..... En el vértigo no se dan
frutos ni se florece. Lo propio del vértigo es el miedo, el hombre
adquiere un comportamiento de autómata, ya no es responsable, ya no es
libre, ni reconoce a los demás.
.....Se
me encoge el alma al ver a la humanidad en este vertiginoso tren en que nos desplazamos, ignorantes atemorizados sin conocer
la bandera de esta lucha, sin haberla elegido.
.....El clima de Buenos Aires ha cambiado. En las
calles, hombres y mujeres apresurados avanzan sin mirarse pendientes
de cumplir con horarios que hacen peligrar su humanidad. Ya sin lugar
para aquellas charlas de café que fueron un rasgo distintivo de esta
ciudad, cuando la ferocidad y la violencia no la habían convertido en
una megalópolis enloquecida. Cuando todavía las madres podían llevar a
sus hijos a las plazas, o visitar a sus mayores. ¿Se puede florecer a
esta velocidad? Una de las metas de esta carrera parece ser la
productividad, pero ¿acaso son estos productos verdaderos
frutos?
.....El hombre no
se puede mantener humano a esta velocidad, si vive como autómata será
aniquilado. La serenidad, una cierta lentitud, es tan inseparable de
la vida del hombre como el suceder de las estaciones lo es de las
plantas, o del nacimiento de los niños.
.....Estamos en camino pero no caminando, estamos
encima de un vehículo sobre el que nos movemos sin parar, como una
gran planchada, o como esas ciudades satélites que dicen que habrá. Ya
nada anda a paso de hombre, ¿acaso quién de nosotros camina
lentamente? Pero el vértigo no está sólo afuera, lo hemos asimilado a
la mente que no para de emitir imágenes, como si ella también hiciese
"zapping"; y, quizás, la aceleración haya llegado al corazón que ya
late en clave de urgencia para que todo pase rápido y no permanezca.
ste común destino es la gran oportunidad, pero ¿quién se atreve a
saltar afuera? Tampoco sabemos ya rezar porque hemos perdido el
silencio y también el grito.
.....En el vértigo
todo es temible y desaparece el diálogo entre las personas. Lo que nos
decimos son más cifras que palabras, contiene más información que
novedad. La pérdida del dialogo ahoga el compromiso que nace entre las
personas y que puede hacer del propio miedo un dinamismo que lo venza
y les otorgue una mayor libertad. Pero el grave problema es que en
esta civilización enferma no sólo hay explotación y miseria, sino que
hay una correlativa miseria espiritual. La gran mayoría no quiere la
libertad, la teme. El miedo es un síntoma de nuestro tiempo. Al
extremo que, si rascamos un poco la superficie, podremos comprobar el
pánico que subyace en la gente que vive tras la exigencia del trabajo
en las grandes ciudades. Es tal la exigencia que se vive
automáticamente, sin que un sí o un no haya precedido a los
actos.
.....La mayoría de
la humanidad es empleada de un poder abstracto. Hay empleados que
ganan más y otros que ganan menos. Pero ¿quién es el hombre libre que
toma las decisiones? Ésta es una pregunta radical que todos hemos de
hacernos hasta escuchar, en el alma, la responsabilidad a la que somos
llamados.
.....Creo que hay
que resistir: éste ha sido mi lema. Pero hoy, cuántas veces me he
preguntado cómo encarnar esta palabra. Antes, cuando la vida era menos
dura, yo hubiera entendido por resistir un acto heroico, como negarse
a seguir embarcado en ese tren que nos impulsa a la locura y al
infortunio. ¿Se le puede pedir a la gente del vértigo que se rebele?
¿Puede pedirse a los hombres y a las mujeres de mi país que se nieguen
a pertenecer a este capitalismo salvaje si ellos mantienen a sus
hijos, a sus padres? Si ellos cargan con esa responsabilidad, ¿Cómo
habrían de abandonar esa vida?
.....La
situación ha cambiado tanto que debemos revalorar, detenidamente qué
entendemos por resistir. No puedo darles una respuesta. Si la tuviera
saldría como el Ejercito de Salvación, o esos creyentes delirantes
-quizás los únicos que verdaderamente creen en el testimonio-
a proclamarlo en las
esquinas, con la urgencia que nos separan de la catástrofe. Pero no,
intuyo que es algo menos formidable, más pequeño, como la fe en un
milagro lo que quiero transmitirles en esta carta. Algo que
corresponde a la noche en que vivimos, apenas una vela, algo con qué
esperar.
.....Las dificultades de la vida moderna, el desempleo y la
superpoblación han llevado al hombre a una dramática preocupación por
lo económico. Así como en la guerra la vida se debate entre ser
soldado o estar herido en algún hospital, en nuestros países, para
infinidad de personas, la vida está limitada a ser trabajador de
horario completo o quedar excluido. es grande la orfandad que cunde en
las ciudades; la gran soledad de la persona original es una de las
tragedias del vértigo y de la eficiencia.
.....La primera tragedia que
debe ser urgentemente reparada es la desvalorización de sí mismo que
siente el hombre, y que conforma el paso previo al sometimiento y a la
masificación. Hoy el hombre no se siente un pecador, se cree un
engranaje, lo que es tragicamnete peor. Y esta profanación puede ser
únicamente sanada con la mirada que cada uno dirige a los demás, no
para evaluar los méritos de su realización personal ni analizar
cualquiera de sus actos. Es un abrazo el que nos puede dar el gozo de
pertenecer a una obra grande que a todos nos
incluya.
.ñ....Si a pesar del miedo que nos paraliza volviéramos a
tener fe en el hombre, tengo la convicción de que podríamos a vencer
el miedo que nos paraliza como a cobardes. Yo he pasado riesgos de
muerte durante años. ¿Sin miedo?. No, he tenido miedo hasta la
temeridad pero no he podido retroceder. Si no hubiese sido por mis
compañeros, por la pobre gente con la que ya me había comprometido,
seguramente hubiera abandonado. Uno no se atreve cuando está solo y
aislado, pero sí puede hacerlo sí se ha hundido tanto en la realidad
de los otros que no puede volverse atrás. Cuando trabajé en la
CONADEP, de noche soñaba aterrado que aquellas torturas, frente a las
cuales yo hubiera preferido la muerte, eran sufridas por las personas
que yo más quería. Impávido en el sueño, luego me despertaba
angustiado y sin saber cómo seguir, pero horas después no podía
negarme a escuchar a quienes pedían que yo los recibiera. No podía,
era inadmisible que hubiese dicho que no a esos padres cuyos hijos, en
verdad, habían sido masacrados.
......Quiero decirles que no lo podía hacer por que ya estaba
adentro, involucrado. Así es, uno se anima a llegar al dolor del otro,
y la vida se convierte en un absoluto. Las más de las veces los
hombres no nos acercamos, siquiera al umbral de lo que está pasando en
el mundo, de lo que nos está pasando a todos, y entonces perdemos la
oportunidad de habernos jugado, de llegar a morir en paz, domesticados
en la obediencia a una sociedad que no respeta la dignidad del hombre.
Muchos afirmarán que lo mejor es no involucrarse, porque los ideales
finalmente son envilecidos como esos amores platónicos que parecen
ensuciarse con la encarnación. Probablemente algo de eso sea cierto,
pero las heridas de los hombres nos reclaman.
.....Pero esto exige creación, novedad respecto
de lo que estamos viviendo y la creación sólo surge en la libertad y
está estrechamente ligada al sentido de la responsabilidad, es el
poder que vence al miedo. El hombre de la posmodernidad está
encadenado a las comodidades que le procura la técnica, y con
frecuencia no se atreve a hundirse en experiencias hondas como el amor
o la solidaridad. Pero el ser humano, paradójicamente sólo se salvará
si pone su vida en riesgo por el otro hombre, por su prójimo, o su
vecino, o por los chicos abandonados en el frío de las calles, sin el
cuidado que esos años requieren, que viven en esa intemperie que
arrastrarán como una herida abierta por el resto de sus días. Son
doscientos cincuenta millones de niños los que están tirados por las
calles del mundo.
.....Estos chicos nos
pertenecen como hijos y han de ser el primer motivo de nuestras
luchas, la más genuina de nuestras vocaciones.
.....De nuestro compromiso ante la orfandad puede
surgir otra manera de vivir, donde el replegarse sobre sí mismo sea
escándalo, donde el hombre pueda descubrir y crear una existencia
diferente. La historia es el más grande conjunto de aberraciones,
guerras, persecuciones, torturas e injusticias, pero, a la vez, o por
eso mismo, millones de hombres y mujeres se sacrifican para cuidar a
los más desventurados. Ellos encarnan la resistencia.
..... Se trata ahora de saber, como dijo Camus,
si su sacrificio es estéril o fecundo, y éste es un interrogante que
debe plantearse en cada corazón, con la gravedad de los momentos
decisivos. En esta decisión reconoceremos el lugar donde cada uno de
nosotros es llamado a oponer resistencia; se crearán entonces espacios
de libertad que puerden abrir horizontes hasta el momento
inesperados.
.....Es un puente el que
habremos de atravesar, un pasaje. No podemos quedar fijados en el
pasado ni tampoco deleitarnos en la mirada del abismo. En este camino
si salida que enfrentamos hoy, la recreación del hombre y su mundo se
nos aparece no como una elección entre otras sino como un gesto tan
impostergable como el nacimiento de la criatura cuando es llegada su
hora.
.....Los hombres
encuentran en las mismas crisis la fuerza para su superación. Así lo
han mostrado tantos hombres y mujeres que, con el único recurso de la
tenacidad y el valor, lucharon y vencieron a las sangrientas tiranías
de nuestro continente. El ser humano sabe hacer de los obstáculos
nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para
renacer. En esta tarea lo primordial es negarse a asfixiar cuanto de
vida podamos alumbrar. Defender, como lo han hecho heroicamente los
pueblos ocupados, la tradición que nos dice cuánto de sagrado tiene el
hombre. No permitir que se nos desperdicie la gracia de los pequeños
momentos de libertad que podemos gozar: una mesa compartida con gente
que queremos, unas criaturas a las que demos amparo, una caminata
entre los árboles, la gratitud de un abrazo. Un acto de arrojo como
saltar de una casa en llamas. Éstos no son hechos racionales, pero no
es importante que lo sean, nos salvaremos por los
efectos.
......El mundo nada
puede contra un hombre que canta en la miseria.