Emecé Buenos Aires, 1976
198 pp.
..... Entre diciembre de
1974 y marzo del 75, en Buenos Aires, Borges y Sábato celebraron siete
pláticas por iniciativa y en presencia de Orlando Barone, quien ha
compilado con esos diálogos un libro de discurso ameno, drama sutil y
hermoso espíritu didáctico. Al margen de "las noticias cotidianas,
fugaces" de una situación política que rueda la pendiente hacia el caos
y la violencia, los poetas se erigen academia en la calle Maipú y hablan
de literatura, música, teología, color local, sueños.
..... Superficialmente
podría creerse que rehúyen su papel histórico; el mínimo detenimiento
permite ver que lo cumplen a fondo. Pues aparte de que, como se asienta
al principio, "sólo puede hacerse arte grande en absoluta libertad", la
mera existencia de ocasiones como esta semana de sábados que dos
maestros dedican a departir en función de un discípulo atento, significa
que la conciencia civilizadora sigue marcando un centro al mundo que la
barbarie desintegra; da un sentido a la experiencia argentina y, en
tanto ésta es un modo de vivir la experiencia americana, revela una alta
actitud cívica vigente en todo el ámbito que se abarca al decir nuestro.
Sábato la expresa sugiriendo que la gran misión del arte es preservar la
cordura de la comunidad, y antes llega a explicitar América Latina -para
tropezar con la reticencia de Borges:
Sábato
.......... . . . No
cabe duda de las diferencias que hay entre un argentino y un mexicano,
pero formamos una unidad. . . .
Borges
.......... No sé. . .
Nosotros no tenemos ni indígenas ni negros.
Sábato
.......... Pero nos
liberamos al mismo tiempo, con los ideales comunes de la Revolución
Francesa. Y ahora tenemos infinitos problemas en común y necesitamos
realizar la última parte de nuestra liberación también en común o
seremos destruidos.
(Borges guarda silencio, como si no hubiera oído
la última frase. . . )
The rest is silence, o en otra cita, "una lengua
común nos separa": ante el fervor unitario y el llamado patriótico se
establece la distancia necesaria para preservar el libre juego de lo
singular y lo universal, el temple que la oposición da al pensamiento.
Hace trece años, en un ensayo sobre "Los dos Borges", Sábato
achacaba a su mayor una "falta de grandeza, una incapacidad para
entender y sentir la totalidad de su nación, que es lo mismo que decir
la totalidad de su contemporáneo carnal"; si bien este juicio halla
confirmación en los Diálogos, no trasluce menos la otra mitad de
la historia: el escepticismo ejemplar de Borges como cifra de su
grandeza, fidelidad solitaria a la idea de lo humano más que a sus
encarnaciones. Nominalismo y realismo, profecía y utopía libran su
encuentro de siempre, cultivando en acontecer verbal un fruto maduro de
la fatalidad metafísica asumida con atletismo. Por principio (Sábato
diría que por argentinidad) ambos son escritores fantásticos; la
diferencia estribaría en que uno necesita hacer la fantasía de bulto,
arraigar la metafísica en la "sucia y menesterosa complejidad" del mundo
cotidiano y, a la vez, apuntalarla con una doctrina, por oculta que sea.
Acaso habría que ver aquí, ante todo, una exigencia implícita en su
condición de novelista. Sábato también había planteado la contradicción
en términos de "una literatura que se propone un deleitoso juego y otra
que investiga la (tremenda) verdad de la raza humana": nótese cómo el
paréntesis carga los dados, y que si abstraemos la zozobra en modo
alguno parece tan evidente que la verdad haya de preferirse al placer e
incluso es de pensarse que allí mismo radica, en la creación de "un
lenguaje . . . concreto y poético a la vez". Pero en la visión
sentimental que se place en lo tremendo (temor y temblor, catarsis) el
lenguaje es sólo signo, importa en tanto expresa esperanzas, temores,
invocaciones.
Sábato
.......... Es el
problema de la intuición básica del hombre, que creo emocional, y que se
da tanto en el salvaje como en el niño. . .
Borges
.......... Es el
gran descubrimiento de los políticos, que no necesitan ser
coherentes.
No obstante, el hacedor concede sin reparos una victoria al poeta
instintivo cuando Borges retracta su "injusticia" hacia Cervantes. El
reto bienhumorado con que Sábato aborda el tema, su sereno regocijo
cuando Borges hace "pública confesión de mis errores", la discusión del
Quijote a partir del acuerdo sobre su grandeza, la evocación a
dos voces de momentos del "libro único" -y el salto, por deferencia al
discípulo, a la acotación sobre la enseñanza de los clásicos- configuran
el trazo de esta escena, especialmente reveladora del humanismo esencial
de todo el drama. Más desnudo es el momento en que Borges narra, hacia
el final, una anécdota de su madre moribunda e "insinúa una especie de
sonrisa . . . Sábato y yo nos miramos impresionados. Tal vez porque la
anécdota queda pesando en el ambiente y comienza a hablarse de la muerte
y del valor de algunos seres para enfrentarla". En ese terreno han de
medirse y Sabato, que reconoce su tristeza ante el morir, alcanza a
arrebatar la última palabra con un conjuro que nombra vida -"Eso,
Borges, eso"- antes que caiga el silencio de silencios en esta
conversación donde lo no dicho ha sido tan importante como lo dicho. El
discípulo mira callar a los maestros y se pregunta qué pensaran ahora,
en "la propia soledad". Desde allí mismo fue él quien primero invocó el
tema de la muerte, o más bien la pregunta hamletiana que ya no seduce a
quienes pasaron por ese adolecer y, con fe o sin fe, se hallan unidos en
la común elección de lo existente.
Así, el tercer personaje, el más hecho de silencios, no es tan
sólo un intermediario, un primer lector de los diálogos; su presencia
los determina en tanto representa la continuidad, la sangre nueva que
madura al amor del discurso lúcido y mira moduladas en él sus propias
contradicciones. "En mi mano, la cinta grabada es un símbolo", dice al
cabo de la primera sesión, y prologa la penúltima con una glosa
visionaria del signo Borges-Sábato: "La quietud y el vértigo. El
silencio y el grito. El ruiseñor y el águila. . . . El arco iris y el
relámpago." El fervor de Barone pone en tono su dejo de ingenuidad; su
sentido del oficio y la modestia lo hacen partícipe activo en este
suceder de la palabra.
JUAN TOVAR
Borges y Sabato, conversando
en VUELTA,
1999