Hacia 
              una estética de la desaparición en la poética 
              
              de Tomás Harris
            JUAN HERRERA M.
              Acta Literaria, N°30 , 2005
             
            Este artículo aborda 
              la poesía de Tomás Harris (1956) desde la perspectiva 
              de la cultura de la imagen, asumiendo que ésta ha sido poco 
              estudiada en los trabajos precedentes, salvo contadas excepciones. 
              Además, explora el modo en que textos del autor se encuentran 
              determinados culturalmente por este punto de quiebre en la tradición 
              poética chilena, considerando algunas manifestaciones retóricas, 
              las que evidencian la presencia del nuevo paradigma.
             
            
            
          
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           Las respuestas a la cuestión sobre el fin de una percepción 
            del arte desde los límites del pensamiento moderno son variadas 
            y nacidas, principalmente, desde la reflexión filosófica 
            y sociológica que se ubica más allá de la descripción 
            formal y sistémica del estructuralismo y de la descripción 
            estética tradicional. Por una parte, productos culturales chilenos, 
            emergidos principalmente después de la década del 50 
            en las artes literarias y en la reflexión crítico-artística, 
            dan cuenta de la asunción de un nuevo tipo de discurso en el 
            territorio de las artes que desborda las imposiciones en la forma 
            de hacer poesía, la que surge, en segundo término, 
            por la determinación que los autores escogen al cancelar los 
            atributos modernos excluyentes que caracterizaron al sujeto “poeta”. 
            Si la poesía chilena de la segunda mitad del siglo XX quiso 
            distanciarse de los moldes impuestos por la cultura, se debe a  la 
            transformación global de la misma cultura, por consiguiente, 
            los artistas son en este sentido los primeros llamados a considerar 
            las primeras luces del cambio y, a partir de ello, construyen una 
            nueva forma de subjetividad artística. La nueva percepción 
            a la que se acoge el poeta chileno se consuma en la década 
            de los ochenta, teniendo como antecedentes la antipoesía de 
            Nicanor Parra y la escritura crítico-reflexiva de Enrique Lihn, 
            como primer momento, seguido de la Generación de la Diáspora 
            de los años sesenta, la poética del signo desarrollada 
            por Juan Luis Martínez y la irrupción de los medios 
            de comunicación en la escena cultural, hecho sin precedentes 
            en el país (y también en otros sentidos, la presencia 
            del golpe militar de 1973). Nos acercamos a comprender que no sólo 
            la poderosa injerencia que el golpe militar chileno pudo tener en 
            la sensibilidad de determinados artistas hizo cambiar el modo de hacer 
            poesía y de entenderla más allá del canon moderno. 
            Se trata entonces de converger hacia la posibilidad de la fundación 
            de una nueva estética (neo-vanguardia se ha esforzado en llamarla 
            Iván Carrasco) que se inserta en un proceso de cambio de la 
            percepción de realidad, factor que afecta significativamente 
            aquello que denominamos cultura chilena.
la 
            transformación global de la misma cultura, por consiguiente, 
            los artistas son en este sentido los primeros llamados a considerar 
            las primeras luces del cambio y, a partir de ello, construyen una 
            nueva forma de subjetividad artística. La nueva percepción 
            a la que se acoge el poeta chileno se consuma en la década 
            de los ochenta, teniendo como antecedentes la antipoesía de 
            Nicanor Parra y la escritura crítico-reflexiva de Enrique Lihn, 
            como primer momento, seguido de la Generación de la Diáspora 
            de los años sesenta, la poética del signo desarrollada 
            por Juan Luis Martínez y la irrupción de los medios 
            de comunicación en la escena cultural, hecho sin precedentes 
            en el país (y también en otros sentidos, la presencia 
            del golpe militar de 1973). Nos acercamos a comprender que no sólo 
            la poderosa injerencia que el golpe militar chileno pudo tener en 
            la sensibilidad de determinados artistas hizo cambiar el modo de hacer 
            poesía y de entenderla más allá del canon moderno. 
            Se trata entonces de converger hacia la posibilidad de la fundación 
            de una nueva estética (neo-vanguardia se ha esforzado en llamarla 
            Iván Carrasco) que se inserta en un proceso de cambio de la 
            percepción de realidad, factor que afecta significativamente 
            aquello que denominamos cultura chilena. 
            
            Tomás Harris, un tanto al margen, un tanto dentro de las consideraciones 
            generacionales que cifran a las producciones poéticas de los 
            años ochenta, se ha convertido, no obstante, en un poeta reconocido 
            dentro y fuera de Chile. Su obra es relativamente extensa y goza de 
            una distribución amplia, en lo que respecta, sobre todo, a 
            sus últimas obras. Tomás Harris es un escritor integrado 
            a los circuitos editoriales. A pesar de que desde hace algún 
            tiempo sus publicaciones han sido realizadas en el FCE, Planeta y 
            Lom, la literatura de Harris parece todavía mantenerse lejos 
            de una literatura de masas, para seguir siendo una literatura de especialistas, 
            aunque ello no significa necesariamente que sólo los lectores 
            de la academia la conozcan y menos todavía que la estudien 
            concienzudamente. Profundizando, Harris ha sabido leer los beneficios 
            que otorgan los medios del mercado para internarse en las fronteras 
            más críticas de esa forma cultural de la muerte, la 
            desaparición del sujeto y la desesperanza tecnológica 
            tan ofertada por la crítica literaria. Vemos en Harris el deseo 
            de absorber los códigos de los nuevos tiempos con el objeto 
            de desbaratar su lógica. La postura de la poesía de 
            Harris no apuesta según lo expuesto a una defensa del arte, 
            por el contrario, pretende articularse en los límites difusos 
            de su obsolescencia: observar cómo el arte es otro, otro arte. 
            Otra literatura.
            
            La estética harriana puede denominarse "retórica 
            del fragmento", como ya hemos previamente acotado en investigaciones 
            anteriores(1). Quizás 
            las siguientes palabras de Paul Virilio nos den una idea de los antecedentes 
            que subyacen en el dominio de la fragmentariedad: 
           
            (...) se podría inferir que cuanto más aumenta el 
              saber, más aumenta lo desconocido, o mejor dicho, que cuanto 
              mayor es el flujo de la información, tanto mayor conciencia 
              tenemos, por lo general, de su esencia fragmentaria e incompleta 
              (Virilio 1998 : 50).
          
          La definición de esta estética se ve traspasada por 
            la cultura de la imagen, tal como observa Javier Campos, refiriéndose 
            a uno de los libros del escritor(2). 
            Nuestro propósito es indagar en el rasgo indicial de 
            esta poética que creemos se funda en una nueva forma de percibir 
            la especificidad para producir literatura.
            
            Régis Debray reconoce en su texto El Estado seductor 
            tres estadios del conocimiento, que determinan los modos impositivos 
            de la cultura desde la Edad Media hasta las postrimerías del 
            siglo XX: la logoesfera, la grafoesfera y la videoesfera. Estableciendo 
            que el último estado mencionado es el que determina nuestra 
            actual cultura, Debray agrega que “por regla general, cuanto 
            más se simboliza la ciencia de los datos sensibles, 
            más apuesta nuestra cultura a lo indicial”. El 
            teórico precursor de la mediología afirma, sin embargo, 
            que lo visual es sólo una esfera más de lo indicial, 
            atribuyendo, por ejemplo, que un poema en boca del recitador es más 
            indicial que un "caligrama" y éste, a su vez, más 
            indicial que un verso de Alcoholes, refiriéndose a los 
            textos de Apollinaire. De este modo, entendemos que la estética 
            de Harris posee un grado más de indicialidad, respecto de otras 
            producciones precedentes y que se activan, en ella, procedimientos 
            varios que permiten configurar la retórica del fragmento como 
            un espacio susceptible de ser leído por el estadio del Indice(3). 
            Virilio, por su parte, nos habla de prótesis que permiten capturar 
            los momentos picnolépticos de alta creatividad inconsciente, 
            las cuales impulsan la tecnología que permitió la expansión 
            de los dominios de la visión: la cultura de la imagen. Por 
            el momento, las preguntas por las prótesis del héroe 
            fragmentado y por el factor de velocidad para comprender la realidad 
            pueden encontrarse resueltas desde la perspectiva de Baudrillard, 
            con el que diríamos que estos sujetos viven en la hiperrealidad, 
            donde todo es percibido como evento, opacando las formas de la realidad 
            y el tiempo convencional que la modernidad nos conminaba a creer.
          Como puede observarse, intentamos trazar una línea que conecte 
            la idea de fin del arte "modernamente concebido" con la 
            aparición de una nueva esfera en los contenidos artísticos 
            y en cuyo intervalo se materializa gran parte de la producción 
            del poeta chileno Tomás Harris, entendiendo con esto, además, 
            que comienza a desaparecer la brecha, tantas veces mencionada, que 
            ubicaba a los artistas latinoamericanos en un punto de mera repetición, 
            respecto de los "originales" artistas europeos.
           
          2
           
            Nuestra reflexión previa acerca de Tomás Harris puede 
            resumirse en los siguientes términos: una literatura que genéricamente 
            se perfila como paródica de una multiplicidad de discursos, 
            especialmente de los textos coloniales americanos, con el objeto de 
            establecer un paralelo entre la relación de poder que la escritura 
            del script revelaba bajo las condiciones de la ciudad letrada 
            y las nuevas relaciones que el escritor y su escritura minoritaria 
            revelan en un espacio degradado. Intentamos evaluar desde la descripción 
            pragmática de la parodia, desde la teoría sociológica 
            de la ciudad letrada y desde la concepción de la literatura 
            menor, las posibilidades de dar al corpus relativamente extenso de 
            la poesía de Harris una lectura que integrara sus aspectos 
            más interesantes. Sin embargo, con el transcurrir de la investigación 
            e incluso más allá de sus fronteras, surgía el 
            problema de observar la escritura de Harris inscrita en un marco conceptual 
            mayor, más libre quizás, y que entregara herramientas 
            que le permitieran escaparse de los límites que nuestras reflexiones 
            le habían impuesto sin pretenderlo siquiera.
          Los términos en que la parodización de los textos que 
            remitían a la ciudad letrada hispanoamericana (nos referimos 
            a escrituras en lengua española) conducen, en vastas zonas 
            de la producción poética del autor chileno, a determinar 
            una posición del ethos(4) 
            del género paródico, casi siempre ubicada en la oposición 
            que busca la degradación de los referentes o el intento de 
            explorar la degradación de la relación establecida entre 
            el poder central (la corona) y el cronista. Sin embargo, el ethos 
            paródico muchas veces tiende a perder su calidad opositora 
            y a convertirse también en una suerte de rastreo en las fugas 
            que muchos autores de la época colonial desarrollaron a partir 
            de una escritura que entrelíneas, y a veces más directamente, 
            reportaba los múltiples fracasos de las empresas de colonización 
            y conquista (Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Cristóbal 
            Colón). Una vez traspasada la barrera que implica la movilidad 
            del ethos paródico, nace una nueva, la movilidad de 
            los referentes que ingresaban a las reescrituras, pero ya desde otros 
            planos simbólicos: cine, jazz, rock, arte pictórico, 
            entre otros. Sin embargo, no sólo la incorporación de 
            nuevos referentes determina el carácter de glosa en la retórica 
            del fragmento, sino también la posibilidad de que en un tiempo 
            ficticio las coordenadas del tiempo contemporáneo se fundan 
            con el tiempo pretérito de la ciudad letrada. De este modo, 
            la retórica del fragmento puede leerse como una retórica 
            del collage, el cual extiende su participación a los 
            niveles temporales, espaciales y a las subjetividades participantes, 
            por ejemplo, el mariscal de campo Alonso González de Nájera 
            apunta la presencia de una Magnum 44 en su delirante discurso (Harris 
            1997: 76-77). Por cierto, este tipo de procedimiento no es el único 
            que activa una variación a lo que se intentó describir 
            relativo a los primeros textos de Harris, especialmente aquéllos 
            contenidos en Cipango; en Alguien que sueña madame, 
            Los siete náufragos, Noche de brujas y otros hechos de sangre 
            y Crónicas maravillosas, como así los recientemente 
            publicados Itaca y Encuentros con hombres oscuros, la resultante 
            de la retórica del fragmento es la plasmación de formas 
            que se inscriben como referentes de la cultura de la imagen.
          Entre las conexiones con la órbita del cine, una de las más 
            importantes es la establecida con la obra de Ingmar Bergman. El filme 
            El séptimo sello (1956)(5) es 
            determinante en la construcción del espacio poético 
            establecido en Crónicas maravillosas. El personaje principal 
            de ambas obras es Antonius Block, caballero que regresa de las cruzadas 
            y encuentra su tierra natal consumida por la peste negra. No obstante 
            este contexto, el asunto que Bergman propone es la reflexión 
            de Block frente a la presencia de la muerte y a la existencia de Dios, 
            entendiendo que sus años de cruzado -héroe de la cristiandad- 
            se tornan vanos y carentes de sentido ante una ominosa y degradada 
            realidad medieval, en la que se inculpa a una joven de brujería, 
            donde la Muerte hace trampas y los artistas son vilipendiados por 
            una turba de fanáticos religiosos. El tema de la muerte no 
            es un tema menor en la poética de Harris, especialmente en 
            este libro, como tampoco lo es la visión de la muerte cifrada 
            en los productos culturales privilegiados por la Modernidad: la razón, 
            el sujeto y el arte. El texto denominado "El desafío" 
            da cuenta de la presencia de esta reflexión, en la que la palabra, 
            estatuto arbitrario y, por lo tanto, menos directo, tiende a representar 
            las implicaciones de una cultura que ha optado por otro estatuto o 
            esfera, menos distante y más cercano, el Indice. De esta manera, 
            se entabla en el texto que anuncia el acta de defunción de 
            dichos modos discursivos, la posibilidad de nuevos modos, aunque la 
            resistencia a dicho cambio queda marcada por la figuración 
            de una Muerte que no sigue las reglas del juego de ajedrez, esta última 
            información presente sólo en el filme de Bergman, porque 
            en el texto de Harris el ethos paródico prefigura con 
            la ironía un sarcasmo a la representación romántica 
            de la Muerte, jugando los juegos del dominio del logos: la nueva Muerte 
            juega otros juegos en el video-game de sus dominios.
           Reproducimos a continuación el texto:
           
             
              EL DESAFÍO
              ¿Quién eres tú? 
                Soy la Muerte 
                ¿Vienes por mí? 
                Hace ya mucho tiempo que navego en tus barcos 
                y camino a tu lado. 
                Lo sé. He oído abejas. 
                Podrían ser moscas. 
                Lo mismo da. 
                Estas listo. 
                Yo sí. Pero mi cuerpo teme. 
                Es lógico. El cuerpo siempre teme. 
                No es para menos: 
                mira los empalados, 
                mira los crucificados, 
                mira los desollados, 
                mira esos neonatos revolviéndose en sus placentas 
                en esas bolsas de nylon negras, 
                mira esas putas tajeadas, 
                mira el Nostromo entre las nubes 
                desaguando su roja baba de ácido y las vísceras 
                del Otro, 
                mira toda la carne chamuscada y el humo aventado 
                aún perfumando la costa... 
                Eso no me importa. Yo no concedo plazos. 
                ¿Tú juegas ajedrez, no es cierto? 
                ¿Qué te hace suponer tamaña huevada? 
                Lo he visto en los cuadros y lo he oído en infinidad 
                de canciones y leyendas. 
                Eso era antes, 
                cuando había cuadros y canciones y leyendas. 
                ¿Qué juegas ahora? 
                Juegos de Guerra 
                en el video game de mis dominios.
            
          
          Ahora, obsérvese la diferencia con el guión de El 
            séptimo sello:
           
            
              EL CABALLERO: ¿Quién eres tú? 
                LA MUERTE: Soy la Muerte 
                EL CABALLERO: ¿Acaso vienes a buscarme a mí? 
                LA MUERTE: Hace ya mucho tiempo que camino a tu lado 
                EL CABALLERO: Ya lo sé 
                LA MUERTE: ¿Estás dispuesto? 
                EL CABALLERO: Yo, sí. Pero mi cuerpo tiene miedo 
                LA MUERTE: Es lógico. A todos les ocurre lo mismo. No tienes 
                por qué avergonzarte.
              El caballero siente frío y se levanta. La Muerte, entonces, 
                abre su capa con intención de cubrir las espaldas del Caballero.
              EL CABALLERO: Espera un instante... 
                LA MUERTE: Siempre ocurre igual. Todos me pedís lo mismo. 
                Pero yo no concedo ningún aplazamiento. 
                EL CABALLERO: Tú juegas al ajedrez, ¿no es cierto?
              Los ojos de la Muerte se avivan, como atravesados por una 
                ráfaga de repentino interés.
              LA MUERTE: ¿Cómo lo sabes? 
                EL CABALLERO: Lo he visto en los cuadros y lo he oído en 
                infinidad de canciones y leyendas. 
                LA MUERTE: Sí, es verdad. Soy un jugador de ajedrez muy 
                hábil. 
                EL CABALLERO: ¡Pero estoy seguro de que no eres más 
                fuerte que yo!
              El Caballero busca en el interior de su gran saco de viaje y 
                extrae de él un pequeño tablero de ajedrez, que 
                pone cuidadosamente sobre el suelo, comenzando a colocar las piezas(6). 
              
            
          
          La cuestión de la indicialidad parece ser más compleja 
            dentro del texto de Harris, a pesar de que su representación 
            emula un producto de la videoesfera, el filme, dada la diferencia 
            en cuanto a velocidad -siguiendo a Virilio- se potencia con la mención 
            de la nave el Nostromo, nave que conduce a Ripley (interpretada por 
            Sigourney Weaver) en el filme de Ridley Scott Alien (el Otro). 
            En sí mismo, el referente se ve afectado por un factor de indicialidad, 
            pues ha sido capturado de la simbología arbitraria del signo 
            cifrada en la novela de Conrad, que éste, a su vez, capturó 
            de la tradición escrituraria europea (Dante, por ejemplo). 
            Las diferencias radicales de la nueva esfera en la que explora Harris 
            no se encuentran en el hecho de que elabore reescrituras, condición 
            siempre latente en la tradición artística occidental, 
            sino en la capacidad para reformular la idea moderna de un saber ilustrado 
            que se haya instalado en la Biblioteca: escritura sobre el Indice 
            de una forma más indicial que la reescritura de escrituras, 
            escritura de la velocidad. Tal vez nos acercamos a lo que Debray pudo 
            llamar "fin del arte", pero que expresó de la siguiente 
            forma en el contexto de Francia durante los años 80:
           
            Las artes que podrían llamarse de interés nacional 
              por estar codificadas por una lengua (teatro, literatura, poesía) 
              se borran frente a las artes de interés mundial por ser lingüísticamente 
              no codificadas (música, danza, lo visual en general). En 
              todos los dominios el símbolo pierde su competitividad frente 
              al índice.
          
          La Muerte de Harris reconoce el fracaso del Caballero, ha sucedido 
            una transmutación del atributo romántico(7), 
            el Caballero ha dejado de ser heroico para convertirse en un sujeto 
            que fija su mirada en la tradición del arte y que cree verla 
            representada frente a sus ojos, fantasmagoría que es desfigurada 
            radicalmente en la respuesta que la Muerte elabora: "¿Qué 
            te hace suponer tamaña huevada?". Revelación de 
            una fantasmagoría tecnológica, una Muerte de mayor velocidad, 
            una Muerte integrada a la búsqueda de la forma, provista con 
            las prótesis técnicas necesarias para tal misión: 
            "la búsqueda de la forma sería sólo la búsqueda 
            técnica del tiempo" (Virilio 1998: 13). La Muerte cristaliza 
            su metamorfosis cinemática con Bergman y tiende hacia una forma 
            todavía más indicial con el texto harriano, se proyecta 
            en la pantalla del video-juego, más accesible, maleable y, 
            a la vez, más desechable, perdiendo la estabilidad otorgada 
            por la lógica de la Modernidad y accediendo a otra proporcionada 
            en el campo de lo sensorial, cuyo confort subliminal genera una crisis 
            de las dimensiones y de la representación (Virilio 19982: 
            57 y 70). Con esto no se constata una reducción valorativa 
            de las consecuencias de dicha anamorfosis (Virilio 19982: 
            17), sino que se intenta responder a las condiciones sociológicas 
            de dicho procedimiento, en cuya búsqueda perpetua se instala 
            una cultura de la imagen.
          Si la velocidad implica la desaparición como lo plantea Virilio, 
            tendríamos que apuntar que la velocidad que conllevan las técnicas 
            mediáticas de una forma de estética fragmentada responde 
            a la desaparición del arte moderno, entendiendo que sus dispositivos 
            motores carecen de un factor de aceleración necesario que hagan 
            soportar la exigencia de una sociedad ausente de las promesas de los 
            metarrelatos de emancipación y de la idea de un tiempo lineal 
            y progresivo. Se trata entonces de hacerse una velocidad, alcanzar 
            una aceleración del presente a dimensiones no registradas con 
            anterioridad en la cultura que llamamos occidental, la cual quizás 
            se comporta de acuerdo a otras concepciones culturales temporales 
            no predichas por la Modernidad ni menos activadas por ella. ¿Cultura 
            de la imagen, a partir de la cultura ideográfica oriental? 
            Presente hiperbólico y veloz que hace desaparecer al sujeto 
            y lo incorpora al dominio del puro espectáculo, lo que está 
            dado por la doble determinación de velocidad e inercia.
          En efecto, la apropiación de los discursos de la videoesfera 
            determina profundamente los textos de Harris, la actitud paródica 
            de dichos referentes quiere atraer a éstos –a modo de 
            diálogo y de contracanto, también– la conciencia 
            de la existencia de un éxtasis irreflexivo que la cultura procura 
            establecer en el sujeto mediatizado, éxtasis que con Baudrillard 
            llamaríamos el espacio de la simulación (Baudrillard 
            1993: 128). Cuadros, canciones y leyendas son representaciones que 
            escapan al dominio de la videosfera, más bien pertenecen a 
            las representaciones simbólicas logosféricas y grafosféricas, 
            a las que la figuración de la Muerte harriana sólo puede 
            obliterar. Carentes de velocidad (ahora podemos decir también: 
            indicialidad), ellas no consideran el factor tecnológico que 
            hace a la Muerte de nuestros días más presente e integrada 
            que nunca; no es extraño escuchar a los medios continuamente 
            hablar de cerebros y personas criogenizados esperando revivir en una 
            posteridad altamente tecnologizada; ni tampoco extraño nos 
            parece el tema de la clonación, así como la posibilidad 
            de un cuerpo humano experimentando salud a partir de prótesis 
            o artefactos nanomórficos que repararían los órganos 
            dañados por el paso del tiempo.
           Inscrita en un punto, de los muchos que entregan como posibilidad 
            los textos de Tomás Harris, podemos encontrar velocidades que 
            se integran con la esfera del logos, como también con la grafoesfera 
            y la videoesfera. Consideremos móvil ese punto, consideremos 
            la poética del fragmento como una búsqueda de la excentricidad: 
            velocidad de la escritura, desaparición.
           
           
          
           
           
            
            NOTAS
          (1) 
             Este trabajo es un apéndice 
            ulterior a la tesis para optar al grado de Magíster en Literaturas 
            Hispánicas de la Universidad de Concepción, titulada: 
            "La parodia de la ciudad letrada como mecanismo de una literatura 
            menor en la poesía de Tomás Harris". Además, 
            es el primer trabajo tendiente a formular una lectura de la poesía 
            chilena de los años ochenta bajo el prisma de la Cultura de 
            la Imagen, en el marco de la elaboración de una tesis doctoral.
          (2) Javier Campos. 
            1995. “Tomás Harris y la cultura de la imagen (algunas 
            reflexiones sobre poesía chilena de los ochenta)” en 
            Revista Chilena de Literatura N° 40. Santiago, Universidad 
            de Chile.
          (3) Sobre el 
            concepto de índice y las consideraciones específicas 
            de esta reflexión como una forma de cultura, véase Régis 
            Debray. 1995. El Estado seductor. Las revoluciones mediológicas 
            del poder. Buenos Aires, Editorial Manantial y R. Debray. 1994. 
            Vida y muerte de la imagen. Historia de la mirada en Occidente. 
            Barcelona, Paidós.
          (4) Para Linda 
            Hutcheon, el ethos es aquello que quiere ser comunicado por 
            quien activa la parodia, sátira e ironía a un decodificador 
            de dichos géneros y tropo, en función siempre de que 
            el decodificador se entere efectivamente que se está haciendo 
            esto con el discurso.
          (5) Este filme 
            está basado en la obra teatral Pintura sobre madera, 
            del propio Bergman. Para mayores detalles, véase Ingmar Bergman. 
            2001. Imágenes. Barcelona, Tusquets Editores.
          (6) Ingmar Bergman. 
            1965. El séptimo sello (guión) con un prólogo 
            de Julio C. Alcerete. Barcelona, Aymá S.A. Editora, pp. 32-33.
          (7) Bergman, 
            en su filme El rostro (1958), dos años después 
            de haber realizado El séptimo sello, dos años 
            después de haber nacido Harris, pone en escena la pregunta 
            del sentido del arte y el temor de una artista a tal cuestionamiento, 
            Manda (interpretada por Ingrid Thulin), alter ego del Caballero. 
            Vergérus, quien representa el mundo de la Ciencia, desea descubrir 
            los artificios, las farsas del arte mágico que Albert Emanuel 
            Vogler (Max Von Sydow), esposo de Manda, dramatiza; Vergérus, 
            por su parte, alter ego de la Muerte, revela que el sentido 
            del arte tuvo lugar en el pasado. 
           
          
           
          REFERENCIAS 
            
          - Baudrillard, Jean. 19938. “The ecstasy of 
            communication” en Hal Foster. The Anti-Aesthetic. Essays 
            on Posmodern Culture. Seattle, Bay Press, pp. 126-134.
            
            - Bergman, Ingmar. 2001. Imágenes. Barcelona: Tusquets 
            Editores.
            
            ____________. 1965. El séptimo sello (guión) 
            con Prólogo de Julio C. Acerete. Barcelona: Aymá S.A. 
            Editora.
            
            Debray, Régis. 1995. El Estado seductor. Las revoluciones 
            mediológicas del poder. Buenos Aires: Editorial Manantial.
            
            Harris, Tomás. 1997. Crónicas maravillosas. Santiago, 
            Chile: Editorial Universidad de Santiago.
            
            Virilio, Paul. 19982. La estética de la desaparición. 
            Barcelona: Anagrama.