Los
demonios
De Andrés Morales
Por Santiago Bonhomme
Explorar el lenguaje al máximo en sus virtudes y fracasos,
en su terror y su belleza. Esto es lo que hace el poeta Chileno Andrés
Morales (1962), en su ya extensa memoria literaria. Desde
su primer libro "Por Ínsulas extrañas"
(1982), Morales ha transitado por la poesía Chilena, como pocos,
de verdad (y vaya qué pocos).
Siendo testigo de su tiempo -contando su tiempo- cargado de esperanza
y desgracia, propósito y responsabilidad que tiene todo, y
repito, verdadero poeta. La poesía de Morales es sin duda memoria,
comprometida siempre con las voces de sus poetas vivos y muertos.
El último trabajo poético de Andrés Morales
titulado "Demonio de la nada" (Santiago, RIL editores
2005), es un exorcismo terrestre, digo terrestre por el carácter
humanizante del demonio, como uno más de nosotros, presente
en todos nuestros actos, tanto desbordados como calmos, también
memoriales. En el libro el poeta dialoga con sus demonios, en una
necesidad profunda de comprender y situarse en un universo siempre
adverso, donde la muerte late en todos los actos abrigando al poeta
de cierta tristeza, pero el poeta, sin titubeos la denuncia, asumiéndola
como parte fundamental de su lucidez. En este libro Andrés
Morales navega en aguas dolorosas, mar constante en su obra.
Las aguas de la memoria hacen dudar. Se sabe que el ser humano es
un ser fallido, corrompible, el país de la perfección
dicen algunos es la infancia. Morales recorre su memoria con una mirada
castigadora:
"Entonces la memoria, el gusto,
la mirada,
el ácido sabor, el dulce y cruel delirio,
todo queda entonces aquí en este sueño
de aquel que en el deseo recuerda este dolor "
Las imágenes en el libro son tragedia en fragmentos que unidos
conservan un temple decidor, en él también surgen islas,
descansos de esperanza:
Tu boca una bandada de gaviotas
que trae a mí el mar con su sonido
y nubes que aparecen y cielos que se abren
o una fiel tormenta de rayos en mi boca.
La última parte de "Demonio de la nada" llamada
por el autor cinco "cuerpos del pecado", lujuria, soberbia,
gula, codicia, ira. Un término para mí insomne, donde
el poeta mantiene los ojos bien abiertos, para hacerse cargo de estos
cinco pecados capitales que acaban el libro y acaban con el poeta,
el sudario de éste queda ahora en el aire de un infierno también
y muy bien acabado para proseguir a la puerta del juicio.
El poeta Chileno Miguel Arteche, se refirió de esta manera
sobre la poesía de Andrés Morales, en un pasaje del
prologo para el libro "Escenas del derrumbe de occidente"
(Santiago, RIL editores, 1998). "Las regiones infernales que
explora el hablante son las fiestas del demonio, pero también
sus orgías gélidas. Son los sueños como pesadilla,
el demonio del reloj, el duelo de las noches, los hermanos muertos
en la puerta, la fila de difuntos puestos uno sobre otro, el quedarse
en el puerto esperando algún navío que no vuelve, el
vals de despedida al más allá. Es decir, la exploración
del infierno de hoy."
Demonio de la nada, pareciera ser un libro póstumo,
libro último para terminar un transitar por la poesía,
de la manera más honesta, la de comparecer en el propio tribunal,
el más castigador si se juzga desvelado. Atractivo desafío
y despliegue poético, donde las imágenes abundan, desenfundando
realidades terribles no muy lejanas a los ojos de todos, humanos o
no, esa sentencia dejémosela a nuestros demonios.
Demonio de la nada
El cáliz derramado, la sangre
del cordero,
el odio y el silencio alientan estos días
de truenos y de rayos caídos en la frente
en medio de mi centro, del puro amor reseco.
Los huesos ya desechos del padre en su mortaja
cavilan en los ojos, se oyen por la tarde
y vuelve a la garganta el grito amancillado
por mares de fiereza, de olvido, de ausencia.
Desenterrar los dedos desde la despedida,
reconocer el cielo que aún espera inquieto;
oír lo que se ahoga detrás de las palabras
y ver en la ceguera. Y ver en la ceguera.
Aún así retumba la herida en mi cabeza,
del párpado sin sueño, del sexo anochecido
en extravío entonces el hálito sereno
y nada ya consuela desde el recuerdo ajado.
Se cierran esas puertas de una casa a solas
y el hombre, el padre, el niño anuncian su fracaso.
Cae algún telón en ese teatro absurdo
y la memoria muerde como una bestia atada
(A Felipe Cortés)
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