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La poesía que circula en el Perú
"El poema es una cosa que circula. Ocho ensayos para discutir la producción poética en el Perú" (2022)
de Mateo Díaz Choza


Por Sergio Pizarro Roberts
Publicado en WD40 N°8, Valparaíso, junio de 2024


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Conocimos la prosa de Mateo, como editores de la revista WD40, en el segundo número, allá en el año 2020, cuando nos colaboró con el texto “¿Qué es lo que puede el poema? Poesía, enfermedad, mapas”. Ahora, El poema es una cosa que circula nos reconfirma su calidad escritural con ocho ensayos que transcriben su experiencia crítica en torno a las condiciones de producción poética en el Perú contemporáneo. En la introducción, Mateo nos facilita las rutas de comprensión al delimitar los bloques temáticos en que se divide el libro: los tres primeros ensayos se preocupan de las instituciones que operan como instancias de validación literaria (la crítica, el Premio Copé de Poesía y la academia), los dos centrales ofrecen una mirada crítica de la tradición poética peruana, y los tres ensayos finales interrogan el vínculo entre el poema y su contexto social y político, particularmente el del Perú de los últimos 60 años. Como lo anuncia el título, se trata de un libro que indaga acerca de cómo circula el poema en dicho país, apostando por el desacreditado género ensayístico al ofrecer más preguntas que respuestas en sus reflexiones.

En el primer grupo de ensayos se diagnostica el retroceso de una crítica estrictamente literaria en pos de una crítica academicista que, las más de las veces, utiliza criterios no necesariamente literarios en sus análisis. Una prosa crítica proveniente de los mismos escritores ha cedido el lugar a otro tipo de discursividad acotada por un criterio científico de lo académico. Lo que aparentemente vendría a ser un distanciamiento entre la creación literaria y la universidad sería algo bastante discutible, según Mateo, ya que varios de los autores que pertenecían a esa generación más ‘humanista’ han adquirido los códigos académicos e incluso han sucumbido a la fascinación por las nuevas corrientes teóricas, redundando en una nueva poética. Da como ejemplos a Mario Montalbetti con Quasar / El misterio del sueño cóncavo (1979), a Rodolfo Hinostroza con Nudo Borromeo (1981) y a Carmen Ollé con Noche de adrenalina (1981). Pienso, análogamente, en el caso de Juan Luis Martínez, en Chile, con La nueva novela (1977) y en posibilidades semejantes que harían extensivas estas reflexiones a un campo mayor que el estrictamente peruano, ampliando sus consecuencias a un contexto hispanoamericano y contemporáneo de creación poética.

Otro aspecto más tenaz de lo que el autor llama ‘repliegue de la crítica’ es su escasa capacidad actual de intervención social como resultado de la sobreabundante circulación de comentarios de libros que —acota— “no necesariamente permite la formación de espacios plurales de diálogo y cuestionamiento”. Más que a los estudios académicos, su crítica va direccionada al formato de las reseñas, académicas o periodísticas, cuyo afán meramente descriptivo no alcanza el nivel suficiente para discutir los mecanismos de validación del canon literario. Un debilitamiento intelectual que no tiene peor consecuencia que entregar el campo de la creación al imperio del mercado.

El concurso literario más importante del Perú, el Premio Copé de Poesía, tampoco tendría la relevancia crítica suficiente debido a la presencia casi inexistente de sus ganadores en los medios más autorizados de difusión poética. Todo lo cual conlleva una apreciación distorsionada del campo cultural peruano, al menos, en el ámbito poético, ya que los libros premiados no son leídos y su reconocimiento falaz “no es más que una apariencia”, sentencia Mateo. Por ello, y motivados por el afán de colaborar —en su debida proporción— con la reversión de ese ‘desconcierto general’, es que cursamos la invitación editorial del número anterior de WD40 a la que Díaz Choza respondió con la presentación de una muestra de poesía peruana contemporánea, y algo similar hizo Julio Isla (Alastor Editores) en el número actual de la revista; esfuerzo conjunto que ambiciona dar mayor visibilidad a publicaciones de editoriales independientes y enfatizar la pluralidad de voces como una forma de cooperación alternativa en los esfuerzos de validación crítica.

En otro acápite desafía a la crítica literaria a reconocer una redefinición del campo poético peruano como consecuencia de la sustitución de la figura tradicional del creador crítico por la del poeta académico. Este traslado (y la influencia del discurso académico) —ensaya Mateo— implica que “la concepción de la poesía como un medio de resistencia simbólica ante el poder encarnado en un canon tradicional —asociado a lo occidental, colonial y patriarcal— se constituye cada vez más como un relato capaz de redimir cualquier producto literario”. Ha cambiado el modo de leer un poema, concluye, lo que deriva en una transformación de la lectura. Estas reflexiones, nuevamente, nos obligan a pensarlas como un fenómeno que sobrepasa las fronteras peruanas y se convierte en un denominador común de la creación poética actual.

El contenido de los dos ensayos centrales, que ofrece una mirada crítica de la tradición poética peruana, siéndole más familiar al lector peruano, es imprescindible para cualquier foráneo que tenga interés en el tema. El autor ofrece una panorámica histórica desde la gestación del canon hasta nuestros días. Desde “El proceso de la literatura peruana”, publicado por Mariátegui en 1928, hasta las tendencias barrocas, minimalistas, abstractas y de indagación verbal que amplían dicha tradición en el siglo XXI. Un transcurso que acusa diversos puntos de inflexión: primero, el bosquejo inicial de la poesía peruana como un campo unitario (Eielson, Sologuren y Salazar en 1946); luego, la radicalización horazeriana de los años 60 y su estética conversacional, seguida en la década de 1990 por la desarticulación del paradigma del poema como testimonio social y herramienta de transformación de la realidad.

La uniformidad de esta secuencia se ve alterada con dos conflictos nodulares: el primero, que cuestiona la vigencia o la primacía de la estética de lo conversacional como vector de la poesía peruana entrada la década de los 90, con José Carlos Yrigoyen que postula su hegemonía y Luis Fernando Chueca que aboga por lo contrario, tendencia esta última a la que adscribe Mateo[1]. El segundo conflicto está dado por la discrepancia epistemológica y estética entre los proyectos poéticos de José Morales y Mario Montalbetti, discrepancia que se da entre la noción de descenso catabático del primero y el concepto de diferimiento del segundo; una diferencia entre los que mantienen la fe en el lenguaje y los que la han perdido. Propuestas estéticas no exentas de opacidades expuestas por el autor en sus reparos.

El tercer y último grupo de ensayos interroga el vínculo entre el poema y el contexto social y político del Perú en los últimos 60 años, preguntándose el autor ¿cuál es el lugar del poema?, a lo que intenta responder con la secuencia cronológica de cuatro paradigmas que se articulan alrededor de la dimensión simbólica, imaginaria y afectiva de ese lugar por el que pregunta. El primer paradigma denominado de la ‘urgencia’ corresponde a las décadas del 60, 70 y 80 del siglo XX con la figura tradicional de la poesía políticamente comprometida con ideas progresistas de izquierda. Una urgencia acentuada en las dos primeras décadas pero cuya intensidad se ve modificada, entrando en los 80, para alejarse de la coyuntura inmediata y enfocarse en asuntos de profundidad reflexiva. Mateo transcribe una frase de Óscar Malca, publicada en el N°17 de Hueso Húmero, en 1983, que grafica esa última tendencia: “la poesía no sirve, es una cosa que circula”. La década de los 90 (gobierno de Fujimori) se caracteriza por una relativa despolitización de la poesía y una pérdida de lugar del poema que releva al poeta del compromiso político. Una muy posible consecuencia del avance triunfante del neoliberalismo en el Perú, según Mateo, que lo motiva a denominar al período como el del paradigma de la ‘carencia’[2]. Con el cambio de siglo y la formación del antifujimorismo, una izquierda residual vuelve a izar las banderas de la democracia y los derechos humanos pero omitiendo las ideas de la lucha armada o clandestina. Algo similar a lo que ocurrió en Chile pero con 10 años de desfase (Chile en los 90 y Perú en el 2000). Este período peruano se cataloga como el del paradigma de la ‘emergencia’ ya que surgen voces ciudadanas que, en el ámbito literario, se traduce en el surgimiento de diversas editoriales independientes como una especie de florecimiento cultural. Concluye el autor que en la producción peruana de este período


poco podría encontrarse vinculado a la memoria, el Conflicto Armado Interno o el poema explícitamente político, como en los poetas mayores que sí vivieron los años de la violencia. Existe en los jóvenes, sí, una reivindicación de la diversidad, pero entendida en lo fundamental en términos estilísticos y de libertad creativa.


Al 2010 corresponde el paradigma de la ‘divergencia’ (período de Ollanta Humala, con una izquierda tan tibia como la de los gobiernos de la Concertación durante la transición democrática en Chile). Una sociedad alejada de las promesas de transformación y regida por los principios del neoliberalismo económico, donde —en palabras de Mateo— el poema tiene lugar si, y solo si, logra convertirse en producto, con las consecuentes reacciones que tienden a evitarlo. Un contexto en el cual conviven diversidad de exploraciones que, junto con ofrecer un escenario de multiplicidad, se plasma en un ambiente de abierto disenso y de perspectivas enfrentadas, a veces incompatibles, en torno a la escritura y sus modos de insertarse en el mundo[3].

Otra arista en relación al vínculo entre el poema y el contexto social y político del Perú es la tendencia al relato centrípeto del que migra a Lima desde su periferia territorial. Se trata de una tendencia geocultural que alimenta la idea de una literatura, y particularmente, de una poética peruana de carácter nacional, y que cobra mucha fuerza en las décadas del 60 y 70 cuando la migración del campo a la ciudad se torna multitudinaria. Sin embargo, Díaz Choza se pregunta si es posible escribir otra historia, basada en ciertos discursos que tienden a la ambivalencia, al no adoptar el tono triunfalista de un migrante que se identifica y supera en la ciudad, sino que –bajo la óptica de Antonio Cornejo Polar—, están permeados por la nostalgia y la añoranza del terruño. Ahonda su argumento con autores que califica como contraejemplos vinculados a una silenciosa tradición centrífuga. Se trata de textos cuyo sujeto migrante


deja de ser el centro del poema para constituirse en punto de partida de una indagación en torno a los orígenes, la identidad y los ancestros [...] con un énfasis particular en los espacios naturales, no en tanto paisaje objetivado para la contemplación, sino como geografía atravesada por las actividades y vivencias comunitarias.


Son tres los poemarios que despliega: Libro de Daniel (1995) de Javier Gálvez, El libro de las sombras (2012) de Darwin Bedoya y Fiesta (2021) de Denisse Vega. Tres ejemplos que, según el autor, no necesariamente se oponen al relato centrípeto sino que lo complementan, enriqueciendo la representación de la experiencia migratoria peruana a través de una forma más saludable de imaginar y reorientar el mapa político y afectivo de dicha nación. Se trata de migraciones simbólicas hacia el origen mítico del relato de los hablantes, vinculado con lo campestre, lo marítimo y el desierto circundante. De estos tres rescates y del contenido general de los ensayos de Mateo se percibe que el poema peruano ha circulado poco por su selva amazónica. Salvo contadas excepciones, como en el caso de los poetas Julio Nelson, Pedro Favaron o Heinrich Helberg, la naturaleza amazónica parece no estar presente en la cartografía del imaginario poético de dicho país.

¿Podríamos imaginar, estimado Mateo, un mapa acorde a las tres bandas verticales de la bandera del Perú? Con tu amigable permiso obtendríamos una mirada satelital que advierte un centro blanco de altura andina, flanqueado a un lado por el ‘calor’ rojo de su desierto costero y al otro por el ‘calor’ rojo de su naturaleza amazónica. Incluida esa frondosidad seguiremos observando, absortos, cómo circula el poema hacia el intenso futuro de un Perú abierto.

 

 

 


 

 

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Notas

[1] Nuestro ensayista precisa que la poesía conversacional “implica una escritura proyectada a una utopía que parte de lo cotidiano para redimirlo”, caracterizada por su léxico corriente, por el abandono de la versificación clásica y su tendencia a la narración. 

[2] A juicio del autor, ejemplos claves de este período son Zona dark (1991) de Montserrat Álvarez, Symbol (1991) de Roger Santiváñez, Pastor de perros (1993) de Domingo de Ramos, Fin desierto (1995) de Mario Montalbetti, Hormas y averías (1995) de Ana María García y Concierto Animal (1999) de Blanca Varela.

[3] En el último ensayo de esta colección Mateo revisa la historia del poeta guerrillero Javier Heraud y cierra el libro aventurando en la actualidad un posible retorno al paradigma de la urgencia ante la crisis política del Perú que, en los últimos años, ha extremado sus contradicciones.

 


 

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