LA
PALABRA NOSOTROS EN TARDANZA DEL FUEGO
DE SERGIO OJEDA BARÍAS
Por
Raúl Zurita
Lo que primero
llama la atención de los remarcables poemas de Tardanza del fuego
de Sergio Ojeda Barías es la singularidad de su tono. Es un tono
seco pero al mismo tiempo sensible, parco y simultáneamente tumefacto,
preciso y a la vez conmovido, que resulta particularmente elocuente porque
nunca se permite el desborde pero sí el límite y que por lo mismo,
toca los nudos más heridos y expuestos de lo que podemos entender por exactitud.
Lo segundo es que la gran mayoría de estos poemas están construidos
a partir de un nosotros y por ende representan una comunidad. Se trata entonces
de una voz que se ha impuesto, y a nombre de un colectivo dañado, la reconstrucción
de nuestros afectos rotos, destrozados y desmembrados. Esos restos exigen que
la poesía ejerza todo su poder de delicadeza y de convicción para
poder efectivamente mostrar el mapa de los ausentes, de los que no acudieron al
llamado, y mostrarlo para que entendamos que en países de desaparecidos
la palabra cuerpo cambió para siempre de connotación. Es lo que
también se lee en el poema 9 de la primera parte del libro, "Ghettos
en la palabra":
Sin
duda no fue fácil
Construir un sol y otro sol
Tampoco cosa de niños
Encontrar
un cuerpo exacto para este lugar.
A
través de sus tres secciones en un in crescendo tan silencioso como
incontenible, Tardanza del fuego nos muestra los cuerpos que podrían
haber ocupado esos lugares y, como decíamos, sin permitirse jamás
la estridencia. Es como si estos poemas no nos exhibieran el llanto sino la imagen
infinitamente más conmovedora de alguien que se muerde los labios para
no llorar. Lo que surge es entonces una poesía que ha renunciado de antemano
al vicio de la ostentación, optando en cambio por una verdadera gramática
del dolor, literalmente arrasada de afectos, de recuerdos, de imágenes
a veces ambiguas y dobles, de paisajes descritos al borde de las lágrimas,
como si ese borde fuese el único lugar desde donde un país que se
niega sistemáticamente a entender la magnitud de su descomposición
y crímenes, podría emprender la recuperación de su amor perdido.
En otras palabras, como si sólo desde el borde de las lágrimas fuese
posible de nuevo la palabra nosotros.
Lo que Sergio Ojeda presenta es
así la dolorosa empresa de reconstruir una comunidad entendiendo que toda
comunidad es siempre una comunidad de muertos y de vivos. La tarea de la poesía,
y de la poesía chilena e hispanoamericana en particular, no ha sido jamás
ajena a la titánica tarea de ubicar y volver a ubicar los cuerpos perdidos
y celebrarles las exequias que sociedades victimarias y enfermas hasta la náusea
han sido incapaces de darles. Sin la reparación de los muertos son imposibles
las sociedades de vivos, es decir, son imposible los nosotros. En esta poesía
esa tarea es sobre todo la de mostrar nuevamente, y desde su derrumbe, las infinitas
texturas de lo que sucede entre un ser y otro, de lo que va de un ser a otro,
y que sumados uno a uno, tal vez algún día vuelvan a decir el nombre
de un país que no tendrá otro nombre que aquel que le hayan otorgado
los poemas de su dolor, de sus muertos sin sepultura, de los ghettos de sus palabras:
Cada
cual en su rincón.
Interpreta y especula al otro.
Lo único
que queda es tocarse.
Descubrir pistas dormidas en la almohada.
............. ........... ........
(Los ghettos en la palabra, 6)
Esa
voz contenida ha entendido que, antes que nada, el nosotros ha emergido de una
herida, de una inmensa fractura instalada en corazón central de la convivencia
retratando el entorno sobre el cual hubo de reconstruirse la vida, vale decir,
ese enjambre de sensaciones, de afectos y quiebres, de relaciones y desgarros,
que caracterizan sin más la dimensión plural de lo humano. Los poemas
asumen entonces una voz colectiva y un territorio que no se nombra porque, en
una obra tan notablemente honesta como la que aquí se nos presenta, a ese
territorio aún no le ha sido dado el derecho, a tener un nombre. Es así,
sin embargo el lector reconoce el lugar, sabe que le es demasiado conocido. En
breves palabras: ese lector habrá adivinado que el tema central de este
libro es Chile y, más exactamente, el país que ha emergido después
de la experiencia insoslayable y concreta de su noche. De allí la entumida
belleza y precisión de un poema como éste:
Se
apaga el televisor
los ojos sostienen la medida de las cosas
el televisor
es una pieza opaca
desprendiéndose de la selva.
"Algo está
pasando allá afuera"
es inédito y espantoso
una flor
que permanecerá
colgando en la ventana
la historia de las cosas
los
espacios más pequeños de la vida.
.
...... ... ........ ........... .......... .. (Recados urgentes)
Y
precisamente esa afectividad tumefacta que comienza nuevamente a reconocerse:
"la historia de las cosas/ los espacios más pequeños de la
vida", es el territorio innombrado
del que surge el nosotros de Tardanza del fuego. El país no se nombra,
sólo retazos de él, golpes de luz, imágenes que se apagan
como en el poema recién citado o en el igualmente notable "Fue":
De
qué forma se puede pelear contra la ausencia
cuando sabemos que ya nada
quedará en su sitio.
Y más aún,
cómo equilibrar
ese mismo grito con el deseo mudo de las noches
y en ese equilibrio acarrear
multitudes
pedazos de vida que se apegan al cuerpo como una maldición.
Estos
poemas toman esos pedazos de vida, cuidadosamente los ponen unos al lado del otro,
los recogen y sin estridencia, sólo con el tono, les van recuperando sus
coloraturas, sus densidades, sus pedazos de carne, como si lo que se hubiese constatado
es que sólo se pueden nombrar los efectos de los hechos y de las cosas,
lo que es posible testificar de nuestras experiencias, y decirlas casi en susurros,
apenas, porque como se ve en el imprescindible poema final de este libro: "Cotidianas",
de lo que se trata finalmente es de saber si estos pobres seres humanos que somos
seremos capaces de reconstruir si no el amor, al menos las señas de su
emoción:
Mirar
tu cuerpo atardeciendo en las sábanas
es un oficio recurrente y vivo.
Tejer
esa madeja que nos enlaza
es la manera de retornar a la piel.
Ese camino
que se desploma en penumbras
Ese momento
semejante a una guarida impenetrable
un
soliloquio de nuestras almas.
(…)
.............
................ .............. . (Cotidianas)
Es
un poco eso. Tardanza del fuego de Sergio Ojeda Barías nos insinúa
los trazos de un nuevo amor posible y percibimos entonces que en él estarán
presentes los recuerdos, pero también el "oficio recurrente y vivo
de mirarnos". Esta escritura vuelva a evidenciar la distancia sideral que
media entre los poemas que se escriben en este país y el oprobio de un
país donde los crímenes aún no han sido sancionados. Un libro
como éste lo que plantea, en suma, es el futuro: Chile será algún
día la poesía chilena o no será.
Enero,
2007 .............. ...