por Federico
Schopf
en El Mercurio , 9
septiembre 2001
La antología - a
cargo de Niall Binns, crítico escocés, nacido en Londres, radicado en
Madrid, con estudios en Chile y que, como Conrad, Panait Istrati o
Nabokov, ha logrado escribir, incluso poesía, en una lengua que no sea
la materna- va precedida de un instructivo y entusiasta prólogo. En
él, la obra de Teillier se inserta en el desarrollo de nuestra poesía
a partir, por lo menos parcialmente, de los efectos de la antipoesía
de Parra : "De su acto de demolición... Teillier recibió la conciencia
de que todas las palabras y todos los registros lingüísticos caben a
priori en la poesía".
Por otra parte, destaca el alejamiento de
Teillier del "grandioso yo" demiúrgico, autoritario, adoctrinador, que
habría caracterizado un sector considerable de la poesía de Neruda, De
Rokha y Huidobro, asumiendo, en cambio, "una voz más humilde, más
cotidiana, sin la ferocidad irónica de Parra y con una cadencia a
veces de gran lirismo".Desde esta disposición - y ya instalado en el
desarraigo de la gran ciudad modernizada- habría intentado la
recuperación nostálgica y el retorno al espacio provinciano de la
felicidad perdida, a "la comunidad orgánica, solidaria consigo mismo y
con su entorno"
La repetida constatación de la imposibilidad de
retornar a ese mundo habría producido "el gran logro" de la poesía de
Teillier: "La suya no es, como pretendía, una poesía que vuelve a los
lares, sino una poesía que no puede volver a ellos, y que cuenta cómo
se va cumpliendo, inexorablemente, una maldición y una derrota: la
consumación fatal de la tragedia de los lares".
Mi impresión es
que hay un desplazamiento de la posición del poeta desde su afirmación
del espacio lárico - ya sea desde la lectura de sus signos en sus
reiterados retornos al pueblo natal o directamente desde el ensueño o
recuerdo de su pasado en este pueblo- , hasta su gradual descreímiento
en su existencia real en el pasado de su infancia o en alguno más
remoto. Sin embargo, ya algunos de sus poemas de su primer libro,
"Para Angeles y Gorriones", publicado en l956, y algunos de sus
últimos textos - golpeando juntos desde los dos extremos de la
cronología y destruyendo, así, toda ilusión de un desarrollo sólo
lineal de su poesía- coinciden en no considerar al lar como fundamento
real de las formas de vida colectivas en que habría transcurrido la
infancia del poeta.
Pero una parte
decisiva de su producción - por lo menos, hasta "Crónica de un
Forastero", de l968- se entrega a la representación del mundo lárico;
esto es, de una comunidad comprendida por el poeta como una totalidad
orgánica y no mecánica o aditiva - opuesta a la sociedad moderna y sus
conflictos sociales, económicos y culturales- , comunidad en que sus
habitantes establecen relaciones de cooperación, correspondencia y
armonía consigo mismo, la colectividad y la naturaleza.
El idilio y el lenguaje
La forma de
representación del mundo lárico es el idilio, que se despliega en la
obra de Teillier como representación estática de esta forma de vida y
su paisaje - suspendida en el tiempo en virtud de la fuerza poética- ,
algo así como una serie abierta de instantáneas en que se fusiona un
ideal de vida y su supuesta realización en el ámbito lárico, raptando
a la mirada su percepción del flujo temporal que rodea y amenaza al
idilio.
Pero el propio
poeta sabe oscuramente que esta experiencia o visión idílica de la
vida en el presente del recuerdo o también en el pasado supuestamente
lárico es, a lo más, una sucesión de instantes, separados por largos
intervalos de tedio, ya que, citando a Laforgue, "después de todo, se
sabe bien/ que, en cualquier parte, la vida es demasiado
cotidiana".
Pese a las
dificultades de su proyecto - y a su necesidad de acceder a su
supuesto origen como fundamento para su vida- , la relación de
Teillier con el lenguaje es suficientemente distendida. En su
escritura poética no se percibe ningún forzamiento del lenguaje, sino
más bien una fluida naturalidad. No se advierte esfuerzo alguno, pero
sí reiteraciones que descansan en una relación no exigente ni agónica
con el lenguaje, en que acepta lo que éste da naturalmente, en el
supuesto de que es básicamente incompetente para conectarse de manera
apropiada con la realidad verdadera o, al menos, con la que busca
Teillier en sus poemas.
La escritura de
Teillier no es confrontacional, no surge de una pugna visible por
alcanzar la expresión o el sentido de las cosas. Podría decirse que el
poeta mismo se resigna a lo que las palabras permiten, que nunca es
penetrar plenamente en el sentido actual de las cosas, sino sólo
señalarlo. Por ello, reitera las palabras y hace de la reiteración
otra forma de señal o señalamiento.
Sorprende también
la aparente indiferencia del poeta ante la desaparición del mundo
lárico que, sin embargo, anhela recuperar. Creo que esta disposición
no responde a una falta de compromiso, ni siquiera a una estrategia de
disimulo de la ansiedad o urgencia de recuperarlo, incluso como imagen
ver-dadera. Esta pasividad y esta desconcentración efectiva - o
resignación en el doble sentido de aceptación de las condiciones de su
existencia y de dejarse (re)marcar, conducir una vez más por los
signos del mundo lárico- le parecen al poeta el único medio o camino
para reencontrar ese mundo o sus huellas, literalmente, a la vuelta
del camino o en la lejanía inalcanzable en que se alza su casa, según
decía Hermann Broch.
Para la viabilidad
de su proyecto, resulta significativo que el primer poema del primer
libro de Teillier - "Otoño secreto", de "Para Angeles y Gorriones"-
comience con el reconocimiento, vagamente elegíaco, de la pérdida de
su lengua, constituida por las "amadas palabras cotidianas" que
nombraban el mundo de la infancia, de la casa familiar, del pueblo
natal de La Frontera, entregando la seguridad y resguardo de una forma
de vida legible y que daba la impresión de no estar amenazada por
cambios sustanciales. Pero en este mismo poema, más adelante, el
silencio - que aparecerá como una forma de lenguaje en la poesía de
Teillier- le revela la amarga verdad que subyace a esta permanencia,
instalada aparentemente al margen del tiempo.
Esta lengua que ha
perdido el poeta es - según afirma y da por supuesto a lo largo de su
obra- la lengua o código regional de la comunidad lingüística de su
lugar de origen. El significado "verdadero" de las palabras es el que
correspondía a su uso cotidiano en ese mundo : "la luz inmemorial de
las palabras/ilumina este cuarto de techos ahumados... La luz de las
palabras verdaderas/ gastadas como instrumentos/ que pasan de padres a
hijos".
La luz de ese
pasado que ilumina este mundo, y que le hace irradiar su sentido - que
se enciende al nombrar las cosas con las palabras que les
corresponden- , es la que pretende recuperar la poesía de Teillier.
Para ello - para esta operación de develamiento o reanimación- ,debe
reapropiarse de los significados supuestamente originales, en el
presente de la lengua común recubiertos o transformados.
Paradójicamente,
lo novedoso, lo nuevo que trae esta poesía es lo que, con el tiempo,
se habría perdido de vista, yacería enterrado en la memoria personal o
en la historia, sobreviviendo apenas en marcas, huellas, señas y
restos dispersos en el presente.
La poesía es, en
este sentido, una experiencia de las cosas y el mundo, alcanzada por
una escritura que es poética porque las nombra: "Pocos saben lo que es
un poema/ Pocos han puesto su cara al viento en un trigal". En el
presente del poeta, sin embargo, esta legibilidad del mundo - la
correspondencia de hombre y naturaleza- empieza a desaparecer; como
hemos dicho, se hace fragmentaria y sus ruinas se convierten, para el
poeta, en signos de un pasado, en el mundo lárico que, desde la
tendencia o deseo inicial de imaginarlo como realmente existente en
ese pasado, concluye por ser comprendido como puro correlato del
anhelo de comunidad humana y conciliación con la naturaleza, imaginado
incluso - en su poesía última- en la soledad de la gran ciudad,
deambulando el poeta entre el bar y la clínica: "Pues lo que importa
no es la luz que encendemos día a día/ sino la que alguna vez
apagamos/ para guardar la memoria secreta de la luz/ ... lo que
importa no es el carruaje/ sino sus huellas descubiertas por azar en
el barro".
El mundo lárico se
hace, así, proyección imaginaria de una poesía sobre el pasado, el
tiempo del origen, de manera equivalente a como Enrique Lihn - en su
poesía última, en "Pena de Extrañamiento"- superpone morosamente una
utopía de lo que pudo ser y no fue sobre las calles y el tiempo de
Nueva York.
El reverso trágico del idilio
La violencia sobre
la que históricamente fue (re)fundado el mundo de La Frontera - los
conflictos con las comunidades indígenas que habitaban esas tierras y
que fueron relegadas a territorios marginales, sintomáticamente
llamados reducciones, de manera análoga a la reducción de los restos
humanos en las tumbas, para hacer lugar a otros- no aparece en la
poesía de Teillier.
Esta ausencia no
puede atribuirse a un descuido del poeta - que era un estudioso de la
historia- , sino a una condición poéticamente necesaria para hacer
posible y verosímil el ensueño de una comunidad en que estén
conciliados la naturaleza y la cultura, el pasado y el presente, el
hombre y su prójimo.
Asi y todo, la
carga trágica que subyace a este mundo, láricamente representado, no
surge principalmente de esta violencia diferida o más bien transferida
de los pueblos - como "perdices echadas en los cerros"- a las tierras
lejanas, sino desde la temporalidad materialmente activa que rodea y
atraviesa el espacio rural, al que se ha sobrepuesto la calma engañosa
del idilio y las ilusiones de permanencia que suscita para quien
asiste a su contemplación desde un ángulo visual que deja fuera del
encuadre el entorno amenazante, la lejanía que - recortada contra las
montañas, que tampoco aparecen en estos poemas- proyectan sobre el
paisaje, los árboles y las casas, los reflejos de la catástrofe que la
sociedad actual lleva a cabo y que conducirá a la muerte del planeta.
Todavía más, la perspectiva del poeta teillieriano no pretende
siquiera rozar los tiempos y espacios estelares - magnitudes
inabarcables para el hombre- , pero no deja de vislumbrar el mundo
lárico; esto es, la fragilidad de su existencia, suspendida en el
abismo de estas inmensidades : "desde antes que supiésemos quienes
somos/ cuando eramos fantasmas entre ruinas/ contempladas por
estrellas muertas hace siglos".