Conocimos a Stella Díaz Varín (La Serena, agosto
11 de 1926) en 1980 en casa de la escritora y fotógrafa Leonora
Vicuña en calle San Isidro en Santiago. Estaban Jorge Teillier,
Rolando Cárdenas, Eduardo "Chico" Molina, Germán
Arestizábal, Alvaro Ruiz,
José María Memet, Verónica Poblete, Bárbara
Martinoiya, pintores, escultores. Era el cumpleaños de alguien;
un invierno de lluvia en el Santiago del Toque de Queda y de uniformes
verdes en cada esquina. Todo el mundo le decía "la Colorina"
y ella se dejaba querer como Dios manda. Habíamos leído
"Razón de mi ser" (1949), "Sinfonía
del hombre fósil" (1953), "Tiempo, medida
imaginaria" (1959). Alone la había comparado con Huidobro,
y Enrique Lihn decía que era una de las pocas artistas con
voz propia en el mundo literario chileno. Ni más ni menos.
Admirada por toda una generación, Stella conservaba la viveza
de sus ojos y una fuerte voz para declamar textos propios o ajenos.
Solía recitar de memoria versos de Rimbaud; "Los motivos
del lobo", de Rubén Darío; algo de "Las
Flores del Mal", con un acento baudeleriano inconfundible,
según Molina. Leamos a Lihn: "Su poesía tiene un
fondo de violencia y en sus versos largos, acumulativos, se ve la
fuerza de su voz interior, imperiosa, arbitraria, como una cantante
desconsolada y frenética, orgullosa de sus imágenes".
Esa noche de tertulia nos habló de su vida en La
Serena; de cómo -al igual que Neruda- le escribió un
poema al Presidente Gabriel González Videla, antes de la traición
de éste. Estoy arrepentida, nos dijo, pero a los 16 años
uno es demasiado joven. Llegó a Santiago a estudiar medicina,
trabajó en los diarios "La Opinión", "Extra",
conoció a los mejores de su tiempo, fue muy amiga de Pablo
de Rocka, quien la apoyó señalándola como una
de las grandes de nuestra lírica. Compartió tertulias
con Francisco Coloane, Carlos Droguett, Nicanor Parra, Luis Oyarzún,
Humberto Díaz Casanueva, Alberto Romero, Teófilo Cid,
Andrés Sabella En los poemas de Stella Díaz Varín
uno puede observar la angustia de la descomposición del tiempo
en las imágenes, a través de perros azules que se confunden
con la vigilia, semillas que huyen despavoridas y la palabra, las
famosas palabras de su cotidianidad que la llevan a la infancia, a
los riachuelos de su despertar sexual. Poesía dentro de la
poesía. La originalidad de esta autora consiste en que supo
incorporar lecturas de los clásicos franceses y alemanes en
pequeñas dosis de locura y frenesí, a través
del cual, medita, indaga en la razón de la existencia en un
mundo como el nuestro, tan lleno de copias, de maderas de Dios, como
dice en uno de sus textos.
Reflexiona la escritora: "Nunca he pensado qué
es la poesía. Es algo absolutamente fuera de mi misma. En el
mismo momento en que lo haga jamás volvería a escribir
un poema. Existen instantes poéticos en los que tú existes,
pero no se puede decir nada más, porque la poesía trasciende
a todo. Tampoco sé lo que siento cuando escribo, porque me
encuentro totalmente ida".
Organizamos eventos en la Sociedad de Escritores de Chile,
junto a Luis Sánchez Latorre, Emilio Oviedo, Isabel Velasco,
Teresa Hamel, Walter Garib; solíamos tomar café con
Enrique Lihn en la Plaza del Mulato Gil, compartimos la militancia
contra la dictadura. El año 1990 (con Stella) fuimos campeones
de polka en un baile de la Sociedad de Escritores de Chile ante la
envidia de decenas de poetas que deseaban bailar con ella. Nos reencontramos
este año en la Feria del Libro de La Serena. Andaba con sus
últimas obras: "Los dones previsibles" (Premio
Pedro de Oña, 1987), "La Arenera" (1993),
"De cuerpo presente" (1999). El año 1994 los
escritores cubanos le rindieron un homenaje en La Habana y editaron
una antología de su obra en la misma Colección de Clásicos
junto a Mallarmé y Dylan Thomas, sus favoritos. Ahora, y después
de haber contribuído durante décadas a nuestra literatura
espera sentada junto a sus nietos, el pago de Chile.