..... Está tranquilamente sentado
contemplando la inmovilidad de la tarde. Jugando a adivinar reflejos
de agua en la ventana, chispazos de luz externa que se filtran entre
las plantas, mirando a veces el reloj sin la menor intención de
descubrir el momento exacto en que se encuentra porque, sencillamente,
da lo mismo.
..... Nada hay más
inmóvil que la tarde con su rutina de muertes que se acusan en las
cortinas herméticas de las ventanas, en los destellos agónicos que
evidencian interiores en reposo, en las rejas que frustran cualquier
deseo de salir a comprar cigarrillos, en la iluminación débil de la
calle, que proyecta obeliscos sobre los adoquines. La tarde se pega al
humo del cigarrillo, adquiere una tonalidad azul perenne, tan sutil
que se rompe cuando él recuerda que acaba de leer un artículo sobre la
muerte de Thelonious Monk y le parece estúpido el haberse sorprendido
en plena calle por el aviso fúnebre y el responso por un hombre a
quien nunca conoció y del que le ha separado siempre tal distancia que
ponerse a calcularla ahora, tal vez consultando la Espasa, no
sería sino contribuir a ahondar aún más esta inmovilidad de sombras y
ese olor a orines.
..... Sabe que en
algún lugar de la casa tiene una cinta del cuarteto de Thelonious Monk
y sabe también que es John Coltrane el que sopla el saxofón soprano, y
que la primera vez que escuchó My favorite things fue hace ya
tal cúmulo de tiempo que no vale la pena recurrir a los calendarios
del recuerdo.
..... Busca a
cuatro patas, va desempolvando las cintas, leyendo con pereza las
anotaciones hechas con tintas de colores, viendo el paso de los años
en las inscripciones ya borrosas, y finalmente encuentra la cinta
deseada.
..... My favorite
things y Thelonious Monk recientemente muerto al otro lado del mundo y
tal vez con el mismo olor a cigarrillos que ahora inunda esta
habitación en la que la tarde se ha detenido con todo su peso.
Soplando el saxofón soprano el aliento sensual de John
Coltrane.
..... Descorcha
una botella de vino y se prepara entonces para rendir su homenaje
póstumo al muerto gritando desde las páginas del periódico. Pone el
casete en el aparato y se sienta a esperar las primeras notas, pero lo
único que llega a sus oídos es el ronroneo mecánico de un gato con
asma.
..... Piensa que
es un fallo de la grabación, y es natural, los primeros casetes fueron
grabados sin dedicación, apropiándose de la música a la rápida,
encerrando las tonalidades que antaño se esparcieron y llenaron las
salas de otros tiempos sin mayor preocupación que la idea posesiva de
no olvidar; esa música fue un testimonio de días con comienzo y final
establecido, pero sin hacer evaluaciones demasiado prematuras, o acaso
demasiado atrasadas. Así pasan unos minutos que se tornan
insoportables y llega a la conclusión de que el casete está dañado.
Demasiado tiempo sin ser escuchado, demasiados viajes; tal vez con
unas gotas de aceite funcione otra vez.
..... Va entonces a la cocina, regresa con el cuchillo del pan,
destripa la cinta y descubre que está cortada, casi imperceptiblemente
cortada, y respira satisfecho.
..... Está nuevamente a cuatro patas en el suelo, en la actitud
atenta de un cirujano ante una emergencia. Suda un poco, los dedos se
le antojan demasiado grandes, torpes para realizar una misión tan
delicada, pero finalmente lo consigue. Vuelve a colocar las tapas, con
la ayuda de un bolígrafo otorga una aceptable tensión a la cinta, la
encaja en el aparato y se dispone, ahora sí con seguridad, en pocos
segundos, a zanjar con My favorite things toda cavilación
acerca de la inmovilidad de la tarde y, para coronar el triunfo
alcanzado, se sirve una copa hasta los bordes.
..... Primero se sorprende de lo que escucha. Piensa que
puede ser un efecto no recordado, pero resulta ser indiscutiblemente
un llanto, sí, es un llanto de mujer, un llanto tenuemente reprimido
y, a espaldas del llanto, se oyen unas voces, son palabras de
consuelo, voces que emiten sus mensajes con una tonalidad tan apagada
que no alcanza a comprender con toda su nitidez las ideas expresadas,
entonces se incorpora, sube el volumen, pega las orejas al parlante y
puede reconocer a la mujer que llora. Es su madre.
..... La voz entre sollozos habla de sueños y esperanzas,
allá al otro lado del mar grande, llora con un llanto suave pero
desolado y, por sobre las frases de consuelo, logra articular algunas
palabras más inteligibles, algo así como que era una noticia que
siempre estuve esperando, algo así como qué pena no poder estar allá
con él, y luego logra identificar entre otras la voz de su hermano: es
la más fuerte y decidida, es la voz que a veces masculla con todo el
rencor posible la palabra mierda; luego se distinguen las voces de
tíos y parientes más lejanos, más allá de las referencias que a veces
regala la memoria. Parientes y amigos a los que tantas veces prometió
una carta que se detuvo en el encabezamiento y fue a dar al canasto de
los papeles junto a los corchos, a las colillas de los innumerables
cigarrillos fumados en noches de espera y de semen
involuntario.
..... Está de pie
escuchando, tiene la frente pegada a los vidrios, pero al otro lado de
la ventana no están sino las sombras de una tarde que agoniza, y las
voces se suceden y hay un ruido de tacitas y susurros que ofrecen una
copita de coñac y alguien, también impersonal, que dice que le sirvan
a la vieja, y luego pausas que son aprovechadas por la impudicia del
gato asmático que desliza su ronroneo entre las voces, el gato
invisible que habita en todas la s grabadoras del mundo y que opaca la
voz del tío Julio que dice que afortunadamente la Seguridad Social del
país donde se encuentra e bastante eficiente, y los parientes más
lejanos confirman con sus alabanzas la perfección de la burocracia
europea, y todos al unisono dicen que ya no hay que preocuparse, que,
aunque estas cosas son siempre duras, hay que pensar que el pobrecito
ahora sí que va a descansar, que todos sabemos que salió bastante
enfermo de la cárcel y que el pobrecito nunca dijo nada, tan hombre
hasta el fin, dice una voz que se ofrece para hacer los trámites en el
consulado y consultar mañana sin falta los precios en Lufthansa, pero
a lo mejor le hubiera gustado quedarse en esa tierra junto al viejo;
sí, eso es lo que le hubiera gustado, y oprime el botón de
stop.
..... Mira a la calle y le parece
más solitaria e inmovil que nunca. Se dispone a salir, pero esta vez
sin coger las llaves porque sabe que nunca volverá a cruzar ese umbral
hediondo a orines, que nunca más volverá a habitar ese piso de hombre
solitario, y que nunca más escuchará My favorite things
interpretada por el cuarteto de Thelonious Monk, con John Coltrane
soplando el saxofón soprano.