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Desencuentros (cuentos)
Rolandbar
Yo no
he sabido nunca de su historia. Un día nací allí sencillamente. El
viejo puerto modeló mi infancia. Con rostro de fría
indiferencia.
Gitano Rodriguez
..... El mercante echó amarras en el muelle cuando el sol invernal se
deslizaba como una mancha de aceite y los turistas se aburrían de la
inutilidad de sus Kodaks. Los goznes dejaron de lamentarse en cuanto
el peón de puerto hizo el nudo final en el cabo de amarre. ..... -Así fue, ¿no? ..... -Puede decirse. ¿Pedimos otra
botella? ..... Los marinos panameños
conocían el camino hacia la plaza Echaurren y, aunque ninguno de ellos
pensaba entrar en la casa de los siete espejos, sentían, sin embargo,
cómo la tierra les cosquilleaba entre las piernas. ..... -¿Voy bien? .... -Sí, macho. Salud. www.letras.s5.com ..... El capitán fumaba en cubierta. Escuchaba
ausente las instrucciones del práctico. Finalmente, bostezando, firmó
el recibo que éste le extendiera. .....
-¿Así fue? ..... -Supongo. Pero habla de
mí. Di que yo entendí que no tenía nada más que hacer en esa casa. Di
que las miradas desdeñosas habían desaparecido con el amanecer y que
el salón hedía a tabaco y a sudor. El tocadiscos seguía girando, con
un sonido magnético francamente molesto. Traté de recordar
rigurosamente todo cuanto sucediera, pero un agudo dolor en el ojo
izquierdo me hizo levantar y, medio mareado, aún caminé hasta el baño.
Al pasar frente a la habitación de Rosa, pude verla. Habían dejado la
puerta entornada y logré divisar su rostro sudoroso. Vi también que un
brazo le rodeaba la espalda. Un brazo fuerte, velludo, un arco de
oscuras algas marinas. Me detuve frente al espejo, y allí vi mi cara
amoratada por los golpes. Los labios hinchados, el pelo revuelto, con
algunas costras de sangre pegadas. Supe una vez más que había perdido
mi lugar en esa casa. "Está viejo, pero pega fuerte." Eso fue lo que
pensé. ..... Y Alberto tenía razón. El
Negro pegaba fuerte y conocía todas las artimañas de un buen peleador.
El Negro llevaba muchos años de puerto a sus espaldas, muchos años
entre rejas que cuadriculaban los rayos de sol, muchos años de mascar
rencor y sacarle filo a la venganza. ..... -El espejo te devolvió una imagen
derrotada, pero tranquila. Después de todo, la cuenta estaba saldada y
para ustedes dos terminaba por fin el largo tiempo de espera. ¿Me
equivoco? ..... -Cierto. Yo pensaba en
el asunto. El asunto. Varios años atrás vagaba una tarde cerca de
Quintero y de pronto ví cómo desde un barco lanzaban unos sacos a la
deriva. Esperé hasta que oscureciera, me desvestí y nadé al encuentro
de los bultos. Eran unos sacos de lona impermeable, y dentro había
cientos de cartones de cigarrillos yanquis. Un tesoro, gancho, y yo
sabía muy bien quién era el dueño. .....
En el puerto no existen secretos. Al Negro no le costó gran cosa
averigüar el nombre del ladrón y lo enfrentó a los pocos días cerca de
la caleta El Membrillo. "Usted tomó algo mío, socio", fue todo cuanto
alcanzó a decir el Negro. ..... Alberto
había sido más rápido en su respuesta. Le había metido el acero hasta
el mango y sentido en su mano el calor de la sangre del Negro, que
cayó buscando una palabra inencontrable. ..... -Al Negro lo interrogaron en la clínica,
pero no soltó palabra. El problema es que en un bolsillo le
encontraron cinco gramos de la diosa, de la mejor, pura, blanca, sin
mezclar todavía, y le juro, gancho, que no fui yo quien se la metió.
La coca no fue nunca mi negocio. .....
-¿Quién entonces? ..... -Que se yo. Los
tombos mismos, para tenerlo en sus manos y obligarlo a cantar sobre el
matute. ..... -¿En qué pensabas al
abandonar la casa? ..... En él. El, que
ocupaba mi lugar en la cama, el olor de Rosa, el olor de las sábanas.
"Que te aproveche, viejito", pensé. "Después de todo te mamaste cinco
años de cana." ..... -¿No pensabas en el
alemán? ..... -No. ..... Para Hans Schneider había sido su crucero
número veintiuno por las aguas del Pacífico sur. Como era su
costumbre, su primer saludo lo dirigió a las gaviotas que se posaron
junto al desaguadero de la cocina. Al alemán le gustaba Valparaíso.
Siempre decía que era su último viaje, que echaba amarras y se casaba
con una de las chilenas del Roland, pero siempre volvía a pararse en
cubierta en el momento de zarpar, agitando su mano blanca, llenándose
los ojos de cerros y de gatos. .....
Cuando el Negro entró en el Rolandbar, los parroquianos estaban
agrupados bajo el timón del S.S. Holmurd, que servía de
lámpara. El hombre sentía en su sangre una vieja pasión resucitada, y
con razón. Cinco años de cárcel eran motivo de sobra. Las hembras
metidas furtivamente en los locutorios no eran más que sexo
encadenado. El Negro buscaba a Rosa. Necesitaba sus pechos todavía
duros en el recuerdo, sus labios carnosos, su alegria de baile, su
fidelidad tan particular, cuando la necesitaba. ..... Encontró un enjambre de marinos panameños
que delataban su origen al son de ritmos tropicales, y algunos
cafiches advenedizos. ..... -¿Dónde se
encontraron Rosa y el alemán? ..... -En
el Herzog. Donde siempre. ..... El viejo
hotel de siempre. Subieron al cuarto. La mujer se desnudó sin palabras
y, al ver esa carne tan conocida, el alemán le acarició y le dijo que
era tarde, que se sentía cansado, que simplemente quería dormir
acompañado unas horas. ..... La mujer
entendió y acercó su cabeza al alemán. El olor a laca le produjo
náuseas, pero la abrazó y se durmieron. ..... -Lo vi apenas entré al Roland. Estaba de
espaldas conversando con los panameños. Quise irme, pero algo más
fuerte que el miedo me indicó que el momento había llegado. No se
puede vivir siempre esperando. Busqué en el bolsillo de mi saco, y la
frialdad de la Solingen me hizo sentirme protegido. En ese momento
entraron Rosa y el alemán. Venían abrazados y no se percataron ni de
mi presencia ni de la del Negro. Tomaron asiento en el rincón oscuro
de los salvavidas. El Negro se les acercó con pasos lentos. No dijo
nada. Lo único que hizo fue pararse frente a ellos. ..... -"¡Negro, saliste!", exclamó Rosa. ..... -Hans Schneider hizo ademán de retirarse,
conocía la historia del hombre, pero éste le contuvo. ..... -"Quédese, amigo. Yo sé que usted es un
hombre bueno." ..... Pidieron vino y
bebieron sin mayores palabras. Rosa acariciaba un brazo del
Negro. ..... -¿Y tú? ¿Qué
hiciste? ..... -Fui también a la mesa.
"Aquí estoy", fue todo lo que dije. ..... -"Así veo", respondió el hombre. "Me parece
que usted y yo tenemos una pequeña cuenta pendiente." ..... -"Conforme. Cóbrese si quiere. Pero antes
quiero aclararle que no fui yo el que le metió la coca. No me gusta
cargar con muertos ajenos." ..... -"Eso
también lo sé." .....
-"¿Entonces?" ..... -"Tenemos tiempo. La
noche es larga. A veces puede durar cinco años." ..... Alberto había dado un paso atrás. Un rayo
de acero cruzó el aire enrarecido y la atmósfera se tiñó de rojo.
Sobre la superficie hedionda del piso de tablas se escuchaba la
respiración entrecortada de Hans Schneider. Había parado con su pecho
la única puñalada que cortó el aire de la noche, y que torció su
destino original en un abrir y cerrar de ojos. ..... Alberto empuñaba la navaja. Miró al Negro
con odio y se aprestó a levantarla nuevamente, pero ya era tarde. Los
puños del hombre cayeron sobre su cara tantas veces que al soltar el
arma tenía un hervidero de avispas en la cabeza y esperaba la entrada
del acero en cualquier punto de su cuerpo. ..... -Pero no pasó nada. Desperté en el sillón,
todo dolorido y sorprendido de estar vivo. ..... -¿En qué más pensabas al salir de la
casa? ..... -En una frase. "Homicidio
casual." Y, a un tiempo: "Cinco años y, como soy primerizo, me sueltan
a los tres". ..... Alberto se había
encaminado hacia la comisaría; en el trayecto compró un diario,
cigarrillos, un cepillo de dientes y, al pasar por el puerto, no se
sorprendió de la multitud de hombres que esperaban junto al carguero.
En el puerto no hay secretos. Todo Valparaíso sabía ya que en el barco
panameño había una vacante.
Desencuentros Luis Sepúlveda Tusquet
Editores. 1ª Edición Mayo de 1997
..... Como si la
vida estuviera hecha de un cúmulo de imperceptibles fallos,
que convierten con frecuencia los deseos, los amores, las
amistades, los sueños, los proyectos políticos, todo aquello
en fin que realmente cuenta para cualquier ser humano, en
inexorables desvíos del destino, estas veintisiete historias
van desgranando situaciones marcadas por deslices, quiebros y
desencuentros que, por una razón u otra, sus protagonistas no
han sabido o no han podido evitar. A veces la desventura ajena
hace reír, y otras, cuando ésta se convierte en espejo de uno
mismo, hace pensar. Así son estas historia: conmovedoras,
risibles, ensoñadoras, toda entretenidas. Y nos conducen a
lugares lejanos, a misteriosas intrigas, a extrañas
conspiraciones, a cafés portuarios, pero también a cuartos
oscuros, a pequeños talleres, a librerías de viejo, poblados
de personajes estrafalarios o corrientes, pero todos, sin
saberlo, en el filo de la navaja.
de la
Contraportada
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