He querido
venir hasta acá, a mis 91 años, porque al igual que todos ustedes vivo
angustiado por el destino del mundo. El amargo presente al que nos
enfrentamos, exige que nuestras palabras, nuestros gestos, nuestra obra, se consagren, como
verdadero cumplimiento de nuestra vocación, a expresar la angustia, el
peligro, la incertidumbre, pero también la esperanza, el coraje y la
abnegación de la sufriente y heroica humanidad.
En medio de esta
tremenda situación, cada hombre y cada mujer están llamados a encarnar
un compromiso ético, que lo lleve a expresar el desagarro de miles y
miles de seres humanos, cuyas vidas han sido reducidas al silencio a
través de las armas, la violencia y la exclusión.
Tener una
historia, poderla contar y en torno a ella reunirnos, es encontrar un
hilo conductor con el que hilvanar los pedazos de la vida que, sin
ella, son fragmentos sin contexto, partes de ningún todo.
Occidente, desde
la Biblia, desde su mito fundacional del paraíso perdido, ubicó el
problema ético, el problema del bien y del mal como origen y centro de
su historia. Desde allí el hombre parte hacia la historia que estamos
aún recorriendo. La que guarda en la memoria el bien perdido, y la
esperanza del bien a recobrar. Para la Biblia, en el principio era la
Ética. Pero Occidente se expandió por el mundo, conquistó cuanto halló
a su paso, dominado por el principio fáustico, que designa el ansia
europea de expansión, de conquista, de colonización de la
realidad.
Cuando Fausto en
la obra de Goethe, busca traducir el comienzo del Evangelio de San
Juan, donde se lee "En el principio era la Palabra ", después de mucho
pensar, termina encontrando la traducción que considera la correcta
para los tiempos que se inician, y escribe "En el principio era la
Acción". Desde entonces la moral intrínseca a ser hombres, lo que
genuinamente nos constituye como tales, la pulsión hacia el bien y el
mal, esa invitación sagrada expresada como origen de nuestra vida, fue
dejada de lado para llevar adelante la acción. Entendiendo por tal, la
conveniente a nuestros fines. Y así, con la Biblia en la mano, pero el
espíritu fáustico en nuestro corazón y en nuestro obrar, llegamos a
todas las regiones del mundo.
Hoy, frente a la
tragedia que vive la humanidad, debemos unirnos para recobrar,
creándola, una narración que nos incluya como pueblos hermanos del
mundo. Ya que si el origen del comportamiento ético está en mi, su
cumplimiento no soy yo, la ética es el otro. Y ésta no es una opción
entre otras. Como dijo el sublime Holderlin, " Cuando abunda el
peligro, crece lo que salva". Con estas palabras quiero nombrar a este
tiempo aciago en que vivimos, y también a la magnitud de la utopía a l
a que creo que estamos llamados a encarnar.
Como ustedes saben
vengo de un país que pertenece a esta misma tierra americana y que ha
caído de la situación de país rico, riquísimo, que yo en mi juventud
conocí como la séptima potencia del mundo, a ser hoy una nación
arrasada por los explotadores y los corruptos, los de adentro y los de
afuera. Como la mayoría de nuestro continente, hundido en la miseria,
sin plata para cubrir las más urgentes necesidades de salud y
educación, exigido por las entidades internacionales a reducir más y
más el gasto público, siendo que no hay ya ni gasas ni los remedios
más elementales en los hospitales, cuando no se cuenta ni con tizas ni
con un pobre mapa en los colegios. Y pareciera que no tenemos salida
porque debemos a esas instituciones internacionales cifras impagables
que contrajeron quienes nos gobernaron con impunidad. Nos hemos
convertido en un país pobre y una deuda externa extenuante pesa sobre
nuestro pueblo. Sufrimos una sensación de impotencia que parece
comprometer la vida de nuestros hijos. No sabemos adónde nos llevarán
los años decisivos que estamos viviendo, pero si podemos afirmar que
una concepción nueva de la vida está creciendo entre nosotros. En
medio del caos, la pobreza y el desempleo todos nos estamos sintiendo
hermanados quizá como nunca antes.
II
Que estamos frente
a la más grave encrucijada de la historia es un hecho tan evidente que
hace prescindible toda constatación. Ya no se puede avanzar por el
mismo camino. Basta ver las noticias para advertir que es inadmisible
abandonarse tranquilamente a la idea de que nuestros países y el mundo
superarán sin más la crisis que atraviesan. Como dijo María Zambrano:
"Las crisis muestran las entrañas de la vida humana, el desamparo del
hombre que se ha quedado sin asidero, sin punto de referencia de una
vida que no fluye hacia meta a1guna y que no encuentra justificación.
Entonces, en medio de tanta desdicha surgen los espíritus profundos y
visionarios como Buber, Pascal, Schopenhauer, Berdiaev, Unamuno".
Todos ellos habían tenido la visión del Apocalipsis que se estaba
gestando en medio del optimismo tecnológico. Pero la Gran Maquinaria
siguió adelante, hasta que el hombre comenzó a sentirse en un universo
incomprensible, cuyos objetivos desconocía y cuyos amos, invisibles lo
trituraban. Entonces escribí: "Esta paradoja, cuyas últimas y más
trágicas consecuencias padecemos en la actualidad fue el resultado de
dos fuerzas dinámicas y amorales: el dinero y la razón. Con ellas, el
hombre conquista el poder secular. Pero -y ahí está la raíz de la
paradoja esa, conquista se hace mediante la abstracción: desde el
lingote de oro hasta el clearing, desde la palanca hasta el logaritmo,
la historia del creciente dominio del hombre sobre el universo ha sido
también la historia de las sucesivas abstracciones. El capitalismo
moderno y la ciencia positiva son las dos caras de una misma realidad
desposeída de atributos concretos, de una abstracta fantasmagoría de
la que también forma parte el hombre, pero no ya el hombre concreto e
individual sino el hombre masa, ese extraño ser con aspecto todavía
humano, con ojos y llanto, voz y emociones, pero en verdad engranaje
de una gigantesca maquinaria anónima.
Este es el destino
contradictorio de aquel semidiós renacentista que reivindicó su
individualidad, que orgullosamente se levantó contra Dios, proclamando
su voluntad de dominio y transformación de las cosas. Ignoraba que
también llegaría a convertirse en cosa."
Han pasado
cincuenta años de la publicación de este ensayo, ahora, con espantoso
patetismo, muchos advierten el cumplimiento de aquella intuición que
tanta amargura me trajo.
III
Estamos en la fase
final de una cultura y un estilo de vida que durante siglos dio a los
hombres amparo y orientación. Hemos recorrido hasta el abismo las
sendas del humanismo. Y aquel hombre que en el Renacimiento entró en
la historia moderna lleno de confianza en sí mismo y en sus
potencialidades creadoras, ahora sale de ella con su fe hecha
jirones.
Bajo el firmamento
de estos tiempos modernos, los seres humanos atravesaron con euforia
momentos de esplendor y sufrieron con entereza guerras y miserias
atroces. Hoy con angustia presenciamos su fin, su inevitable invierno,
sabiendo que ha sido construida con los afanes de millones de hombres
que han dedicado su vida, sus años, sus estudios, la totalidad de sus
horas de trabajo, y la sangre de todos los que cayeron, con sentido o
inútilmente, durante siglos. La fe en el hombre y en las fuerzas
autónomas que lo sostenían se ha conmovido hasta el fondo.
Demasiadas
esperanzas se han quebrado; el hombre se siente exiliado de su propia
existencia, extraviado en un universo kafkiano. Camus decía que cada
generación se cree destinada a rehacer el mundo, pero que la nuestra
tiene una misión mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga;
porque es heredera de una historia corrupta en la que se mezclan las
revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos
y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, pueden
destruirlo todo; en que la inteligencia se ha humillado hasta ponerse
al servicio del odio y la opresión. Es imposible no corroborar a
diario las palabras de Camus. Ante la visión de las antiguas torres
derruidas, la vida se ha vuelto una inmensa cuesta en alto, Y aunque
la fuerza del espíritu nos impulsa a seguir luchando, hay días en que
el desaliento nos hace dudar si seremos capaces de rescatar al mundo
de tanto desamparo. Sufrimos el quiebre total de una concepción de la
vida y del ser humano bajo cuyos valores e ideales surgieron las
sociedades modernas. Una concepción de la vida que desplegó su ánimo
en la conquista. No solo lo hizo en las ciencias, descartando antiguas
sabidurías y a sus mitos sino también conquistando todas las regiones
del mundo. Ahora, las terribles consecuencias están a la vista. El
sufrimiento de millones de seres humanos está permanentemente delante
de nuestros ojos, por más esfuerzo que hagamos por cerrar los
párpados. Veinte o treinta empresas internacionales tienen el dominio
del planeta en sus garras. Continentes enteros en la miseria junto a
altos niveles tecnológicos, posibilidades de vida asombrosas a la par
de millones de hombres desocupados, sin hogar, sin asistencia médica.
Diariamente es amputada la vida de miles de hombres y mujeres; de
innumerable cantidad de adolescentes que no tendrán ocasión de
comenzar siquiera a entrever el contenido de sus sueños. En nuestros
países, ya la gente tiene temor que por tomar decisiones que hagan más
humana su vida, pierd an el trabajo, sean expulsados y pasen a
pertenecer a esas multitudes que corren acongojadas en busca de un
empleo que les impida caer en la miseria. Son los excluidos, esta
categoría nueva quehabla tanto de la explosión demográfica como de la
incapacidad de la economía de regir, sin más, el destino de los
pueblos. Son los excluidos de las necesidades mínimas de la comida, la
salud, la educación y la justicia; de las ciudades como de sus
tierras.
IV
Debemos volver a
dar espacio en el alma de los pueblos, a una utopía que pueda albergar
valores como el amor por la criatura humana, la justicia, el sentido
del honor y de la vergüenza, la honestidad, el respeto por los demás,
la búsqueda del sentido sagrado de la vida. Nuestra sociedad se ha
visto hasta tal punto golpeada por el materialismo su espíritu ha sido
corroído de tal manera por la injusticia y la frivolidad, que se
vuelve casi imposible la transmisión de valores a las nuevas
generaciones. ¿Cómo vamos a poder transmitir los grandes valores a
nuestros hijos, si en el grosero cambalache en que vivimos, ya no se
distingue si alguien es reconocido por héroe o por criminal? Y no
piensen que exagero.
La verdadera
obscenidad es que los chicos vean, a través de la televisión, de que
manera honrosa se trata a sujetos que han contribuido a la miseria de
sus semejantes. Y no me refiero sólo a los chicos de los países
pobres, sino a todo Hijo de hombre. ¿Cómo vamos a poder educar a los
chicos que crecen en la abundancia, mirando las caritas de las
criaturas con hambre? Para educarlos habrá que ponerles orejeras,
hacerles olvidar los valores que hacen a la fraternidad de los
hombres, y llenarles el alma con toneladas de informática y
actividades, o simulacros de luchas por el bien común. Cuando éste
existe únicamente cuando a todo hombre se lo llama hermano. La persona
se humaniza consintiendo a su impulso moral. Y nada podremos ofrecer a
nuestra juventud si los privamos de poder entregar su vida por amor,
especialmente hacia el otro que sufre, ya que es esta la raíz de la
grandeza humana. Con este pensamiento, hace unos meses, he creado una
Fundación que lleva mi nombre, destinada a los jóvenes para que
encuentren en el trabajo social hacia los más pequeños y desamparados,
una grave y sagrada alternativa frente al desempleo.
V
Como centinelas,
cada hombre ha de permanecer en vela. Porque todo cambio exige
creación, novedad respecto de lo que estamos viviendo, y para ello
hemos de quitarle a este modelo neoliberal la pretensión de ser la
única manera de vivir posible para la humanidad. Si confesamos que
todos tenemos una responsabilidad en lo que está sufriendo la
humanidad, esto significa que en un momento no hicimos lo que pudimos
haber hecho. Hoy habremos de comprometernos tan hondo como para que
lleguemos a expresar la frase de Kafka que dice: "Hay momento, del
camino desde el que ya no se puede volver atrás lo importante es
llegar a ese momento"
A pesar de las
desilusiones y frustraciones acumuladas, no hay motivo para descreer
del valor de las gestas cotidianas. Aunque simples y modestas, son las
que están generando una nueva narración de la historia, abriendo así
un nuevo curso al torrente de la vida. Basta con leer la historia,
para ver cuantos caminos ha podido abrir el hombre con sus brazos,
cuanto el ser humano ha modificado el curso de los hechos. Con
esfuerzo, con amor, con fanatismo. La posibilidad de comenzar a
revertir esta situación está basada en la mirada que cada uno dirige a
los demás. Este es el lugar del peligro y es también la oportunidad
que nos ofrece la historia. Porque esta crisis, que tanta desolación
está ocasionando, tiene también su contrapartida, porque ya no hay
posibilidades para los pueblos ni para las personas de jugarse por si
mismos. El "sálvese quien pueda" no sólo es inmoral, sino que tampoco
alcanza.
Esta es una hora
decisiva. Sobre nuestra generación pesa el destino, y es ésta nuestra
responsabilidad histórica. Y no me refiero a un país en particular, es
el mundo el que reclama ser expresado para que el martirio de tantos
hombres no se pierda en el tumulto y en el caos, sino que pueda
alcanzar el corazón de otros hombres, para repararlos y salvarlos. La
falta de gestos humanos genera una violencia a la que no podremos
revertir con el uso de armas; únicamente un sentido de la vida más
fraterno lo podrá sanar. Debo confesar que durante mucho tiempo creí y
afirmé que éste era un tiempo final. Por hechos que suceden o por
estados de ánimo, a veces vuelvo a pensamientos catastróficos que no
dan más lugar a la existencia humana sobre la tierra. Pero
infatigablemente gana la vida, es como esas plantas que asoman entre
los ladrillos, lejos del agua y del sol, mostrándonos aquella raíz
primordial, capaz de nutrirse del manantial oculto del que surge el
coraje para seguir luchando .
Como afirma
Junger: "En los grandes peligros se buscará a lo que salva a mayor
profundidad. Nuestra esperanza, a hoy se apoya en que al menos una de
estas raíces vuelva a ponernos en contacto con aquel reino telúrico
del que se nutre la vida de los pueblos y de los hombres."
VI
Y así, en medio
del miedo y la depresión que prevalece en este tiempo, irá surgiendo,
por debajo, imperceptiblemente atisbos de otra manera de vivir que
busque, en medio del abismo, la recuperación de una humanidad que se
siente a sí misma desfallecer. La fe que me posee se apoya en la
esperanza de que el hombre, a la vera de un gran salto, vuelva a
encarnar los valores trascendentes, eligiéndolos con una libertad a la
que este tiempo,providencialmente, lo está enfrentando.
Aunque todos, por
distintas razones, alguna vez nos doblegamos, hay algo que no falla y
es la convicción de que, únicamente, los valores del espíritu pueden
salvarnos de este gran terremoto que amenaza a la humanidad entera.
Necesitamos ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del
hombre.
Sin duda lo que
hoy nos toca atravesar es un pasaje. Este pasaje significa un paso
atrás. Para que una nueva concepción del universo vaya tomando lugar
del mismo modo que en el campo se levantan los rastrojos para que la
tierra desnuda pueda recibir la nueva siembra. La vida del mundo ha de
abrazarse como la tarea más propia y salir a defenderla, con la
gravedad de los momentos decisivos, esa es nuestra misión. Porque el
mundo del que somos responsables es éste: el único que nos hiere con
el dolor y la desdicha, pero también el único que nos da la plenitud
de la existencia; el que nos ofrece un jardín en el crepúsculo, el
roce de la mano que amamos; esta sangre, este fuego, este amor, esta
espera de la muerte. Este deseo de convertir la vida en un terruño
humano.
Tenemos que
abrimos al mundo, porque es la vida y nuestra tierra la que está en
peligro. No hay ningún lugar del mundo que pueda considerar que el
desastre ocurre afuera. Y no podemos hundirnos en la depresión, porque
es de alguna manera un lujo que no pueden darse los padres de los
chiquitos que padecen el hambre. En cambio cuando nos hagamos
responsables del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un
sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la
historia.
Muchos ya lo están
haciendo. Son hombres y mujeres que, anónimamente, sostienen la
condición humana en medio de la mayor precariedad. Unidos en la
entrega a los demás y en el deseo absoluto de un mundo más humano, son
ellos los que ya han comenzado a generar un cambio, arriesgándose en
experiencias hondas como son el amor y la solidaridad. Y la tierra,
así, va quedando preñada de su empeño. Pero antes habremos de aceptar
que hemos fracasado. De lo contrario volveremos a ser arrastrados por
los profetas de la televisión, por los que buscan la salvación en la
panacea del hiperdesarrollo. El consumo no es un sustituto del
Paraíso.
La situación es
muy grave y nos afecta a todos. Pero aún así, son multitudes los que
se esfuerzan por no traicionar los valores nobles, y ellos representan
la gran mayoría del planeta, también en los países más desarrollados,
quienes tienen hambre y sed de un mundo diferente; y en grandes
continentes, millones de seres en el mundo sobreviven heroicamente en
la miseria. Entre ellos los más vulnerables, inocentes, sagrados: hay
millones de niños y niñas cuyas primeras imágenes de la vida son las
del abandono y el horror. El tremendo estado de desprotección en que
se halla arrojada la infancia nos muestra un tiempo de inmoralidad
irreparable. Para todo hombre es una vergüenza, un verdadero crimen,
que existan doscientos cincuenta millones de niños explotados en el
mundo. Quiera Dios que sean ellos, estos pequeños chicos abandonados
que nos pertenecen tanto como nuestros propios hijos, quienes nos
abran a una vida humana que los incluya.
Ernesto Sábato