Poesía
de Silvia Rodríguez
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Responso
para mi Funeral
Heme aquí con las uñas
azules,
la sangre estancada, como sueldo de fin mes,
la carne endurecida
como roca petrificada,
la piel fría como la sensibilidad de un dictador.
La
mente lejana del espíritu … duerme
mientras el espíritu vaga
sin saber lo ocurrido.
es grato andar por los bares de siempre,
sentir que
me siento, bebo y luego me voy
ahora sin pagar, porque recuerden
sólo
soy espíritu despidiéndose de los seres queridos.
Hay
tantas flores en vez de vino,
tanto lamento en vez de poemas,
tanto equilibrio
en vez de locura,
tanto negro en vez de rojo encendido.
Les
dije, quiero una fiesta en mi funeral, estar sentada con una copa, un cigarro
apagado (está bien, no importa, físicamente no puedo fumar) y en
la otra mano un libro, un cuaderno, un portaminas 07 y una goma.
Pienso
que después de esto no habrá más cordeles con ropa ajena
tendidos en mi casa, no habrá una histeria mordiendo sonrisas, laberintos
que colonizar con la voz ciega y los ojos mudos, caminando por la ciudad.
¡Cuánta
falta le haré al mundo!
Nadie irá en caída permanente
hacia la esperanza, ni bailará encima de la desesperación cotidiana.
Murió
Silvia Rodríguez, la única que iba del Averno al Cielo,
la que
escribía imágenes de algodón después de romperse el
cráneo dentro de una copa y sobre una página en blanco.
Murió,
quién decía a los hombres que para tener relaciones sexuales, no
era preciso el amor,
la que volvía a ser virgen después de vestirse,
la
que culpaba a todo por la resaca, nunca al vino que tomaba hasta el primer sorbo
de la octava copa.
No puede ser, está llegando un espacio de vacío
permanente,
despacio se desprende la huella de mis pasos y la sombra de mi
cuerpo me abandona,
me pregunto ¿Quién escribirá cosas
que no complazcan los oídos que se piensan eruditos y comen las migajas
del poder oficial?
¿Quién dirá poto con nubes de azufre
y pluma encantada endulzada en vino?
¿Quién prestará el
vientre a los dioses del Olimpo, a los hombres comunes y escribirá sin
la culpa del pecado original?.
Ahora, adiós. El silencio perpetuo
llega, esta lápida ya tiene el "Aquí yace Silvia Rodríguez
Bravo" ahora cierren la sepultura por favor, que voy a atizar el fuego del
Infierno, luego aprenderé a tocar el arpa, tengo entendido que a Dios le
encanta esa música, luego amarraré el aureola de los ángeles
al llavero del San Pedro.
"Estamos reunidos aquí, para despedir
a nuestra querida hermana y poeta". Pobre Cura, no sabe que enciendo el cigarro
en los rayos del sol, que dibujo caritas a la luna y que estoy más viva
que nunca.
RUTINA DE
UNA CESANTE POETA
Esta ciudad definitivamente no acoge a su hija,
quizás porque llevo un estigma en la frente o talvez sea la quebrada forma
de mis ojos, el motivo por el que los dioses del Olimpo aún no pronuncian
en coro mi nombre, para terminar con esta comedia, donde sueño con una
pequeña esperanza la cual aún no calza con la realidad que respiro.
Mi
realidad no ha tenido un punto aparte, un dar vuelta la página para archivar
el agua que ha pasado debajo de este puente. En concreto, continuo Cesante, viviendo
en forma heroica. Realmente esta situación más que un acto de heroísmo,
es un acto de magia, pero el universo sabe más, ya que la ociosidad de
esta cesantía me ha permitido recordar que soy el texto de una página
en blanco.
El texto se inscribe en forma horizontal sobre las palabras que
conforman mi cuerpo y me abro al poema donde paraíso y averno se fusionan
en una sola voz, para diluirse en la cotidianidad deslumbrante de los días.
La
voz del espejo proyecta la historia de una pequeña Poeta con indomados
campos en búsqueda de un horizonte donde presentar su silencio, la forma
diluida de su sombra, el tragaluz de sus insomnios y ese olvidado "Yo Soy"
que tiene dormido detrás de las pupilas. Ese Yo encendido que escribe el
génesis apocalíptico de un feto divino a punto de nacer.
El
espejo y sus infinitos originales atraviesan la furia de la realidad para posesionarse
de la imagen en forma mágica, superficial, profunda, hasta que el útero
expulsa una hija en forma de grito, de llanto, de latido, con un pulso similar
a los segundos de un semáforo. Y la Poeta se da vida, se retroalimenta
de sus propias entrañas y nace viva, otras veces, nace muerta, pero nace
detrás y sobre el espejo en forma de texto, de palabra hecha verso y el
verso se crea en ella, como agujero negro en el cielo.
En ese espacio es
donde nace el silencio, pero hablo de ese silencio alimentado en el pecho de la
madre primigenia, quien ha existido desde antes que dios. Este silencio ha permanecido,
ha cruzado la frontera del tiempo sin morir, sin necesidad de resurrecciones,
porque ella es resurrección, vida y muerte en una sola línea, en
un solo verso, en un solo poema. Ella es todo lo que la nada necesita para que
surja la sabiduría.
A esta hora, en que el aire se convierte en murmullo,
me pregunto bajo la luz del espejo ¿Qué pellejo es mejor, Cesante
con esperanza, mujer que trabaja o Poeta que sueña? Sí, irremediablemente
soy Poeta que sueña con la esperanza de encontrar un verso que calce con
el péndulo del espejo, donde oscilo entre diversas alucinaciones y realidades
cotidianas.
Esta ciudad no acoge a las hijas de su país, los dioses
del Olimpo olvidaron mi nombre, no hay escupitajo, bendiciones ni adioses para
esta pequeña Poeta que escribe con sangre milenaria el texto en blanco
que tiene dentro de su cuerpo.