La muerte de Ezra
Pound
A treinta años del
fallecimiento del poeta norteamericano, el escritor chileno Miguel
Serrano recuerda un emotivo acto celebrado en su memoria en
Medinaceli, España
por Miguel
Serrano
Ezra
Pound murió en Venecia el 2 de noviembre de 1972, menos de cinco
meses después de nuestra entrevista. Me encontraba en España,
recorriendo esa dura y antigua tierra. Había visitado Ronda, en el
sur, la ciudad sobre el abismo, donde Rilke viviera por un tiempo.
Estuve leyendo sus cartas en el pequeño museo que los españoles le han
dedicado en el hotel que habitara. Sus cartas de
amor a Lou Salomé, también amada e inspiradora de Nietzsche.
Reflexionaba que los españoles han rendido homenaje a este poeta
universal, que pisara por breve tiempo su suelo lleno de historia y de
leyenda. Seguí luego hacia el norte, a una ciudad pequeñita, cercana a
Madrid, Medinaceli, donde el Cid buscara refugio en el destierro,
ciudad de piedras y ruinas, romana y visigoda, pesada de misterio
ibérico, quizá céltico, druídico. Está empinada sobre una colina y
mira a un mar seco, árido, de olas parduscas, amarillas, lunares, como
la visión de un planeta muerto. A veces, en el horizonte lejano,
aparece un árbol solitario, colocado allí por la belleza, por ese
alguien que se goza en ordenar el paisaje de Castilla para luego
contemplarlo desde la cumbre de Medinaceli, a través del viejo Arco
Romano, resto de una antigua fortaleza.
..... Me enteré de la muerte de Ezra Pound en
Madrid, en los periódicos. Los españoles le rendian sentido homenaje.
Eugenio Montes refería el entierro en Venecia, donde me transportaba
con la imaginación nuevamente, hasta su casita de la calle Querini,
viéndole ahora ir en su último viaje en góndola oscura, por los
canales, hasta el cementerio de la isla de Saint Michele. El
periodista Eugenio Montes contaba que en la última entrevista que tuvo
con el poeta -hace muchos años, seguramente-, éste le había
preguntado: "¿Cantan aún los gallos del Cid al amanecer en
Medinaceli?". Y agregaba que Pound había visitado Medinaceli en 1906,
siguiendo la ruta del Cid. Pound amaba el poema del Cid, que
consideraba superior aun a la Canción de Rolando. Había viajado a
España para rehacer el antiguo camino del "Campeador". De este modo
había llegado a ese misterioso pueblito de las alturas, que se
conserva como en el medioevo.
..... De
nuevo me encontraba en un cuarto de hotel, en Madrid ahora. Era de
noche y quise continuar el diálogo, interrumpido en otra noche de
Venecia, con el fantasma de mi amigo, ya desprendido en definitiva. Y
el fantasma vino y se sentó en una silla, no sé dónde, de seguro no
allí en ese cuarto de hotel, y se puso a hablar, a hablar, como no lo
haría hace tanto tiempo. Estaba otra vez joven y recitaba poemas
cósmicos, decía cosas inmortales, bellas, inmensas, como la ciudad de
Venecia, como el paisaje de Castilla, como las montañas de la Luna. Yo
escuchaba y olvidaba. Porque todo eso se olvida, y no se debe
recordar.
Un monumento
en Medinaceli
.....
Días después volví a Medinaceli. Me enteré que allí vivía un chileno,
el profesor Fernando de Toro Garland. Conversamos. Me habló también
del artículo de Eugenio Montes y de las palabras de Pound sobre los
gallos del Cid. Se le había ocurrido la idea de sugerir a las
autoridades españolas erigir un monumento a Pound en Medinaceli, que
registrara esa frase y el paso por allí del gran poeta americano al
comienzo del siglo. Le animé en su empeño. Desde ese momento estuvimos
en contacto personal o por carta. Seguí así todas las vicisitudes de
sus esfuerzos. Las autoridades españolas del pueblo y varios amigos de
Madrid colaboraron con
entusiasmo. Labradores, picapedreros con sus mulas, transportaron una
enorme piedra de los montes celtíberos, descascarada por los milenios,
a través de las nieves del crudo invierno. Herreros del medioevo
forjaron letras simples y antiguas para ser enclavadas en la piedra,
con la frase de Pound: "¿Cantan todavía los gallos del Cid al amanecer
en Medinaceli?".
..... Se eligió la más
bella plaza de la ciudad de las alturas (Medina en árabe significa
ciudad; celi es cielo), y, allí bajo un árbol añoso, se enclavó la
piedra. Será también una fuente, porque el agua correrá por su
arrugada y resquebrajada superficie. Esa piedra es como el rostro de
Pound en sus últimos años. Se eligió el día 15 de mayo de 1973, día de
San Isidro y de los festivales de la ciudad, para la inauguración del
monumento. Me encargué de que Olga Rudge, la compañera de Ezra Pound,
pudiera ir. Olga tenía setenta y ocho años y no iba a parte alguna.
Pero fue a Medinaceli.
..... Vinieron
ese día poetas jóvenes españoles desde Madrid, con Jaime Ferrán,
traductor de Pound. Se hallaban presentes en Medinaceli también
algunos norteamericanos y pintores que allí viven. Y todo el pueblo
vestido de día de fiesta, con sus trajes cuidados, con sus boinas, sus
bastones de pastores, sus bordones de peregrinos de las alturas, sus
rostros nobles, de roca castellana, sus hijos, sus nietos, que ya
parten a las grandes urbes de la planicie, ciudades sin poesía. Todos
estaban allí para rendir homenaje a ese poeta de otras tierras, de
otros mundos, que ellos nunca conocieron, que no leyeron -porque
muchos no saben leer-, pero que conocen desde dentro, con su alma de
roca, que se parece al rostro del poeta muerto, del poeta ecuménico.
Se encontraban allí los perros y las mulas que acompañaron y trajeron
la piedra, estaba el herrero, el cura, el guardia civil, y el vino y
el agua y el pan, la yerba y los pájaros de Medinaceli, de la Vieja
Castilla. También estaban los gallos del Cid y Pound. De esos dos
guerreros desaparecidos.
Los signos
celestes
.....
El día anterior supe que debía hablar en el homenaje; Olga Rudge
quería que yo dijera algo en ese momento. ¿Qué cosa? ¿Qué decir que
pudiera parecerse al silencio de Pound y de la Ciudad de Cielo? De
amanecida me fui a caminar por las calles de la ciudad muerta, entre
ruinas. Llegué a la plazuela del monumento y me senté bajo el árbol,
junto a la roca. Llevaba conmigo un libro recién publicado en
Barcelona por la Editorial Barral: Introducción a Ezra Pound,
con traducciones y comentarios de Carmen R. De Velasco y Jaime Ferrán.
Lo abrí y leí: "La piedra bajo el olmo / tomando forma ahora / curva
la piedra en su borde / la piedra que en el aire toma
forma..."
..... Era el canto XC. Me
detuve perplejo. Pero... ¡aquí está la piedra y, precisamente, éste es
un olmo! Nadie lo había pensado antes, nadie lo supo. Esto se hizo
solo. Pero... ¿se hizo en verdad solo? Recordé la frase de Nietzsche:
"Las cosas vienen a nosotros deseosas de transformarse en símbolos". Y
Rilke: "¿Qué otra cosa quieres tú, mundo, sino transformarte en
invisible dentro de nosotros?".
..... O
bien, los sueños se hacen visibles fuera de nosotros... Esto es lo que
Jung llamó "sincronismo", "coincidencias", "fenómenos acausables", y
Nietzsche, "azares llenos de sentido". Puro "sentido", pura "magia",
puro milagro, en verdad, todo y nada. ¿Quién dirige esto? ¿Quién lo ha
ordenado? ¿Acaso el mismo Pound? ¿O ese Ser que compone el paisaje,
según el más alto sentido de la belleza, que hace crecer allí un árbol
en el horizonte de Castilla, para que pueda ser contemplado desde la
altura a través de un arco de piedra en ruinas? Ese Ser, emocionado,
"tocado" por la belleza o la profundidad de los pensamientos, de los
sueños, de los versos de un hijo del cielo y de la tierra, quiere así
manifestarse cuando él vuelve a su seno. ("La naturaleza imita el
arte"). Tal vez sea la misma tierra, la Madre Tierra, el Espíritu de
la Tierra. Cuando Jung murió, estalló una tormenta inesperada en esa
época del año y un rayo cayó sobre el árbol bajo el cual se sentaba,
marcándolo para siempre. Cuando Ezra Pound murió, las cosas, la roca,
el árbol, la naturaleza, recitaron un poema suyo, se ordenaron como
uno de sus versos: "La piedra bajo el olmo...".
..... Y aún más:
..... "Ha penetrado el árbol en mis manos, / la
savia por mis brazos ha ascendido / el árbol en mi pecho se hizo
grande, / hacia abajo, / salen de mí las ramas como brazos. / Árbol
eres, / musgo eres, / eres violeta que acaricia el viento... / Mueren
los árboles y el sueño permanece".
.....
En la tarde del día del homenaje, en presencia de todo el pueblo, como
he dicho, también de la heroica compañera de Pound, se descorrió la
bandera de España que cubría el monumento, el "rostro", la "piedra
bajo el olmo". Y, entonces, en el olmo cantó un mirlo. Y el pueblo
comentó el suceso y lo seguirá comentando por mucho tiempo, porque los
habitantes de esas viejas ciudades en ruinas, de los pueblos de
antaño, son como los griegos de la leyenda, como los celtas y los
druidas, descubren en el canto de un pájaro, en un día de auspicios,
un echo digno de ser interpretado y que llena así sus vidas hasta la
muerte.
..... ¿Qué más puede desear un
gran poeta que sus poemas sean recitados por las cosas? ¿Qué más puede
desear que un mirlo cante en su homenaje? ¿Qué prueba mayor puede
darse de que un hombre es grande, de que un poeta lo es, que el cielo,
o la naturaleza, se manifiesten así para confirmarlo?
..... Aún canta un mirlo en Medinaceli. Y canta
por Ezra Pound.
en Revista
de Libros de El Mercurio
Sábado 2 de Noviembre de 2002.