PARA UN PUEBLO FANTASMA Ediciones
Universitarias de Valparaíso Editorial Cruz del
Sur Valparaíso, Chile, 1978
NOTAS SOBRE EL ÚLTIMO VIAJE DEL
AUTOR A SU PUEBLO NATAL
A Stefan Baciu en Hawaii, y a Vasile Igna, mi primo
desconocido, en Cluj, Transilvania
En el pueblo donde algunos me conocen como el poeta
cuyo nombre suele aparecer en los diarios, paseo por la Calle
Comercio que ahora se llama Avenida Bernardo 0'Higgins (Como en Santiago). He comulgado con la
tierra. Voy a la Sidrería Allí están los parroquianos de
siempre y me saludan mis viejos compañeros de curso que sueñan
con ser alcaldes o regidores o comprarse una citroneta. Ha
cerrado el cine. Aún quedan affiches que anuncian películas de
sepia. A lo largo de los cercos las ortigas siguen hablando
con su indestructible lenguaje. En el techo de mi casa se reúne
el congreso de los gorriones. Pienso por primera vez que no
pertenezco a ninguna parte, que ninguna parte me
pertenece.
2
El
viento trae olor a terneros mojados.
3
Kilómetro 662 a las cuatro de la tarde. En la calle
Comercio los turcos y los españoles bostezan tras los
mostradores. No hay un alma en la calle a la hora de la
siesta horadada sólo por el cuerno primitivo del vendedor de
helados. En las afueras los campesinos esperan las micros
rurales. Tal vez me vaya a otro pueblo cuyo destino voy a leer
en la palma de sus calles.
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Hay
praderas manchadas de vacas y girasoles. De las cosas que puedan
consolarme cuando vuelva a la ciudad enferma de smog. Viajaré en
vagones de segunda atestados como los de las novelas sobre la
Revolución Rusa. He visto las ventanas ciegas del Molino. Con
su arruinado dueño he tomado un trago en cualquier cantina Paso
la tarde sin darme el trabajo de llegar ni siquiera al fondo del
patio de la casa paterna.
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El
único hojalatero que quedaba en el pueblo fue a buscar trabajo a
Lonquimay. No ganó mucha plata pero contempló la
Cordillera. El no tiene Leica ni Kodak así que se dedicó a
dibujarla para que sus nueve hijos la conocieran de
verdad.
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A los
mapuches les gustan las canciones mexicanas del Wurlitzer de la
única Fuente de Soda. Las escuchan sentados en la cuneta de la
Calle Principal. Van a la vendimia en Argentina y vuelven con
terno azul y transistores. Ha llegado la TV. Los niños ya no
juegan en las calles. Sin hacer ruido se sientan en el living
para ver a Batman o películas del Far West. Mis amigos están
horas y horas frente a la pantalla.
Tengo
ganas de que lleguen los Ovnis.
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Me
cuesta creer en la magia de los versos. Leo novelas
policiales, revistas deportivas, cuentos de terror. Sólo soy
un empleado público como consta en mi carnet de identidad. Sólo
tengo deudas y despertares de resaca donde hace daño hasta el ruido
del alka seltzer al caer al vaso de agua. En la casa de la
ciudad no he pagado la luz ni el agua. Sigo refugiado en los
mesones, mirando los letreros que dicen "No se fía". Mi futuro
es una cuenta por pagar.
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Si el
futuro pudiera extenderse pulcramente como mi madre extiende las
sábanas de mi cama. Miro la ropa puesta a secar en el
patio. Han entrado ladrones de gallinas a la casa del
frente. Voy a la plaza a leer el diario con noticias más añejas
que las de San Pablo.
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Solitario donde nunca he estado solitario camino hasta el
abandonado velódromo de tierra donde no aparece ni el fantasma
del Campeonato de Ciclismo de Chile del año 30. Hay caballos
pastando en lo que fue cancha de fútbol. Todos se interesan sólo
por ir a ver los partidos profesionales a la Capital de
Provincia mientras yo pienso mordisquear una brizna de
brezo.
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Trasnochador empedernido contemplo la luna igual a la de
1945 enrojecida por la erupción del Llaima. La misma que
miraba desde la buhardilla mientras leía como ahora "Los
miserables" y el Almanaque Hachette.
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Acuérdate que te recuerdo. Si no te acuerdas no importa
mucho. Siempre te veré caminando sobre los rieles o buscando
el durazno más maduro de la quinta.
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Ya
pasó el Rápido a Puerto Montt que antes se llamaba el Flecha del
Sur. Voy de la estación al puente cuyos faroles dicen
"Fundición Dickinson, 1918". Ya no existe esa fundición ni
ninguna fundición. Confío mi memoria al río Cautín y a la Capilla
de Guacolda. Afirmado en las barandas del puente miro el cielo del verano
que apenas sujetan los clavos de plata de las
estrellas.
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Hemos
llegado a esta aldea en un Pontiac 40 por caminos que jamás serán
pavimentados. Espantamos cerdos y gallinas. Los niños se
asoman asombrados. En el negocio clandestino pedimos un pipeño
y hablamos con el dueño y con un tractorista que nos asegura que
Hitler está vivo y con dos recién llegados que nos convidan
charqui de pescado: son un estibador de Talcahuano y su compadre
mapuche que lo trae al anca. Todos bebimos en la misma
medida y volvimos como nuestros antepasados ebrios al pueblo
que un día nos rechazará.
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Día
domingo de salida de misa. Las niñas se pasean con la moda recién
llegada de Santiago acompañadas por la banda del Regimiento que
toca cumbias. Los dueños de casa compran las primeras sandías
y los diarios con las noticias frescas de los últimos
crímenes. Camino por las últimas calles de este lugar de
bomberos, rotarios, carabineros, jubilados, tinterillos y
profesores primarios, allí los puñales del sol entran por las
costillas de los pobres cercos de madera. Siento los estertores
de las postreras carretas y locomotoras a vapor. Busco la paz
tendiéndome en la pradera condecorada por los
girasoles contemplando el glorioso oleaje del trigo y los
viajes infinitos de las nubes que van a llorar por
nosotros.
ESTAS PALABRAS
Estas palabras quieren ser un puñado de cerezas, un
susurro -¿para quién?- entre una y otra oscuridad.
Sí,
un puñado de cerezas, un susurro -¿para quién?- entre una y
otra oscuridad.
BAJO EL CIELO NACIDO TRAS LA
LLUVIA
Bajo el cielo nacido tras la lluvia escucho un leve
deslizarse de remos en el agua, mientras pienso que la
felicidad no es sino un leve deslizarse de remos en el agua. O
quizás no sea sino la luz de un pequeño barco, esa luz que
aparece y desaparece en el oscuro oleaje de los años lentos
como una cena tras un entierro.
O la
luz de una casa hallada tras la colina cuando ya creíamos que no
quedaba sino andar y andar.
O el
espacio del silencio entre mi voz y la voz de
alguien revelándome el verdadero nombre de las cosas con sólo
nombrarlas: "álamos", "tejados". La distancia entre el tintineo
del cencerro en el cuello de la oveja al amanecer y el ruido
de una puerta cerrándose tras una fiesta. El espacio entre el
grito del ave herida en el pantano, y las alas plegadas de una
mariposa sobre la cumbre de la loma barrida por el
viento.
Eso
fue la felicidad: dibujar en la escarcha figuras sin
sentido sabiendo que no durarían nada, cortar una rama de
pino para escribir un instante nuestro nombre en la tierra
húmeda, atrapar una plumilla de cardo para detener la huída de
toda una estación.
Así
era la felicidad: breve como el sueño del aromo derribado, o
el baile de la solterona loca frente al espejo roto. Pero no
importa que los días felices sean breves como el viaje de la
estrella desprendida del cielo, pues siempre podremos reunir sus
recuerdos, así como el niño castigado en el patio encuentra
guijarros para formar brillantes ejércitos. Pues siempre podremos
estar en un día que no ayer ni mañana, mirando el cielo nacid
tras la lluvia y escuchando a lo lejos un leve deslizarse de
remos en el agua.
PEQUEÑA
CONFESIÓN
En memoria de Serguéi Esenin ..........
Sí,
es cierto, gasté mis codos en todos los mesones. Me amaron las
doncellas y preferí a las putas. Tal vez nunca debiera haber
dejado El país de techos de zinc y cercos de madera.
En
medio del camino de la vida Vago por las afueras del pueblo Y
ni siquiera aquí se oyen las carretas Cuya música he amado desde
niño.
Desperté con ganas de hacer un testamento -ese deseo que
le viene a todo el mundo- Pero preferí mirar una pistola La
única amiga que no nos abandona.
Todo
lo que se diga de mí es verdadero Y la verdad es que no me
importa mucho. Me importa soñar con caminos de barro Y gastar
mis codos en todos los mesones.
"Es
mejor morir de vino que de tedio" Sin pensar que pueda haber
nuevas cosechas. Da lo mismo que las amadas vayan de mano en
mano Cuando se gastan los codos en todos los mesones.
Tal
vez nunca debí salir del pueblo Donde cualquiera puede ser mi
amigo. Donde crecen mis iniciales grabadas En el árbol de la
tumba de mi hermana.
El
aire de la mañana es siempre nuevo Y lo saludo como a un viejo
conocido, Pero aunque sea un boxeador golpeado Voy a dar mis
últimas peleas.
Y con
el orgullo de siempre Digo que las amadas pueden ir de mano en
mano Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron Y yo
gasto mis codos en todos los mesones.
Como
de costumbre volveré a la ciudad Escuchando un perdido rechinar
de carretas Y soñaré techos de zinc y cercos de
madera Mientras gasto mis codos en todos los
mesones. |