..... A los chilenos nos gustan
los diminutivos, quizá porque vivimos en un país demasiado grande,
somos pocos y la calidez de los diminutivos nos hace sentir menos
solos. Todo Carlos es un Carlitos, y quiero hablar de un Carlitos que
vuelve a Chile después de veinte años de ausencia.
..... Dejó el país cuando tenía apenas ocho años
y a dcir verdad no quería irse, no quería subirse a aquel avión, ni
siquiera quería ser amable con aquel señor del ACNUR, el Alto
Comisariato de Naciones Unidas para los Refugiados que lo acompañaban
a él y a su madre protegiéndolos de las miradas de odio que les
dirigían los soldados, sobre todo a la madre, que había sobrevivido a
un centro clandestino de torturas llamado Villa Grimaldi.
..... Carlitos llevaba consigo una valijita. Sus
pertenencias no eran muchas: algunas mudas de ropa, un suéter tejido
por su abuela, un libro sobre dinosaurios y un muñeco de plástico del
capitán Solo, el más valiente y simpático de los protagonistas de la
Guerra de las Galaxias. Antes de subir al avión, un oficial de
inteligencia le dio su primer pasaporte. En la tapa tenía sellada una
misteriosa "L", con una inscripción: "Documento válido para viajar a
cualquier país, pero no para regresr a Chile". Fue así, como, a los
ocho años, Carlitos se unió a la hermandad universal de los
exiliados.
.... ¿Carlitos era un tipo
peligroso para la dictadura de Pinochet? Tal vez. El sacerdote
director del colegio salesiano al que iba aseguró que nunca lo había
oído pronunciar discursos subversivos, pero que sus reiteradas
ausencias a las clases de religión lo hacían sospechoso. Y, además,
Carlitos había dado pruebas de valentía frente a los militares: cuando
en 1973 arrestaron a su padre, tranquilizó a su madre jurándole que
saldría vivo porque estaba bajo la protección de Sandokan. Tres años
más tarde, cuando arrestaron e hicieron desaparecer a la madre, no
lloró frente a los soldados, sinó que los enfrentó, diciéndoles que
sobre ellos se abatiría la Confederación Galáctica.
EL LUGAR DE CADA
UNO
.....
Carlitos se llama Carlos Sepúlveda. Carlitos es mi hijo mayor. En
Chile lo vi por última vez cuando tenía cinco años. Volví a verlo en
Estocolmo en un frío día de enero, cuando cumplió ocho años. En unos
dias volveremos a vernos en Chile y festejaremos su vigésimo octavo
cumpleaños. Hace un par de semanas, hablé de mi hijo con Jerome
Charyn, de su vida y de su retorno. El gran escritor me escuchó en
silencio para luego murmurar: "Carlitos come back".
..... Su vida, como la de todos los niños en el
exilio, no fue fácil, pero él tiene en su interior algo que siempre lo
protegió de la desesperación y la frustración que mató a tantos
compañeros, fisica o espiritualmente, o ambas cosas,
independientemente de la edad. Desde el exilio, gradualmente, se
enteró de la muerte de sus abuelos, sufrió la privación de su patria
afectiva, pero al mismo tiempo recibió con enormes demostraciones de
amor la llegada progresiva de sus tres hermanos.
..... Nos encontrábamos cada vez que podíamos. Yo
iba a Suecia o él venía a Alemania. Durante una de esas visitas perdí
al niño y encontré al adolescente. El capitán Solo fue reemplazado por
una pandilla de muchachos suecos con los cuales formó un grupo de
rock, y al final de un concierto, al verlo aclamado por docenas de
jovencitas, me resolví a hablarle de ciertas cosas que consideré
importantes.
..... "Ha llegado la hora
de que te diga algo inteligente", le dije. "OK, viejo sabio, revélame
alguna verdad universal", me respondió. "Mi abuelo decía que uno está
donde se siente mejor". "Muy lindo. Es cierto. Yo soy de aquí",
respondió, y aferrado a su guitarra Fender Stratocaster volvió a subir
al escenario en medio de los gritos felices de las chicas que lo
aclamaban. Siempre lo sospeché y ahora estoy seguro. Carlitos hizo de
la música el lugar donde se sentía mejor. La música ha sido y es su
patria. Su familia incluso, porque esa pandilla de muchachos suecos se
mantuvo, antes se hacían llamar Base, ahora se llaman Psycore y son
uno de los grupos de hard rock más famosos de Escandinavia, Inglaterra
y Alemania.
..... "Uno está donde se
siente mejor", me repitió hace ocho años al presentarme a una
bellísima sueca y agregó: "Se llama Linda y es mi compañera para toda
la vida". Y así ha sido y es. Se casaron en abril de 1999, hicimos una
gran fiesta de la que participaron todos sus hermanos alemanes, su
hermano sueco, su hermana ecuatoriana y cientos de amigos. Entre los
invitados estaba mi madre, la única abuela que le quedó. Y ella le
devolvió un pedazo de Chile: un jarro de plata con el cual el abuelo,
mi padre, le servía el desayuno. Fue entonces cuando lo vi llorar por
primera vez mientras, aferrando el jarro, repetía la palabra Chile con
todo el dolor de la privación, con toda la furia amorosa de los años
de exilio.
..... Mis hijos y yo nos
entendemos con pocas palabras. Había llegado el momento de volver, de
ajustar las cuentas con la vida, y comprendí que quería tenerme su
lado. En pocos días estaremos en Santiago. Carlitos no llevará consigo
el muñeco del capitán Solo. Entre sus manos tendrá las de su
compañera, Linda, mi amadísima hija sueca, y después de visitar las
tumbas de nuestros muertos beberemos un vino chileno, un vino alegre,
sano y fraterno que lo espera desde hace veinte años y que se merece,
porque, como su abuelo y su bisabuelo, Carlitos pertenece a la estirpe
de hombres que aman la vida y ese amor nos repite que
venceremos.
en
CLARIN
Jueves 11 de
enero de 2001
© Clarín y La República. 2001,
Traducción de Cristina Sardoy