Despertar
confuso
Silvia Rodríguez
DESPERTAR CONFUSO
Desperté, mejor dicho me despertó el sol de una sola
bofetada en los ojos, presiento que lo hace para burlarse de mí
y de la cagada que me había mandado. Aún mareada dejé
el banco de un solo impulso. Todo comienza a aclararse y los laberintos
de la memoria enmudecen la poca cordura que sostengo en mi luna mar
adentro.
La conciencia cerrada se abre poco a poco logrando hacerme pensar.
El resultado es obvio, debo irme a casa, pero los zapatos. ¿Dónde
están los zapatos? Se hace tarde, está amaneciendo,
no tengo el
reloj y hace frío, no tanto, pero igual necesito la chaqueta
que pedí o empeñé en algún bar, para seguir
la noche.
Voy descalza por la alameda. ¿Qué día es hoy?
No iré a trabajar, tres pasos más y una cordura me asalta
de improviso. ¡Hoy es sábado! No tengo que ir a trabajar.
Son las siete -gracias- Aún es temprano, es sábado
y son las siete. Busco monedas, encuentro trescientos pesos, paso
a un restaurante, pido un té y un cigarrillo suelto. A medida
que me sirvo la taza de té el arrepentimiento y la culpa crecen
en forma desmedida. Además pienso en las otras cosas perdidas,
por ahora no importa el reloj y la chaqueta, pero los zapatos me hacen
falta.
En mi cartera no encuentro ni un solo peso más, si me voy
a pie, es una hora de camino y no estoy en condiciones de caminar.
"Por favor dame una moneda para el pasaje". "Oye, mírate,
¿Qué te pasó?". "No sé … Yo
…". "Está ebria, dejémosla sola". "No
seas así, a cualquiera le puede pasar, toma aquí tienes
pero no te los vayas a tomar".
Angel de mi Guarda, la tentación de tomar fue grande, y la
limosna también.
Respiro aliviada cuando entro a casa. En la ducha todo comienza a
normalizarse y el miedo se desvanece. Mientras tomo el desayuno prendo
la televisión, pero mi mundo se desmorona, el pánico
se mezcla con el café al darme cuenta que están dando
el noticiero de la noche. Es decir no son las nueve de la mañana
como pensaba, sino las nueve de la noche. Esto quiere decir que dormí
todo el día en la alameda y el sol de mierda me despertó
justo cuando se estaba escondiendo.
CARTA POST MORTEM
Estabas pálido, no era palidez enfermiza, de insomnio o preocupación.
Era una palidez ganada por tantas horas quieto, mirando el vidrio
y el desfile de rostros demacrados, pero no tan pálidos como
el tuyo.
Olvida como tentabas al destino y la diferencia abismal entre la
moral de tus días con la moral de tus noches. Luego continua
con ese rostro de ángel entumido, aún después
de la bendición y con el cielo asegurado. No recuerdes tus
faltas y olvida lo feliz que eras cuando jugabas a lo prohibido olvidando
por completo su inefable gloria.
Cuando estés frente a Dios, confiésale sin miedo que
le defraudaste, es sabio, te va a comprender. Dile cuanto te gustaban
los prostíbulos, háblale de las promesas que no cumpliste,
de tus pecados de pensamiento y obra. Después de pedirle perdón,
siéntate en una nube y vuela sin mirar este paisaje lleno de
tráfico y árboles lisiados.
Practica yoga, allá tienen aire puro, aprende a tocar el arpa
o el violín, al viejo le encanta la música celestial
y olvidará que a veces conseguiste la felicidad gimiendo en
una cama sin leyes junto a una mujer sin fe, libidinosa y con miedo.
Cuando estés aburrido de tanta perfección divina, puedes
mirar como cruzo la calle forcejeando con el amanecer, discutiendo
las mismas tonteras de siempre, o puedes mirar y reírte de
la última locura de Rodrigo o Fulvio, que aún siguen
perfeccionistas en burlarse de todo lo que hace el Departamento de
Cultura de la Municipalidad. Como verás las cosas no cambian
demasiado.
Pero no mires la pieza, tengo el desorden más grande. Tus
camisas y chalecos están revueltos con mi ropa (de alguna manera
hay que estar juntos) además cubrí las paredes con nuestras
fotos y puedes entristecer al verme tan joven y lo vieja que estoy
desde la semana pasada, cuando tuviste ese fatal accidente.
INTIMA
Amaneció en posición fetal. Algo sostenía o
buscaba dentro de si misma. Desde que tiró el tapado hacia
atrás y puso los pies en la alfombra, se reconoció diferente.
Se mira en el espejo, encuentra erótico el desorden de su pelo,
la palidez y el resto de ojeras propios de cualquier mortal al momento
de despertarse.
El agua, el jabón, recorren su cuerpo, respira entrecortado
mientas las manos se deslizan suave, pesadamente sobre los muslos
recorriendo en forma intermitente cada trozo de sus praderas.
Algo dentro de ella se ha transformado, sale de la ducha mirando
el mundo. Tirada en la cama se contrae, se extiende sobre sí
misma, hurga incesante fuera, dentro, de su piel con movimientos largos,
lentos, fabricados solamente para la gloria de su placer.
De pronto desde la yema de sus dedos siente una descarga eléctrica
por todo el cuerpo, quedando tan sólo el reposo de su gemido.
Se acaricia el vientre, la primavera desierta que nadie corta ni cabalga.
Después del agua de colonia se viste rápido, no quiere
salir sin tomar desayuno.
Camina como una ciudadana cualquiera, es otra respetada señorita
a los ojos de la ciudad. Nadie se imagina que ella ha cometido un
acto natural, tan sólo espera no acostumbrarse y no tener la
necesidad de hacerlo cuando tenga pareja.
CURIOSIDAD EXORCIZADA
Había caminado hasta el centro para contemplar como la tarde
quería llover y no llovía nunca. Sentada en la mesa
de un bar despoblado a la espera de nada y de todo, pide una pizza
y un schop con la brutalidad de siempre. Después de pagar mira
la hora y se va dejando el paraguas en una silla.
"Con tanta noche encima y no sabe que hacer. Que se cree
esa tipa aburrida, a parte de ser una amargada de mierda, no tiene
imaginación. Ya quisiera que este bar fuera un lugar despoblado
para justificar su misma decadencia y alcoholismo. En primer lugar,
no tengo tanta brutalidad y éste no es un bar despoblado, eso
ocurre cuando no tienen claro lo que quieren, hoy tuve demasiado trabajo
y quise distraerme un poco. Con Eduardo nos veremos después
del cine, iremos a la disco y luego a su departamento.
Comienza a llover, corro a guarecerme pero cualquier techo aún
está lejos. "Te llevo" me dice una voz auxiliadora,
levanto el paraguas. "Gracias, voy al cine". "Ya somos
dos". Me toma del brazo para alcanzar debajo del paraguas. Compramos
bebidas y las infantables cabritas, que son el calmante justo para
la tensión de cualquier película.
Estas empapada. Con su mano seca mi cabello y extiende un pañuelo
desechable, como la ida a bailar con Eduardo. Las bocas se rozan,
se huelen. Le huelo el cuello, las orejas, buscando su aprobación,
bajo con la nariz hasta la pretina de su pantalón y me acepta.
Regreso a su lengua seca y desesperada por mi boca que se entrega
consciente de la moral y de la infracción que nos pueden cursar
si nos encuentran gozando de esta manera.
Estuvo bien sentarnos en galería ¿Lo habrá
planeado desde que me ofreció el paraguas? No importa yo también
soñaba con hacerlo algún día, pero siempre ese
día era lejano e inalcanzable, quizás por vergüenza,
pudor, o sencillamente por no tener con quien hacerlo. Empuño
la mano para entibiarla un poco antes de tocar su abdomen, se deja
desabrochar, escarbo con mi frente su cabellera hasta desprender los
fluidos aromáticos de su pelvis.
Agitada con el sudor incendiando su frente, me mira con un cansancio
tan placentero y jovial como el mío. Con la cabeza puesta en
su hombro como cabritas, mirando sin comprender la película.
"No entendí nada". "Nuevamente somos dos, yo
tampoco entendí". Comentan mientras miran en la pantalla
la palabra Fin.
Con la curiosidad y los deseos exorcizados, salimos conversando
como si nada hubiera pasado. Suena mi celular. "Mi novio viene
a buscarme", le confieso. Sin dejo de reproche dice que en otra
ocasión podemos conversar y tomar algo después del cine".
Se miraron y supieron que no habría otra oportunidad. Ella
regresa a buscar el paraguas, sabe perfectamente el destino que le
espera. Al entrar me reconoce, la miro maternal, sabe que la estoy
escribiendo, me pregunta si tendrá familia con Eduardo le digo
que sí. Me da las gracias y dice perdona pero no tenías
nada claro y tuve que tomar vida propia.
PSICOSIS EN ORDEN
Llega a casa rendido, aún así se pone el buzo, sale
a correr, los diez kilómetros diarios, luego riega el jardín,
toma la pala y arranca alguna pequeña maleza que recién
está creciendo. Como empieza a oscurecer se entra para tomar
una buena ducha, con el pijama puesto se sienta en el comedor para
leer "Adiós al séptimo de línea", mientras
toma once.
Después de seguidos bostezos pone el separador en la hoja
ciento treinta del segundo tomo, apaga la luz, y comienzan a llegar
a su mente diferentes mundos, pensamientos, aspiraciones, lo que hizo
mal o bien durante el día, y los asuntos de mañana.
Gira como trompo, se tapa, se destapa. Aplica los ejercicios de respiración
enseñados en la clase de yoga, después de una hora,
salta de la cama, lava la loza de la once, el cenicero, arregla las
sábanas y retoma el libro.
Nuevos bostezos, le lloran los ojos, se masturba con la luz encendida
recordando a Lorena. La primera vez que estuvo con ella se sintió
incómoda, imperfecta cuando vio desde la puerta el brillo escandaloso
del piso, todo estaba extremadamente limpio y en su sitio. Ella se
olió para sentirse más segura, trató que la huella
de sus zapatos no dejara marcas, por lo que se devolvió para
limpiarse de nuevo en el limpia pies que dice "Bienvenidos a
esta casa".
Esa noche tomaron vino blanco, comieron almendras saladas, pasas
y queso, como los platillos quedaron desocupados y el cenicero tenía
más de tres colillas, le pide permiso y lleva todo a la cocina.
Lorena lo sigue mira como lava, seca y guarda cada cosa en su lugar,
piensa que no podría soportar los trescientos sesenta y cinco
días con él y quiere huir, pero Adriano cambió
el compac de música clásica y la invitó a bailar
un lento. Lorena olvida lo pensado se deja seducir y piensa que algunas
noches no le hacen mal a nadie.
Hace el amor con respeto. Adriano siempre pregunta en cada caricia
si está bien la mano puesta ahí, después del
orgasmo se ducha, prende incienso para combatir el aroma salado de
los cuerpos, ordena y dobla la ropa dejándola en el closet.
Por la mañana Lorena se va ¿En huída? Mientras
Adriano lava las tazas del desayuno, pensando que fue una noche divina
y que podría seguir invitándola, con el tiempo pueden
tener una relación estable.
Después de recordarla cierra el libro, lo deja en el velador,
se pone la bata de levantar, va al baño para botar el pañuelo
desechable ocupado en la cama. Nunca ha podido entender porque Lorena
no quiso ir de nuevo a visitarlo. En el living se fuma un cigarro
pensando que tiene cincuenta y cinco años y no entiende porque
las mujeres duran tan poco en su vida.
SOLTERO
Son las ocho de la tarde. Cierra la puerta, algo frío trepa
por su espalda, enciende el equipo para alejar esa sensación
y escuchar música mientras se prepara para el rito del café
con pan tostado. Piensa en lo que hará más tarde, hoy
no quiere ver el noticiero ni trabajar en el computador. Mira el fondo
de la taza buscando inspiración y aliento, nada mejor que salir
a tomarse algo.
En el ascensor escucha a una pareja hacer planes para el fin de semana
piensa en las que estuvieron a su lado y dejaron de amarlo. Lo dejaron
con su voz atornillada en el cenicero. Lo cierto es que no puede entregarse,
ni ofrecer estabilidad emocional, algo en ellas le incomoda cuando
se aproximan a la intimidad. Reconoce que es importante el afecto,
compartir los detalles del día a día, tener con quien
planificar la Navidad y otras fiestas.
No posee la brutalidad justa de dominio. No es el macho recio que
una mujer necesita. Piensa que algún día llegará
alguien que no exija demasiado. Recuerda la foto de sus padres en
la pared del living, tantos años unidos, y él tanto
tiempo solo, imposibilitado de amar.
Camina con las manos en el bolsillo. Se dirige al Pub más
cercano para tomar un vaso de Whisky conversar con otro en la barra,
lo cierto es que se siente cómodo con ellos. Con ésos
que gesticulan como hembra en permanente celo. Se cuestiona, tiene
dudas. Sus dudas lo hacen sentir culpable, lo entristecen. Otro hombre
en la barra lo mira en forma insistente, como se siente vulnerable,
le acepta un trago que se bebe de un sorbo, le pide disculpa, y sale
del bar escapando de su tendencia innata.
Son las doce de la noche, saca de un armario con llaves ropa intima
de mujer, vestido/a se maquilla un poco mirándose en un espejo
de cuerpo completo, se siente divina, y consecuente con lo que realmente
quiere ser. Escucha y canta al compás de la radio, después
del cuarto Martini comienza a llorar, la pintura se le corre y comienza
a rasgarse la ropa como queriendo huir de si mismo o de aquellas prendas
que no le perdonan su cobardía. Un poco más repuesto
prepara el uniforme para salir mañana, no a la búsqueda
de su destino sino simplemente a trabajar, Tener para pagar sus vicios
y deudas, alguna necesidad de sus padres y el resto a una cuenta de
ahorro que le procure una vejez digna.
Pasa la semana entre pub, computadores y para reafirmar su hombría
en cafés con piernas. Acepta que las mujeres no le gustan,
pero entiende que debe ser discreto, ya que los rumores vuelan y su
familia podría enterarse. Termina otra semana, es viernes por
lo que sale con algunos amigos de la oficina, al llegar a casa apaga
el despertador, los sábados no trabaja y por la noche irá
al Pub de la semana pasada. Aprieta con decisión el témpano
de la almohada pensando que mañana invitará a un trago
y conversará con el moreno de la casaca gris.
SUAVIDAD HUMEDA
No quiere tocar nada suave. Cuando se esparce la crema en rostro
y cuerpo, lo hace rápidamente. Prefiere el plástico
al vidrio en tazas y vasos, además no usa vestidos ni blusas
de seda.
Hace frío, aún así suda un poco, pasa su lengua
por los labios mientras cuenta los días. Son veinte días
esquivando las emociones de su cuerpo. Veinte negándose al
ruego de si misma.
Satisfecha de su triunfo continua trabajando, pero su mente la traiciona
y comienza a respirar en forma desordenada. Se agita, se impacienta.
Nuevamente el sudor la atrapa, siente olores y esa humedad que pretende
ignorar la doblega escandalosamente.
Acude al baño, se lava las manos hasta sentirlas frías,
para soportar la desesperación humedece sus sienes, el cuello
y la frente. Respira agitada. Sabe que lo necesita. El brillo profundo
de sus ojos, el calor en sus mejillas denuncian su natural instinto.
Deja corriendo el agua del lavamanos, el espejo mira como cierra
los ojos y abre ligeramente la boca. Rendida se desabrocha la falda
y camina hasta su vagina, tantos días esquivada, ignorada,
insatisfecha.
LA CARNE ES DÉBIL.
Lo vi mirarme, sus pupilas cercenaron el humo de los cigarros agitando
mi densa tranquilidad. Finjo, con esa hipócrita coquetería
femenina, del no darse cuenta. Mira la hora "Es tarde, ya son
las cuatro treinta", dice con cara de sueño. Aún
así se queda.
Somos un grupo de amigos. Amigos de copa, café, de todo aquello
que endulce la noche de los viernes. La mayoría hemos perdido
la inocencia por tanto insomnio y fracasos corcheteados en el cuerpo.
"El Poeta" está mirándome de nuevo, dice
que soporta el tiempo con los ojos amurallados para no verse reflejado
en las vitrinas cuando todos huelen a trámites, impuestos,
oficina. Hasta en su tierra natal se siente extranjero, aún
así dice que le agrada quedarse pegado a esa tierra, oliendo
el aroma añejo de la infancia.
Le hacemos algunas bromas por tanta nostalgia y seguimos hablando
de cualquier tema. Discutimos demasiado, cada cual defiende sus tonteras
en forma racional y apasionada, lo importante es que durante y después
de las discusiones continuamos siendo amigos. De pronto cruzo la mirada
de todos para llegar a sus ojos. Nadie se da cuenta de nuestro juego,
de nuestras miradas ni de cómo pienso en su nombre.
Su nombre camina por mi cerebro, mi lengua mira la estela de su piel,
el trigal de sus manos. De pronto mi saliva tiene gusto a su voz,
y lo miro para descansar del tiempo. Por algunos instantes imagino
y acepto la farándula que socialmente se impone para amar.
Lo imagino trayendo flores, besándome en público, escribiendo
siúticas tarjetitas, por un momento olvido que desconfiamos
del amor y del romanticismo.
Ya son las seis de la madrugada. Nos veremos mañana o el próximo
viernes. Mientras me acompaña a esperar colectivo conversamos.
Lo pienso al desnudo, en como besará y hará el amor.
Sacudo mis ideas y lo miro pensando que el sentimiento no es fuerte,
pero reconozco que la fortaleza de mi carne es demasiado débil.
ALMUERZO
Estamos sentados sólo para nosotros. Tu voz temblorosa se
pierde con las voces de otras mesas, pero vuelve a tu boca que recuerda
el primer día de matrimonio, de cómo hemos envejecido,
de cómo se han envejecido las palabras y se han cansado los
besos detrás de la lengua.
Estás nerviosa, por eso no te interrumpo, tan sólo
te miro y reconozco que aún me perdería en el universo
cálido de tu cuello. Mis manos, pronuncian gemidos multicolores,
quieren sentir el calor de tu espalda. Hace frío en días
como éste, la ventana multiplica la expresión de los
rostros que caminan tirados por el vaho de la boca. Mi boca también
gime, pero no es de frío.
No me gusta el tono que va tomando tu voz ni la expresión
de tu rostro, dices que a la sopa le falta sal, miro tu gesto y sonrío,
siempre he sonreído al escuchar tus reclamos. Después
que gritabas siempre eras otra, discutías por las toallas húmedas
en el suelo, mis calcetines debajo de la cama, a propósito
te dejaba levantar todo mientras fingía no oírte. Esto
no va a tener un buen final, no entiendo lo que quieres decir, tan
sólo tengo miedo de este almuerzo y del mundo que existe afuera
de este restaurante.
No has parado de hablar y sollozar, hasta el postre tiene aún
palabras hechas en el horno de tu boca. Yo aún estoy aturdido,
pero si eran amigas desde antes de casarnos. No quiero seguir escuchando,
no quiero sentir, todo es una pesadilla, un mal sueño. Confiaba
en ti. Eres mía, tan sólo mía. Hasta después
de la muerte seguirías siendo mía.
Dices que me engañas y para colmo con una mujer. No logro
explicarme nada. Con razón no querías tener hijos. Dime
¿Qué eres?. Todo ese discurso de mi incomprensión
y tu soledad, váyanse a la mierda. Las palabras que derramaste
durante la sopa, el segundo y el postre no las entiendo, no me importan.
Me dejas por una lesbiana. Eso es todo. Ahora vete, quiero beber las
veces que sea necesario para reaccionar y buscar otras palabras para
explicar tu partida a mi familia y a los amigos.
ENCUENTRO DE ÁNGELES
Ese día tomó la micro, se sentó con esa indiferencia
propia que se sienta todo el mundo junto a otra persona. Por su forma
de respirar supo que lloraba, le preguntó si necesitaba ayuda,
pero Eugenia no respondió y le pidió permiso para pasar.
Algo le dolió dentro de si mismo, el sentimiento de esa desconocida
le era familiar. A veces un gran desconcierto también se apodera
de su mente, sabe que en ese momento se necesita solamente que alguien
esté.
Alcanzó a bajar antes que la micro partiera. Se acercó
temeroso, le volvió a preguntar si se sentía mal. No
es nada, respondió. Conversaron un cigarro entre monosílabos
a medida que el humo y las palabras se perdían entre los arbustos,
ella se fue tranquilizando y aceptó ir al café de la
esquina.
Las cervezas les arranca sonrisas y bromas. La tristeza yace junto
a las colillas de cigarro y botellas vacías. Caminan apoyando
el cuerpo el uno en el otro para sostenerse, pero más que sostener
el cuerpo, se abrazan para no morir tan solos antes que anochezca.
Le confiesa que sus padres se darán cuenta de su estado, como
Alfredo está solo la invita a tomar algo y refrescarse. Pasa
al baño, toma agua, mientras él pone las tazas. Eugenia
apresurada se toma el café, agradece la ayuda y el tiempo prestado.
Era el momento de irse, su alegría la lleva a sacar de la
mochila una cerveza, para brindar por la amistad surgida. Beben rápido,
conversan y ríen rápido. No quiero llegar tarde, dice
mientras se pone nuevamente la chaqueta.
Cuando Alfredo abre la puerta Eugenia sonríe, sabe que al
pisar la calle todo comenzará de nuevo. Alfredo presiente lo
que piensa, para darle ánimo la abraza y le dice que todo pasará,
la besa en la frente, se miran largo y terminan entregándose
una tregua, la boca, el cuerpo y un trozo de afecto.
Acuden a rescatarse. El miedo y la soledad se convierten en deseo,
la chaqueta se queda en el living vigilando si alguien toca la puerta.
No saben si habrá futuro. No les importa el futuro, tan sólo
se entregan hasta olvidar la tristeza de este día.
AMOR PRECOZ
La mira asombrado, aún conserva en sus pupilas ese halo de
inocencia, pero ahora tiene una extraña mezcla de madurez,
pureza y cansancio. A pesar de su insistente mirada no lo reconoce,
sin embargo él siente de nuevo esa emoción nerviosa
que lo hacía feliz cuando estaban en recreo y jugaban.
No sabe cuantas veces lloró escondido en el baño del
colegio, o en el patio de su casa. Hasta dejó de tirarle el
pelo a sus hermanas y jugar con los vecinos. Tan sólo veía
su rostro, la nombraba despacito. Por las noches le pedía a
dios que la cuidara, que tuviera buenas notas, que siempre pudieran
sentarse juntos para compartir la goma y los lápices de colores.
Ella también lo quería, le dejaba en el banco corazones
hechos en papel lustre y la mitad de sus galletas. En mayo hicieron
la promesa de ser novios y estar juntos hasta cuando fueran grandes,
pero después de las vacaciones de invierno ella no regresó.
Su padres la cambiaron de colegio al enterarse del inocente noviazgo.
Nada tenía sentido desde que el pupitre quedó solo
como él. Aprendió otro dolor. No el dolor de quedarse
sin postre, sin recreo o sin ver los monos animados. Aprendió
el dolor que deja la ausencia de quien se ama, pero con el tiempo,
también aprendió que eran cosas de niños.
La siguió por algunas cuadras dispuesto a conversar con ella,
pero el niño en brazos y el otro que lleva un mono de peluche,
coartan su valentía. Camina nervioso, quiere decirle que aún
conserva sus cartas y algunos corazones de papel lustre, pero se arrepiente
por temor al ridículo.
Aún así pretende saludarla solamente, quizás
puedan conversar algo. Se acomoda la corbata y la chaqueta, está
a punto de alcanzarla, pero se detiene al ver que sale un hombre de
la tienda, la besa y toma al otro niño en brazos.
Mueve la cabeza, sonríe. Piensa que es mejor recordarla con
su voz de niña, prefiere mantener la imagen y el recuerdo infantil
lejos del mundo impuro y frío de los adultos. Era una locura
hablarle, dice mientras cruza la calle después de mirarlos
por última vez.
SILENCIO INCONFESABLE
La muerte no fue el remedio. Quiso ocultar su miedo, dejarlo enterrado
para que nadie descubriera el secreto. Aprendió a sostener
el grito, a esconder el llanto en la cama-cuna que mordió su
cuerpo.
La timidez colgada en sus comisuras son rebanadas de pánico,
la señal de la cruz no basta para calmar el dolor ni apartarlo
de su lecho. Diosito no interrumpe, no envía un ángel
para que haga ruido y él se asuste y se retire de encima de
su niñez. Sólo la aplasta, la asfixia y amenaza mientras
sacia su instinto criminal.
El silencio es el candado de la muerte y ella lo conserva sin saber
que secreto guarda. Desde los siete años aprendió ese
lenguaje. Es un secreto entre Papá y yo, le confiesa a su muñeca
mientras la peina. Lentamente va perdiendo la risa y le maduran los
años. Se hace mujer, se aturde aún más. Aprende
a esconderse, algo le dice que debe huir.
Guardó o escondió la muñeca en la cómoda,
quizás para que no hable o porque ya dejó de ser niña.
Esconde también su cuerpo, la mirada. Se siente culpable, no
sabe cuando surgió esa culpabilidad. Lo cierto es que su inocencia
se convirtió en una culpa inconfesable.
Engorda. Presiente que debe esconder su gordura. El secreto ha crecido,
quiere divulgarse pero ella no sabe ni confía en nadie. Se
revuelca en la cama, el miedo detiene sus gritos y sólo esconde
el rostro en la almohada, para que nadie escuche otra vez, para que
nadie escuche.
Silencio y secreto se visten de luto, mueren ante el llanto del niño
que tampoco pidió venir. No lo quiere, hace ruido, demasiado
ruido. Lo asfixia como la asfixiaron, corta el cordón que lo
une a ella y lo arroja en un pozo negro abandonado.
Su madre al verla con fiebre la lleva al hospital. Le dice al médico
que sólo tiene doce años y no tiene permiso para salir
sola de casa, que es muy tímida y no pololea porque su padre
es muy estricto. Olvidando las amenazas de muerte a toda la familia,
confiesa pidiendo perdón por su pecado.
Sus hermanos lloran cuando Carabineros se lleva al Papá. Ella
vuelve con la mirada en el suelo, algo la humilla ¿El secreto
profanado?. ¿La muerte del hijo que nunca supo que era hijo?
Las bocas del pueblo murmuran. Ya está grandecita. Sabía
muy bien lo que hacía. Le tiene que haber gustado la cuestión,
por eso no dijo nada. Quienes la acusan no entienden el dolor que
trae desde su cama-cuna cuando bajo amenaza de muerte pegaba los ojos
al techo y guardaba silencio mientras lo tenía jadeando encima.
CASA A LA INTEMPERIE
Desde el banco de una plaza oscura, ve como el frío camina
sobre las luces del semáforo. Mira las ventanas encendidas,
el humo de las salamandras, a la gente caminando en dirección
a la sopa, a una taza de café, a la tibieza.
Como todas las noches acaricia el brasero de la infancia, para quemar
este destino en sus brazas, para calentarse, para no ser víctima
de la ciudad y llegar relativamente vivo al día siguiente.
Acomoda los cartones, las hojas de diario, alguien pasa y le dice
¿No te da vergüenza?. Sí. Responde. Me da vergüenza
no tener un techo donde dormir.
LA ULTRAJADA
Desmenucé lentamente mis alas hasta dejarme llover sobre el
silencio trajinado de mis voces y lloré por la eternidad impuesta.
La sinfonía del tiempo envuelve el sendero recorrido. No hay
ángeles a esta hora. No hay ángeles y yo tan desnuda,
tan cubierta de olores, de momentos inconfesables ¿O fue un
solo momento?.
La casa encinta espera mi regreso, la lluvia de esta piel ajada.
¡Tanta vergüenza Dios mío y tanto miedo!. Valentía
debo guardar valentía. Los vecinos miran mi ropa. ¿Se
habrá prostituido?. Murmuran, mientras mis padres lloran, al
ver estos ojos infectados de fiebre y pánico.
Bajo amenaza muerte olvidé la dirección de la vida.
Mi madre, cubierta de sal y lágrimas recoge mi dolor, el aroma
incendiado de la ropa y duermo quebrada en su regazo. Despierto, la
miro. Me abraza. Me llora. Me pierdo. Estoy perdida.
Mi madre contempla mi enajenación, pide alivio, olvido y justicia
divina. Aún después de tanto tiempo la escucho rezar
suplicando marido, hijos, felicidad para estos veintiocho años
que llevo colgada del cenicero.
Atrás quedó la vergüenza, el rumor de los vecinos,
la tarde aquella en que decidí no tener HIJAS para que no les
ocurra lo mismo. No tener HIJOS para que no violen a ninguna mujer,
madre, hija, tía, prima vecina, amiga, estudiante o desconocida.
Para que no violen a ninguna mujer, madre, hija, tía, prima,
vecina, amiga, estudiante o desconocida. Para que no violen a ninguna
mujer.
EXPULSIÓN
DE SI MISMA
Tendría que haberme ido hace tiempo, tus promesas funcionan
sólo una semana y luego vuelves a ser esa mujer temerosa que
siempre ha vivido a costa de mi trabajo. Estoy cansada de alimentarte,
de verte echada como perra, sin hacer nada y cuando llego a casa,
comienzas a molestarme mientras limpio la suciedad de anoche.
Pero tu ocio no es tan grande, a veces me acompañas a la oficina,
te quedas mirando desde afuera o desde adentro, pero siempre observando
con quien converso, mi forma de trabajar de comportarme, para después
criticar todo cuanto hago sin entender que gracias a mí te
llenas, vistes y vives.
Me has ido dejando sola, conversas con mis amigos, seduces a mis
parejas, hablas de mis costumbres, de la mala vida que te he dado
durante estos años, para luego llegar como perra entumida a
meterte en la cama buscando calor, un refugio donde descansar de tus
lamentaciones.
Desde hoy mi tragedia tomará otra forma, ya no soy mi propia
enemiga o verdugo, hago míos los defectos que tengo sin reproches,
porque no quiero seguir discutiendo con la puta sombra de mi espejo.
PERROS EN CELO
Se miraron como perros enfurecidos antes de la pelea. Ella te ladra
enfurecida, te invita, se insinúa y tu avanzas, retrocedes,
ladras, la hueles y te quedas echado moviendo el rabo mientras desaparece
como perra entre la multitud.
Nuevamente ella, a otra hora, con otra ropa sobre el mismo pelaje.
Se miran y tu olvidando ciudad, semáforos y smog saltas sobre
ella, la doblegas y la llevas al rincón de la vitrina para
apretarla contra la pared. Aquí no se puede. Se fueron moviendo
la cola, resollando con la lengua afuera y con el hocico lleno de
baba por tanta espera.
La penetras rudo, violento. Abriendo los surcos responde a tu enojo.
Ondea enfurecida bajo el himno de tu cuerpo sudado. Abre otros deseos
y los sacia al instante, sin tregua ni reposo. Cada caricia es un
acto de sometimiento divino, la cárcel donde sin ser delincuente
eres prisionero. Nunca te habías sentido empequeñecido
y hasta inocente cuando ella ladrando se penetra aún más,
mientras entrega sus senos a tu hocico.
Confiesas que la deseabas hace tiempo. Te hace callar. Nada, sin
palabras, te responde. Sientes vergüenza, por ese acto de romanticismo,
en venganza ofreces un poco más de lo poco que te queda en
el cuerpo. La aprietas, besas, la frotas endemoniado, quieres ver
como se rinde, como cansada se queda dormida en tu pecho, así
como otras se han dormido. Pero ella te besa y se frota lo suficiente
hasta dejarte inmóvil.
Voy a refrescarme. Te sientes satisfecho, piensas que la invitarás,
como a todas, a tomar algo. Dirás que no sabes si podrán
verse de nuevo, confesarás tu edad para humillarla un poco,
pero sale vestida del baño y es ella quien concierta la cita.
El viernes te espero en la misma vitrina. Por ahora debe recoger a
los cachorros y pasar a la oficina de su esposo.
Te deja desnudo fumando, bebiendo los dos tragos crucificados en
la mesa de ese hotel sin ninguna estrella. Te acomoda la situación.
La verás un par de veces y nada más. Todo veinteañero
tiene alguna aventura con una hembra casada.
Hoy es el segundo año, recién se ha ido y ya esperas
la próxima semana. Sabes que eres amante y ella un hueso prestado,
pero no sabes que te enamoraste y necesitas el bramido de ese pasatiempo.
ESTADO DE ANIMO
El día llegó silencioso, un pequeño cargamento
de emociones colgaban de mi cuello, nada trágico, dije. Nada
que no pueda quietar una buena ducha y un delicado maquillaje para
sentirme como lechuga fresca.
Cerré la puerta, ese portazo fue como gatillar el primer segundo
cuando abrí los ojos sintiéndome nublada, ojerosa, reseca.
Siento miedo de asfixiarme en esta primavera ridícula y es
que todo el mundo, todas las miradas y murmullos, comenzaron a expandirse
dentro de mi piel.
En la micro los veo normales conversando. Creo que no son nada, están
vacíos, pero no debo engañarme. ¡La vacía
soy yo!. En la oficina me siento detrás de una taza de café,
miro como trabajan, luchan, se pelean. No se si siempre han sido así
o el sistema les cambió las utopías que yo también
perdí.
Las voces quieren ganarme pero las corto, les cerceno la yugular
con el abre cartas. Las paso por la trituradora y las elimino con
la tecla Supr del computador. Después le saco una fotocopia
a mi sonrisa, la pego en mi rostro, borro con tipex todo cuanto fui
esta mañana.
Nadie tiene la culpa. Lo repito antes y después de poner el
timbre en las cartas. Quiero estar bien, pero continuo sobrecogida
por tantas voces mentales. Son muchas voces quienes me dictan lo que
debo hacer o escribir y a veces he llegado hasta olvidar el color
de mi nombre.
Son las cinco de la tarde, aún permanecen las voces. Creo
enloquecer mientras distribuyo esta correspondencia. Necesito una
tregua, no importa que después enloquezca de nuevo, pero necesito
una tregua. A Cristo lo bajaron. ¡Bájenme de este madero
mierda! No soy ningún Profeta, soy yo, la que se duchó
esta mañana para venir a la oficina.
Es la hora de la salida, adelgazo después de cada semáforo
hasta llegar al paraíso de mi casa donde leo hasta desnutrirme.
Cada página es una maratón, adelgazo de nuevo en cada
línea borrada, mientras el reloj me cuelga ojeras en la puerta
del baño. Exhausta recojo los pedazos de mi cuerpo, los acomodo
en la cama y duermo entre líneas.
LOBA HUMANA
Amanecí madura después de los cuatro otoños
que pasaron por mi rostro de humo. Desperté leyendo a Gabriela,
llorando por sus cartas de amor y nadie supo que también lloraba
por mi, pero no importa, amanecí y desayuné a las siete
de la mañana porque hoy es el inicio de mi vida.
De pronto fui feliz, la ajena que me habitaba es mi mejor amiga,
los fantasmas se quedan sin voz al verme tan madura y decidida y voy
por las calles quebrando la escarcha, leyendo y bosquejando sobre
la tarde pequeños sueños.
Pero anochece, la tarde con su lentitud despierta mi tragedia. La
luna espera mis ritos paganos, las velas encendidas, un poco de sangre
y la tendencia comienza a cobrar una necesidad desmedida a todo lo
que había renunciado..
Esta loba aunque vieja continua cometiendo los mismos pecados y pequé.
Empecé a aullar en la colina llamando al resto de la manada.
Sobre mi piel comenzó un profundo escozor hasta que me crecieron
pelos y caminé otra vez en cuatro patas y la luna, seductora,
mira a través de la niebla como aúllo en otra noche
de tragedia.
En cada esquina orino para atraer un macho Alfa, después corro
dentro del bosque sin respetar semáforos, cerca de un arroyo
me siento pensativa, mirando el cielo en el agua, pienso en que jamás
dejaré de ser la misma. No aprendo, no maduro, tengo cuarenta
años y aún siento y pienso como loba, aunque se que
me engaño, la felicidad de haber superado esta tragedia, sólo
duró catorce horas y luego me entrego al reflejo de la luna.
Me lamo las patas sobre una colina, olfateo el aire, a falta de hombre
corro detrás de un conejo, y vuelvo a aullar al pensar que
lo he atrapado y devorado con mis dientes, he sentido su sangre fresca
en mi hocico y me lamo las patas y reposo satisfecha, para luego correr
a casa antes que mi madre despierte y tenga el desayuno servido a
las siete de la mañana.
AFECTO
Él bautiza mis maternidades, mis antojos, a pesar que no siempre
permanezco en su mesa, bajo el amparo de sus alimentos agridulces.
Comprende mis huidas, a veces huye conmigo, otras me espera como si
yo fuera el rebaño disperso de su diócesis. Me conoce,
aún así dice que soy un misterio, un concierto que desconcierta
su lógica, el descanso que fatiga y estimula los deslindes
de su paciencia.
El tránsito de sus palabras camina sobre mis vísceras,
balbucea destetado frases construidas con puntos suspensivos, inacabados,
como su desnudez. Te quiero. Te ... quiero... Sabe que soy una parturienta
sin hemorragia, contracciones, sin placenta, aún así
apoya su cabeza sobre mi vientre. En mi vientre recibo y acuno la
colmena de su hastío, la sobrepoblación de su país
colonizado y huérfano.
Perdí la subjetividad, mi historia, la noción del tiempo.
A veces era un limbo extraviado en mitad de la calle, una ausente
sin contemporáneos ni época. Una apatrida desprovista
de universo y eternidad, pero hoy él puebla con su memoria
las ciudades deshabitadas de mi mente.
Aprendí a ser estación, y espero que él llegue
con sus emanaciones, con las toxinas evaporadas en el sudor de su
frente, de su pecho donde deposito mis vigilias. Quiere bucear en
mi intimidad. Deja la taza de café, desabrocha mi blusa. Aún
no sabe como me quiere como me necesita en la alameda de mi boca y
me dice Te quiero, pero no se como te quiero. Conozco su duda lo dejo
abandonarse, lo recibo.
Es aquí cuando me conozco y tengo la certeza del porque nací
y me hice mujer por sobre las otras mujeres.
Su mirada se alarga, hipnotizado construye puertos, faroles, barcos,
quiere llegar a tierras desconocidas, conocer multitudes, razas, olores,
inyectarse los misterios de cada aldea que puebla mi piel. Esta noche,
he sido rehecha por sus símbolos infantiles, por los juguetes
almacenados en su memoria. Soy mirada, la paz de sus duelos, el aroma
que respira. Lo bautizo, lo recibo, lo hago mi hijo. He sido la traducción
de sus sentimientos, fabrico su descanso y destruyo sus debilidades.
Serena, duermo con el niño y por la mañana despierto
con el hombre pegado en los olivos funerarios de mi cabello.
VENERACIÓN
Ella es frágil, aún así se levanta cada mañana
para cambiar el mundo y acomodarlo en un sitio donde no moleste tanto.
Siempre todo lo enmienda en silencio, pero hay días en los
que grita desde la mañana y muerde todo lo que está
a su alrededor, es entonces cuando el café tiene sabor amargo
y la sopa sin sal hierve ruidosamente en la cocina. Pero ella sigue
siendo un papel rosa donde dibujo sueños.
Conoce mis gustos, los defectos que pueblan mi continente, el idioma
nocturno que escribo entre sábanas. Me conoce, por eso se deja
apretar. La aprieto fuerte amarrando en sus caderas el yugo de mis
deseos. No quiero desprenderme de ella ni ausentarme de su voz. Soy
tan pequeño cuando me nombra, para que me nombre finjo no oírla,
me vuelve a nombrar. Es entonces cuando el niño escondido aflora.
La siento madre, corro a su falda para no sentir frío, para
buscar la protección que tan sólo su frágil cuerpo
me puede dar. Duermo como un infante mal herido sobre la luna café
de su pecho. Me acaricia y bajo su mano miro todo lo que no se ha
escrito. Contemplo los accidentes del universo, la enfermedad, el
engaño y me refugio cada vez más dentro de ella. Soy
un peregrino que camina por sus calles y me tiendo en su plaza hasta
redescubrirme en su vientre. Es entonces cuando amanezco colgado de
su boca hablando lenguas que tan sólo ella puede traducir.
Con ella, desde ella, a través de ella nací descontaminado,
con intenciones de permanecer en un mismo lugar, quedarme en casa,
en la tierra para contemplarla y ser parte de su rutina. Me trae un
café, se sienta en el sofá y me conversa. La acaricio,
beso las páginas de su sexo. Su sexo es una balsa en la que
mis labios se pegan a la madera, escribiendo el génesis mar
adentro. Suda, escandalosamente sudamos y ella me recibe maternal
con los brazos prendidos en mi espalda.
Hay noches en que la presiento inmortal, es una diosa, tiene el poder
de matarme de infectarme dolores y éxtasis supremos. Continuo
en sus labios, todo en ella es tan digno de ser venerado. Busco en
su cabellera otro misterio, mientras soplo su frente, me pregunto
¿Cómo puede existir la muerte si ella es vida? Se acuna
entre mis brazos, dejo de ser niño y la recibo para protegerla
y salir por las mañanas sin dolores a ganar el pan que se lleva
a su boca.
CRUZANDO MIEDO
Y PUDOR
Está comiendo pizza acompañada de una botella de vino.
Es viernes por la noche, no quiso acompañar a Sergio y los
niños al campo a pasar el fin de semana. Quiere ordenar casa
y ropa. Fuma mientras se bebe la segunda copa de vino, respira profundo,
le parece increíble estar sola, mañana se levantará
a cualquier hora, sin preocupaciones domésticas.
Le piden encendedor, envuelta en sus propios pensamiento no escucha.
Pilar debe tocarle el hombro. ¿Me das fuego?. Toma el encendedor
rápidamente, pero se le cae, las dos manos se dirigen al suelo,
se rozan levemente. Sonríen al ver lo ridículo de la
situación. Conversan de mesa a mesa, sobre el calor que hubo
en el verano, donde trabajan, lo deliciosas que son las pizzas. Se
hace tarde por lo que Inés pide la cuenta, quiere ir a darse
una larga ducha, y dormir hasta que despierte, así de sencillo
dormir hasta despertar.
Presiente que su conocida está sola, así que acepta
tomarse un pisco sour, conversan de cine, algunos programas rescatables
de la televisión y de pequeños asuntos familiares. Pilar
confiera su separación y lamenta no tener hijos durante los
cinco años de matrimonio. El destino es más sabio que
nuestros deseos. Dice en tono resignado.
Inés invita la segunda copa de pisco sour, Pilar no acepta,
debe manejar, como viven para el mismo sector le propone ir a su casa.
Al abrir la puerta del café nuevamente se rozan las manos,
Está agradable la noche. Sí, dan ganas de caminar. Alejandro
Sanz se deja oír desde la radio mientras el misterio se gesta
en un imperceptible silencio.
Pilar enciende las luces del living, cuando la invita a entrar se
encuentran de frente, mirándose, presintiendo una locura escondida
en lo más profundo del subconsciente. Olvidan el piso sour
para comenzar una serie de pequeñas caricias, roces de labios.
Se adivinan, mientras se desabrochan las blusas para luego tocarse
los senos sin dejar de mirarse.
Es una locura, no puede ser, yo no ... Sí, pero ya es demasiado
tarde, hemos cruzado la barrera del pudor y del misterio. Esta será
la única y última vez. Es lo mejor. No me vayas a dejar,
llegaré bien a casa.
Dialogan despacio. Temen que el jardín escuche algo o mire
como sus cuerpos zigzaguean encima de la cama. Se acarician, más
que nada se acarician, parecen estar haciéndose cariño
sobre las caderas, bajando y subiendo lentamente desde los senos hasta
la boca para fundirse en un beso tan delicado que parece sutileza
en vez de pasión. Se acompañan, van unidas deslizándose
sobre el gemido blanco que despacio comienza a desprenderse de los
cuerpos inundados por el misterio. Misterio que ahora también
se desvanece hasta llegar a una calmada desesperación.
Fuman, Pilar va a la cocina y trae dos pisco sour de acuerdo a lo
prometido. No estaban ebrias, pero ahora quisieran estarlo para justificar
la entrega. No necesitamos justificar nada, responde Inés mientras
se levanta cubriendo con una mano sus senos. Con la otra, me toma
el lápiz y escribe FIN.
CONTRAPORTADA
Desde una ciudad que no acoge, sino vomita a sus habitantes, los
personajes de estos cuentos breves pasean la soledad sin ostentación.
Algunos, son márgenes al margen, viviendo para una botella,
o para una masturbación desafiante, o para el simple reconocimiento
del cuerpo como propio. En la persecución de la síntesis,
la autora elabora instantáneas, imágenes que agobian
o encantan, siempre en busca del cuento, del final cerrado. Amores
escolares que se defienden de la vejez, personajes que se ven obligados
a interpelar a la autora y salir de su mundo fantástico para
alterar lo inmediato, recuerdos que deben ser cuidados de la amenaza
del presente, seres corroídos por la inutilidad, un cúmulo
de historias donde la síntesis es lo primordial, la brevedad
de las vidas y su futilidad en la coherencia de la estructura externa.
PIA BARROS