Luis Sepúlveda
 
 


Mundo del Fin del Mundo

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... Su nombre original fue Jörg Nilssen. Tal como se llamaran su abuelo y su padre, un aventurero danés que en 1910 se aventuró por las aguas magallánicas sin otra compañía que un gato y la esperanza de descubrir un paso de mar al noroeste de isla Desolación. Un paso que permitiera salir al Pacífico abierto luego de cruzar el estrecho, y que evitara a los navegantes la peligrosa travesía que conduce hasta Puerto Misericordia. El viejo Nillsen no encontró el ansiado paso, pero sí muchos otros más al norte enriqueciendo las cartas de navegación australes. La mala fortuna del viejo Nillsen fue no pertenecer a ninguna Armado o cuerpo expedicionario acreditado, de tal manera que sus descubrimientos siempre le fueron escamoteados y su nombre no aparece relacionado con ninguno de ellos.
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"El pago de Chile" llaman los chilenos a esa forma de gratitud y reconocimiento. Pero el viejo Nillsen no sólo encontró el anonimato, sino también el amor de una isleña que fue su compañera durante muchos breves veranos y largos inviernos patagónicos, hasta que el ineludible abrazo de la muerte se llevó a la mujer, y él ya no tuvo otra compañía que la del hijo nacido en la mar y acunado por el oleaje. Para prolongar una senda de navegaciones que había empezado un siglo antes en las frías aguas de Kattegat, llamó al crío Jörg, más un burócrata chileno con problemas de dicción lo castellanizó en Jorge.
... -Y se preguntará por qué no menciono el nombre de mi madre. Muy sencillo: no tenía. Mi madre era ona, una de las últimas sobrevivientes de aquella raza de gigantes que, mucho antes de la llegada de Magallanes, cruzaron miles de veces el estrecho en embarcaciones construidas con pieles de lobo marino y velámenes de corteza vegetal. Mi padre la llamó: "Mujer", y yo no alcancé a darle otro nombre pues murió a los pocos meses de mi nacimiento, en 1920. El duró otros veinte años y, fiel a la memoria de su compañera, no buscó a otra mujer ni abandonó la navegación por los canales.
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"Lo poco que sé de ella me lo refirió en las largas noches invernales, protegidos en los fiordos que se adentran en el continente. Mi madre temía desembarcar. En cuanto se acercaba a cualquier puerto o caleta se encerraba bajo la cubierta del cúter a temblar y lloriquear como un animal herido. Y tenía sus buenas razones para ello: era ona, y al igual que los yaganes, patagones y alacalufes, sufrió la persecución de los ganaderos ingleses, escoceses, rusos, alemanes y criollos que se asentaron en La Patagonia y en la Tierra del Fuego. Mi madre fue víctima y testigo de uno de los grandes genocidios de la historia moderna. Hacendados que hoy son venerados como paladines del progreso en Santiago y Buenos Aires practicaron la caza del indio, pagando primero onzas de plata por cada par de orejas y luego por testículos, senos y finalmente por cada cabeza de yagán, ona, patagón o alacalufe que les llevaran a sus estancias.
... "Curiosa raza la de los onas. Lo poco que se sabe de ellos es que hasta la llegada de los europeos vivían de la caza del guanaco y de la recolección de moluscos en las playas. Con huesos de lobo marino y de ballenas fabricaban anzuelos, puntas de flechas y otras herramientas que luego cambiaban a los yaganes o alacalufes por pequeñas embarcaciones que les permitían cruzar el estrecho. Así vivieron durante siglos, hasta que los europeos empezaron a expulsarlos de sus tierras de cacerías, y junto con ellos a sus dioses, que habitaban en la oscuridad de los bosques. Dicen que los dioses de los onas eran gordos, flojos y pacíficos. Una leyenda cuenta que, cuando los europeos les arrebataron los bosques, construyeron una gran barca, una suerte de arca para salvar a sus dioses, pero como no tenían experiencia de constructores navales y sus divinidades eran gordas, la barca naufragó en medio del estrecho. Así, al empezar el exterminio de indios, los onas no tenían dioses protectores, y los europeos y los criollos los vieron construir pésimas embarcaciones con pieles y cortezas, intentaron rescatar a sus dioses del fondo de la mar, o tal vez quisieron vivir con ellos en su nueva morada. No se sabe ni se sabrá jamás, pero hay muchas leyendas al respecto.
... "Para escapar a la masacre, muchos de ellos se hicieron nómadas de la mar, pero en sus embarcaciones tampoco etuvieron a salvo. La caza del indio se transformó en un deporte para los ganaderos, y así aparecieron las primeras lanchas de vapor por los canales. No les bastó con expulsarlos de la tierra firme. Con la quema de millones de hectáreas de bosque ya los habían condenado a desaparecer, pero no les bastó. Tenían que exterminarlos a todos, uno por uno. ¿Escuchó alguna vez hablar del tiro al pichón helado? Ese era el deporte de los ganaderos, de los Mac Iver, de los Olavarría, de los Beauchef, de los Brautigam, de los Von Flack, de los Spencer, y consistía en subir a una familia entera de indios sobre un trozo de hielo flotante, sobre un iceberg. Entonces venían los disparos, primero a las piernas, luego a los brazos, y se cruzaban apuestas respecto a cuál de ellos sería el último en ahogarse o morir por congelación.
... "A la muerte de mi padre yo era un hombre acostumbrado a la soledad y desconfiaba del mundo.[...]

 

 

... Un adolescente enardecido por la lectura de Moby Dick, aprovecha las vacaciones de verano para embarcarse, en los confines australes de América, allí donde se termina el mundo, en un ballenero que por primera vez le llevará por esos mares donde todavía navegan legendarios héroes de verdad y de mentira. Muchos años después, el joven chileno, ya convertido en adulto y residente al otro lado del planeta, periodista y miembro activo del movimiento Greenpeace, vuelve inesperadamente a los lejanos parajes de su escapada juvenil por una razón muy distinta, pero tal vez igualmente romántica: barcos piratas están depredando la fauna marítima que habita las gélidas e impolutas aguas del mundo del fin del mundo. Hay que seguir las huellas sanguinarias del feroz capitán Tanifuji, encontrar pruebas, denunciarlo, impedir la barbarie y salvar a Sarita, atrapada en una enmarañada red de oscuros intereses internacionales. La solitaria obsesión del capitán Ahab por una ballena enorme ha dado lugar al exterminio sistemático e indiscrimado de una banda de modernos corsarios.

de la contratapa

 

Mundo del Fin del Mundo
Luis Sepúlveda.
1989
1ª edición marzo de 1994.

 

 
 

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letras.s5.com , proyecto patrimonio, LUIS SEPULVEDA: de Mundo del Fin del Mundo.1989. Texto escogido.

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