Tardanza
del fuego. Poesía de Sergio Ojeda
Mago
editores/Carajo Alianza Editorial.
Por
Pavella Coppola Palacios
Tardanza
del fuego se configura en tres capítulos. Utilizo la palabra capítulo,
y no partes, ni secciones, con un propósito conciente, pues el desarrollo
del corpus del libro no aparece diseccionado, sino unido por un cierto engranaje,
suerte de prosa versada, direccionada por el poeta hacia algún punto cardinal,
paulatinamente sugerido en el desarrollo del libro. Tardanza del fuego va
amarrada a la utilización de un lenguaje casi minimalista, de verso corto,
casi formateado por los escribanos del haikú, pero no por ello superficial,
ni descriptivo.
Estos tres capítulos se titulan: Los ghettos en
la palabra, Las estaciones y Tardanza del fuego. En el primero,
Los ghettos en la palabra, el poeta reclama; su reclamo es saberse consciente
de la limitación que ostenta la palabra, pues ella no da cuenta de las
profundidades de la vida. La palabra no logra extender, hendir las fronteras del
significado, quedando sumergido el sentido en las supuestas honduras infernales
del corazón de la palabra, a sabiendas que se trata de una mera caparazón,
de algo más profundo únicamente advertido por el poeta, por el sensible.
Digámoslo sin ambages, Los ghettos en la palabra corresponde a
un territorio limitado por alambres púas, territorio censurado, casi claustrofobia
del sentido.
Digámoslo sin ambages, este primer capítulo,
nos habla de la antigua y conocida tragedia que arrastra la condición humana:
su lenguaje, su palabra. Entonces, la denuncia de tal malestar: "Cubro
miedos en esta convención de frases/ finalmente encontramos el sitio/ la
tierra deshabitada/ y las tardes de papel/ que nos recordaban el cuerpo".
La
síntesis de tal tragedia se aborda de la mano con el momento en que el
hablante toma también consciencia de su peregrinaje trágico, de
no saberse perteneciente de lado alguno, desamparado, pero intuyendo que algo
más se avizora:"Sin duda/ no fue fácil/construir un sol
y otro sol/tampoco cosa de niños/encontrar un cuerpo exacto para este lugar".
La
narración versada continúa con el capítulo Las estaciones,
un largo texto en el cual el poeta se destroza de a poquito en un doble vínculo:
pertenencia y no-pertenencia de sí mismo; un largo texto donde esta suerte
de estación anunciada en el título pareciera mera ficción,
pues posee carácter traslaticio, se dibuja como puente inquietante, no
visible, incluso para su autor. El guiño de la palabra poética se
ha transmutado para volverse, a pesar de esa suerte de orfandad, vehemente, sentencial.
Y nos escribe el poeta: "Se miran/ sin complicidad/ A estampidos /amanece
".
Esa suerte de orfandad desplegada en Las estaciones, es menos huérfana
que la derramada en el capítulo primero, Los ghettos en la palabra. Y,
esa disminución de orfandad se la debemos a que el poeta - también-
inicia su desnudez, exponiéndose aún con pudor, pero seguro que
ese algo ausente se aproxima, señalando: "Guarecidos en
la sospecha/ como visión/ somos paso al frente".
Me pregunto,
entonces, ¿qué es ese algo ausente insistiendo en el límite
de la palabra, insistiendo en la pertenencia, en la no-pertenencia?
Entonces,
el clímax, el tercer y último capítulo de esta narración
versada, cuyo título engloba todo el libro: Tardanza del fuego: Una hondura
fresca en el epígrafe de Gastón Bacherlard prepara al lector para
dar pistas: el epígrafe nos remite a ese instante ingenuo y ardiente que
es el primer fuego: suerte de vida y muerte. A partir de esta entrada el poeta
hace que el hombre reconozca su concretud. El poeta despliega su fuerza para que
el hombre alcance el acurruco necesario y se guarezca y desaferre de lo ficticio,
de lo imaginable, de la ensoñación, o, más bien de la terrible
evasión que ha sostenido por tanto tiempo, también el poeta, formateada
en versos. Nos señala, entonces: "Eso que buscabas estaba tras
el velo/de la lluvia ensortijada/ fue un cantar de tiempos espesos/ construidos
a fuego lento".
Existe un registro que obsesiona a Sergio Ojeda:
pareciera que en él habita un impresionista, pincel en mano, buscando ante
todo los giros de la luz cambiante en las horas del día. Pero, lo peor
que sabe hacer el poeta, pues lo conozco, es dibujar, es pintar. Por tanto, tal
impresionismo se vuelca hacia el uso de su habilidad escritural: él deja
que las cosas le afecten, deja que la sensación de la luz lo habite, lo
invada para transformar la sensación en imagen.
En este sentido,
Tardanza del fuego, invita al lector a subir peldaño a peldaño,
y llegar a la cúspide de su impresionismo en ese último capítulo.
Pero, en ese capítulo que clausura el libro, estamos ya en la fase final
del impresionismo; estamos entrando al umbral de una suerte de expresionismo iniciático
de textura elocuente.
Tal final, no es para nada un happy end, sino una
espera.
Desde mi lectura, Sergio Ojeda, ha soltado las amarras de cierto
pudor para lanzarse con propiedad sobre el mortífero, pero ardiente fuego.
De tal modo, su poesía se yergue y nos sentencia: "De aquí
en adelante/que se desborde la piel/que no se sienta temblor/ y sólo exista
una multitud de deseos." Y con tal sentencia, sólo nos queda excavar
en este hermoso libro, pues Tardanza del fuego nos llevó hasta el último
peldaño, posándonos allá arriba, para imaginar lo próximo
que se insinúa, que acecha.