de
PATAGONIA EXPRESS
(texto escogido)
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..... La llegada del invierno me sorprende en Puerto Natales. Hace
apenas cuarenta y ocho horas me paseaba por la playa frente al golfo
Almirante Montt, admirando la puesta de sol de un glorioso día de
abril. Pero ayer empezó a nevar copiosamente, y la temperatura bajó
con violencia de los seis grados a los cuatro bajo cero. La radio
anuncia que han cerrado el aeropuerto, de tal manera que salir de aquí
se ha vuelto particularmente difícil.
...
Puerto Natales está en la costa este del golfo Almirante Montt.
Hacia el oeste se entrecruzan unos doscientos cincuenta kilómetros de
canales hasta el estrecho Nelson y el Pacífico. Los navegantes
chilotes son los únicos que se aventuran por esos angostos pasos en
los que acecha la muerte helada; los bloques de hielo que las mareas
arrancan de los ventisqueros y que muchas veces bloquean los canales
durante meses.
... Es imposible salir de
Puerto Natales por mar en invierno. Hay que hacerlo por tierra, cruzar
la frontera y dirigirse al pueblo argentino de El Turbio.
... De allí sale el más austral de los
ferrocarriles, el verdadero Patagonia Express, que, luego de
doscientos cuarenta kilómetros de marcha que unen ciudades como El
Zurdo y Bellavista, llega a Río Gallegos, en la costa
atlántica.
... El convoy, integrado por
dos vagones de pasajeros y otros dos de carga, es arrastrado por una
vieja locomotora de carbón, fabricada en Japón a comienzos de los años
treinta. Cada vagón de pasajeros dispone de dos largas bancas de
madera que lo recorren de punta a cabo. En un extremo hay una estufa
de leña que los mismos pasajeros deben ir alimentando y, encima de
ella, un cromo con la imagen de la virgen de Luján.
... No son muchos los pasajeros que me acompañan.
Apenas un par de peones de estancia que, en cuanto se tumbaron en las
bancas, se largaron a roncar, y un pastor protestante empeñado en
repasar los Evagelios con la nariz metida entre las páginas. El hombre
va doblado en dos y siento deseos de ofrecerle mis lentes.
... -Ahí hay leña. Vea que no se apague la estufa
-aconseja el revisor.
... -Gracias. No
tengo boleto. Quise comprarlo en El Turbio, pero no tenían.
... -No se preocupe. Lo compra en la próxima
parada, Jaramillo.
... Una capa de nieve
cubre los pastizales, y la pampa, siempre salpicada de marrón y verde,
cobra una tonalidad espectral. Así, el Patagonia Express avanza por un
paisaje blanco y monótono que adormece al pastor. La Biblia cae de sus
manos y se cierra. Parece un ladrillo negro.
... El Patagonia Express es el tren de los
ovejeros. Cada final de invierno, cientos de chilotes llegan hasta
Puerto Natales, cruzan la frontera y en el tren se dirigen a las
estancias ganaderas. Son hombres fuertes que, hastiados de la pobreza
chilota y de la proverbial dureza de carácter de las mujeres isleñas,
salen a buscar fortuna en el continente. Son hombres fuertes, pero de
corta vida. En Chiloé se alimentan de mariscos y papas. En la
Patagonia, de cordero y papas. Muy pocos han probado alguna vez fruta
-de no ser manzanas- o alguna verdura. El cáncer de estómago es una
enfermedad endémica entre los chilotes.
... La estación de Jaramillo es un edificio de
madera pintado de rojo. La arquitectura tiene un cierto dejo
escandinavo. Las tejuelas finamente talladas que adornan las canaletas
de la lluvia se mecen con el viento, faltan muchas, y las que quedan
también caerán sin que una mano se preocupe por fijarlas o
reponerlas.
... Jaramillo es apenas la
estación y un par de casas, pero el tren se detiene allí para cargar
agua. Esa parece ser toda la importancia del lugar, aunque en él se
mantenga viva la memoria trágica de la Patagonia, la memoria
paralizada en el reloj de la estación: las nueve y veintiocho
minutos.
... En 1921, en la estancia La
Anita, empezó la última gran revuelta de los peones y de los indios.
Liderados por un gallego anarquista, Antonio Soto, más de cuatro mil
personas, entre hombres y mujeres,ocuparon la estancia y la estación
de Jaramillo. Proclamaron el derecho a la autogestión y durante un par
de semanas vivieron la ilusión de ser la primera Comunidad Libre de la
Patagonia, que ellos ingenuamente bautizaron como Sóviet. La respuesta
de los terratenientes no se hizo esperar. El gobierno argentino envió
un fuerte contingente de tropas a terminar con los insurrectos.
Llegaron al mediodía del 18 de junio de 1921.
... Los hombres se hicieron fuertes en la
estación de Jaramillo y las mujeres permanecieron ocupando las casas
de la estancia. Sus armas eran cuchillos facones, un par de revólveres
arrebatados a los capataces, lanzas y boleadoras. El ejército llavaba
fusiles y ametralladoras.
... El capitán
Varela, al mando de las tropas, luego de rodear la estación, les dio
plazo hasta las diez de la noche para rendirse, garantizando la vida
de todos los que depusieran las armas, pero, palabra de militar a fin
de cuentas, Varela no respetó el plazo y a las nueve y veintiocho
minutos dio la orden de abrir fuego.
...
Nunca se supo el número exacto de víctimas. Cientos de hombres
fueron fusilados frente a tumbas que antes debieron cavar ellos
mismos. Cientos de cuerpos fueron quemados, y por la pampa se extendió
el olor de los cadáveres abrasados.
...
Las nueve y veintiocho. Una bala detuvo la marcha del reloj, y
así permanece.
... -Lo han reparado
muchas veces, pero siempre alguien se encarga de estropearlo y poner
la hora que debe marcar -me indica el revisor.
... -Todos eran subversivos. El que los lideraba,
el gallego ese, los convenció de que la propiedad era un robo. Estuvo
bien que los mataran a todos. Con los subversivos no hay que tener
piedad -se entromete el pastor.
... Los
peones, que han despertado, le responden con gestos obscenos, el
revisor se encoge de hombros y el pastor se refugia en la lectura de
su ladrillo negro.
... El sol se pone
por el oeste, se hunde en el Pacífico, y sus últimos destellos
proyectan la sombra del Patagonia Express sobre la blanca pampa
mientras se aleja en sentido contrario, hacia el Atlantico, hacia
donde empiezan los días.
PATAGONIA EXPRESS
Luis
Sepúlveda
Tusquet Editores, Colección Andanzas
1ª edición Noviembre de
1995