,,,,,,,,....,,,,,,,, ERNESTO SABATO


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Díalogos de Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato

Emecé Buenos Aires, 1976
198 pp.

..... Entre diciembre de 1974 y marzo del 75, en Buenos Aires, Borges y Sábato celebraron siete pláticas por iniciativa y en presencia de Orlando Barone, quien ha compilado con esos diálogos un libro de discurso ameno, drama sutil y hermoso espíritu didáctico. Al margen de "las noticias cotidianas, fugaces" de una situación política que rueda la pendiente hacia el caos y la violencia, los poetas se erigen academia en la calle Maipú y hablan de literatura, música, teología, color local, sueños.

..... Superficialmente podría creerse que rehúyen su papel histórico; el mínimo detenimiento permite ver que lo cumplen a fondo. Pues aparte de que, como se asienta al principio, "sólo puede hacerse arte grande en absoluta libertad", la mera existencia de ocasiones como esta semana de sábados que dos maestros dedican a departir en función de un discípulo atento, significa que la conciencia civilizadora sigue marcando un centro al mundo que la barbarie desintegra; da un sentido a la experiencia argentina y, en tanto ésta es un modo de vivir la experiencia americana, revela una alta actitud cívica vigente en todo el ámbito que se abarca al decir nuestro. Sábato la expresa sugiriendo que la gran misión del arte es preservar la cordura de la comunidad, y antes llega a explicitar América Latina -para tropezar con la reticencia de Borges:

Sábato
.......... . . . No cabe duda de las diferencias que hay entre un argentino y un mexicano, pero formamos una unidad. . . .

Borges
.......... No sé. . . Nosotros no tenemos ni indígenas ni negros.

Sábato
.......... Pero nos liberamos al mismo tiempo, con los ideales comunes de la Revolución Francesa. Y ahora tenemos infinitos problemas en común y necesitamos realizar la última parte de nuestra liberación también en común o seremos destruidos.
(Borges guarda silencio, como si no hubiera oído la última frase. . . )

The rest is silence, o en otra cita, "una lengua común nos separa": ante el fervor unitario y el llamado patriótico se establece la distancia necesaria para preservar el libre juego de lo singular y lo universal, el temple que la oposición da al pensamiento. Hace trece años, en un ensayo sobre "Los dos Borges", Sábato achacaba a su mayor una "falta de grandeza, una incapacidad para entender y sentir la totalidad de su nación, que es lo mismo que decir la totalidad de su contemporáneo carnal"; si bien este juicio halla confirmación en los Diálogos, no trasluce menos la otra mitad de la historia: el escepticismo ejemplar de Borges como cifra de su grandeza, fidelidad solitaria a la idea de lo humano más que a sus encarnaciones. Nominalismo y realismo, profecía y utopía libran su encuentro de siempre, cultivando en acontecer verbal un fruto maduro de la fatalidad metafísica asumida con atletismo. Por principio (Sábato diría que por argentinidad) ambos son escritores fantásticos; la diferencia estribaría en que uno necesita hacer la fantasía de bulto, arraigar la metafísica en la "sucia y menesterosa complejidad" del mundo cotidiano y, a la vez, apuntalarla con una doctrina, por oculta que sea. Acaso habría que ver aquí, ante todo, una exigencia implícita en su condición de novelista. Sábato también había planteado la contradicción en términos de "una literatura que se propone un deleitoso juego y otra que investiga la (tremenda) verdad de la raza humana": nótese cómo el paréntesis carga los dados, y que si abstraemos la zozobra en modo alguno parece tan evidente que la verdad haya de preferirse al placer e incluso es de pensarse que allí mismo radica, en la creación de "un lenguaje . . . concreto y poético a la vez". Pero en la visión sentimental que se place en lo tremendo (temor y temblor, catarsis) el lenguaje es sólo signo, importa en tanto expresa esperanzas, temores, invocaciones.

Sábato
.......... Es el problema de la intuición básica del hombre, que creo emocional, y que se da tanto en el salvaje como en el niño. . .

Borges
.......... Es el gran descubrimiento de los políticos, que no necesitan ser coherentes.

No obstante, el hacedor concede sin reparos una victoria al poeta instintivo cuando Borges retracta su "injusticia" hacia Cervantes. El reto bienhumorado con que Sábato aborda el tema, su sereno regocijo cuando Borges hace "pública confesión de mis errores", la discusión del Quijote a partir del acuerdo sobre su grandeza, la evocación a dos voces de momentos del "libro único" -y el salto, por deferencia al discípulo, a la acotación sobre la enseñanza de los clásicos- configuran el trazo de esta escena, especialmente reveladora del humanismo esencial de todo el drama. Más desnudo es el momento en que Borges narra, hacia el final, una anécdota de su madre moribunda e "insinúa una especie de sonrisa . . . Sábato y yo nos miramos impresionados. Tal vez porque la anécdota queda pesando en el ambiente y comienza a hablarse de la muerte y del valor de algunos seres para enfrentarla". En ese terreno han de medirse y Sabato, que reconoce su tristeza ante el morir, alcanza a arrebatar la última palabra con un conjuro que nombra vida -"Eso, Borges, eso"- antes que caiga el silencio de silencios en esta conversación donde lo no dicho ha sido tan importante como lo dicho. El discípulo mira callar a los maestros y se pregunta qué pensaran ahora, en "la propia soledad". Desde allí mismo fue él quien primero invocó el tema de la muerte, o más bien la pregunta hamletiana que ya no seduce a quienes pasaron por ese adolecer y, con fe o sin fe, se hallan unidos en la común elección de lo existente.

Así, el tercer personaje, el más hecho de silencios, no es tan sólo un intermediario, un primer lector de los diálogos; su presencia los determina en tanto representa la continuidad, la sangre nueva que madura al amor del discurso lúcido y mira moduladas en él sus propias contradicciones. "En mi mano, la cinta grabada es un símbolo", dice al cabo de la primera sesión, y prologa la penúltima con una glosa visionaria del signo Borges-Sábato: "La quietud y el vértigo. El silencio y el grito. El ruiseñor y el águila. . . . El arco iris y el relámpago." El fervor de Barone pone en tono su dejo de ingenuidad; su sentido del oficio y la modestia lo hacen partícipe activo en este suceder de la palabra.

JUAN TOVAR


Borges y Sabato, conversando

en VUELTA, 1999


 

 

 



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