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Hot
Line Luis Sepúlveda Ediciones B . 2002
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Así como las loterías, quinielas y tragaperras fomentaron la ludopatía
con licencia estatal, para solaz de los bancos y de los usureros, las
líneas calientes reivindicaron una práctica sexual tan antigua como la
humanidad, rescatándola de la condena eclesiástica y de un aparente
monopolio juvenil. La paradoja era que la paja fue siempre gratis y el
sexo telefónico la convirtió en un placer de lujo. ..... -Las tecnologías modernas también llevan a
confusiones sexuales, Anita -comentó el detective George Washington
Caucamán, mientras su compañera revisaba sus maltratados
pies. ..... Anita Ledesma vivía en una
pequeña casa del barrio San Isidro, y todo su mobiliario era práctico
y funcional, como ella misma. Las paredes estaban decoradas con unas
arpilleras que recordaban un pasado demasiado pegado al presente, el
de los tiempos de la Vicaría de Solidaridad, y unos afiches de la
Feria Chilena del Disco enseñaban a Victor Jara sonriendo desde una
vida prolongada en su ejemplo y sus canciones. La voz de Joan Manuel
Serrat dejaba escapar cascadas de sentimientos desde una casetera, y a
sorbitos hacían honores a una botella de Undurraga. ..... Abraxas, perro básico y sin mayores
antecedentes raciales que un rabo dispuesto a dar señales amistosas
hasta cuando dormía, ocupaba su lugar junto a la estufa, feliz de
verse libre de las molestas garrapatas, y se veía inocente como sólo
puede serlo un chucho de barrio, un quiltro en el buen decir de los
mapuches, ajeno a su nombre, que no era más que el último recuerdo de
los libros de Hermann Hesse, y que Anita, como tantas y tantos de su
generación, había leído sin saber que con el tiempo serían parte del
inventario generoso que dejan las grandes derrotas. ..... George Washington Caucamán sirvió las copas
de vidrio tosco, verde, con un gallito destacando la gallardía de un
relieve, y obedeció al "la otra patita", musitado por aquella mujer de
cabellera espesa que, inclinada, se daba a la tarea de eliminarse los
callos. ..... -Mire, amigo -había dicho
en el café donde se dieron cita-, yo creo en los astros y ellos dicen
que usted y yo terminaremos en la cama, de tal manera que, como las
cosas están claras, le propongo saltarnos las ceremonias de conquista,
seducción y mentiras, y que empecemos en cambio a conocernos de la
mejor manera. En casa tengo suficientes espaguetis y varias botellas
de vino. ..... -Supongo que llegó la
hora de tutearnos -respondió Caucamán. ..... Entre los dos sumaban más de ochenta años,
y tal cúmulo de tiempo predispone al amor sincero, libre de
aspavientos, proezas fallidas o disculpas absurdas, y como no hay nada
que perder el resultado es una enorme ganancia. ..... -¿De verdad crees que el sexo se presta a
confusiones? -preguntó Anita dándole duro a la escofina. ..... -A veces ocurre. Recuerdo una historia que
me contaron unos arrieros en la Patagonia. Hace varios años, cuando
los milicos de Chile y Argentina estuvieron a punto de empezar una
guerra, un frente de mal tiempo bloqueó y aisló a varias compañías de
infantería muy cerca de la frontera con Argentina. Treinta días y
treinta noches de lluvia sin pausa soportaron los pobres milicos, con
todas las incomodidades que pueden imaginar. Así, al fin de ese mes de
agua, un teniente de nuestro glorioso ejército se acercó al grupo de
arrieros para preguntarles cómo aliviaban ellos los tormentos de la
entrepierna. Le respondieron que de la manera más conocida, y que si
se sentía muy apremiado podían llevarle una mula junto al río. El
teniente, hombre de honor a fin de cuentas, se indignó y amenazó con
fusilarlos por pervertidos. Pasó otro mes y a la lluvia se agregó la
nieve. El teniente volvió a ver a los arrieros y con toda la vergüenza
del honor en crisis les pidió que le concertaran una cita con la mula.
Los arrieros, hombres simples donde los haya, sin entender el motivo
de semejante pudor le respondieron que conforme, que al día siguiente
tendría la mula junto al río que crecía y crecía. El teniente acudió
con puntualidad castrense, y luego de ordenar a los arrieros que se
volvieran, se bajó los pantalones y empezó a fornicar con el animal;
entonces uno de los arrieros giró la cabeza y le dijo: mi teniente,
usted se ha confundido, la mula es para cruzar el río, las putas están
al otro lado. ¿Te das cuenta? ..... La
risa de Anita despertó al perro, y así, sin dejar de reír se echó
encima del hombre. George Washington Caucamán comprobó una vez más que
sus ojos tenían el color lejano de la miel, y que sus labios sabían a
miel y vino.
George Washington Caucamán,
detective de origen mapuche y gatillo ligero, fue destinado al
servicio rural porque -como le dijo su superior- un indio
mapuche en Chile es "como un negro en Alabama" y siempre es
mejor tenerlo confinado en la Patagonia. Pero todo eso cambia
cuando Caucamán encuentra robando ganado a un grupo de
cuatreros (en realidad, milicos) y le dispara un tiro muy feo
al cabecilla, que resulta ser el hijo de un general. Entonces
deciden mandarlo lo más lejos posible, nada menos que a la
capital, y allí lo arrinconan en la unidad de delitos
sexuales. Aunque se sienta un poco perdido y añore las tierras
y el clima patagónicos, Caucamán no se deja arredrar y empieza
a investigar un caso de llamadas amenazadoras a una "línea
caliente" de sexo. Dos datos hacen especialmente inquietante
el caso: la chica de la Hot Line es una exiliada que acaba de
regresar al país al restaurarse la democracia; y las llamadas
parecen relacionadas con las torturas de la dicadura
pinochetista. Con su mirada incisiva y su sarcástico
sentido del humor, el detective Caucamán se revela en estas
páginas como una de las creaciones más vívidas y originales de
Luis Sepúlveda.
de la
contratapa
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