, pero la inmensa mayoría eran
muchachos y chicas que simplemente tenían vinculación familiar o
amistosa con los culpables, habían formado parte de centros de
estudiantes, eran jóvenes idealistas que equivocados o no creyeron en el
socialismo de Perón. eran maestros o profesores que profesaban ideales
de izquierda o, lo que todavía es peor, caían por alguna de esas
delaciones que en época de caza de brujas se prestan a las venganzas más
abominables. ¿Cómo sabremos ya quiénes eran realmente culpables del
terrorismo? No hubo jueces que los juzgaran, no existió ninguna de las
garantías que una comunidad civilizada ofrece para enjuiciar aun a los
asesinos más monstruosos. Ojalá ahora nuestra patria pueda encontrar
pronto el camino de la democracia y las madres que desde hace cinco años
lloran por sus hijos sin siquiera saber dónde están puedan encontrarse
con ellos o al menos con lo que queda de ellos.
en VUELTA,
Noviembre 99