No me queda más
que lamentar las oportunidades que tiene la cultura frente a la
irrefutable realidad nacional que nos presenta un mundo mediático en
que el fomento de la literatura y el arte no tiene cabida, ni menos
para nosotros, escritores sin recursos, sin influencias, ni santos en
la corte. Sin dinero no hay edición. Frente a organismos que se han
vuelto esculturales, gracias a la sanguinolenta acción del médico
plástico, quien clava el bisturí y ahueca senos exiguos para implantar
globos insensibles de silicona sólo me alcanza para manifestar mi
protesta frente a esta cruel desigualdad. Son las mujeres que se
desplazarán a continuación por todas las provincias del país,
rindiéndole culto a la mentecatez, cubiertas con prendas mínimas con
el fin de servir de entes masturbatorios a cambio de una suculenta
cancelación en dinero.
Los nuevos y asombrosos
espectáculos, temas que los más connotados escritores nacionales
tratan en sus artículos en los diarios capitalinos, pregonando que se
deben a flamantes artistas que han emergido de subterráneos que para
mí despiden olores poco agradables y lo malo de todo es que dichos
aromas mefíticos acompañan a estos esperpentos donde quiera que van,
contaminando a la masa que carece de elementos de juicio para
determinar si un espectáculo vale la pena o no y si obtendrá algún
aprendizaje significativo. Estamos viviendo un mundo de apariencias,
cuerpos remendados a gusto del usuario e idolatrados por la gran
mayoría. La nueva era se ha convertido en la enemiga número uno de la
lectura, del amor a los libros, del gusto por el arte. Por esa razón
los jóvenes de hoy, extraviados entre tanto estímulo vano, no logran
comprender que la esencia está en los valores indelebles, en aquello
que trasciende para bien del espíritu y del alma. Algunos maestros,
merced acciones quijotescas, combaten contra el fantástico poder del
consumismo, aquellos que enseñan con tanto ahínco en sus clases,
inculcando los valores universales, sufren decepciones, porque el
castillo de naipes tan bien edificado en las horas de instrucción es
devastado fácilmente por el medio sociocultural que rodea a todos y a
cada cual. No se trata de parecer pacato o hablar desde la tribuna del
reformador enfermizo. Se intenta, por el contrario, buscar el
equilibrio, porque cuando sólo aflora la estupidez, se termina
lamentando sus consecuencias.
No niego los esfuerzos que
hacen algunas organizaciones oficiales frente al tema, sé que están
preocupados por fomentar una cultura atinada, mi afán se sitúa en
descubrir una vez más dónde está el verdadero interés de la sociedad
en su conjunto, con algunas honrosas excepciones. Seguiremos pues,
creyendo que deben haber por ahí mecenas que nos den una manito para
cumplir nuestros sueños literarios, en que la mujer genuina y no la
falsificada es la musa insustituible de nuestros
argumentos.
Jorge
Saíz Hadi
Profesor de Lenguaje
Liceo Mariano Latorre de
Curanilahue,
Provincia de Arauco, Octava Región.
josahadi@hotmail.com