LOS
POEMAS URBANOS DE SERGIO PARRA
por Wellington
Rojas Valdebenito
en La Tribuna de
Los Angeles,
24 de septiembre de 1992
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Sergio Parra es un joven poeta que hace un par de años estuvo becado
por la Fundación Neruda. Allí en "La Chascona”, junto a otros jóvenes
vates participó en talleres literarios, desde donde han salido algunas
voces de relevo en nuestra poesía. El mayor logro de este autor está
en su capacidad de asimilar en forma íntegra los variados hitos de la
existencia humana. En este caso la marginalidad de una otrora
destacada estudiante, se convierta en una transeúnte perpetua que da
vida a estos versos, la que desde su oscura vida provinciana pasa a
alumbrar las noches días de callejuelas y hoteluchos de tercera
categoría en variados lugares de nuestra capital. En las primeras
estrofas de “La Manoseada” (Editora Génesis) leemos algunas
características de la musa de Parra: “Tengo la sonrisa más dulce
/entre todas las amigas de la calle/ y las piernas más arqueadas que
la Marta Mateluna / Aún mantengo mi acento sureño/ canto de memoria
los temas de Julio Iglesias/ Leo a Julio Cortázar/ hago el amor con un
muchacho de la cuadra que escribe poesía/ Soy la más femenina de
Chile/ (La que duerme con camisón de dormir blanco en los basurales
del hambre)”. En otros versos “La Manoseada” rememora su adolescencia:
“Mientras medio pueblo en la calle/rodeando la plaza me gritaba la
Nueva Mistral la Nueva Mistral/ El alcalde me entregaba diplomas y un
paquete de libros/ una viejita me besó las mejillas/ medio pueblo en
la calle/ hasta que el hijo de Juan el farmacéutico/ me llevó al Carro
de Las Tres Cruces/ para hacerme el amor/ Desde entonces medio pueblo/
me gritó la manoseada del carro/ la poetisa en cuatro patas/ La
revolcada.
..... Luego de transcurrido
algún tiempo, e!la hace un alto en su azaroso existir para recordar:
“Yo la cimarrera / La pierna gorda que a mis compañeros calentaba/ la
del pelo revuelto/ la cara picarona/ que tenía de cabeza al profesor
de Castellano/ La misma que escribió poemas ardientes al mateo del
curso/ El mismo que veo pasar todos los domingos con sus hijos al
parque/ mientras yo me acuesto traspasada hasta la noche". La
Manoseada reconoce que mora un mundo destruido, es más, siente miedo a
enfrentar un incierto presente: “Me arrincono en los extramuros de la
ciudad / orinados atracados besuqueados / me acuesto en camas/ yo
aullo en la noche/ la noche aullando dentro de rní/ la más dulce
paseando sus pechos en duelo/ sus piernas iluminadas/ la cadera de
hoja caída/ ¿Quien puede ver este duelo de carne ver transitado por
esta calle sin duelo? / ¿Quién tira monedas a la fuente de los deseos
pidiendo una casita para mí?”. En uno de sus últimos poemas, vemos a
seres corroídos por la violencia diaria, aquellos que en vano tratan
de encontrar algo que se asemeje a la bondad divina, para ellos su
estación terminal son los basureros: “Entre cartones urinarios
destrozados (lejos de la primera piedra) levantaron una casa / esa
noche, comieron restos de pollos del restaurante,/aspiraron neopren se
cubrieron, con algunas mantas”/. Poesía inundada de un realismo
urbano, con matices eróticos, en una urbe en que priman seres
marginales, agobiados por una eterna soledad e incomunicación.
“La
manoseada”, de Sergio Parra
por Nadya
Rojo
en
La Tercera, domingo 4 de febrero de 1990
.......... La poesía define fronteras difíciles de precisar. Esto ocurre
casi siempre porque el lenguaje, llevado al extremo de su
potencialidad expresiva, transgrede la inmediatez de los objetos y la
evidencia de su situación en el espacio, pero esta afirmación contiene
un riesgo: se puede “decir de todo” acerca de una obra de arte y más
aun de la poesía (subjetivamente hablando), y mantenerse en los
márgenes de la “opinión legítima”. Pero es la poesía, el arte en fin,
el que genera su propia virtualidad expresiva y comunicativa. La
Manoseada (1987), del joven poeta Sergio Parra, también define
fronteras, pero las define en la conciencia de los que alguna vez se
aventuraron en los abismos de la crueldad, con el mismo sentimiento
poético del mundo que llevó a contemporáneos y gentiles a descender a
los parajes de la "oscura Cacodelphia", como habría dicho el buen
Marechal.
.......... Pero Parra (el joven) desciende por pasadizos oscuros (tensos,
como el dolor que antecede al sollozo) de las barriadas y los colores
lejanos de la provincia. Ingresa al espacio con los ojos
desmesuradamente abiertos para mirar el estrago del ser que ya no pudo
elegir, de la manoseada, de la cruel desesperanza en el cerrar los
ojos y desaparecer. Parra anda por las calles viendo la poesía, no
necesita inventarla. La voz del poeta suena casi confundiéndose con el
humo que a veces miramos salir de las cantinas, y como dice José María
Memet en el prólogo que encabeza el libro: “En él la marginalidad
envuelve en su halo patético a cada uno de los que cruza el margen que
la sociedad estipula a los que la integran".