Jorge Teillier

 
 

 


Idilio y Sentimiento Trágico en Teillier



por Federico Schopf
en El Mercurio , 9 septiembre 2001


La antología - a cargo de Niall Binns, crítico escocés, nacido en Londres, radicado en Madrid, con estudios en Chile y que, como Conrad, Panait Istrati o Nabokov, ha logrado escribir, incluso poesía, en una lengua que no sea la materna- va precedida de un instructivo y entusiasta prólogo. En él, la obra de Teillier se inserta en el desarrollo de nuestra poesía a partir, por lo menos parcialmente, de los efectos de la antipoesía de Parra : "De su acto de demolición... Teillier recibió la conciencia de que todas las palabras y todos los registros lingüísticos caben a priori en la poesía".

Por otra parte, destaca el alejamiento de Teillier del "grandioso yo" demiúrgico, autoritario, adoctrinador, que habría caracterizado un sector considerable de la poesía de Neruda, De Rokha y Huidobro, asumiendo, en cambio, "una voz más humilde, más cotidiana, sin la ferocidad irónica de Parra y con una cadencia a veces de gran lirismo".Desde esta disposición - y ya instalado en el desarraigo de la gran ciudad modernizada- habría intentado la recuperación nostálgica y el retorno al espacio provinciano de la felicidad perdida, a "la comunidad orgánica, solidaria consigo mismo y con su entorno"

La repetida constatación de la imposibilidad de retornar a ese mundo habría producido "el gran logro" de la poesía de Teillier: "La suya no es, como pretendía, una poesía que vuelve a los lares, sino una poesía que no puede volver a ellos, y que cuenta cómo se va cumpliendo, inexorablemente, una maldición y una derrota: la consumación fatal de la tragedia de los lares".

Mi impresión es que hay un desplazamiento de la posición del poeta desde su afirmación del espacio lárico - ya sea desde la lectura de sus signos en sus reiterados retornos al pueblo natal o directamente desde el ensueño o recuerdo de su pasado en este pueblo- , hasta su gradual descreímiento en su existencia real en el pasado de su infancia o en alguno más remoto. Sin embargo, ya algunos de sus poemas de su primer libro, "Para Angeles y Gorriones", publicado en l956, y algunos de sus últimos textos - golpeando juntos desde los dos extremos de la cronología y destruyendo, así, toda ilusión de un desarrollo sólo lineal de su poesía- coinciden en no considerar al lar como fundamento real de las formas de vida colectivas en que habría transcurrido la infancia del poeta.

Pero una parte decisiva de su producción - por lo menos, hasta "Crónica de un Forastero", de l968- se entrega a la representación del mundo lárico; esto es, de una comunidad comprendida por el poeta como una totalidad orgánica y no mecánica o aditiva - opuesta a la sociedad moderna y sus conflictos sociales, económicos y culturales- , comunidad en que sus habitantes establecen relaciones de cooperación, correspondencia y armonía consigo mismo, la colectividad y la naturaleza.


El idilio y el lenguaje


La forma de representación del mundo lárico es el idilio, que se despliega en la obra de Teillier como representación estática de esta forma de vida y su paisaje - suspendida en el tiempo en virtud de la fuerza poética- , algo así como una serie abierta de instantáneas en que se fusiona un ideal de vida y su supuesta realización en el ámbito lárico, raptando a la mirada su percepción del flujo temporal que rodea y amenaza al idilio.

Pero el propio poeta sabe oscuramente que esta experiencia o visión idílica de la vida en el presente del recuerdo o también en el pasado supuestamente lárico es, a lo más, una sucesión de instantes, separados por largos intervalos de tedio, ya que, citando a Laforgue, "después de todo, se sabe bien/ que, en cualquier parte, la vida es demasiado cotidiana".

Pese a las dificultades de su proyecto - y a su necesidad de acceder a su supuesto origen como fundamento para su vida- , la relación de Teillier con el lenguaje es suficientemente distendida. En su escritura poética no se percibe ningún forzamiento del lenguaje, sino más bien una fluida naturalidad. No se advierte esfuerzo alguno, pero sí reiteraciones que descansan en una relación no exigente ni agónica con el lenguaje, en que acepta lo que éste da naturalmente, en el supuesto de que es básicamente incompetente para conectarse de manera apropiada con la realidad verdadera o, al menos, con la que busca Teillier en sus poemas.

La escritura de Teillier no es confrontacional, no surge de una pugna visible por alcanzar la expresión o el sentido de las cosas. Podría decirse que el poeta mismo se resigna a lo que las palabras permiten, que nunca es penetrar plenamente en el sentido actual de las cosas, sino sólo señalarlo. Por ello, reitera las palabras y hace de la reiteración otra forma de señal o señalamiento.

Sorprende también la aparente indiferencia del poeta ante la desaparición del mundo lárico que, sin embargo, anhela recuperar. Creo que esta disposición no responde a una falta de compromiso, ni siquiera a una estrategia de disimulo de la ansiedad o urgencia de recuperarlo, incluso como imagen ver-dadera. Esta pasividad y esta desconcentración efectiva - o resignación en el doble sentido de aceptación de las condiciones de su existencia y de dejarse (re)marcar, conducir una vez más por los signos del mundo lárico- le parecen al poeta el único medio o camino para reencontrar ese mundo o sus huellas, literalmente, a la vuelta del camino o en la lejanía inalcanzable en que se alza su casa, según decía Hermann Broch.

Para la viabilidad de su proyecto, resulta significativo que el primer poema del primer libro de Teillier - "Otoño secreto", de "Para Angeles y Gorriones"- comience con el reconocimiento, vagamente elegíaco, de la pérdida de su lengua, constituida por las "amadas palabras cotidianas" que nombraban el mundo de la infancia, de la casa familiar, del pueblo natal de La Frontera, entregando la seguridad y resguardo de una forma de vida legible y que daba la impresión de no estar amenazada por cambios sustanciales. Pero en este mismo poema, más adelante, el silencio - que aparecerá como una forma de lenguaje en la poesía de Teillier- le revela la amarga verdad que subyace a esta permanencia, instalada aparentemente al margen del tiempo.

Esta lengua que ha perdido el poeta es - según afirma y da por supuesto a lo largo de su obra- la lengua o código regional de la comunidad lingüística de su lugar de origen. El significado "verdadero" de las palabras es el que correspondía a su uso cotidiano en ese mundo : "la luz inmemorial de las palabras/ilumina este cuarto de techos ahumados... La luz de las palabras verdaderas/ gastadas como instrumentos/ que pasan de padres a hijos".

La luz de ese pasado que ilumina este mundo, y que le hace irradiar su sentido - que se enciende al nombrar las cosas con las palabras que les corresponden- , es la que pretende recuperar la poesía de Teillier. Para ello - para esta operación de develamiento o reanimación- ,debe reapropiarse de los significados supuestamente originales, en el presente de la lengua común recubiertos o transformados.

Paradójicamente, lo novedoso, lo nuevo que trae esta poesía es lo que, con el tiempo, se habría perdido de vista, yacería enterrado en la memoria personal o en la historia, sobreviviendo apenas en marcas, huellas, señas y restos dispersos en el presente.

La poesía es, en este sentido, una experiencia de las cosas y el mundo, alcanzada por una escritura que es poética porque las nombra: "Pocos saben lo que es un poema/ Pocos han puesto su cara al viento en un trigal". En el presente del poeta, sin embargo, esta legibilidad del mundo - la correspondencia de hombre y naturaleza- empieza a desaparecer; como hemos dicho, se hace fragmentaria y sus ruinas se convierten, para el poeta, en signos de un pasado, en el mundo lárico que, desde la tendencia o deseo inicial de imaginarlo como realmente existente en ese pasado, concluye por ser comprendido como puro correlato del anhelo de comunidad humana y conciliación con la naturaleza, imaginado incluso - en su poesía última- en la soledad de la gran ciudad, deambulando el poeta entre el bar y la clínica: "Pues lo que importa no es la luz que encendemos día a día/ sino la que alguna vez apagamos/ para guardar la memoria secreta de la luz/ ... lo que importa no es el carruaje/ sino sus huellas descubiertas por azar en el barro".

El mundo lárico se hace, así, proyección imaginaria de una poesía sobre el pasado, el tiempo del origen, de manera equivalente a como Enrique Lihn - en su poesía última, en "Pena de Extrañamiento"- superpone morosamente una utopía de lo que pudo ser y no fue sobre las calles y el tiempo de Nueva York.


El reverso trágico del idilio

La violencia sobre la que históricamente fue (re)fundado el mundo de La Frontera - los conflictos con las comunidades indígenas que habitaban esas tierras y que fueron relegadas a territorios marginales, sintomáticamente llamados reducciones, de manera análoga a la reducción de los restos humanos en las tumbas, para hacer lugar a otros- no aparece en la poesía de Teillier.

Esta ausencia no puede atribuirse a un descuido del poeta - que era un estudioso de la historia- , sino a una condición poéticamente necesaria para hacer posible y verosímil el ensueño de una comunidad en que estén conciliados la naturaleza y la cultura, el pasado y el presente, el hombre y su prójimo.

Asi y todo, la carga trágica que subyace a este mundo, láricamente representado, no surge principalmente de esta violencia diferida o más bien transferida de los pueblos - como "perdices echadas en los cerros"- a las tierras lejanas, sino desde la temporalidad materialmente activa que rodea y atraviesa el espacio rural, al que se ha sobrepuesto la calma engañosa del idilio y las ilusiones de permanencia que suscita para quien asiste a su contemplación desde un ángulo visual que deja fuera del encuadre el entorno amenazante, la lejanía que - recortada contra las montañas, que tampoco aparecen en estos poemas- proyectan sobre el paisaje, los árboles y las casas, los reflejos de la catástrofe que la sociedad actual lleva a cabo y que conducirá a la muerte del planeta. Todavía más, la perspectiva del poeta teillieriano no pretende siquiera rozar los tiempos y espacios estelares - magnitudes inabarcables para el hombre- , pero no deja de vislumbrar el mundo lárico; esto es, la fragilidad de su existencia, suspendida en el abismo de estas inmensidades : "desde antes que supiésemos quienes somos/ cuando eramos fantasmas entre ruinas/ contempladas por estrellas muertas hace siglos".



 

 
 


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