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A la memoria
......... de mi madre, de Matilde, de Jorge
Federico
Palabras preliminares
..... Vengo acumulando muchas dudas, tristes dudas sobre el contenido
de esta especie de testamento que tantas veces me han inducido a
publicar; he decidido finalmente hacerlo. Me dicen: "Tiene el deber de
terminarlo, la gente joven está desesperanzada, ansiosa y cree en
usted; no puede defraudarlos". Me pregunto si merezco esa confianza,
tengo graves defectos que ellos no conocen, trato de expresarlo de la
manera más delicada, para no herirlos a ellos, que necesitan tener fe
en algunas personas, en medio de este caos, no sólo en este país sino
en el mundo entero. Y la manera más delicada es decirles, como a
menudo he escrito, que no esperen encontrar en este libro mis verdades
más atroces; únicamente las encontrarán en mis ficciones, en esos
bailes siniestros de enmascarados que, por eso, dicen o revelan
verdades que no se animarían a confesar a cara descubierta. También
los grandes carnavales de otros tiempos eran como un vómito colectivo,
algo esencialmente sano, algo que los dejaba de nuevo aptos para
soportar la vida, para sobrellevar la existencia, y hasta he llegado a
pensar que si Dios existe, está enmascarado. ..... Sí, escribo esto sobre todo para los
adolescentes y jóvenes, pero también para los que, como yo, se acercan
a la muerte, y se preguntan para qué y por qué hemos vivido y
aguantado, soñado, escrito, pintado o, simplemente, esterillado
sillas. De este modo, entre negativas a escribir estas páginas
finales, lo estoy haciendo cuando mi yo más profundo, el más
misterioso e irracional, me inclina a hacerlo. Quizás ayude a
encontrar un sentido de trascendencia en este mundo plagado de
horrores, de traiciones, de envidias; desamparos, torturas y
genocidios. Pero también de pájaros que levantan mi ánimo cuando oigo
sus cantos, al amanecer; o cuando mi vieja gatita viene a recostarse
sobre mis rodilas; o cuando veo el color de las flores, a veces tan
minúsculas que hay que observarlas desde muy cerca. ..... Modestísimos mensajes que la Divinidad nos
da de su existencia. Y no sólo a través de las inocentes criaturas de
la naturaleza sino, también, encarnada en esos héroes anónimos como
aquel pobre hombre que, en el incendio de una villa miseria, tres
veces entró a una casilla de chapas donde habían quedado encerrado
unos chiquitos -que los padres habían dejado para ir a su trabajo-
hasta morir en el último intento. Mostrándonos que no todo es
miserable, sórdido y sucio en esta vida, y que ese pobre ser anónimo,
al igual que esas florcitas, es una prueba del
Absoluto.
I
Primeros tiempos y grandes
decisiones
... Me
acabo de levantar, pronto serán las cinco de la madrugada; trato de no
hacer ruido, voy a la cocina y me hago una taza de té, mientras
intento recordar fragmentos de mis semisueños, esos semisueños que, a
estos ochenta y seis años, se me presentan intemporales, mezclados con
recuerdos de la infancia. Nunca tuve buena memoria, siempre padecí esa
desventaja; pero tal vez sea una forma de recordar únicamente lo que
debe ser, quizá lo más grande que nos ha sucedido en la vida, o que
tiene algún significado profundo, lo que ha sido decisivo -para bien o
para mal- en este complejo, contradictorio e inexplicable viaje hacia
la muerte que es la vida de cualquiera. Por eso mi cultura es tan
irregular, colmada de enormes agujeros, como constituida por restos de
bellísimos templos de los que quedan pedazos entre la basura y las
plantas salvajes. Los libros que leí, las teorías que frecuenté, se
debieron a mis propios tropiezos con la realidad. ..... Cuando me detienen por la calle, en una
plaza o en el tren, para preguntarme qué libros hay que leer les digo
siempre: "Lean lo que les apasione, será lo único que los ayudará a
soportar la existencia". ..... Por eso
descarté el título de Memorias y también el de Memorias de
un desmemoriado, porque me pareció casi un juego de palabras,
inadecuado para esta especie de testamento, escrito en el periódo más
triste de mi vida. En este tiempo en que me siento un desvalido, al no
recordar poemas inmortales sobre el tiempo y la muerte que me
consolarían en estos años finales. .....
En el pueblo de campo donde nací, antes de irnos a dormir, existía la
costumbre de pedir que nos despertaran diciendo: "Recuérdenme a las
seis". Siempre me asombró aquella relación que se hacía entre la
memoria y la continuación de la existencia. ..... La memoria fue muy valorada por las grandes
culturas, como resistencia ante el devenir del tiempo. No el recuerdo
de simples acontecimientos, tampoco esa memoria que sirve para
almacenar información en las ahora computadoras: hablo de la necesidad
de cuidar y transmitir las primigenias verdades. ..... En las comunidades arcaicas, mientras el
padre iba en busca de alimento y las mujeres se dedicaban a la
alfarería o al cuidado de los cultivos, los chiquitos, sentados sobre
las rodillas de sus abuelos, eran educados en su sabiduría; no en el
sentido que le otorga a esta palabra la civilización cientificista,
sino aquella que no ayuda a vivir y a morir; la sabiduría de esos
consejeros, que en general eran analfabetos, pero, como un día me dijo
el gran poeta Senghor, en Dakar: "La muerte de uno de esos ancianos es
lo que para ustedes sería el incendio de una biblioteca de pensadores
y poetas". En aquellas tribus, la vida poseía un valor sagrado y
profundo; y sus ritos, no sólo hermosos sino misteriosamente
significativos, consagraban los hechos fundamentales de la existencia:
el nacimiento, el amor, el dolor y la muerte. ..... En torno a penumbras que avizoro, en medio
del abatimiento y la desdicha, como uno de esos ancianos de tribu que,
acomodados junto al calor de la brasa, rememoraran sus antiguos mitos
y leyendas, me dispongo a contar algunos acontecimientos,
entremezclados, difusos, que han sido parte de tensiones profundas y
contradictorias, de una vida llena de equivocaciones, desprolija,
caótica, en una desesperada búsqueda de la verdad.
..... Me llamo Ernesto, porque cuando nací, el 24 de junio de 1911,
día del nacimiento de San Juan Bautista, acababa de morir el otro
Ernesto, al que, aun en su vejez, mi madre siguió llamando Ernestito,
porque murió siendo una criatura. "Aquel niño no era para este mundo",
decía. Creo que nunca la vi llorar -tan estoica y valiente fue a lo
largo de su vida- pero, seguramente, lo haya hecho a solas. Y tenía
noventa años cuando mencionó, por última vez, con su ojos humedecidos,
al remoto Ernestito. Lo que prueba que los años, las desdichas, las
desilusiones, lejos de facilitar el olvido, como se suele creer,
tristemente lo refuerzan. ..... Aquel
nombre, aquella tumba, siempre tuvieron para mí algo de nocturno, y
tal vez haya sido la causa de mi existencia tan dificultosa, al haber
sido marcado por esa tragedia, ya que entonces estaba en el vientre de
mi madre; y motivó, quizá, los misteriosísimos pavores que sufrí de
chico, las alucinaciones en las que de pronto alguien se me aproximaba
con una linterna, un hombre a quien me era imposible evitar aunque me
escondiera temblando debajo de las cobijas. O aquella otra pesadilla
en la que me sentía solo en una cósmica bóveda, tiritando ante algo o
alguien -no lo puedo precisar- que vagamente me recordaba a mi padre.
Durante mucho tiempo padecí sonambulismo. Yo me levantaba desde el
último cuarto donde dormíamos con Arturo, mi hermano menor y, sin
tropezar jamás ni despertarme, iba hasta el dormitorio de mis padres,
hablaba con mamá y luego, volvía a mi cuarto. Me acostaba sin saber
nada de lo que había pasado, sin la menor conciencia. De modo que
cuando a la mañana ella me decía, con tristeza -¡tanto sufrió por
mí!-, con voz apenas audible: "Anoche te levantaste y me pediste
agua", yo sentía un extraño temblor. Ella temía ese sonambulismo, me
lo dijo muchos años más tarde, cuando me enviaron a La Plata para
hacer los estudios secundarios, y ya ella no estuvo para protegerme.
Pobre mamá, no comprendía, ni yo tampoco en aquel entonces, que ese
tormento en gran parte era el resultado de la convivencia espartana,
regida por mi padre. ..... La tierra de
mi infancia, como un pueblo estremecido por fuerzas extrañas, se
hallaba invadida por el terror que sentía hacia él. Lloraba a
escondidas, ya que nos estaba prohibido hacerlo y, para evitar sus
ataques de violencia, mamá corría a ocultarme. Con tal desesperación
mi madre se había aferrado a mí para protegerme, sin desearlo, ya que
su amor y su bondad eran infinitos, que acabó aislándome del mundo.
Convertido en un niño solo y asustado, desde la ventana contemplaba el
mundo de trompos y escondidas que me había sido vedado. ..... De alguna manera, nunca dejé de ser el niño
solitario que se sintió abandonado, por lo que he vivido bajo una
angustia semejante a la de Pessoa: seré siempre el que esperó a que
le abrieran la puerta, junto a un muro sin puerta.
..... Y
así, de una u otra forma, necesité compasión y cariño. ..... Cuando me enviaron desde mi pueblo al
Colegio Nacional de La Plata para hacer el secundario, en el instante
en que me pusieron en el ferrocarril, sentí resquebrajarse el suelo
incierto sobre el cual me movía, pero al que aún le aguardaban peores
hundimientos. Durante un tiempo, seguí soñando con aquella madre que
veía entre lágrimas, mientras me alejaba hacia qué infinita soledad. Y
cuando la vida había marcado ya en mi rostro las desdichas, cuántas
veces, en un banco de plaza, apesadumbrado y abatido, he esperado
nuevamente un tren de regreso.
ERNESTO SABATO, oscilando entre la desesperación y
la fe, nos entrega en este libro su valor, su persistencia
incorruptible, su pasión y su lucha ante las adveridades, la
solidaridad de cada gesto suyo con los más desposeídos, su
total entrega al arte y su permanente esperanza en los
jóvenes: "A pesar de las atrocidades ya a la vista, el
hombre avanza perforando los últimos intersticios donde se
genera la vida." ... El
mítico Parque Lezama, la infancia y los años de juventud, los
recuerdos felices y los abrumadores, Matilde y la muerte e
Jorge, la difícil decisión de abandonar la ciencia, los
interrogantes sobre la existenci de Dios, los desastres de la
clonación y los productos radioactivos, los excluidos del
sistema, el consumo visto como sustituto del Paraíso, la
robotización del hombre desfilan por estas páginas. Y en el
centro de las evocaciones, la casa. "Quiero que todo en la
casa quede tal cual está, con sus roturas y con sus paredes
medio descascaradas... Esta casa donde nació mi obra y murió
Matilde.." ... Testimonio,
epílogo, legado, testamento espiritual: Ernesto Sabato, como
un Kafka de fin de siglo, indaga sobre la perplejidad y el
desconcierto del hombre contemporáneo arrojado a un universo
duro y enigmatico. "Extraviado en un mundo de túneles y
pasillos, el hombre tiembla ante la imposibilidad de toda meta
y el fracaso de todo encuentro." ... Por todo esto, hoy su voz suena como
un ruego: "Les propongo, entonces, con la gravedad de las
palabras finales de la vida, que nos abracemos en un
compromiso... sólo quienes sean capaces de sostener la utopía,
serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto
de humanidad hayamos perdido".
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Antes del
fin Memorias Ernesto Sabato Seix Barral (1999)
ERNESTO SABATO nació en Rojas, provincia de
Buenos Aires, en 1911; hizo su doctorado en física y cursos de
filosofía en la Universidad de La Plata; trabajó en el
laboratorio Curie, y abandonó definitivamente la ciencia en
1945 para dedicarse a la literatura. ... Ha escrito varios libros de ensayo
sobre el hombre en la crisis de nuestro tiempo y sobre el
sentido de la actividad literaria: Uno y el Universo (1945),
Hombres y engranajes ( 1951), El escritor y sus fantasmas
(1963) Apologías y rechazos (1979). Sus tres novelas, cuyas
versiones definitivas se honró en presentar Seix Barral al
público de habla hispana en 1978, recorrieron el mundo: El
túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961), Abaddón el
exterminador (1974) y premiada en París como la mejor novela
extranjera publicada en Francia en 1976. ... Escritores tan dispares como Camus,
Greene y Mann, como Quasimodo y Piovene, como Gombrowicz y
Nadeau han escrito con admiración sobre su obra. ... En 1983 fue elegido presidente de la
Comisión Nacional de la Desaparición de Personas, creada por
decisión del Presidente dela República Argentina, Raúl
Alfonsín. Fruto de las tareas de esta comisión fue el
sobrecogedor volumen Nunca más (1985), conocido como "Informe
Sabato". En 1984 obtuvo el Premio Cervantes, y en 1989, el
Premio Jerusalem. ... El volumen
Entre la letra y la sangre (Seix barral, 1989) reúne sus
conversaciones con Carlos Catania. Lo mejor de Ernesto Sabato
(Seix Barral, 1989) es un reader cuya seección, prólogo y
comentarios estuvieron a cargo del autor.
(de la contratapa)
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