La literatura sueca también tiene mucho
que decir en el ámbito cultural.
Durante varias décadas, nadie parecía interesado
en escribir sobre la realidad urbana, social y étnica, derivada
parcialmente
del sentido periférico de la vida ciudadana; y que incorporaba
a las descendencias inmigrantesen la Suecia moderna.
Los críticos literarios inquirían, a viva voz, por
qué nadie recogía el guante en este desafío.
En la alborada del nuevo siglo, 2001, este enfoque de vacío
se colmó.
La sueca de origen iraní, Fateme Behros, publicó
su segunda novela: Fongarnas Kör (El Coro de los Prisioneros),
con la que cinceló magistralmente la emergencia cotidiana de
las mujeres extranjeras, refugiadas en la vieja ciudad universitaria
de Uppsala. La crítica la calificó como la heredera
de la más pura cepa de las letras proletarias suecas.
De
Concepción
Un conjunto de escritores más jóvenes con cimientos
en otros cultivos lingüísticos han aparecido, también,
en el espacio literario sueco de estos años: Alejandro Leiva
Wenger, un chileno nacido en Concepción, en 1976; llegado
a los nueve años al suburbio de Vorberg, en Estocolmo, tuvo
la virtud de escribir un libro de relatos: Till Var Ära
(En Nuestro Honor), donde introdujo el hip-hop en la prosa local.
Leiva ha sido aclamado, de manera unánime, por la crítica.
El libro, publicado (2001) por la editorial Bonniers,
una de las más reputadas del país, lo colocó
entre los escritores suecos jóvenes más destacados del
relato breve.
Jonas Hassen Khemiri también tuvo su inicio como novelista
recientemente en el 2003, con Ett Rött öga (Un Ojo
Enrojecido). En este libro-debut, el lenguaje de la textura narrativa
es coloquialista, más bien, jerga urbana de Estocolmo para
describir el mundo suburbano y rebelde de su personaje: Halim.
Las representaciones de minorías y de ilotas del siglo XX
fueron muchas a finales del milenio. Populärmusik fron Vittula
(Música Popular de Vittula), una novela de Mikael Niemi
sobre la existencia y contratiempos de la minoría finlandesa
de Tårnedal, en la Suecia ártica, publicada el 2000,
se constituyó rápidamente en un bestseller internacional,
por su acento irónico y por su mirada variopinta en el tejido
homogeneizante de la cultura tutelar. El logro de estas obras certifica
que la exhortación creativa de realidades dispares, dentro
de un mismo contexto, es un digno objeto de recepción internacional.
El clamor del oprimido, en estos años iniciales del siglo,
está presente también en las novelas de Torbjörn
Flygt, quien desplaza su pluma para describir a una familia obrera
en el Malmö en los años 70. En el año 2001, Elsie
Johansson concluyó su trilogía con rudimentos autobiográficos:
Glasfoglarna (Los Pájaros de Cristal), Mosippan
(Flor de Paque) y Nancy, una clase de visión imprecatoria
del estado de bienestar que refleja la lucha de una muchacha humilde
y voluntariosa para materializar sus anhelos.
También la poesía
En
un mismo sentido, Kerstin Ekman terminó también
su trilogía, Vargskinnet (La Piel del Lobo). Una centuria
del progreso social en la Suecia septentrional retratada a través
de la perspectiva de la servidumbre femenina. Skraplotter (Raspe
de Lotería), el nombre de la tercera parte, le motivó
el prestigioso premio August Pris por la mejor novela del año.
En poesía, Kristina Lugn, hizo su reaparición en el
2003 aclamada con creces como poeta madura con el poemario
Hej då, Ha det så Bra! (Adiós, Que lo Pases
Muy Bien!).
Su primer libro de poesía desde Hundstunden (La Hora
del Perro) de 1989. En los años intermedios se había
convertido en uno de los dramaturgos más importantes de Suecia.