TRIDENTE, 
              EL TEJIDO DE UN NÓMADE
              
              
              Por David Bustos Muñoz 
              Letras de Chile, 19 de Enero 2006.
            
              
              Tomás Harris (1956), comienza sus publicaciones 
              con Zonas de Peligro (1985), Diario de navegación (1986), 
              Noche de brujas y otros hechos de sangre (1993); luego vendrán 
              sus otros libros que ya son referentes dentro de la poesía 
              chilena de los últimos diez años, entre los que se 
              destacan Los 7 Naúfragos (1995), Crónicas Maravillosas 
              (1997), Encuentros con Hombres oscuros (2001) e Itaca (2001). 
              
            
          
          Tridente (Ril, 2005), es un texto que pasa por el zapping 
            de registros al que el personaje Harris nos tiene acostumbrados. La 
            idea de no fijar el poema como objeto, si no más bien componer 
            desde el fragmento figuras de múltiples sentidos que están 
            en constante diálogo con su propia escritura y obsesiones, 
            Picasso explicitó al hablar del papier collé: 
            El objeto desplazado ha entrado en un universo para el cual no estaba 
            hecho y donde mantiene, en cierto modo, su extrañeza. La portentosa 
            capacidad de este autor de dialogar con distintos registros y códigos 
            combinatorios (la  tragedia 
            griega, el cine, la pintura, el jazz, la crónica, entre otros), 
            sostiene un lenguaje de centros en desplazamiento.
tragedia 
            griega, el cine, la pintura, el jazz, la crónica, entre otros), 
            sostiene un lenguaje de centros en desplazamiento. 
            
            Tridente está divido en al menos tres partes visibles, 
            de ahí de su nombre; primero Edipo Androide en la blanca 
            Colono, al parecer inspirado en la séptima tragedia de 
            Sófocles, Edipo en Colonos. La siguiente parte es Balada 
            del condenado de Oklahoma, que retrata la historia escabrosa de 
            Timothy Mc Veigh (veterano de la guerra Tormenta del desierto, sentenciado 
            a pena de muerte y ejecutado el 11 de junio de 2001), que tras volver 
            a su país sufre una decepción que se traduce en el estallido 
            de una bomba en un edificio en Oklahoma City (19, abril, 1995). La 
            tercera parte y final es Las jornadas del sordo, en ella se 
            traza episodios de la vida de Goya, específicamente a partir 
            de su sordera (1791). 
            
            En Las jornadas del sordo, Harris interfiere unas de las canciones 
            favoritas de Billie Holliday, Strange Fruit, que nació 
            como poema de un profesor y activista sindical hebreo procedente del 
            Bronx y que más tarde se transformó en el himno del 
            movimiento anti-linchamiento y antirracista:
           
             
               
                Una de esas noches de calma chicha
                  En el mar tortuoso de la guerra
                  Caminé entre las ruinas geométricas
                  De nuestra vieja Ciudad de Oro.
                  El panorama era trozo desgajado
                  De una tela de la mente. 
              
            
          
          El autor nos revela un sujeto Baudelairiano que camina la ciudad, 
            una escenografía que no se particulariza y que puede representar 
            todas las ciudades del mundo. El poema sigue: 
           
             
              
                Era indudable que la Ciudad de Oro transitaba 
                  
                  De la Edad de oro a la Edad de Hierro
                  A la Edad de la sombra. 
              
            
          
          Este “sin lugar” o debería decir este lugar devastado, sin 
            identidad, es una geografía donde sólo pueden transitar 
            almas en pena, como el sujeto que recorre esas calles, que se debate 
            entre la vigilia y el sueño, un estado de conciencia alterado 
            por una realidad inasible, realidad que, por más ficticia y 
            escurridiza que parezca, tiene un asidero en los paisajes más 
            golpeados del Medio Oriente (Kuwait, Bagdad, algunos pueblos de Irak). 
            
            
            También en esta parte del libro, en que el personaje Goya se 
            cuela constantemente (al igual que su pintura Fusilamientos del 
            Príncipe Pío, 1814), destacan poemas como Fenomenología 
            del mal, Nadie nos ha visto (diestro uso de la anáfora) 
            y Animula, vagula, blandula (intertexto de las Memorias de 
            Adriano); todos poemas que en esta sección del libro están 
            engarzados por el pincel de trazos impresionistas que Goya imprimió 
            al terror en sus cuadros del dos (La lucha con los mamelucos) y tres 
            de mayo. 
            
            Es así es como se va tejiendo el nomadismo en Tridente, 
            todas las piezas tienen sus propias relaciones y cada una de ellas 
            son puertas que se abren a nuevas lecturas. 
            
            Tomás Harris ha armado un libro inteligente, fiel con su propia 
            ética, que arrastra la historia de sus libros anteriores (continuum) 
            y además problematiza con otros mundos que tensan el “lugar”. 
            No hay una sola realidad que obedecer, parece decir Harris, hay realidades 
            y todas intercambiables, según el punto en que se encuentre 
            el poeta en esta verdadera fuga de un centro que trata de abarcar 
            la mayor cantidad de mundos posibles. Tridente es el libro 
            de un escritor culto y versado en los recursos y procedimientos literarios, 
            pero lo más importante es que esos recursos están totalmente 
            integrados y puestos al servicio del lenguaje y la cultura interfiriendo, 
            como un Tridente, cierta realidad aplastante (bélica 
            porque no decirlo), de ahí su valor, su indocilidad e impertinencia 
            en estos tiempos de anestesia general.