Toda reunión,
llámese encuentro, congreso, festival o como quieran nombrarlo, de
escritores, músicos. Artistas plásticos o lo que fuere, y más aún si es internacional, en
la medida en la que abre fronteras, siempre tan cerradas al arte, es
sin duda alguna un acontecimiento digno de celebrarse, porque festeja
la posibilidad de decir, como si fuese por primera vez, “hola, ojalá,
tal vez, recuerda o quién sabe, / indistintamente/ como si uno se
refiriera a él o a ello o a ellos o a ti/ desde la luz hacia la luz”.
Para los ritos inaugurales se ha decidido que sea el texto
escrito al amparo de mi lápiz, Faber HB, el segmento que corresponda
al anfitrión. Cosa grave, me dije, a pesar del privilegio que
representa esta elección. Y confieso que buscando desesperadamente una
salida, decidí, cierto día, con todo entusiasmo, atenerme a las
sugerencias de la comisión organizadora del evento y, sin más
responsabilidad que la que me otorgaba mi lápiz Faber HB, adoptar uno
de los objetivos de los mismos inventores de este Encuentro para abrir
un diálogo que permita, así dicen, “una visión menos nacionalista y
restringida”. Para cumplir con ello quiero proceder retomando una
tradición andina y comenzar, como quien dice, rayando la cancha y
redactar nuestra carta de presentación de lo que supongo somos, en una
palabra, poner las cartas sobre la mesa. De esa sutil manera, pienso,
cada cuál deberá adscribirse a Viracocha o a Inti, o quién sabe a Alá.
Lo importante es expresarlo para evitar confusiones futuras.
La tradición dicta ejemplarmente el siguiente diálogo:
“Yo
soy de los que usan asiento de plata / Tú de los que lo usan de oro /
Tú eres de los que adoran a Viracocha, preceptor del mundo/ yo soy de
los que adoran al Sol.”
A partir de esta declaratoria de
principio, dice el texto, “beberemos y comeremos y
conversaremos…”
Testimonio pues, que crea los hilos para hacer nudo
y convertir el Encuentro en un poder aceptarse, abrirse y dialogar sin
ninguna frontera.
En esta perspectiva, pienso que lo más
acertado sería presentarles esta ciudad que los recibe, y que algunos
conocen y admiran, y que para otros es su primera vez y que para
nosotros es nuestro misterioso pan cotidiano.
***
*** ***
Hace no
muchos meses, en la noche del 15 al 16 de marzo, se realizó un evento
particularmente importante y emotivo en esta altísima ciudad,
bautizada por sus fundadores, como Nuestra Señora de La Paz. Tan
exaltado fue el acontecimiento que esta Nuestra Señora pareció olvidar
el recato y descubrir sus maneras de ser “así”.
No puedo evitar
ponerlos en antecedentes.
En 1932, fue encontrado y
desenterrado en Tiahuanacu, —pueblo prehispánico pensado por los
aymaras como el taipicala, la piedra del medio, pues consideraban que
este pueblo estaba en medio del mundo—, fue encontrado, digo, por un señor Bennet y desenterrado por un
Sr. Posnansky, un monolito esculpido en piedra, de siete punto treinta
metros de altura, de 20 toneladas de peso y de turbante desconocido.
En homenaje al explorador, el ídolo se llamó “Monolito Bennet”,
extraviando no sólo su nombre aymara, “Pachamama, la diosa de la
tierra del Panllevar”, que es muy posible que no fuera el original,
sino también su naturaleza femenina, esculpida sobre las espaldas por
múltiples trenzas al estilo de la casi extinguida comunidad de los
chipayas.
En 1933, esta impresionante imagen del Panllevar,
labrada en piedra, fue trasladada a La Paz, a la Alameda, hoy día El
Prado. Verdad o no, unos dicen que el cielo lloró a mares durante la
mudanza y otros, que ingresó triunfalmente en la ciudad parada sobre
la plataforma de un tranvía. En 1940 fue transportada a Miraflores, el
barrio deportivo de La Paz, y colocada en un templete
semi-subterráneo, construido a imitación del de Kalasasaya, donde fue
hallada, como una promesa de santuario y Museo al aire libre. También
esa vez, así cuentan, se cayó el cielo al suelo.
Ahí se detuvo
Pachamama de Panllevar. Había perdido a sus fieles pero no a sus
visitantes. Así, todo estos años, a la intemperie. Los estragos del
tiempo no dejaron de manifestarse pronto. La boca malograda despistó
el contorno, los dientes, a estas alturas, ya no se perciben, la nariz
ensanchada como está, ha desorientado el perfil, pero las lagrimas se
están. A su izquierda, quedó también la solidaria acompañante,
Pajsimama, la
madre luna, siempre según parecer aymara ; juntas, quien sabe cuantos
años, pues ambas pertenecen a la misma época. De lo que fue una no
esbelta pero alta escultura de 8 metros según calculan, queda una
cabeza en piedra gris de un metro y 20 centímetros, con el mismo
itinerario que Panllevar, pero no destino. A Pajsimama le fue
arrancado el cuerpo por medio de explosivos. Es ahora solo cabeza, sin
pies ni manos, lo que no impidió transportarla, al igual que a su
compañera de ruta. La mutilación de la madre luna, se hizo por doble
codicia: buscar piezas de oro en el interior de aquel pétreo cuerpo
femenino, aduciendo investigar el misterio de la construcción de
Tiahuanacu, pues nadie pudo resolver nunca, —ni los aymaras—, el
misterio de quién edificó la ciudad santa, ni de donde sacaron
aquellos impresionantes bloques, no existiendo canteras en kilómetros
a la redonda y, en segundo término, no buscar sólo oro en las entrañas
de esta piedra peinada, sino la técnica secreta de “amasar las
piedras”. Pero no encontraron nada.
La polémica sobre la bondad
de un retorno al sitio de origen de Pachamama de Panllevar, fue larga
y minuciosa. Lo cierto es que hace ya rato las gentes no tenían acceso
al Templete en Miraflores, impedidos como estaban por una altísima
reja. La justificación del levantamiento de semejante baluarte se la
podría encontrar tal vez, en las inscripciones sobre las murallas
antiguas y que los guardianes del templete sospechaban ser recientes:
“Marcelo ama a Lorena”. De manera que después de largas disquisiciones
y para que “esta plaza no siga siendo objeto de la indiferencia
pública y para que las piezas puedan ser debidamente admiradas y
apreciadas” se decidió devolverla a Tiahuanacu, previa construcción de
un hermoso Museo en el pueblo. Decir que el retorno legítimo de
Pachamama de Panllevar, se justifica, además de lo dicho, porque en
Tiahuanacu ya casi no existe nada para mostrar, es decir demasiado.
Según malas lenguas hay un mundo por desenterrar y si bien un
Chachapuma está en el Museo del Hombre en París, es necesario confesar
de inmediato que en Tokio, en Valencia, en Praga, en Berlín y en
Washington pernoctan a diario restos invalorables de la cultura
Tiahuanacota. De verdad. Vayan a ver.
***
*** ***
El
traslado iba a hacerse efectivo esa noche de marzo. En realidad ya
habían comenzado los trabajos de excavación 10 días antes, pero para
el tramo final se pensó en socializar el acontecimiento. Al Monolito
había que decirle civilizadamente adiós.
A las 19 horas del
día 15 la plazoleta estaba en rebalse. La Paz estaba impactada. El
barrio de Miraflores, lo mismo. “Cómo le van a hacer esto a nuestro
barrio” decían. Pero el sagrado ídolo se iba, Nuestra Señora de La Paz
perdía a uno de sus custodios.
Se habían reunido las voces de
la ciudad. Por un lado señoras, sentadas como montañas, luciendo sus
mantas de vicuña, pañuelo o mandil en mano, murmuraba en aymarol,
entre voces apenas audibles, la funesta decisión: ay qué será de
nosotros, Tatito, ahuracito, qué será de nosotros, ay qué será:
maldición es, diluvio es, sangre es…”
“Profanación,
profanación”, clamaban algunos corazones entre sollozos mal
contenidos. En tanto, pronunciados por labios distintos y pintados, se
deletreaba en ritmo femenino: Espíritu Santo, sálvanos; protégenos,
Santísima Trinidad “todas las noches llora el Monolito, ay Jesús,
Jesús María, todas las noches se pasea el Monolito.
Palpitaban
voces, por todas partes se oían las voces:
—Lo que digo tiene
fundamento científico, el Monolito Bennet tiene diseñado en su espalda
un calendario agrario. 12 meses con 30 días cada uno, dividido en tres
semanas de a 10 días cada uno.
—Quieres decirme ¿qué han inventado
la pólvora?
—Te aseguro que es un almanaque agrario y tiene que ver
con la Puerta del Sol.
Musicalmente interrumpía otra fonética; Ay
Achachilas, abuelos, Ayúdennos en este trance…Ay Tomás Huanca, ay
Fortunato Condori, ayudadnos con vuestra alma..— Para continuar en
otro de los flancos de la muchedumbre:
—En Tiahuanacu hablaban
puquina, no aymara, hermanito. Tiahuanacu en su origen no tiene nada
que ver con los aymaras.
—Sí, pero yo he leído que tiene que ver
con los extraterrestres.
—No hermanito, nada que ver, fueron los
sobrevivientes de la Atlántida y como tales eran Atlantes,
At-lan-tes
—Y si fueron atlantes ¿por qué han desaparecido sin
dejar rastro?
—¿Y para qué querían un Almanaque agrario los
extraterrestres? Si han llegado aquí ya sabrían pues todo eso, no
vé.
Mientras otras bocas, más calmadas, de individuos
empaquetados en chamarras de plástico, auguraban para el Monolito Bennet
un futuro glamoroso y saludable en su nueva vivienda.
Sí, se
oían otras lenguas. Entre ellas el alemán y como siempre el inglés.
Nadie podía quedarse callado, como si las palabras, dichas a esta
altura pudieran salvar a quienes las pronunciaban de la
responsabilidad del traslado. “Yo he dicho que no se lo lleven, yo hey
dicho. Ya ven, Maldición era”. Pero todos sabían que era inevitable
porque ya las autoridades lo habían decidido y las autoridades estaban
a punto de llegar. Además, tantos días que los arqueólogos y los
ingenieros trabajaban en eso.
—Que acaso no saben, el Monolito
esconde otras cosas —decían los chamarreros de cuero. Pero dicen que
ya las han sacado los alemanes. Porque, primero, hay que saber que el
templete subterráneo éste, no es igual al original, porque en este han
metido símbolos nazis. Ellos son los que han ocultado tesoros debajo
del Monolito. Dicen que son dos tubos de oro labrados por los mismos
germanos y que, escuchen esto: fueron los alemanes (te apuesto que
neonazis, porque estos desgraciados se las saben todas) los que
financiaron la limpieza del Monolito antes de su traslado para luego
sacarlo de aquí. Nadie sabe el contenido de los tubos, pero te apuesto
lo que quieras que ya no existen porque ya se los han
llevado.
Unos otros del nosotros afirmaban también a viva voz
la urgencia absoluta de quedarse, “de no irse para nada, dure lo que
dure, tarde lo que tarde,” pues el monolito estaba asegurado en diez
millones de dólares y “vaya uno a saber lo que las autoridades son
capaces de cometer por 10 millones de dólares ¡hay que vigilar,
hermanito, hay que mirar si pescamos algo. Escucha, la estrategia,
dicen, es hacerlo caer, lo quieren dejar caer, destruir, Plaf,
hermanito, ¿te das cuenta? Qué bestias, ¿no? Qué fácil no…La gente
mira: un accidente. Pero yo te juro por lo más santo que los denuncio,
carajo, ya me van a conocer a mí. Te lo juro, porque ya basta de jugar
con nosotros.—No hay que dejarlos. No lo vamos a permitir. Mientras
más ojos mejor. No nos van a timar”.
Y aún otros, del mismo
nosotros, aseguraban que debajo de Monolito se escondían ciertos mapas
que iban a permitir, finalmente, saber la antigüedad de Tiahuanacu.
¿No sería ese el contenido de los tubos? Cabría preguntarse. Y todavía
otros afirmaban que, dentro de un feto de llama allabajo, se hallaría
uno de los dedos del Inca, el índice para más datos. La cosa
hervía.
Para el evento la Alcaldía había contratado a la Jazz
Band y a la extraordinaria Luzmila del Carpio. Los Mallkus,
expresamente invitados y transportados en Minibuses desde el
Altiplano, ahí estaban, emponchados ahora y agrupados en un rincón que
habían inventado ellos mismos. Es extraño el talento que tienen para
inventar rincones. ¿no les parece? Ahí estaban gentes de la prensa,
artistas de toda índole y público en general. Los Mallkus murmuraban
todo el rato, dice que decían que ya no querían aguantar los abusos.
Pero no se oía. Y dice que decían también oraciones, todo el rato,
pero no se oía, mascaban coca y tomaban alcohol, y no se oía. Y dice
que entre ellos hay un yatiri esperando que lo saquen al Monolito.
¿Qué hará?. Lo challará pues. No se sabe…Se habían traído músicos que
tocaban Sikus de Italaque. Uno de ellos parecía sumamente importante.
Se rumoreaba que era primo legítimo del Mallku de los Mallkus Felipe
Quispe. No sabemos si Felipe Quispe estaba por ahí. Pero quién sabe.
Con ellos nunca se sabe.
Desde el palco de los arqueólogos que
estaban parados al borde del templete, ahí donde podían mirar desde
arriba las manipulaciones del ingeniero y del obrero, con miles de
ojos atentos encima, esperando algún milagro. “¿Qué milagro? No sé,
siempre hacen milagros estos”, provenía la voz clara y definida del
saber sin susurros.
—Yo soy ateo, Doctor, creo en la ciencia, creo
en la tecnología. Lo demás es opio para el pueblo.
—Que
“ocurrente”, Doctor, pero hay que respetar el sentimiento popular. Es
un ídolo y pertenece a su habitat religioso.
Esta bien, está bien,
no trato de ser irrespetuoso.
Un estudiante cercano a los
arqueólogos, grabadora en mano registraba toda la conversación. Decían
que estaba haciendo su tesis en Harvard o en Yale, o tal vez en
Corneille o dónde sería. Como siempre hermanito sacan materia prima de
aquí y nos la devuelven registrada en inglés. Oh yes.
Ya habían
pasado muchas horas desde las horas 19 y el Monolito Bennet seguía en
manos del que manejaba el martillo hidráulico. Había cantado Luzmila,
la Jazz Band le metió durante una hora. Todos los actos programados ya
se habían sucedido. Solo los sikus seguían dándole de vez en cuando.
Todos sabían que había maleantes rondando y que era mejor tener
cuidado con las carteras. Estos aprovechan precisamente estos
ratos…Pero la cosa no avanzaba para nada. Las guaguas lloraban.
Algunas madres para divertir a sus chicos les contaban adivinazas; A
ver chicos, a ver si saben esta
Qué cosa es/ qué cosita es/ hay un
señor que teniendo pies no anda, teniendo manos, está tieso, teniendo
ojos no ve ¿Qué cosa es esto? Los tres chicos adormilados y hartos y
estupefactos no atinaban a responder. —Qué es pues eso mamita. —Nayra
qala jaquiwa hijito, El Monolito pues, no ves que lo estamos
mirando.
Gran parte de la
gente se iba y venían otros o los mismos ya no se sabía. Vendedoras de
café y sandwhicheras. Los teléfonos móviles iban y venían ofreciendo
llamadas. La tensión iba en aumento. Súbitamente un hombre se saca su
sombrero y sin previa inquietud comienza por gritar “hora” tratando de
apurar el trance. Su reclamo no cae en saco roto y una parte del
público ahora alborotado clama impaciente: “hora, hora”, mientras el
restante intenta hacerlos callar. “Silencio, carajo, esto no es un
espectáculo”.
Cundió la noticia como pólvora, la hora del
Monolito se fijó para el amanecer. Bennet partía con las primeras
luces del sol. La gente debía aguantar. Extrañamente comenzaron a
aparecer más personas que se acomodaron a codazo limpio. De pronto se
hizo un silencio espeluznante. El hombre del martillo hidráulico
emergió del Templete y simplemente se fue sin decir esta boca es mía.
El público estaba estupefacto. Si todavía nada estaba listo. Los
Mallkus dejaron de mascar, una pareja de gritar, las señoras sacaron
sus pañuelos. Después de varios minutos incomprensibles y expectantes
para todos llega el desayuno para los arqueólogos: api con llauchas.
Un rumor cada vez más frenético anuncia el desconcierto del abandono
del hidráulico. El ingeniero, a la intemperie, se queda con martillo y
sin obrero. No sabe qué hacer y nadie sabe qué hacer, y no le dan
nada, ni empanadas ni nada. Entonces decide seguir trabajando solo. La
salida del sol se hacía inminente. Los arqueólogos comen y luego se
ponen todos una chamarra azul. Las chamarras azules de los arqueólogos
sugieren cambios. A callar. Llegan gentes de la Alcaldía y fotógrafos
que inmediatamente acosan a los arqueólogos con el clic. Un gran rumor
de beneplácito recorre al público. Aplausos por las fotos y aplausos
por la honorable Alcaldía que ahora reparte galletas y estickers en
forma de Monolito. Pero las mujeres lloran porque se va el Monolito.
Dicen que el diluvio de febrero lo causó la idea de trasladar el
Monolito. Que van a poner una réplica exacta. Pero que eso no es lo
mismo. Peor se va a enojar el Monolito. Los Mallkus no dicen nada y
siguen bebiendo alcohol. Y nadie los oye. Mientras comen galletas y
piden café llegan dos enormes grúas. Los arqueólogos reaccionan
calzándose de inmediato gorritas también azules. Los fotógrafos
cumplen y más fotos. Las grúas están en posición. Otro silencio
mortal. Ha llegado el momento, se lo siente en la atención, en la
respiración, en el sudor, en las gorras cuando súbitamente irrumpe el
silencio una escandalosa banda de músicos tocando la diablada, bajando
por una de las calles que dan a la Plaza, acompañados por bailarines
disfrazados de Mentisanes, Cevimines Inti, y los Tónico Inti con
cuernos de toro. De inmediato reaccionan los financiadores del evento
con sus banderines de Tosalcos y ambas empresas entran en polémica.
Alcos envía por la policía que aparece rauda y apresa y carga a
mentisanes y cevimines a una camioneta, pues la empresa farmaceútica
Inti no había pagado ningún derecho de publicidad en el
acontecimiento. En respuesta, la indignada banda responde
interpretando “Viva Santa Cruz, bella tierra de mi corazón” que no
tenía nada que ver con los monolitos porque en el trópico, según se
sabe, no estuvieron nunca los extraterrestres. Sólo en la Isla de
Pascua y en el Altiplano boliviano, hablando del Sur.
¡Ay hermano,
qué melancolía, qué sol negro de la melancolía me invade…
Pero a todo esto,
el Monolito estaba ya en el aire, asido por las dos grúas. Se
tambalea. La gente grita. Se balancea. Ulular generali-zado. Los
Mallkus permanecen acuclillados, susurran en aymara, pero nadie los
oye, las señoras se desmayan entre sus pañuelos. Gritos y suspiros. Se
oyen todos los idiomas a la vez. Los arqueólogos se abrazan, piden
otra fotografía antes de saltar al interior del Templete; los
periodistas enloquecidos sacan fotografías del Monolito que ahora va a
aterrizar con cierta prudencia en la plataforma de un trailer.
Mientras los periodistas se abrazan, un desconocido brazo azul se
eleva desde las profundidades del templete mostrando una cabeza de
llama. Aplausos y lágrimas. Los Mallkus se levantan, Los chamarreros
de cuero se levantan, las señoras se levantan, los banderines de la
Alcos se levantan. Todos corren hacia el Monolito que ahora yace sobre
el trailer a la orilla del templete. Lo tocan, lo challan con alcohol,
lo bañan en hojas de coca, le oran, le rezan, las plegarias se
escuchan hasta la Florida por las montañas, hasta el Lago. No hay
lengua trabada. Se elevan los globos de la Alcos. El enorme motorizado
hasta ahora impaciente con las manos y las hojas de coca y el alcohol,
parte finalmente, para dar una vuelta de popularidad alrededor de la
plazuela. Llanto generalizado hasta que el trailer se orienta rumbo al
Altiplano. La gente se queda ojaleando.
Ese mismo día lo llevaron
por todos los pueblos cercanos al camino que lleva a Tiahuanacu para
que la gente tenga la oportunidad de despedirse y otras para
recibirlo.
Ahora está en el Museo del pueblo de Tiahuanacu,
desde el 23 de marzo, que es nuestro día del mar perdido.
***
*** ***
Hasta aquí nuestra
carta de presentación. Confieso que tan sólo hablo de una ciudad de
este hermoso país. Otra cosa sería si estuviéramos en Santa Cruz,
donde las mujeres guaraníes, saludan con lágrimas cuando saludan con
el corazón.
Pienso que estos días de encuentro se abrirán ojos
y oídos para mirar y para escuchar; manos y brazos para abrazarse y
saludar; y en ellos se plasmarán los colores para elegir entre todos
los hilos, los que puedan llevarnos a un tejido común, aunque en este
tiempo no nos quede sino formar un tejido luminoso que resista el
embate de la Sombra, que está a punto de anochecer el mundo
entero.
Entonces beberemos, comeremos y conversaremos.